LEDA
Leda acomodó los pies en el sofá de color crema que dominaba el salón de sus padres. Era rígido y picaba, por lo que no invitaba a tenderse en él, aunque seguía siendo su lugar preferido del apartamento. Tal vez porque se ubicaba en medio de todo.
Esta noche estaba sola en casa, viendo una holo antigua, relajándose con aquellos diálogos que se sabía de memoria. Antes, en la escuela, Avery le había preguntado si le apetecería asistir a un acto de campaña en el que sus padres la obligaban a participar, pero Leda había declinado la invitación. Ya contaba con la compañía de Max y, además, no parecía muy divertido.
Se preguntó qué estaría haciendo Watt esta noche, y se regañó a sí misma por pensar en él. Y, aun así… se lo había pasado bien dando una vuelta con él el otro día. Aunque esa vuelta los hubiera llevado a una fiesta improvisada en Brooklyn, con el fin de investigar la muerte de una chica que conocía los secretos más inconfesables de todos ellos.
Desde entonces no habían dejado de mandarse parpadeos, en los que discutían sobre lo que deberían hacer en cuanto al diario de Mariel. Los dos daban por hecho que estaba en el apartamento de los Valconsuelo, aunque no se ponían de acuerdo en lo referente al siguiente paso. Watt quería colarse en el apartamento e intentar robarlo, pero Leda insistía en que era demasiado arriesgado. ¿Y si, en vez de eso, se hacían pasar por amigos de Mariel —sugirió ella— y se inventaban alguna excusa por la que necesitaban registrar su cuarto?
Sin embargo, cada vez que ella mencionaba la cuestión, Watt cambiaba de tema para preguntarle: si lo echaba de menos («no»), si creía que le sentaría bien un corte de pelo («también no»), a qué clase iba («deja de infiltrarte en mi tableta de clase; tengo que concentrarme»). Cuando él interrumpió su sesión de tutoría del examen de aptitud académica, Leda le recomendó con fingida frustración que buscara las respuestas del examen si quería congraciarse con ella.
«¿Y privarte del gozo de saber que sacaste la nota más alta por ti misma? Ni hablar», se opuso Watt. Leda meneó la cabeza, reprimiendo una sonrisa.
Al menos ya no le aterrorizaba quedarse dormida. Seguía teniendo pesadillas, pero no tan espantosas, y le costaba menos despertarse y salir de ellas; sobre todo ahora que cuando abría los ojos veía los parpadeos pendientes de Watt. Había algo de reconfortante en el hecho de que lo tuviera a su lado. Por primera vez desde hacía meses, no se sentía sola.
Un timbrazo sonó por todo el apartamento y Leda levantó la cabeza al instante. No era el pedido que le había encargado a la Bakehouse, porque este se habría entregado de forma automática en la cocina. Se recogió el pelo en un moño alborotado y fue a abrir la puerta.
Watt aguardaba al otro lado, cargado con una enorme bolsa de doble asa que lucía el logotipo de la Bakehouse.
—¿Una entrega para la señorita Cole?
Leda se tragó una risa.
—¿Acabas de piratear mi pedido recién hecho?
—Pasaba por aquí —respondió él, algo que los dos sabían que era mentira—. Pero no te preocupes, he pirateado cosas mucho peores.
Leda cayó en la cuenta demasiado tarde de que llevaba puesta la holgada sudadera de la escuela y las mallas de tecnotextil.
—Perdona. Me habría vestido, pero no esperaba compañía. Aunque tampoco estoy segura de que deba considerarte compañía si apareces sin invitación previa.
—En algunas culturas es una grosería insultar a quien se presenta en tu puerta para traerte comida.
—La diferencia es que tú estás haciendo de robot humano de reparto, y que me has traído la comida que he encargado yo.
—¿Me has llamado «robot humano»? Otra grosería. —Los ojos negros de Watt chispearon con alborozo.
—No es una grosería si es acertado. —Leda cogió la bolsa del pedido y se quedó quieta, pensando en cómo enfocar el siguiente comentario para que sonase de lo más natural—. Ya que estás aquí, podrías quedarte. Siempre pido de más.
