RYLIN

Las deportivas de Rylin golpeteaban a un ritmo frenético el pavimento de la pista de atletismo exterior.

Le encantaba salir a correr allí afuera, en la cubierta, más allá de las canchas de baloncesto, de las piscinas y de los parques infantiles. Pero hoy se le estaba haciendo tremendamente monótono, o tal vez doloroso. Por mucha distancia que recorriera, el horizonte no parecía cambiar nunca, como si la sensación de que avanzaba fuera producto de su imaginación.

Aun así, siguió adelante, porque incluso una carrera inútil le reconfortaba más que quedarse quieta. Al menos, si se movía, el aire le acariciaba la piel humedecida por el sudor, aplacaba el calor que palpitaba dentro de ella. Corrió cada vez más rápido, hasta que los tendones de las corvas empezaron a arderle y notó que le salía una ampolla en el tobillo izquierdo. Más adelante había un estanque donde un grupo de niños pequeños se divertían con unos aerodeslizadores en miniatura, una flotilla de juguetes con banderas coloridas que ondeaban al son de la brisa.

Por lo general, al llegar a este punto, daba media vuelta. Pero hoy decidió seguir adelante. Quería correr hasta que hubiera exudado toda la rabia que llevaba dentro desde la noche anterior, si algo así era posible.

Le costaba creer lo que Cord había hecho. ¿Cómo se atrevía a entrometerse en su relación con Hiral? Era tan típico de él, de los encumbrados, creer que podía moldear el mundo a su voluntad. Qué asco, que hubiera recurrido al dinero para intentar quitar de en medio los obstáculos que los separaban.

Recordó el viaje en la Lanza del cielo, el modo en que sus cuerpos se entrelazaban bajo el resplandor del amanecer, y de pronto se sintió avergonzada. Ahora que sabía lo que sabía, ya no le parecía un momento mágico. De hecho, le hacía sentirse bastante ordinaria.

No podía seguir así. Se acabó el estar todo el día pensando en Cord y en Hiral. Ella era más que la suma de los chicos a los que había querido. Se negaba a permitir que fueran ellos quienes la definieran.

Sus lentes de contacto se iluminaron con un toque entrante.

El aviso inesperado la hizo tropezar, pero logró recuperar el equilibrio antes de caerse. Dio media vuelta y continuó andando en dirección al estanque. Los reflejos de la luz del sol retozaban en la superficie.

Titubeó un momento antes de ceder y aceptar el toque.

—Hiral. Creía que habíamos acordado no hablar —respondió en un tono amargo mientras se dejaba caer en uno de los bancos.

—Chrissa se ha puesto en contacto conmigo. Me ha dicho que debería mandarte un toque.

Rylin se estremeció. Se había pasado toda la mañana dando vueltas por el apartamento, suspirando con rabia, hasta que Chrissa la obligó a contarle lo que le pasaba. «Creo que tendrías que hablar con Hiral», le había recomendado. A lo cual Rylin respondió calzándose las deportivas y saliendo a correr.

—Muy propio de Chrissa —masculló.

—Entiendo. La hermanita pequeña, otra vez entrometiéndose —dijo Hiral. Rylin captó un asomo de preocupación a pesar de su tono desenfadado.

Deseó con toda su alma poder enfadarse con él, cabrearse de verdad. Pero comprobó que no era capaz.

—¿Qué tal por allí? —preguntó, porque, al margen de lo que hubiera ocurrido entre ellos, quería siguiendo saber si Hiral estaba bien.

—De maravilla, a decir verdad. —Rylin lo notó muy emocionado—. He terminado la formación y he empezado a trabajar en los criaderos de algas. El único inconveniente es que he empezado a ingerir muchas más verduras de las que me gustaría. Creo que hasta el sudor se me ha vuelto verde.

—Qué asco —resopló Rylin al imaginárselo.

Hiral guardó silencio un momento.

—¿Qué era eso de lo que Chrissa quería que habláramos?

—Ya no importa.

—Como quieras —dijo él, sin creerla del todo—. Aunque, por si te sirve de consuelo, lo siento. Siento todo lo que te he hecho pasar. Sé que sigues molesta conmigo por haberme ido sin avisarte con antelación. Pero también sé que fue lo mejor para los dos.

—Empieza a tocarme las narices que todo el mundo me diga lo que es mejor para mí, sin molestarse en consultármelo —respondió ella sin poder contenerse.

—¿Problemas en el paraíso con Anderton?

Esto sí que se le hacía extraño, hablar de Cord con Hiral.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé porque te conozco, Ry. Me di cuenta aquella tarde en el centro comercial, cuando estábamos trabajando en vuestro absurdo proyecto; intenté ignorarlo, pero era inútil. Se te iluminaba la cara cada vez que os mirabais. Conozco esa expresión. —La voz de Hiral llegaba muy débil a los audiorreceptores de Rylin, algo que de pronto le hizo tomar conciencia de la vasta distancia que los separaba, de que Hiral se encontraba al otro lado del mundo—. Lo sé porque antes era a mí a quien mirabas de ese modo.

