Caso 19
El secuestro en traje deportivo fuschsia

Al desacelerar la marcha de su auto hasta detenerse, a Geoff Dilley se le ocurrió que la chica que estaba actuando como abanderada, en realidad no necesitaba del enorme letrero de ALTO que sostenía en la mano. De cualquier forma, la mayoría de los conductores varones por lo menos habrían reducido la velocidad de sus vehículos tan solo para echarle un vistazo. Además de ser hermosa, pensó Geoff, ¡era un auténtico monumento!

Y no sólo era eso, sino la forma en que estaba vestida. Su casco protector, justo con el par de incongruentes botas con punteras de acero eran las únicas partes de su atuendo que apenas lograban insinuar la naturaleza de sus funciones. Cualquiera que haya sido el propósito de sus restantes prendas, ¡los breves pantaloncillos de mezclilla y el vistoso top, ciertamente no era para protegerla de los efectos del sol, viento y lluvia!

Geoff aguardó hasta que la chica se aproximó más hacia donde él estaba, para entonces abrir la ventanilla de su auto. Buen espectáculo, o no, ella estaba bajo el intenso calor, y él no tenía la menor intención de renunciar al lujo del aire acondicionado; al menos no por hoy.

—¿Va a demorar mucho esto? —le preguntó al tiempo que sacaba a relucir su placa—. Tengo que atender una llamada justo adelante.

La respuesta de la chica quedó ahogada ante el estruendo de una enorme máquina excavadora al acelerar ésta hacia la cuneta y luego fuera de ella a fin de rodearlos. El torrente de polvo cubrió a la abanderada y obligó a Geoff a cerrar su ventanilla lo más rápido posible.

Cuando él la volvió a abrir, ella se agachó para examinar la placa más de cerca y enseguida dijo: —Voy a hacer que pase. De lo contrario tendrá que aguardar aquí un buen rato, hasta que acabe de cruzar el equipo.

—¿Puedo seguir por aquí hasta el sitio al que voy? —preguntó Geoff señalando con la cabeza hacia la carretera que tenía delante.

La chica se agachó todavía más, y Geoff empezó a pensar que después de todo no podría ser tan mala idea quedarse atrapado ahí.

—Está hecha pedazos justo hasta la intersección, pero aún se puede transitar por ella. Simplemente váyase con cuidado. Si se arranca en este momento, me encargaré de detenerle la siguiente excavadora. No creo que tenga problemas.

Geoff le agradeció la ayuda asintiendo con la cabeza y volvió a subir su ventanilla justo ante la proximidad de otro torrente de polvo. El viento se encargó de impulsar éste hacia adelante de él, por la carretera, para luego remontarlo hacia las alturas.

—Esto debe hacer muy felices a los de por aquí —dijo en voz alta mientras hacía avanzar el auto.

“Los de por aquí” eran los residentes de una subdivisión de fincas rurales, grandes residencias en grandes terrenos diseminados para garantizar la privacía. El lugar se conocía como Deer Trail Estates y era hacia donde Geoff se dirigía en respuesta a una llamada. Un caso de probable secuestro, aunque el sargento en turno lo había clasificado sólo como Código Uno, y esto hacía que Geoff no tuviese que acudir al sitio a toda prisa.

En unos cuantos minutos, llegó al White Trail Boulevard, la vía principal de la subdivisión. Al aminorar la marcha para hacer un viraje, la nube de polvo que llevaba tras de sí alcanzó al vehículo y se extendió por todo éste. Incluso con las ventanillas herméticamente cerradas, ahora había una fina película sobre el tablero y a lo largo del eje de la dirección. En ese momento se arrepintió de haber acudido al lavado de autos esa mañana.

El número 3 de White Trail Boulevard era la primera casa y la dirección de donde se había originado la llamada aproximadamente media hora atrás. Aunque la persona que llamó había insinuado que se trataba de un secuestro, en realidad él no había usado esa palabra, razón por la cual el sargento Geoff no estaba tratando el asunto con tanta urgencia.