—Me encantaría —aceptó Watt, haciéndose el sorprendido, aunque Leda sabía que eso era exactamente lo que él pretendía.
Watt la siguió al salón, puso la bolsa de la Bakehouse en la mesita baja y colocó las cajas desechables sobre la superficie de falso mosaico. Cuando se fijó en la holo, sonrió.
—¿Estás viendo La lotería? —se burló. Leda fue a quitarla, pero él levantó una mano en señal de protesta—. ¡Ah, venga ya! ¡Al menos espera hasta que ganen!
—Eso no ocurre hasta el final —le recordó ella, algo sorprendida por que Watt hubiera visto esta holo. Su madre y ella la habían visto muchas veces, cuando Leda era muy pequeña.
—Menos mal que tenemos toda la noche —contestó Watt. Leda se preguntó a qué se referiría con eso.
Estiró el brazo sobre la mesa para alcanzar una porción de pizza, que después miró un tanto confusa.
—Esta no es mi pizza.
—Modifiqué el pedido. De nada —confesó Watt con descaro.
—Pero…
—No te preocupes, tu incomprensible pizza vegetal sigue aquí. —Deslizó una caja hacia ella—. Pero, en serio. ¿Quién puede pedir una pizza sin pepperoni?
—Eres incorregible. Lo sabías, ¿verdad?
—Ya somos dos.
Leda puso los ojos en blanco y le dio un bocado a la pizza de queso de cabra y espárragos, su preferida. Por alguna razón que se le escapaba, celebraba que Watt hubiera venido a verla esta noche, fueran cuales fuesen sus motivaciones. Le gustaba tenerlo cerca. Como amigo, por supuesto.
Se giró hacia él, espoleada por una curiosidad repentina.
—¿Cómo lo haces? Lo de hackear las cosas, quiero decir.
La pregunta pareció coger desprevenido a Watt.
—Nadia es quien lo hace casi todo. Me sería imposible trabajar tan rápido sin ella.
—A Nadia la fabricaste tú —le recordó Leda—. Así que no le adjudiques todo el mérito a ella. En serio, ¿cómo lo haces?
—¿Por qué lo quieres saber?
—Por nada. —Porque quería entender esta parte de la vida de Watt, esta faceta para la que demostraba tener tanto talento. Porque era importante para él.
Watt se encogió de hombros, se limpió las manos con una de las servilletas sintéticas y apartó las cajas del pedido para despejar la mesa baja. Tocó la superficie, cuyo falso mosaico se desvaneció de inmediato para dejar a la vista una pantalla táctil.
—¿Puedo entrar en el sistema del ordenador de sala?
—No me refería a… No hace falta que hackees nada ahora mismo —balbució ella, confundida.
—¿Y desaprovechar esta oportunidad de darme tono contigo? Ni hablar.
—Conceder acceso —dijo Leda, un tanto desconcertada, y de forma automática el ordenador de sala autorizó la entrada de Watt en el sistema.
Watt enarcó una ceja, con los dedos posicionados sobre la pantalla táctil.
—Bien, ¿a quién le tocará hoy? ¿A alguna de tus amigas? ¿Al chico alemán con el que sale Avery?
Leda consideró la idea de pedirle a Watt que hackeara la página de Calliope que figuraba en los agregadores, o la de Max, o incluso la de Mariel, que todavía se conservaba en las cachés automáticas de la i-Net. Hasta hacía no tanto tiempo, habría aprovechado sin dudarlo la ocasión de destapar nuevos secretos. Así era como Watt y ella se habían conocido: fisgoneando y espiando a la gente.
Sin embargo, Leda había aprendido por las malas lo que sucedía cuando uno se ponía a investigar secretos que no tenía por qué desvelar.
—Muéstrame cómo accediste al pedido de la Bakehouse —le pidió ella.
Watt se arremangó. Leda no pudo evitar entretenerse mirando sus antebrazos.
—Eso es fácil —presumió él. El holomonitor que tenían ante ellos pasó rápidamente de una pantalla a otra mientras Watt sincronizaba el sistema de la casa de Leda con aquello que él emplease—. No hay muchos certificados de autenticidad, por lo que ni siquiera me hace falta pasar por los canales secundarios.
