Caso 16
Doble homicidio en las cataratas

Fiel a su costumbre, Vince Moro levantó la mano para limpiar una impresión digital que había en el espejo retrovisor, antes de ajustarlo un poco hacia abajo a fin de poder ver hacia atrás. Luego recogió el sobre que estaba hecho bola y metido detrás de la palanca de velocidades, en el centro de la consola, y lo colocó en la guantera.

No sé por qué estoy haciendo esto, pensó Vince al tiempo que se agachaba a recoger un par de colillas de cigarro que había sobre el piso del lado del pasajero. —Realmente no sé por qué lo hago—. Esta vez lo dijo en voz alta, mientras arrojaba las dos colillas fuera del coche por la ventanilla del pasajero o más bien lo que quedaba de ella.

El hecho era que Vince era compulsivamente limpio, y no había nada que le molestase más que ver un auto desaseado. Para él era una cuestión de orgullo personal el hecho de que ningún vehículo abandonase su taller, “Vince’s Auto Body”, estando sucio. En ningún caso, no importa qué pequeña o insignificante pudiera ser la reparación.

Pero, ¿este auto? No tenía ningún caso limpiarlo, como tampoco tratar de recuperarlo. Simplemente ya no había nada por hacer, y Vince había acudido ahí con el solo propósito de remolcar el vehículo al depósito. La parte delantera y posterior del auto se encontraban en buenas condiciones. De hecho, el tablero tenía esa apariencia impecable que a Vince siempre le había gustado en los autos que acababan de salir de la agencia de renta de vehículos. En cuanto a la repisa, el pie de la ventanilla trasera, era todo un placer verla libre de la invariable acumulación de desperdicios y objetos diversos.

Sin embargo, los asientos y las ventanillas delanteras, el poste del centro, e incluso el techo arriba del asiento del frente, eran una cuestión totalmente distinta. Los asesinos habían rociado tal cantidad de balas sobre estas áreas que el apoyo para la cabeza del asiento del pasajero había sido prácticamente arrancado, dejando al descubierto un gran pedazo de hule espuma, con su blancura original ahora teñida de sangre seca. Unos minutos atrás, Vince había alcanzado a escuchar de labios de uno de los investigadores —estaba seguro de que se trataba de uno de los hombres de la CIA— que ambas víctimas habían recibido más de 20 impactos en la parte superior del torso.

—¿Eres tú el tipo de Hertz?

A Vince le sobresaltó escuchar la voz cerca de su oído, pero se esforzó en no manifestarlo. Su oído, más que su vista, le indicó que se trataba del sargento de la patrulla de caminos. Aunque los dos hombres ya se habían visto antes, más de una vez, el sargento jamás reconocía a Vince, o al menos así lo aparentaba. A Vince no le agradaba el oficial.

—Trabajo para Hertz —le respondió Vince, saliendo del auto con premeditada lentitud—. Vine a llevarme el auto. ¿Ya está listo?

Cruzándose de brazos se recargó entonces en el auto. En efecto, se trataba del mismo sargento. Un tipo alto, cuando menos una cabeza más alto que Vince, y tenía la molesta costumbre de pararse tan cerca de uno al hablar, que la otra persona se veía obligada a alzar la vista para poder verlo o bien retroceder un poco. De ahí que Vince se hubiese apoyado en el auto.

—Aún no —contestó el sargento en el momento en que se quitaba el sombrero para limpiarse la frente con la manga. Vince estaba seguro que en realidad él se estaba aproximando todavía más.

—Todavía no —volvió a decir el policía—. Aún tienen que hacer unas…

—Muy bien sargento, si es tan amable, por favor. El fotógrafo puede utilizarlo en este momento.

Vince volteó rápidamente. No se trataba de una voz que hubiese escuchado antes, ni siquiera ese día o cualquier otro. El acento era británico, y al aproximarse el hablante, Vince se dio cuenta de que se trataba de un perfecto extraño. Ésa no era ninguna sorpresa, pues el lugar estaba repleto de investigadores. La CIA se encontraba ahí; de eso estaba seguro Vince; así como la RCMP. Dos de ellos habían venido de Ottawa en un jet Lear. Y toda la escena había sido acordonada mientras esperaban la llegada de dos personas más de Buffalo. Nadie se lo había dicho directamente a Vince, pero él intuía que ambos se hallaban a cargo del caso. Ahora, quién era el tipo británico, Vince no tenía ni la más remota idea, pero era innegable que estaba vinculado con el asunto.

Justo antes del amanecer, dos diplomáticos del consulado francés en Buffalo, Nueva York, habían cruzado hacia Canadá por el Puente Rainbow, en las Cataratas del Niágara. Unos cuantos minutos más tarde, mientras esperaban la señal de siga, fueron víctimas de una verdadera tormenta de balas de ametralladora. Luego sus cuerpos fueron sacados del auto y, como si quisieran dejar con ello un mensaje, los tendieron a ambos lados delante del auto y los volvieron a rociar de balas. Los asesinos lograron escapar.

—Perdóneme, señor. —El acento británico era muy cortés, muchísimo más cortés que el del sargento—. ¿Quién es…? ah, sí. ¡Discúlpeme!

El hombre se acercó más a fin de poder leer el gafete que pendía de la bolsa de la camisa de Vince y que lo autorizaba para estar en el lugar de los hechos.

—Usted es el caballero que se va a encargar de remolcar el vehículo, ¿no es así? ¿Le importaría esperar unos minutos más? Necesitamos tomar unas fotos. Sería conveniente que no pasara con su vehículo por encima de las siluetas dibujadas ahí.

Él señaló hacia los contornos dibujados con gis sobre el asfalto, frente al auto, los cuales marcaban los sitios en los cuales se habían encontrado los cuerpos de los diplomáticos. El sargento se hallaba ya tendido a un costado de la silueta más grande. Era obvio que con eso estaban lastimando su dignidad y Vince apenas empezaba a disfrutar de ello cuando el acento agregó: —En realidad sólo falta una cosa, y resulta bastante aterradora, pero es que usted… bueno… usted es aproximadamente del mismo tamaño que una de las víctimas. Este… ¿le molestaría tenderse ahí tal como lo está haciendo el sargento? Lo siento, en realidad no podría explicar el motivo, pero sí sé que nos sería muy útil su ayuda. Se trata de una especie de reconstrucción de la escena.

Por un instante, tan solo por un instante, Vince se preguntó si tal vez no lo estarían haciendo víctima de alguna broma. Sin embargo, el sargento ya se hallaba tendido sobre el pavimento, y la situación difícilmente podría prestarse para bromas, juegos macabros o alguna otra cosa parecida. Asintiendo ante la petición, se dirigió hacia la parte delantera del auto, satisfecho de haberse dejado puesto el overol para conducir hasta ahí, y se tendió a un lado de la otra silueta.

—Creo que esto resulta un tanto engorroso —le murmuró Vince al sargento, pero éste no le contestó nada. Era un hecho que la situación le apenaba y no estaba dispuesto a discutir la cuestión—. Todo sea por el bien de la justicia —prosiguió Vince, decidido a demostrar que él podía tomar a la ligera lo indigno del momento—. Por cierto —dijo él—, ¿les ayudaría saber quién de los dos iba manejando en el momento en que fueron acribillados?

El sargento se sentó como impulsado por un resorte, lo cual hizo que el fotógrafo gritara enfurecido.

—¿Y cómo es que lo sabes? —le preguntó el oficial.

¿Cómo supo Vince Moro quién iba manejando?[16]