Caso 2
El caso del soldador ladrón

Michael Struan se dejó caer pesadamente en una de las maltrechas sillas de la mesa de almorzar que había en la sala de detectives. No había nadie más ahí, de modo que permaneció unos instantes esperando recuperar un poco de su energía. Con lentitud y sumo cuidado se dispuso a sacar el contenido de la bolsa de su almuerzo. ¿Hasta esto hemos llegado?, pensó para sí, mientras husmeaba bajo uno de los extremos de la envoltura de papel encerado.

—¿No me digan que buscar sorpresas en mi almuerzo constituye el hecho más importante de este día? —comentó en voz alta—. ¿Hasta esto hemos llegado? —Entonces desenvolvió el emparedado y arrojó el papel encerado en dirección al cesto.

—¡Caramba! ¡Mantequilla de cacahuate y plátano! Después de todo tal vez la vida no sea tan terrible. Su fatigado rostro se iluminó ante esto. Era su emparedado favorito, sobre todo cuando la mantequilla de cacahuate la habían untado tan gruesa que hacía que la lengua se le pegara al paladar.

Struan se reclinó en la silla, aunque si bien lo hizo con cuidado. Temía mucho que las sillas en la sala de detectives habían dejado de responsabilizarse de cualquiera con peso adulto. Se estiró hacia el anaquel que tenía a sus espaldas a fin de alcanzar un reluciente radio portátil. Los sonidos del grupo Grateful Dead finalmente hicieron mella en su conciencia. Acabó con el escándalo cambiando con el selector a la frecuencia modulada y de inmediato los sonidos del concierto para violín de Bruch cambiaron la atmósfera de toda la habitación.

—¡Increíble! —musitó Struan—. Bruch, mantequilla de cacahuate y nadie a la vista. ¡Y también voy a comer con los codos sobre la mesa! Luego de una pausa agregó con más fuerza: Tal vez sí hemos llegado a esto.

De pronto la puerta se abrió con gran fuerza.

—¡Sarge! —era el detective Kamsack—. ¡Sarge! ¡Lo he estado buscando por todas partes!

Kamsack había trabajado como compañero de Struan durante dos semanas el año pasado. Fue reasignado cuando a Struan lo requirieron para desempeñarse como jefe de detectives, ante lo cual Kamsack solicitó de inmediato que lo transfirieran a mantenimiento de vehículos. El mensaje no podía haber sido más claro.

—Felicidades, Kamsack, por haberme localizado. Esto sólo demuestra que nunca se debe subestimar la fuerza de la coincidencia. Es la hora del almuerzo y heme aquí en el cuarto donde se supone desayunamos —Struan tomó una mitad del emparedado de mantequilla de cacahuate—. ¡Y no me llame Sarge!

—Así es, Sarge, lo he localizado. Pensé que tal vez estaría almorzando. —Kamsack no sobresalía por ser rápido en sus razonamientos—. Tenemos una ciudadana que afirma haber sido víctima de un robo. De modo que a usted le corresponde. —Kamsack alcanzó la radio y volvió a resucitar a Grateful Dead subiendo el volumen.

—¡Kamsack! —Struan había estrujado su emparedado de modo que ahora una porción de mantequilla descansaba sobre su rodilla—. Kamsack, ¿acaso sabe lo que los antiguos siameses le hacían a aquellas personas que se atrevían a interrumpir una comida?

—¿Eh? —respondió Kamsack perplejo.

—Olvídelo, no importa —dijo Struan estirándose de nuevo para alcanzar la radio—. Si me lo permite —apuntó volviendo a sintonizar a Bruch y reajustando el volumen—. ¿Podría esperar un poco este robo?

—La verdad no sé —dijo Kamsack sacudiendo la cabeza—, creo que se trata de alguien importante. Ciertamente el capitán casi se va de espaldas al verla.

—Está bien —dijo Struan en un resuello—, háganla pasar. Pero, por Dios, primero consigan una silla limpia.

Al salir Kamsack, Struan quitó cuidadosamente la mantequilla de cacahuate de sus pantalones con su dedo índice y luego se chupó éste. Así se encontraba sentado, con el dedo en la boca, cuando Kamsack regresó acompañado de la víctima de robo.