—A mí me parece más bien un caso doméstico —le había dicho el sargento a Geoff—, pero es indudable que tenemos que responder a la llamada. El tipo dijo que su esposa había visto cómo su hija se subía a un auto en la colina que se encuentra a espaldas de la subdivisión. Esto fue temprano esta mañana, pero él no llamó sino hasta este momento. Puedes imaginártelo. Aparentemente la chica tiene 16 años, así que eso puede significar muchas cosas. De cualquier forma, es demasiado tarde para bloquear los caminos, así que no hay necesidad de correr.

La casa tenía puertas dobles al frente y un pórtico con pilares inconcebiblemente grandes; uno de esos diseños, pensó Geoff, de los que uno no podría afirmar con certeza si es español o griego. Cuando las puertas se abrieron en respuesta a su llamado, se dio cuenta de que la misma ambigüedad continuaba en el interior.

—Soy el oficial Dilley —dijo Geoff mostrando su placa—. ¿Usted es el señor Potish? ¿Vincent Potish?

El hombre vestía un traje de tres piezas, con la corbata firmemente sujeta al cuello. No había nada inusual en ello para tratarse de un martes a mediodía, pero a Geoff le pareció que esto resultaba más bien pomposo y formal, a menos que no se tratase de Potish.

Sin embargo, sí se trataba de él.

—Así es. Gracias por venir. Por favor, sígame al estudio; ahí está mi esposa.

Vincent Potish condujo a Geoff por un breve pasillo hasta llegar a una habitación repleta de libros donde frente al único y gran ventanal se hallaba sentada una dama cuya edad oscilaba alrededor de los 45 años. Vestía un traje deportivo de color rosa que o bien era nuevo o estaba por completo intacto a la sudoración.

—Querida, éste es el oficial Dilley. Mi esposa, Stasia.

Stasia Potish extendió una mano cuidadosamente arreglada, sin ponerse de pie.

—Gracias por venir, oficial, ¡esto es tan… tan terrible!

Apenas por un instante, por un brevísimo instante, el elegante porte de Stasia Potish se desdibujó, lo cual probablemente hubiese pasado inadvertido para Geoff de no haberse percatado vagamente de cierta sensación de incomodidad con relación al lugar.

—Verá, nuestra hija se fue a trotar esta mañana en esa dirección —dijo la señora Potish señalando vagamente con su mano perfectamente arreglada hacia la ventana—. Geoff levantó la vista en dirección a la boscosa colina que dominaba sobre Deer Trail Estates. Como él había podido darse cuenta, ésa era una de las pocas casas de la subdivisión donde el final del terreno empalmaba con la base de la colina. Él sabía que eso sólo podía significar una cosa: dinero, pues para tener una vista así había que pagar por ello. Aunque, por otro lado, la casa también se hallaba cerca de la carretera principal. En los breves segundos que siguieron, él estaba seguro de haber escuchado las máquinas con las que se había topado minutos atrás.

—Ella se subió a un auto —prosiguió la señora Potish—. Bueno, en realidad no a un auto, sino a un jeep. A un vehículo deportivo.

Esto último lo expresó con tal vehemencia, y sin ninguna razón aparente, que tomó a Geoff totalmente fuera de balance.

—Era azul y blanco. Bueno, azul y crema. Azul marino y crema. Estos detalles son importantes, ¿o no? Era un Nissan Pathfinder.

Geoff se quedó sorprendido, e impresionado, ante la cantidad de detalles, aunque no se lo hizo ver. Se acercó entonces más hacia la ventana y vio para afuera.

—Lo siento. Stasia Potish continuaba hablando. —Debí haberle ofrecido que se sentara, pero es que todo está tan lleno de polvo. Son esas terribles obras que están haciendo en la carretera. Ya llevan más de una semana de estar ahí trabajando día con día. No podemos sentarnos en ningún lado sin que primero tengamos que desempolvar.

Geoff observó a su alrededor. Realmente todo estaba invadido de polvo. Había polvo en la repisa de la chimenea y en la losa de cerámica del frente. Incluso él podía ver sus propias pisadas. En la lámpara que estaba a un lado de la señora Potish había una uniforme película polvosa, casi perfecta; otra cubría el antepecho de la ventana; lo libreros lucían especialmente sucios. Geoff pudo ver cómo alguien había limpiado el respaldo de la silla que ocupaba Stasia Potish, olvidándose de sacudir una de las esquinas.

