Caso 23
El caso del revólver extraviado

Gary Westlake trató de hacer memoria para recordar quién había sido el último en manejar la Número 9119. Prácticamente el vehículo había cobrado vida en el momento en que él activó el encendido, lo cual aborrecía en extremo. Uno a uno, fue apagando el radio, los limpiadores, el ventilador, el defroster trasero, mientras aguardaba a que el motor se calentase. Quienquiera que hubiese sido, se percató todavía con mayor fastidio de que incluso tal persona había dejado abierta la puerta de la guantera. Todo esto, más una acumulación de basura en el asiento del pasajero: envolturas de goma de mascar, una andrajosa gorra (ciertamente no se trataba de un artículo reglamentario pero había ocasiones en que los usaban los policías de caminos), una linterna que debía haberse vuelto a colocar en su soporte bajo el tablero, y lo que al parecer se trataba de un informe de accidente lleno a medias, y que por descuido habían olvidado ahí.

Con una mano, Gary levantó toda esa basura y la arrojó al asiento posterior.

—Hay un papanatas en este departamento —dijo en voz alta—, que va a lamentar seriamente que el jefe haya tenido que usar una patrulla el día de hoy.

Gary había desarrollado una verdadera pasión por el orden y la limpieza. Incluso al accionar dos veces el interruptor del transmisor, ya había empezado a planear, incluso a saborear, la esencia de la anticipada reprimenda.

—Adelante. —Al menos el despachador central estaba haciendo exactamente lo que se suponía era su trabajo.

—Aquí, Westlake. En este momento estoy saliendo del estacionamiento. Espero estar de regreso hacia las 3:00 P.M. Si hay algo…

—¡Jefe! Justo en este momento íbamos a tratar de localizarlo entre todos. Lowinski lo necesita. Dice que es urgente.

Por un momento, Gary pensó en la posibilidad de hacer caso omiso de la petición. Los nuevos elementos de la policía de caminos generalmente no saben distinguir entre los casos verdaderamente urgentes y las situaciones de simple impaciencia. Además él tenía un punzante dolor de muelas.

—Pásenmela —contestó con desgano—. Él sabía que no podía abrigar la idea de pasar por alto la llamada de un novato.

Casi al instante, la joven mujer policía se puso en contacto.

—¿Señor? ¿Jefe Westlake? —Gary aborrecía la costumbre que tenía Lowinski de hablar en forma interrogativa. Eso la hacía sonar como una adolescente, lo cual, pensándolo bien, ella casi lo era. Apenas tenía 21 años.

—Sí, habla el jefe Westlake —trató de no sonar grosero, pero es que realmente le dolía la muela.

—¡Ah! ¿Jefe? ¿El caso Packers? ¿Creo que tengo algo? ¿Usted sabe, la pistola? ¿El revólver extraviado? ¿Una Smith & Wesson .38, no es así? Aquí tengo detenido a un tipo. Es mejor que… este… ¿quiere usted venir a verlo personalmente?

El caso Packers se refería a un asesinato sin resolver, el primer asesinato, resuelto o sin resolver, registrados en los siete años desde que a Gary lo habían designado como jefe. Uno de los eslabones faltantes era el arma con la cual se había cometido el asesinato. El informe de balística les había proporcionado esos datos acerca del arma, pero era lo más a lo que habían podido llegar en relación con este caso.

—Calma, calma, Lowinski —dijo Gary, tanto para sí como para la joven patrullera. Pese a todo, no pudo de dejar de sentir cierta emoción, aun con su dolor de muelas y el desorden que había encontrado en la 9119—. Antes que nada, ¿en dónde te encuentras?

—Al parecer, Lowinski no iba a calmarse.

—¿En King Road? ¿Hacia el este? Estoy en… en… —La voz se hizo un poco más tenue, y luego volvió a recuperar su volumen—. Estoy… estoy frente al 414, ¿de acuerdo? El 414 de King Road.

