Caso 10
Una carta dirigida a España

Deirdre Bretón se estiró para alcanzar el intercomunicador que había sobre su escritorio. El parpadeante foquillo finalmente había logrado penetrar en la intensa concentración que ella dedicaba a un dibujo a tinta de la procesión fúnebre de sir Christopher Hatton, canciller al servicio de la reina Isabel I. Se trataba del documento original, fechado el 16 de diciembre de 1591, que se le había facilitado a la universidad para respaldar un proyecto del cual Deirdre se hallaba a cargo. Deirdre Bretón era una ávida aficionada a todo cuanto estuviese relacionada con los Tudor, y era también una experta en lo concerniente a la reina Isabel.

—¿Sí? —dijo con amabilidad, sabiendo que la muy joven y muy reciente secretaria del departamento se sentiría alterada por el hecho de tener que interrumpirla.

Y, en efecto, se hallaba alterada.

—Profesora Bretón, lo siento mucho. En verdad lo siento. Sé que usted no quiere que se le moleste, pero es que hay…

—No hay problema, Jeannie —respondió Deirdre tratando de reconfortarla—. ¿Tengo una llamada? ¿En qué línea?

—No, profesora Breton, no es una llamada. Aquí se encuentra una tal señorita Philomena Loquor que insiste en verla. Ya le dije que usted…

De la oficina de la secretaria se alcanzaban a escuchar varias voces hablando al mismo tiempo. Jeannie simplemente ya no sabía qué hacer.

—Voy para allá —dijo Deirdre, al tiempo que colgaba el intercomunicador. Dejó a un lado la enorme lente de aumento que aún seguía sosteniendo en su mano izquierda y tomó sus anteojos, los que ella designaba como sus “anteojos intimidadores”. Eran precisamente ésos los que usaba cuando tenía que hablar con el jefe de departamento o cuando se veía obligada a tratar con algún estudiante terco.

Antes de que se pudiese incorporar, su puerta se abrió intempestivamente. Se trataba de las varias voces que había escuchado, que no eran otra cosa que la señorita Philomena Loquor.

—¿Usted es la profesora Bretón, no es así? Conque una mujer, ¿eh? Ella no me dijo que se trataba de una mujer. No importa. No hay motivo alguno por el cual una mujer no deba saber historia. Ahora, permítame, tengo algo que mostrarle. Y no me diga que está ocupada. He conducido 70 kilómetros para llegar hasta aquí, pago mis impuestos y contribuyo a mantener esta institución como cualquier otro ciudadano, y no me diga que tiene que dar una clase, pues acabo de consultar los horarios y me di cuenta de que ya ha terminado por el día de hoy. Ahora, vea esto. Por cierto, Loquor. Ése es mi apellido, me llamo Philomena Loquor, mi hermano era Dirsten Loquor, ¿qué piensa usted de eso?

Todo lo anterior fue expresado a través de un solo respiro. Deirdre, por su parte, se hallaba jadeante. En tan sólo unos segundos se había olvidado por completo del funeral de sir Christopher Hatton y, sin que hubiese hecho nada más aparte de escuchar a la señorita Loquor, se hallaba totalmente sin aliento.

—Simplemente, véalo. ¿Cuánto cree que valga? —Ahí iba de nuevo Philomena Loquor a la carga. Puso un paquete medio abierto bajo las narices de Deirdre y luego lo colocó encima del escritorio—. Se hallaba en la colección de mi hermano, en la colección de mi hermano finado, ha muerto, sabe. Murió de neumonía. Al menos eso fue lo que dijeron en el hospital, pero yo no confío en ellos para nada. Voy a venderlo, voy a vender todo cuanto tiene, ¿cuánto cree que valga? Es por esto que vine aquí, leí acerca de usted en el periódico. ¿Cree que estoy hablando demasiado aprisa? La gente dice que yo siempre hablo demasiado aprisa. ¿Y a quién se lo vendo? Usted es la experta, al menos eso es lo que dice el diario.

Deirdre se quitó sus “anteojos intimidadores”. Era muy obvio que ya no le iban a servir en este caso. Además, había logrado ver algo en el paquete que bastaba para que al menos Philomena Loquor resultase una persona tolerable. Colocado entre dos placas de vidrio grueso logró ver un pergamino desteñido. Una carta, ¿o tal vez un documento? Pero fue la firma, la famosa e inconfundible firma lo que la intrigó.

