Caso 26
Nada malo con Helena, Montana

En lo que tocaba a Steve Fleck, el único inconveniente de trabajar en Helena, Montana, se compensaba con creces ante las muchas ventajas que el empleo le ofrecía. Éste consistía en que jamás podía practicar su alemán, o su francés, ni tampoco ejercer el dominio que tenía de dos dialectos húngaros, amén de que esta notable capacidad lingüística tampoco se le reconocía en su salario, ni se le consideraba como un valioso recurso dentro del departamento. Todo lo contrario… los idiomas extranjeros, incluso aquí en el aeropuerto, sólo eran causa de asombro. Justo el mes pasado, cuando Steven había recibido una llamada telefónica en la sala de empleados, procedente de su hermano en Uftenheim, y los dos se habían explayado, en alemán, en torno a chismes de familia, todo el personal se había agrupado para presenciar el espectáculo.

Pese a todo esto, Steve había logrado hacerse a esta pequeña desventaja desde años atrás. Si bien reconocía que Helena resultaba un punto un tanto secundario dentro del gran esquema internacional de vuelos, también era cierto que ser el jefe de seguridad del aeropuerto en esa ciudad obraba mucho más positivamente en su estado nervioso que el hecho de desempeñar esas mismas funciones en Frankfort. Ahí jamás había llegado a acostumbrarse a ver a los soldados, yendo y viniendo en parejas, y con las ametralladoras al frente listas para disparar. Normalmente estos soldados se hallaban a su cargo, pero él sabía que en principio dependían de la jerarquía militar. Por otra parte, nadie le hacía caso cuando argumentaba que la presencia de los soldados contribuía a incitar a los terroristas más que hacerlos desistir de sus propósitos.

En ese sentido, el aeropuerto Charles de Gaulle en París no resultaba mejor, ya que ahí el número de soldados todavía era mayor, de modo que acabó por renunciar cuando apenas habían transcurrido unos cuantos meses. En cuanto a Heathrow, ni siquiera se tomó la molestia de acudir a la entrevista, una vez que recorrió la terminal asignada a despachar los vuelos hacia Medio Oriente.

No, Helena, Montana, era el sitio ideal. Y aun cuando seguía habiendo demasiadas armas para el gusto de Steve, la mayoría de ellas las portaban en camioneta pickup, en la parte posterior de las casetas. Y en todo caso se trataba de rifles de caza y no ametralladoras. Para colmo, no estaba permitido introducir tales armas al aeropuerto, ni siquiera al estacionamiento. Tal había sido el decreto más impopular de Steve desde que lo designaron jefe de seguridad del aeropuerto, unos seis años atrás, decreto que, por otro lado, había dejado de ser un detalle de consideración cuando todo el mundo se había habituado a la medida.

De hecho, pensó Steve en el momento en que se puso de pie para abandonar su oficina, Helena bien podría ser el único aeropuerto, dentro de su considerable experiencia, en el cual él podía hacer precisamente lo que estaba haciendo justo en ese momento, sin tener cargo de conciencia. Y precisamente eso consistía en salir del lugar mientras la máquina de fax, que se hallaba conectada al Departamento de Inmigración en Washington, se encargaba de imprimir el mensaje que recibía en ese instante. Invariablemente los mensajes que llegaban a Helena nunca pasaban de ser unos cuantos.

Además, Steve estaba por disfrutar uno de los recesos que recientemente se había procurado en ese trabajo. Dos meses atrás había contratado a Meike Verwij para ocupar una plaza vacante en el personal de piso. Así, él podría poner en práctica sus someros conocimientos del holandés, y, por otra parte, fomentar sus inclinaciones hacia la atractiva joven, inclinaciones que ella parecía recibir con su agrado. Meike lo acababa de llamar a través del intercomunicador, desde el área de equipaje, de modo de que el fax podría esperar.

No podría ser mejor momento, pensó mientras bajaba la amplia escalera en dirección a la planta principal. Alcanzó a ver que Meike se hallaba cerca de la barrera de seguridad del área de equipaje y él sabía que en cinco minutos la chica tomaría su receso.

Sin embargo, las expectativas del hombre se desvanecieron a medida que se fue aproximando. Meike denotaba ansiedad en su rostro, en tanto que la mirada del hombre que se hallaba a su lado, lucía, si acaso, siniestra, además de iracunda. Vestía ropas costosas y sus manos estaban cuidadosamente arregladas, además de que toda su imagen se veía realzada por una cabeza de elegante cabello platinado. Al hombre se le estaba deteniendo, y lo aristocrático de su porte hacía que esa afrenta a su dignidad resultase un hecho por demás humillante.

No había duda alguna en cuanto a su detención, pues a las espaldas de él y de Meike sobresalía la figura de Jimmy Whitecloud, el compañero de piso de Meike. Jimmy tenía la reputación de ser el guardia de seguridad de mayor tamaño en todo el ramo. Por su parte, Steve tenía que reconocer que jamás había visto en ningún lugar a alguien tan alto.

Steve adoptó su aire de experto en relaciones públicas conforme se fue acercando a ellos, pero en ese momento Meike se adelantó hacia él y lo condujo hacia un lado. La joven lucía mortificada.

—Tú dijiste que te llamáramos siempre que sospechásemos de algo —le comunicó respirando aceleradamente y viendo a Steve en espera de que éste la secundase en lo que había hecho—. Él asintió, pero su expresión de experto en relaciones públicas ahora se había reducido a un simple fruncir del entrecejo.

—Espero… —Ahora Meike respiraba con mayor rapidez—… espero no haber hecho algo inadecuado en este caso, pero… ¿ves su equipaje?

