Caso 20
Una ronda interrumpida

Esa calurosa mañana de agosto, Gary Ellesmere tenía dos excusas para estar en la carretera. La primera era simplemente hacer “tiempo de fogueo en el campo”. Una explicación suficientemente razonable, al menos aparentemente. Después de todo, uno de los primeros cambios en cuanto a políticas que Gary había implantado al ser designado como jefe, consistió en decretar que todos, absolutamente todos, los elementos que portasen una placa deberían de pasar determinado tiempo en el campo. De modo que, en efecto, él simplemente se limitaba a seguir sus propias órdenes. “Ejercer el mando a través del ejemplo”: era la frase que solía usar con los sargentos que tenía bajo sus órdenes.

La otra excusa de Gary era probar en carretera —tan solo una vez más— la patrulla que les había facilitado la fuerza policiaca de Tottenham City. Otro pretexto suficientemente razonable, pues su segunda medida, como nuevo jefe, era convencer al ministerio de hacienda del condado que el cuerpo policiaco necesitaba seis nuevos sedanes arreglados a la medida, a fin de sustituir la flotilla de patrullas de caminos. Era una estrategia de parte de Gary. Tottenham ya disponía de estos nuevos vehículos y él sabía que a sus propios elementos se les caía la baba cada vez que veían uno de estos poderosos automóviles.

Así, se trataba de dos lógicas y adecuadas excusas. Por otro lado, Gary Ellesmere estaba consciente de que nadie entre su personal se tragaba ninguna de ellas. ¡Lo cierto era que el jefe tenía una cruda mortal!

La celebración de su cumpleaños número 50 la noche anterior había dado ocasión a tal despliegue de fiesta y alboroto, que el propio Gary consintió, según sus palabras, en que se le “sirviera más de la cuenta”. Ésta era la verdadera razón de que esta mañana se encontrara en la carretera. Había despreciado una oficina con aire acondicionado a cambio de un automóvil bastante caluroso. Ahí no había telefonemas, ni ciudadanos iracundos, nada de eso a lo que él llamaba “los dilemas del liderazgo”. E incluso para un hombre de 50 años esta máquina no era tan mala como para no andar paseándose en ella.

El sol obligó a Gary a entrecerrar los ojos al hacer un viraje para salirse de la autopista y tomar por una carretera lateral. Justo cinco minutos más adelante se hallaba el agua para beber más fresca y pura de todo el condado. Provenía de un manantial que corría por debajo de una edificación perteneciente a una escuela de una sola aula abandonada mucho tiempo atrás, y que brotaba por una tubería estropeada con presión suficiente como para formar una fuente permanente de agua potable. Ni siguiera el excepcionalmente caluroso y seco clima que estaban teniendo ese verano había logrado disminuir su fuerza, de ahí que los granjeros locales lo hubiesen bautizado con el nombre de El Grifo. Al pequeño arroyo que éste había dado origen lo conocían como El Riachuelo. En ese momento, cualquiera de las dos fuentes le hubiesen servido a Gary de maravilla. La resequedad de su garganta iba ahora en ascenso y amenazaba con sumarse al martilleante dolor de cabeza.

Fue al esquivar una vara que se hallaba atravesada en medio de la línea amarilla que Gary distinguió la figura en la carretera. De hecho, sus ojos abarcaron toda la escena durante un segundo completo antes de que su cerebro le dijera que se pusiese alerta. ¡Algo andaba mal!

La figura correspondía a un chico; no, a un hombre, aunque de baja estatura. Venía corriendo en dirección a la patrulla.

En los pocos segundos que le tomó cubrir la distancia, Gary pudo ver que en efecto se trataba de un hombre. Automáticamente su mente policiaca hizo una relación de sus características: hombre de edad adulta, blanco, quizá unos 35 años, alrededor de 1.65 m de estatura, unos 80 Kg de peso, músculos desarrollados, bigote marrón, encaneciéndose en los extremos, entradas de calvicie, pantaloncillos de mezclilla. Alguien debió haberle recortado las piernas a un par de jeans. Camiseta de basquetbol verde con el número 60. Zapatos deportivos sumamente desgastados y sucios.

El hombre respiraba con mucha dificultad.

—Allá… allá… ¡oh, Dios! —Dijo apuntando vagamente a sus espaldas al tiempo que se apoyaba pesadamente en la puerta del lado del conductor—. Mi esposa. En la cocina. Está muerta. ¡Lo sé! ¡Está muerta!

Gary retrocedió un poco aún sin proponérselo. El acre olor que despedía el sudor del hombre se sobrepuso al calor de la mañana. Tampoco le agradó que el tipo se recargara en la puerta, pues esto lo confinaba más al interior del vehículo.

