Caso 13
El caso de la tarjeta de crédito extraviada

Fuera de su propia madre, Julie Iseler era probablemente la única persona que sabía cómo distinguir a los gemelos Saint. Por lo visto su padre era incapaz de hacerlo, y ciertamente nadie más podía, excepto quizá Tammy Hayward quien, al igual que Julie, solía cortarles el cabello de vez en vez. La clave era que Peter Saint tenía una doble coronilla, un doble “remolino” a veces se le llenaba, y su hermano Paul sólo tenía una sola.

La coronilla de ambos chicos hacía que resultase excepcionalmente difícil hacerles un corte adecuado de cabello. Si se los dejaban demasiado corto, el cabellos en la parte superior de sus cabezas se proyectaba en todas direcciones. Por el contrario, si se los dejaban muy largo, los remolinos tendían a dictar lo que sucediese con el resto de la cabeza. Esto, de cualquier forma, era académico. Los gemelos Saint, Peter y Paul, usaban el cabello corto, y ésa era una de las pocas batallas, quizá la única que su madre lograba ganar con regularidad.

Sin embargo, los problemas asociados con el arreglo periódico de las cabelleras de los chicos Saint no eran las únicas consideraciones que pesaban en los pensamientos de Julie esa mañana mientras echaba un vistazo a las citas del día. (Los gemelos estaban programados para justo antes del mediodía.) En efecto, su cabello era difícil de cortar, pero, bueno, Tammy podía encargarse de uno y ella del otro. Lo que hacía parecer tan largo el día que se avecinaba —ella volteó a ver el reloj y apenas eran las 8:50 A.M.— era que la visita de los Saint no era algo que contribuyese a alegrarle a uno el día.

“Los hijos de Satanás” —era el mote que les había dado uno de los clientes regulares de Julie—, y muy bien podía decirse que ésta era una frase amable, ya que el par hacía todo lo posible por refutar lo limitado del calificativo. Tenían sólo nueve años de edad, eran la copia exacta uno del otro, incluso hasta en la infinidad de pecas que tenían en el rostro, y por sí mismos ya se habían ganado una reputación que garantizaba un estremecimiento ante la noticia de su inminente llegada.

Eran bien conocidos en la estética “Hair Apparent” y se les veía con precaución, con justificado motivo. La primavera anterior, uno de ellos había pellizcado a Julie en el momento en que se agachó a recoger unas tijeras. Fue así como ella descubrió que, a diferencia de su hermano, Paul era zurdo. Durante esa misma visita, Peter casi rostiza a la señora Horschak al poner clandestinamente la secadora de campana en la temperatura máxima y reajustar el reloj. “Un problema al cuadrado” era una metáfora demasiado suave para referirse a Peter y Paul Saint, y ya nadie la usaba.

La puerta del frente de “Hair Apparent” se abrió de pronto y la corriente de aire sacudió los muros divisores que pendían del techo. Era Tammy.

—Lo siento —dijo Tammy sonriendo apenada—. Fue mi auto.

Para ella, trabajar con Julie significaba su primer empleo de tiempo completo. Asimismo, estaba orgullosa de su primer auto, el cual, a menos que su récord cambiase, estaba próximo a convertirse en su ex auto.

—No te preocupes, Tammy —le contestó Julie devolviéndole la sonrisa—. Las dos mujeres se llevaban especialmente bien, y el solo hecho de verla entrar había bastado para que Julie recuperase su innato buen humor. Sin que la sonrisa se borrase de su rostro, observó cómo Tammy colgaba su chaqueta de nailon, y luego se golpeaba el brazo en la pared divisoria más cercana.

La sonrisa se convirtió entonces en una carcajada.

—Veo que tú tampoco te puedes acostumbrar a estas cosas —le dijo Julie—. No te sientas mal. Esta mañana yo misma choqué contra la que está por la caja. Pero te alegrará saber que la gente de EPS va a venir esta tarde a fin de acomodarlas en la posición adecuada.

EPS eran las siglas de Elegante Pero Seguro, un servicio de decoración que Julie había contratado para llevar a cabo la primera renovación de su salón. Ni ella ni Tammy estaban especialmente complacidas con los resultados. Antes de las modificaciones, Julie podía trabajar en su silla, que ocupaba el centro de una serie de tres y a través de cualquiera de los grandes espejos que había delante de las sillas, vigilar la puerta del frente, el área de espera, la caja registradora, e incluso los dos lavabos y la silla de reserva, que en esa secuencia ocupaban la pared situada a su izquierda.