—Muy bien, aguarda un poco. —Gary tomó un hondo respiro y pensó durante unos instantes. Una Smith & Wesson .38 difícilmente era un arma fuera de lo común. Si tan solo se trataba de un caso de portación de arma sin permiso, entonces lo mejor era dejar que la propia Lowinski se encargara del asunto. Sería una buena experiencia para ella. Pero entonces…

—Lowinski. ¿Te encuentras bien? ¿Necesitas ayuda?

—No señor. Estoy bien. Tengo al sospe… quiero decir, tengo un posible arresto abordo de la patrulla. No tengo ningún problema, ¿de acuerdo? ¿Cree usted que deba llevarlo a la estación?

—No. ¡Sí! Quiero decir… aguarda un momento Lowinski.

El dolor de muelas de Gary, que había estado yendo y viniendo en oleadas, estaba retomando fuerza para otra embestida. Él se preparó a recibirla, pero por el momento no se presentó.

—Este… ¿Lowinski? ¿La Smith & Wesson? ¿Qué hay de raro en la relación con esa arma? —Gary se preguntó si en realidad estaba él también empezando hablar en interrogativo.

—El hombre no tiene licencia para portarla.

Gary estuvo a punto de lanzar un gruñido.

—Lo detengo unos minutos, ¿sí? No le funcionaban las luces traseras. Y creo que percibo cierto olor a licor, ¿sí?

—De acuerdo —respondió Gary muy a su pesar.

—Entonces, emprendo la revisión de rutina. Abro la cajuela. Y ahí está. En el interior. ¿La pistola?

Pensó Gary que Lowinski no sólo hablaba de forma interrogativa, si no que acostumbraba a decir todo en presente.

—¿Y qué te hace pensar que esto tiene algo que ver con el caso Packers? —le preguntó él.

—El revólver Smith & Wesson, ¿no es así?

—Lowinski, ya hemos hablado de eso. —La oleada de dolor sólo le había molestado ligeramente, pero ahora le atacaba con fuerza.

—¿Sí? ¡Pero precisamente por eso! ¡El tipo dice que se la encontró! ¿Una mañana como ésta?

Si hubiera sido cualquier otra cosa, fuera del caso Packers, Gary se habría encargado de hacer una segunda nota mental: arreglar que Lowinski tomara una terapia para mejorar su forma de hablar, pero en lugar de eso respondió: —¿La encontró? ¿Dónde?

¿Conoce la construcción que hay sobre King Road? ¿A la afueras de la ciudad? ¿Hacia el este? ¿Rumbo a Nobleton? ¿Justo al pie de la colina?

—Lowinski, ¡sé dónde queda ese lugar! Una frase interrogativa más encima de su dolor de muelas y Gary se hubiese salido del camino.

—Bueno, pues el tipo dice que la encontró sobre uno de los grandes lodazales que hay ahí, ¿sí? El tipo se imagina que alguien la arrojó. ¿Así que él la recoge? Dice que no había tenido tiempo de entregarla a la policía, ¿sí?

Gary se oyó a sí mismo responderle: Y entonces tú lo subiste abordo de la patrulla, ¿no es así? Cualquiera que haya sido la respuesta de Lowinski, él no logró escucharla. Se hallaba absorto contemplando su rostro en el espejo retrovisor.

—Lowinski, has hecho bien —le dijo finalmente—. No te muevas de ahí. Llegaré en dos minutos.

Movió la palanca a la posición de Drive, pero antes de acelerar, limpió con su mano enguantada una impresión digital que había en el cristal del velocímetro. Más suciedad, pensó.

—¡Lowinski! ¿Aún sigues ahí?

—¿Sí? ¿Jefe?

—Lowinski, ¿qué auto traías el día de ayer?

—El número 8228. El que siempre traigo. ¿Por qué?

—Por nada, olvídalo.

¿Por qué decidió Gary Westlake soportar su dolor de muelas e incomodidad para investigar un poco más a fondo el arresto potencial que había realizado Lowinski?[23]