“Retroceda un poco”. Déjeme salir de aquí —le dijo Gary con calma pero a la vez con autoridad.

El hombre se movió un poco y se apoyó en la salpicadera. Líneas de sudor le corrían por los brazos y serpenteaban sobre la delgada película de polvo del camino. Su respiración empezó a normalizarse mientras Gary se apeaba del vehículo.

—No. No. ¡Vuelva a subirse! Tenemos que ira a… —El hombre señaló hacia un punto que se hallaba carretera abajo. Se encontraba obviamente desgastado por la carrera y, a juicio de Gary, al borde de un ataque de histeria.

¡Mi esposa! ¡Está muerta! Hay sangre por todas partes. Ya no respira. ¡Oh, Dios ella está… destrozada!

Gary vio que el hombre estaba a punto de perder el control de sí mismo.

—Está bien, súbase.

El hombre rodeó corriendo el frente del auto y luego se subió ocupando el asiento del pasajero. Pese a su concentración, Gary no podía dejar a un lado la preocupación de que el ocupante iba a apestar el nuevo vehículo de la policía de Tottenham City, y se suponía que iban a devolverlo esa tarde. Quizá fue por el hecho de que se le había ordenado subir al auto, o la sensación de que ahora alguien se estaba haciendo cargo del asunto, pero algo pareció calmar un poco al hombre.

—Hacia allá. —Dijo apuntando esta vez con mayor precisión mientras Gary volvía a enfilar por la carretera—. Justo después del arroyo. En esa casa de ladrillo rojo. ¿Cómo fue que… quiero decir, ¿cómo pude encontrar un policía? ¡Jamás pensé poder encontrar un policía! Estaba corriendo en busca de ayuda. Mi esposa está muerta. Se da cuenta. Yo estaba revisando la cerca. Justo ahí. En ese campo. ¿Ve?

Gary pudo ver un pastizal de buen tamaño que obviamente tenía algún tiempo de no haberse cortado.

—No tenía ni media hora de haberme ido. Quiero decir, a revisar la cerca. Sólo uno de los alambres necesitaba reparación y el campo no es tan grande como para tomarse uno tanto tiempo. Regreso a la casa para tomar un trago de agua y ahí me la encuentro tirada en el piso junto al fregadero. Entonces me doy cuenta de que la puerta estaba abierta y el teléfono muerto. Corrí hacia la carretera, pero no vi a nadie. Entonces me fui hacia la casa de los Purdley para usar su teléfono, y fue en ese momento cuando lo vi.

Cuando Gary se detuvo ante la casa, la llanta delantera del lado derecho se metió en un bache. El hombre se bajó de inmediato y corrió hacia una puerta con tela de alambre que al parecer no parecía estar bien cerrada.

—¡Espere! —gritó Gary—. ¡Vamos a entrar juntos! —En un solo movimiento se apeó de la patrulla y desmontó el transmisor de su soporte. La respuesta al otro lado de la línea fue inmediata.

—Adelante, jefe.

Por un momento Gary se preguntó cómo es que el despachador había logrado saber de quién se trataba, pero entonces recordó que la moderna patrulla contaba con un código de transmisión.

—Tengo aquí un caso probable de homicidio. —Casi pudo escuchar cómo se desdoblaba la atención a su llamada—. Estoy tres kilómetros al este del número 10, sobre Condado 22. Casa de ladrillo rojo. Haspen es el nombre. H-A-S-P-E-N, así dice el buzón. Quiero que envíen una ambulancia y refuerzos de inmediato. Por el momento considero que se trata de un caso doméstico, pero si no vuelven a saber de mí en tres minutos, escúchenlo bien, tres minutos, considérenlo como un caso “oficial, por lo menos”. Voy a entrar en este momento. Enterado.

Instantáneamente Gary soltó el transmisor y accionó el interruptor de la torreta a fin de que los vehículos que iban a llegar pudieran identificar el sitio con mayor facilidad. Mientras se dirigía corriendo hacia la puerta con tela de alambre, pudo observar que sobre el muro, justo encima de unas flores pisoteadas, el cable del teléfono había sido cortado con toda precisión.

—Muy bien, simplemente manténgase adelante de mí —le dijo al hombre, al tiempo que le indicaba que atravesara la puerta.

Gary está actuando con la debida cautela, pero es evidente que él no espera que haya una trampa. ¿Por qué está designando a este caso como un “caso doméstico”? ¿Qué le ha hecho sospechar del hombre al que supuestamente está ayudando?[20]