Era una mujer alta, elegante, dotada de gracia. Llevaba un abrigo de piel de cuerpo completo y el sombrero que vestía hubiera parecido ridículo en cualquier otra persona, pero no en ella que parecía completar la imagen perfecta. Era la clase de mujer que obliga a los hombres a ponerse de pie de inmediato al tiempo que esconden sus estómagos.

Y heme aquí, pensó Struan, en el más inmundo cuarto de detectives del hemisferio norte, con un emparedado en la mano y el dedo en la boca.

—Ah… ésta es la señora Chloris Dean… el sargento Michael Struan. —Incluso el propio Kamsack ahora se había encumbrado a nuevas alturas de etiqueta.

Por favor llámeme Chloris —dijo ella extendiéndole la mano—. ¿Le gusta Bruch?

En ese momento Struan deseaba con desesperación no haberse llevado el dedo a la boca. Con un sólo movimiento deslizó éste por su saco y luego le ofreció la mano.

—En realidad sólo el concierto para violín en Mi menor. En muchas de sus otras obras usa el cello con un poco de más frecuencia de la que a mí me gustaría.

Esto impresionó claramente a la señora Chloris Dean, por la forma en que arqueó sus cejas. De inmediato Struan sintió que había devuelto un poco de equilibrio a la situación.

—Por favor, siéntese —le dijo Struan señalándole con un ademán la silla que Kamsack había colocado en el extremo opuesto de la mesa—. ¿Gusta usted un emparedado? Sin embargo, de inmediato se arrepintió de la sugerencia. Era obvio que esta dama estaba acostumbrada a crepas y caviar. Los emparedados de mantequilla de cacahuate, sobre todo ésta untada en grandes cantidades, difícilmente entrarían en sus hábitos alimenticios.

Sin embargo, ella se mostró interesada y dijo sonriendo: —¿De qué es el emparedado?

—De cacahuate —le contestó Struan—, de mantequilla de cacahuate y plátano.

—No, gracias —le dijo sin dejar de sonreír—. Me gusta la mantequilla de cacahuate, pero no por ahora.

—Ah, claro. Bueno… —respondió Struan despejándose la garganta—. Tomaremos los detalles aquí. Me temo que aún no sé nada de su situación. ¿Le importaría si el detective Kamsack se ocupa de grabar nuestra conversación? Es un procedimiento común.

—Por supuesto que no —contestó ella—. Como usted sabe, mi nombre es Chloris Dean y vivo en el número 417 de Wolfe Boulevard. Me han robado todas mis joyas, en su mayoría diamantes. Estoy segura de quién lo hizo. El valor asegurado asciende a…

—Discúlpeme un momento, señora Dean, quiero decir Chloris —intervino Struan—. Éste, Detective Kamsack…

Kamsack, con la boca abierta, no dejaba de ver a Chloris Dean.

—Kamsack —finalmente Struan logró captar su atención—. ¡La cinta. Acciona la cinta!

De inmediato Kamsack se acercó a apagar la radio y luego dócilmente se dirigió hacia la grabadora.

—Perdón, Sarge.

Struan le dirigió a Chloris Dean su sonrisa más congraciadora.

—Por favor, continúe.

Ella tomó un respiro y aguardó viendo cómo Kamsack se daba cuenta de que había oprimido el botón de rebobinar en lugar del de grabación. Fue entonces que reinició su declaración.

—Están aseguradas por 11 millones de dólares y normalmente las guardo en la caja fuerte, sólo que esta vez… Oh, quizá sea mejor que me remonte un poco más atrás.

—Está bien. Está bien. —Struan escuchaba con atención—. No se preocupe.

Chloris Dean se sentó un poco más erguida.

—Ayer por la mañana mi marido tenía que salir en viaje de negocios. Necesitaba su pasaporte y algunas otras cosas, pero no pudo abrir la caja fuerte. Hablamos a la compañía, pero el personal tampoco pudo hacerlo. Finalmente, tuvieron que traer a alguien con un… ¿cómo se llama?… con un soplete. Entonces llegó ese hombre, sumamente corpulento, y entró en nuestra recámara con todos esos tanques y demás equipo. Aunque le tomó cierto tiempo, finalmente logró abrir la caja.