Rylin formó una visera con la mano, desconcertada. El sol se volvía más brillante por momentos.

Hiral no añadió nada más; dejó que el silencio se alargara, aunque solo Dios sabía lo caros que le estaban costando esos minutos.

—Cord me ha dicho que te ayudó a dejar la ciudad —dijo Rylin al cabo.

—¿Te has enterado? —preguntó Hiral, con un cierto tono de culpabilidad que ella no pasó por alto—. Lo siento. Por favor, no me lo tengas demasiado en cuenta. No tenía otro remedio.

Rylin se tomó un momento para asimilar su petición.

—¿Que no te lo tenga demasiado en cuenta?

—El haber actuado a tus espaldas, el haberle pedido a tu exnovio que me ayudara a salir del país. ¿No es eso por lo que estás molesta?

—Espera… ¿Fuiste tú quien decidió hablar con Cord?

—Sí, claro. ¿Qué pensabas, que Cord me sobornó para que me marchara o algo así? —Ante el silencio de ella, Hiral tomó aire—. Rylin, tienes que dejar de desconfiar tanto de la gente.

—Yo no…

—Es porque llevas años viviendo sola, por tener que hacer de adulta y cuidar de Chrissa. Créeme, lo entiendo —dijo Hiral con delicadeza—. Pero no puedes seguir así. Recelando siempre de los demás, escondiéndote tras el objetivo de tu cámara. A veces es bueno dejar que entre alguien en tu vida.

Rylin sintió el impulso de ponerse a la defensiva, pero sabía que Hiral tenía su parte de razón.

—Mira —prosiguió él—, todo fue idea mía. Fui a ver a Cord y le pregunté si podría conseguirme un empleo y un billete de avión al extranjero. Él insistió en que no quería saber nada del asunto, pero al final lo convencí.

—¿Por qué? Seguro que podrías haber acudido a alguna otra persona en busca de ayuda —empezó a protestar Rylin, pero Hiral la interrumpió.

—En realidad, no, Ry. Encontrar un empleo, sobre todo en otro continente, es casi imposible cuando estás fichado. Necesitaba a alguien con dinero y contactos. Y resulta que Cord es el único multimillonario que conozco. —Resultaba sorprendente que se explicara sin ningún rencor—. Además —continuó—, sabía que se preocupaba tanto por ti que estaría dispuesto a ayudarme incluso a mí.

Los aerodeslizadores de los niños retozaban por el estanque, como libélulas que danzaran en la superficie, sin levantar ondas apenas.

—Pero… —Rylin se interrumpió, impotente. Aun así, ¿no estaba mal que Cord hubiera ayudado a Hiral a abandonar el país y que hubiera ido a buscarla inmediatamente después? ¿Que no le hubiera dicho que había ayudado a su ex a quitarse de en medio?

Oyó un crujido al otro extremo de la línea y unas voces amortiguadas, cuando Hiral le dijo algo a alguien que había allí, tal vez para explicarle que estaba manteniendo un toque con una vieja amiga. Rylin se preguntó si estaría hablando con alguna chica. Se lo imaginó tendido en alguna plataforma de la ciudad flotante, disfrutando de un baño de sol.

Y así, dado que no estaba preparada para dejar de oír la voz de Hiral, le pidió que le contase más cosas acerca de Undina. Casi pudo oírlo sonreír al otro extremo de la línea.

—Lo primero que te llama la atención cuando llegas aquí es el cielo. Parece estar mucho más cerca que en Nueva York, lo cual se hace raro, porque en la Torre uno vive a una altura mucho mayor.

Hiral siguió hablándole, describiéndole su día a día en la ciudad flotante más grande del mundo. Le dijo que estaba en el turno de noche, porque era el que se les asignaba a los novatos hasta que los ascendían. Que trabajaba a tientas, recogiendo las redes de las algas y raspando los brotes, todo en una oscuridad absoluta, para que la luz no dañara a las algas.

Rylin permaneció sentada mientras lo escuchaba, mientras contemplaba el ir y venir de la gente, las aguas mansas del estanque.

—Ry —dijo Hiral, momento en que ella cayó en la cuenta de que llevaba un rato callada—. ¿Sigues enfadada conmigo?

—No estoy enfadada contigo —le aseguró ella. Saltaba a la vista que Hiral era muy feliz con su nueva vida; ella tendría que ser muy mala amiga para no alegrarse por él. El sitio de Hiral estaba allí y el de ella, aquí, en Nueva York.

Lo que no tenía tan claro era con quién encajaba mejor. Una parte de ella seguía amando a Cord, pero no estaba lista para perdonarlo por todo lo que había hecho, y dicho.

—Tengo que irme. Adiós, Rylin —se despidió Hiral a media voz.

Ella fue a responderle con un «nos vemos», pero después cayó en la cuenta de que no sabía cuándo se encontrarían de nuevo, si es que eso volvía a suceder alguna vez.

—Cuídate, ¿vale? —dijo.

Se quedó allí sentada largo rato, mirando el estanque con aire pensativo y el rostro endurecido e indescifrable.