Leda observó fascinada cómo sus dedos danzaban sobre la mesa. Le resultaba cautivador verlo allí sentado, tan tranquilo y rebosante de confianza en sí mismo.
Había olvidado lo atractivo que le parecía cuando se ponía a piratear cosas para ella.
—¿Cómo llegaste a ser tan diestro con los ordenadores? Quiero decir, es un lenguaje completamente distinto —le preguntó, con una admiración que le costaba admitir.
—A decir verdad, los lenguajes informáticos me resultan mucho más fáciles de interpretar que el lenguaje verbal. Al menos los ordenadores siempre te hablan claro. Las personas, en cambio, rara vez dicen lo que piensan. Sería más adecuado que se expresaran por medio de jeroglíficos.
—Los jeroglíficos no eran un lenguaje hablado —dijo Leda distraída, aunque sorprendida asimismo por la idea.
Watt se encogió de hombros.
—De alguna manera esperaba que, al estudiar Informática, podría dejar huella, hacer del mundo un lugar mejor, aunque no fuera de un modo significativo.
«Hacer del mundo un lugar mejor», pensó Leda, que no esperaba esa solemnidad de él. Tal vez la doctora Reasoner estuviera equivocada cuando le insistía en que la compañía de Watt terminaría por resucitar a la sombría Leda de antes.
Tal vez no fuera un desencadenante para ella.
Cuando Watt la miró a los ojos, Leda se ruborizó y bajó las manos para alisar la servilleta que tenía sobre el regazo. Se sentía como si todo su ser fuese energía pura, un torbellino indomable. Como si su cuerpo se hubiera transformado en un manantial de chispas.
Se le aceleró el pulso. Tenía a Watt tan cerca que podía apreciar la forma de arco que tenían sus labios, aquellos que tantas veces había besado. Se preguntó, en parte celosa, cuántas chicas lo habrían besado desde entonces.
Watt se inclinó hacia ella. Algo empezaba a caldearse en la distancia que los separaba, pero Leda ya no sabía cómo sofocarlo, o quizá tampoco quería.
Cuando ella inclinó la cabeza hacia atrás para besarlo, Watt se retiró.
Leda contuvo la respiración, mientras se debatía entre el alivio y una profunda desilusión.
—Leda. —Watt la miraba de un modo que hacía que la sangre le quemase la piel—. ¿Qué es lo que quieres, realmente?
Una pregunta muy sencilla que, sin embargo, no era nada fácil de responder. ¿Qué era lo que quería? Leda se imaginó asomándose al interior de su cerebro y desenrollando sus enmarañados pensamientos como si de una madeja se tratara, en un intento de descifrarlos.
Llevaba toda la vida queriendo ser la mejor. La más lista, la más triunfadora, porque desde luego nunca sería la más guapa, no con Avery cerca de ella. Ese fue el motivo por el que contrató a Watt, ¿no? Para poder seguir ascendiendo por la interminable escalera que la llevaba hacia aquello que perseguía.
Ahora solo quería escapar de la oscuridad que anidaba en ella. Y eso implicaba mantenerse lejos de Watt. O, al menos, así lo creía antes.
—Será mejor que me vaya —dijo Watt sin esperar a que le respondiera.
—Watt… —Leda tragó saliva, sin saber muy bien qué iba a decirle; y tal vez él se diera cuenta, porque meneó la cabeza.
—No pasa nada. Nos vemos. —Sus pasos resonaron mientras salía del apartamento.
Leda se hundió en el sofá dando un suspiro de derrota. Deslizó la mirada hacia la bolsa del pedido, que acercó con apatía, momento en que vio que había otra caja en el fondo, todavía sellada. Se la puso en el regazo y retiró el cierre.
Era un trozo de tarta de chocolate, recubierto por entero de un denso glaseado de queso crema. Su favorita, la tarta que sus padres encargaban siempre por su cumpleaños. Pero ella no la había pedido esta noche.
«Watt». Meneó la cabeza y cogió el pequeño tenedor plegable sonriendo para sí.