Cuidando de no ser obvio, Steve se movió ligeramente para echar un vistazo a las dos maletas que yacían a los pies del disgustado hombre. Al igual que sus ropas, éstas eran de la mejor calidad y, si bien no se veían maltratadas, parecían llevar mucho tiempo de uso. Vaya que habían recorrido mundo, sobre todo una de ellas, que ostentaba etiquetas promoviendo sitios tan exóticos como Jakarta, Dubai, Valparaíso y Buenos Aires.

Steve volvió a asentir. En el camino había ido preparando una sencilla frase en holandés, pero con lo acontecido no resultaba ni remotamente apropiada para ese momento. Por otra parte, lo que menos le interesaba ahora a Meike era entrar en parloteos.

—Ya sabes cómo se supone debemos hacer que la gente muestre sus boletos de equipaje —dijo ella—. O sea, ver si coincide el boleto con la tarjeta que identifica al equipaje. Era ese otro de los cambios que Steve había introducido. De hecho, la medida había sido bien recibida por muchos de los viajeros, pues con ella se evitaban multitud de confusiones.

—Sí, por supuesto. —Habló él por primera vez.

—Bueno, pues este hombre no pudo encontrar el suyo. Aunque finalmente lo hizo. Tuvo que registrarse todos los bolsillos. Su pasaporte es de Checoslovaquia, y debe tener no menos de 100 sellos ahí.

Esto alarmó a Steve.

—No me vas a decir que le decomisaron el pasaporte, ¿o sí? No estamos autorizados para…

—No, no. Pero lo que yo he hecho es lo siguiente.

Por primera vez Steve reparó en el pedazo de papel que Meike tenía en la mano.

—Tú dijiste que si veíamos cualquier cosa sospechosa, detuviéramos a la persona en cuestión y te avisáramos, ¿o no es así? —Ahora Meike parecía aspirar con mayor comodidad.

De nuevo Steve se limitó a asentir. Aun contra su voluntad, empezaba a sentirse un poco inquieto. Había ocasiones en que sentía haberse excedido en determinadas cuestiones, y estaba consciente de que en el consejo administrativo del aeropuerto había quienes así lo pensaban. Sin embargo, después de todos esos años de trabajar en aeropuertos europeos, bueno… era algo que simplemente no podía evitar.

—¿Y qué es lo que tienen ahí? —preguntó extendiendo la mano para tomar el papel.

—Su itinerario. —Mike se lo ofreció, pero él optó por no tomarlo, ya que desde ahí podía leerlo fácilmente.

—Me pidió que se lo sostuviera mientras se registraba los bolsillos, al igual que sus anteojos y su pasaporte. Eso fue antes de que se disgustara. Por fuerza tiene que ser un itinerario —agregó Meike—. Mira, la primera fecha corresponde al día de ayer. En ella se especifica un vuelo de Pan Am a Chicago, y luego… —prosiguió señalando la segunda línea—. Holiday Inm, 1-800-525-2242.

Steve podía leer claramente la nítida letra de molde. La segunda fila correspondía al día de hoy, agosto 16, y especifica el vuelo de Northwest Airlines a Helena, Montana, y como hotel, el Best Western, 1-800-528-1234. En la tercera fecha, la línea volvía a ser Northwest, y el lugar Calgary, Alberta: Hilton 1-800-268-9275. Luego, para el 18 de agosto, por Air Canadá hacia Toronto, Ontario, Relax Inn 1-800-661-9563.

La última fecha era el 19 de agosto, y el vuelo era por United Airlines hacia Albania, Nueva York: Howard Johnson 1-800-654-2000. Luego, al final de la hoja, había un renglón con la siguiente instrucción: “Llama siempre entre las 5:00 P.M. y las 8:00 P.M., tiempo del Este.”

Steve se quedó viendo al hombre, quien permanecía al lado de su equipaje y bajo la mirada vigilante de Jimmy Whitecloud. Luego, mirando directamente a Meike, dijo: —Me pregunto si… No, podría ser. No, después de seis años… Yo… Ve y quédate ahí con Jimmy, yo regreso enseguida.

Subiendo los escalones de dos en dos, Steve se dirigió apresuradamente a su oficina y cruzó la puerta en forma por demás intempestiva. Ahora el fax se hallaba en silencio, pero un mensaje de dos horas sobresalía de la ranura de alimentación; Steve lo arrancó de inmediato.

“Alerta, Nivel Dos”, decía “Orden de detención dirigida a las autoridades de inmigración o a las oficinas locales del F.B.I.”. Luego continuaba describiendo la supuesta entrada ilegal a Norteamérica de Gert Neustadt, alias Antón Dobrany, probable caso 21C de ODESSA. En el segundo párrafo se incluía un breve resumen sobre los supuestos crímenes de guerra que había cometido el hombre, así como una lista de los procedimientos para ponerse en contacto con el Departamento de Inmigración.

En la segunda hoja aparecía una composición computarizada del rostro del Gert Neustadt. Obviamente, el fax no podía reproducir su cabello platinado, pero por lo demás, la similitud era incuestionable.

Al cruzar la puerta, Steve sintió un leve hormigueo de satisfacción sabiendo que ahora podría hacer uso de su alemán, sólo que esta vez las miradas serían de respeto. Pero lo que realmente lo hacía sentirse complacido era el hecho de que sí tendría una muy buena razón para invitar a cenar a Meike Verwij.

Definitivamente no había ningún inconveniente en relación con Helena, Montana; ninguno en absoluto.

Es obvio que Meike notó algo sospechoso en el hombre de cabello platinado, lo cual le llevó a notificárselo a Steve Fleck. ¿Qué fue exactamente eso?[26]