Pero con las nuevas divisiones colgantes cambió todo eso. Suspendidas por cadenas del techo, estas enormes piezas formaban una especie de muro entre el área de trabajo y el área de espera. La idea, admitía Julie, tenía cierto sentido. De alguna manera, los paneles permitían obtener dos habitaciones de un recinto grande. Asimismo, facilitaban el tránsito, al menos en teoría, ya que al avanzar de lado era posible deslizarse entre los paneles y “caminar a lo largo de la pared”. Y el verdadero beneficio, supuestamente, era que estos paneles estaban especialmente tratados a fin de poder obtener una especie de visión translúcida desde uno de los lados, mientras que desde el otro la superficie era reflejante. La finalidad de todo esto era que los clientes de Julie y Tammy pudiesen gozar de una sensación de privacía en las sillas, al tiempo que permitía a las dos estilistas poder ver hacia la entrada y a las áreas de espera.

Espléndido. Sólo que los trabajadores habían colgado los paneles del lado equivocado. Los clientes que se encontraban en el área de espera podían ver hacia la zona de trabajo, pero la única forma en que Julie podía verlos desde su silla del centro, a reserva de retroceder unos cuantos pasos y asomar la cabeza por el muro, era a través de su espejo y luego por el espejo que había frente a la silla de reserva en la pared lateral. En absoluto se podría decir que esto era seguro. Y ni que Julie ni Tammy tenían la certeza de que tampoco pudiese resultar elegante.

—Tammy, en unos minutos vas a tener a la señora Goodman. —Había llegado el momento de empezar a trabajar—. Viene por un permanente. Y hay toda una fila de niños, lo cual es de esperarse, pues ya estamos en vísperas del regreso a clases.

—¡Ah, sí, claro! —dijo Tammy al tiempo que se le ensanchaban los ojos—. Va a ser muy extraño ver a todo el mundo ir, ¡sin asistir una misma!

Julie no escuchó su comentario, pues se hallaba absorta examinando su libro de citas.

—George, del banco… cualquiera de nosotras puede atenderlo. Viene por lavado y corte de cabello. Como siempre, tendrá prisa por irse. La señora Morelli, los gemelos Saint, luego…

Tammy intervino en ese momento: —¿Te enteraste de lo que esos chicos hicieron en el autobús escolar del curso de verano? ¡Le quitaron las tuercas al asiento del conductor, mientras él iba manejando! No me explico cómo lograron hacerlo. Bueno, lo cierto es que en el momento en que el chofer frenó fue a caer ¡justo debajo del eje de la dirección! Es un milagro que no…

Los muros divisorios se mecieron en armonía con el abrir de la puerta del frente. La señora Goodman había llegado para que le hiciesen su permanente. Tanto Julie como Tammy acudieron a recibirla. En ese momento se desvanecieron los pensamientos acerca de los gemelos Saint, pues la señora Goodman era su favorita entre las clientes de edad. Para ambas, ella era “simplemente una muñeca”.

—¡Oh, Dios mío! Veo que han cambiado aquí las cosas —dijo la anciana mujer en su estilo dulce y sincero. En realidad, ella era una muñeca—. Bueno, no importa, querida. —Había vuelto su atención hacia Tammy—. Tú sigues aquí y eso es todo lo que importa. ¿Empezamos?

Tammy condujo a la señora Goodman a su silla, situada a la derecha de la de Julie. En ese momento, la puerta volvió a abrirse de nuevo y los muros divisorios volvieron a sacudirse. Se trataba de una madre acompañada de sus tres hijos muy pequeños. Por unos instantes, Julie se quedó perpleja. Sólo uno de ellos parecía estar en edad escolar. Ah, por supuesto, los Beaumont. El más grande de ellos iba a entrar al jardín de niños. Por consiguiente, se trataba de un corte de cabello sumamente importante.

Ésa era la última oportunidad para entregarse a la contemplación porque a partir de ese momento iban a estar ocupadas al cien por ciento. Para cuando llegó George, del banco, para recibir su tratamiento, tanto Julie como Tammy se encontraban con una cita completa de retraso.

Y para colmo, los Saints llegaron a tiempo.

Julie se asomó rápidamente por uno de los muros para explicar que estaban un tanto retrasadas en cuanto a sus citas, quizá cuestión de unos 15 minutos.

—Oh… oh… ahora… este… —la señora Saint vivía permanentemente al borde de una crisis nerviosa, y las noticias de Julie amenazaban con precipitarla más rápido hacia ella.

—Oh, Dios mío. Bueno… oh… está bien… está bien… Esto es lo que vamos a hacer.

La señora Saint sólo hablaba en la primera persona del plural. Ella también tenía la costumbre de oscilar a partir de la cintura en una especie de meneo oval muy parecido al ritual de apareamiento que siguen algunas grandes aves acuáticas. El meneo empezó a conducirla casi flotando en dirección de la puerta.