—Así que su esposo consiguió el pasaporte, pero usted ahora ya no tiene caja fuerte, o al menos una que funcione —dijo Struan.

—Así es —dijo Chloris Dean asintiendo—. Y ese hombre, el del soplete, es quien me robó. Estoy segura.

—¿Cómo puede saberlo? —le preguntó Struan—. Se trata de una acusación muy seria.

—Estoy consciente de ello —dijo Chloris Dean alzando la vista al escuchar que terminaba el concierto—. No estoy diciendo esto al aire. Esta mañana, exactamente a las 5:29 —tengo el radio despertador justo a un lado de mi cama— al despabilarme me di cuenta de que un hombre estaba en mi recámara. Me amenazó poniéndome un cuchillo en la garganta.

Chloris Dean empezó a estremecerse un poco y Struan se dio cuenta de que había lágrimas en sus ojos.

—Yo estaba aterrorizada, y él no dijo una sola palabra. Luego se sentó encima de mí y me ató a la cama. En todo ese tiempo no habló para nada. ¡Oh, Dios, estaba tan asustada! —En ese momento lloraba, aunque de manera controlada con las lágrimas corriéndole por las mejillas—. Y entonces simplemente sacó mis diamantes de la caja, y algo de dinero en efectivo, todo estaba ahí, y en seguida se fue.

—¿Cómsab quef… —era Kamsack, ¡quien se estaba comiendo el emparedado de Struan!—. ¿Cómsa… ¿Cómsa… —Se llevó el bocado hacia uno de los cachetes—. ¿Cómo sabe que fue el soldador? ¿Vio acaso su rostro?

Struan no podía creer lo que veía. Chloris Dean simplemente se limpió los ojos, sin prestar atención a las habilidades sociales de Kamsack.

—El hombre tenía una máscara. De esas que tienen orificios para los ojos, como las que usan los terroristas. Pero era un individuo grande, voluminoso, con la misma figura del soldador. Era él.

Struan estiró la mano hacia atrás y apagó la radio. Una parte de su cerebro alcanzó a escuchar que el locutor anunciaba a Hindemith, y eso, pensó él, sería tan terrible como Grateful Dead.

—Como puede ver, Kamsack también es un hombre grande y corpulento. Usted dice que estaba oscuro, ¿no es así? ¿Cómo puede estar segura de que se trataba del soldador?

En el rostro de Kamsack se dibujó una sonrisa de lo más desagradable. Su mentón se había llenado de mantequilla de cacahuate.

Chloris Dean dijo inclinándose hacia adelante: —El olor. No tan acentuado. Sólo un poco de ese aroma característico de la soldadura. Ya sabe, ese gas que usan. Debe impregnárseles en las ropas, en los poros, qué sé yo. Lo alcancé a percibir cuando fue a abrir la caja fuerte. Y lo volví a oler esta mañana. Se lo aseguro, lo estuve percibiendo todo el tiempo que me tomó desatarme esta mañana. Simplemente estaba segura de que era él.

Antes de hablar, Struan hizo una pausa de cuando menos un minuto.

—Creo, señora Dean, que lo que voy hacer es pedir que mecanografíen su declaración a fin de que usted la firme, y luego hacer que traigan aquí al soldador a fin de interrogarlo. Si no le importa esperar en la habitación de afuera.

El detective Kamsack sostuvo la puerta y luego la cerró una vez que salió la señora Dean. Viendo a Struan le dijo: —No parece tener mucha prisa en aprehender a ese tipo.

Exhalando un suspiro, Struan respondió: —No estoy tan convencido de su culpabilidad en la medida en que a ella le gustaría que yo estuviese. Vamos a ir por él, claro, pero al mismo tiempo, creo que nos conviene investigar acerca de los antecedentes de la señora Chloris Dean.

—Ahora, hazme un favor —le dijo viendo a Kamsack.

—¿Qué?

—Límpiate esa barbilla.

¿Qué hizo que Struan sospechase de la elegante Chloris Dean?[2]