—De cualquier forma, prefiero estar de pie —dijo él—. Tal vez… —trataba de proceder con tacto—. Tal vez usted quiera referirme la secuencia de eventos desde el principio.

—La señora Potish tomó un hondo respiro.

—Empieza por hablarle de la discusión, querida. —Era la voz de Vincent Potish. Había retrocedido hacia la entrada después de haber presentado a Geoff y ahí había permanecido sin decidirse a entrar.

—Ah, sí, la discusión —dijo suspirando la señora Potish—. Los hijos adolescentes. Son tan difíciles. ¿Tiene usted hijos, oficial? —Ella no esperó a que Geoff le respondiera—. Serena tiene 16 años. Esta mañana tuvimos una desavenencia sobre… bueno, fue algo de lo más trivial. ¿No son estas cosas siempre tan triviales, oficial?

Al pronunciar ella la última frase, pensó Geoff que tal vez la señora Potish todavía tuviese que usar su nombre, pero ese punto quedó opacado por la mirada que ella le dirigió a su esposo. Ahora resultaba evidente que Vincent Potish no era un testigo imparcial en la situación.

—Serena salió de la casa muy molesta —prosiguió Stasia Potish—, pero como de cualquier forma ella iba ir a correr, no le presté mucha atención al asunto. La típica conducta de los adolescentes, tenía casi una hora de que se había ido y fue entonces cuando la vi subirse a ese auto; el jeep. Allá.

Dirigió la vista hacia la colina.

—Éste es otro detalle: mi hija jamás va a correr ahí.

Geoff vio hacia la colina a través de la ventana.

—¿Está usted segura de que se trataba de su hija? Es una distancia considerable de aquí hasta allá.

—Ella tiene un traje deportivo de color rosa como el mío. Fuschsia, por cierto. Y tiene el pelo rubio. Además…

—Se refiere a éstos —en ese momento interrumpió Vincent Potish, portando en la mano unos binoculares de gran tamaño—. Mi esposa es la J. J. Audubon de Deer Trail Estates.

En ese momento se disipó toda duda en cuanto a la tensión que pudiese haber entre la pareja, ya que él no había hecho el menor intento de disfrazar el sarcasmo.

—Aquí es donde me siento, oficial —dijo la señora Potish en tono fatigoso—. Frente a la ventana. Desde aquí observo los pájaros. Es mi pasatiempo. Sabe, el mejor momento para hacerlo, es en las primeras horas de la mañana. Dicen que por aquí se ha visto un pinzón europeo… y… bueno, yo jamás he logrado ver uno. —Después de decir esto, se quedó callada.

—¿Y usted tenía los binoculares cuando vio que su hija se subió al… mmm… Nissan Pathfinder?

—No hay duda de que fue ella —contestó la señora Potish—. Vi todo desde aquí; a través de los binoculares, así es.

—Ya veo —dijo Geoff, y enseguida se sumió en un silencio. Después de aproximadamente un minuto, agregó—: Discúlpeme —dijo—, voy a hablarle a mi sargento. Quizá él deba organizar más elementos para llevar a cabo la búsqueda.

Avanzó con paso rápido hacia la puerta y luego se detuvo.

—Ah… dispénseme. Esto parece ser tan… tan chauvinista… pero… ¿está segura de que se trataba de un Nissan Pathfinder? Mi experiencia me dice que… bueno… que por lo general las mujeres no ponen mucha atención a este tipo de detalles.

—Vincent se dedica a los autos, oficial. Los vivimos y aspiramos todo el tiempo aquí.

Nuevamente sarcasmo, y también sin el menor intento de disfrazarlo. Geoff se daba cuenta de que había problemas en esa casa. O a menos que a él le estuviesen haciendo creer que los había.

Unos segundos después, le hacía esa observación al sargento en turno a través del radio de su auto.

—Es indudable que ellos no se pueden ver —dijo él—. O bien que sean muy buenos representando su papel, lo cual es una posibilidad —le hizo ver al sargento—. Ya que su versión de los hechos se viene abajo.

¿Qué quiere decir Geoff Dilley con “su versión los hechos se viene abajo”?[19]