Entonces, ella desenvolvió por completo el paquete.

—Señorita Loquor, ¿dónde consiguió usted…?

—Era de mi hermano, ya se lo dije. No sé dónde lo haya conseguido él, estaba entre sus cosas, pero él ya murió, eso también se lo dije, el documento es viejo, ¿no es así? Es de Isabel, ¿no? ¿La reina? Usted es la experta, en el periódico decía que usted sabía más acerca de ella que cualquier otro especialista viviente. Y le digo qué es lo que pensé, yo pensé que usted podría usarlo en la exposición o lo que sea que piensa poner aquí. Y por nada a cambio. Gratis. Pero lo que tiene que decirme es cuánto vale, también dónde puedo venderlo, mi hermano no me dejó gran cosa, incluso yo tuve que pagar su funeral, y no es que seamos pobres ni nada por el estilo, ¿qué piensa usted?

Deirdre casi había sacado de su frecuencia a la parlanchina Philomena Loquor, aunque no del todo. El pergamino era una carta que ostentaba la firma de la reina Isabel. Estaba dirigida al rey Felipe de España, y la fecha era del 17 de febrero de 1565. Rápidamente escudriño el florido latín, traduciendo para sí.

Isabel, por la gracia del Señor, reina de Inglaterra, Francia e Irlanda, defensora de la fe, a Felipe de España, Sicilia…

—Es una carta, ¿no es así? —dijo la señorita Loquor arremetiendo de nuevo—. ¿De ella al rey de España? ¿Y está en latín? Al menos eso fue lo que me dijo Lily, Lily es mi amiga, llevó latín en la preparatoria, a ella no le agradaba mucho mi hermano, quiero decir Dirsten, pero eso no importa, pues a él tampoco le agradaba mucho ella. Lily es muy inteligente, sabe latín, y no importa lo intrincado de la escritura, es capaz de leerla, y yo confío en ella, es mi amiga, dice que ahí está todo acerca de los españoles reteniendo los buques ingleses y no permitiéndoles surcar las aguas y hacer sus negocios, ella es muy lista, así es Lily.

Deirdre levantó la vista de la carta y observó a Philomena Loquor, preguntándole si tal vez podría haber un interruptor que accionar o un botón que oprimir, pero ahí estaba la dama a toda vela.

—¿Y cuál es esa otra firma que aparece ahí? A un lado de la de Isabel. Lily no supo decírmelo, pero me dijo que usted sí sabría, que se supone que usted sabe todo acerca de la reina Isabel, así que, ¿quién es esa otra persona? Véale, empieza con R, ésa es la primera inicial, y luego el nombre. Ass-Kam-US. —La mujer lo pronunció adrede y lentamente en sílabas y luego hizo una pausa en espera de la respuesta. Ahora la señorita Loquor era quien estaba jadeando.

Los segundos de silencio fueron de lo más deliciosos para Deirdre. Se sentó y disfrutó de ellos tanto tiempo como quiso. Es muy probable que se trate de Roger Ascham, escrito en latín, por supuesto. Era el secretario de la reina Isabel y quien se encargaba de escribir casi toda su correspondencia.

—Oh.

Hubo entonces otra pausa, y Deirdre se preparó para hacer frente a la siguiente andanada. Pero ésta no se presentó. Philomena Loquor simplemente se inclinó un poco hacia adelante y dijo.

—Entonces tiene más de 400 años de edad. ¿Cuánto cree que valga?

—Miss Loquor, yo… —Deirdre deseaba desesperadamente haber programado una conferencia en cinco minutos. Incluso una reunión con el jefe de departamento.

—Miss Loquor, en realidad no creo que esta carta sea tan vieja. Ah, y por cierto, el latín es bueno —dijo, pensando en ese momento en Lily—. Y ciertamente la reina Isabel le escribía a Felipe todo el tiempo. Acerca de este mismo tema, también. Pero no esta carta. No esta carta.

¿Qué llevó a Deirdre Bretón a sospechar que la carta de Philomena Loquor no era auténtica?[10]