—Tenemos un asunto pendiente, así que nos podemos encargar de eso ahora. Muy bien, chicos, nosotros no vamos a levantarnos de esas sillas, ¿no es así? —Entonces, dirigiéndose a Julie, agregó: ¿15 minutos, no es así? Ya regresamos.

Julie retrocedió unos cuantos pasos. Los chicos no estaban prestando ni la más mínima atención a las indicaciones que les había hecho su madre. Uno de ellos se ocupaba con todo cuidado de delinear, con un marcador rojo de punta suave, el “tatuaje” de un dragón que le habían teñido a su hermano en la parte interna del codo. De vez en vez volteaba a ver el que tenía su hermano en el brazo a fin de asegurarse de que la copia fuese precisa. Al parecer los Saint habían visitado de paso la tienda de artículos misceláneos Unter’s, ya que el tatuaje era de ésos, de tipo adherible que suelen venir en los paquetes de goma de mascar. Pese al cierto grado de preocupación que ella experimentaba por algo más que pudiera ocurrírseles hacer con el marcador rojo, Julie no pudo dejar de notar la similitud en la obra artística realizada por los dos chicos.

Se volvió a dar la media vuelta para dar los toques finales al corte de cabello de George, y casi al mismo tiempo se fue a estrellar contra uno de los paneles. El consiguiente sonido sordo del impacto sobresaltó a todo el mundo excepto a Peter y Paul Saint. Ellos ya se habían levantado y mudado de sillas en el preciso instante en que su madre salió del lugar. Utilizando una silla vacía entre ellos como superficie de trabajo empezaron a desenvolver un número tal de barras de chocolate que bien podría haber bastado para abastecer de por vida a toda una generación de alumnos.

Nada de esto legró molestar a Julie por un solo instante. Tenía que terminar de arreglar a George y ahora las cosas se estaban retrasando todavía más. Con toda esa actividad, ella estaba a punto de llegar al desgaste total y en ese momento para colmo de males, sonó el teléfono.

Un detalle que había sugerido EPS, y que con toda seguridad iba a aceptarse en definitiva, era el hecho de colocar el errante teléfono a espaldas de la silla en la que trabajaba Julie. Esta innovación significaba que ella podía contestar las llamadas sin necesidad de abandonar a su cliente; y gracias al enorme espejo, ella ni siquiera tenía que perder el contacto ocular.

Le dirigió a George una mira de “ya sé que esto va a tomarse más tiempo del acostumbrado” en el momento en que tomó la bocina y se la acomodó en el hombro para hablar. De esta manera le quedaban libres ambas manos para poder continuar con él.

—¿Quién habla, Julie o Tammy? —era la cálida y fácilmente reconocible voz de la señora Goodman—. Jamás puedo distinguirlas por teléfono.

—Habla, Julie, señora Goodman. ¿En qué puedo ayudarla?

—Oh, gracias, querida. Tengo la impresión de que dejé mi tarjeta de crédito en su salón. No la encontré en mi bolsa al llegar a casa. Pienso que fue en el momento en que…

Automáticamente, Julie alzó la vista tratando de localizar antes que nada la caja registradora. ¡Justo ahí! Una tarjeta de VISA precisamente en el reborde del cajón del dinero, debajo de las teclas. Es curioso que los chicos no la hubiesen visto antes.

—Sí, aquí está, señora Goodman. Estoy segura de que se trata de la suya. Mire, cuelgue unos segundos, y yo… ¡yo le llamo a usted!

—¡Tammy! —Julie colocó el teléfono en el anaquel que se hallaba debajo del espejo y tomó la secadora de mano. No quería que George escuchase lo que iba a decir, así que la encendió cerca de su oreja.

—¡Esos chicos Saint! —le dijo ella a Tammy—. Paul el que tiene un solo remolino, tomó de la caja registradora la tarjeta de VISA de la señora Goodman. Acabo de verlo por el espejo. ¡Vamos rápidamente hacia ellos a fin de quitárselas antes de que su madre regrese, o de lo contrario a ella le va a dar un ataque! Simplemente párate frente a Peter mientras yo me encargo de quitarle la tarjeta a Paul.

—¿Cómo sabes que fue Paul? ¿Acaso volteó la cabeza? —dijo Tammy con apremio.

—¡No! —respondió Julie—. ¡Fue por el tatuaje! Se deslizaron a lo largo de la pared, Tammy por delante.

—¡Pero es que ambos tienen un tatuaje! —dijo susurrando pero con mucha intensidad.

Julie mostraba calma a la vez que decisión.

—Fue Paul —dijo ella.

¿Cómo es que Julie puede estar tan segura de su identificación?[13]