RYLIN

También puedes llevarme a algún sitio de Nueva York, ¿sabes? —Rylin descorrió la cortina de su cubierta privada para contemplar las vistas.

—¿Y eso qué tiene de divertido? —se rio Cord con aparente indiferencia.

Viajaban a bordo de la Lanza del cielo, la más lujosa y célebre de las naves espaciales que operaban con fines turísticos. Aunque tampoco podía decirse que estuvieran en el espacio, insistía Cord. Permanecerían todo el tiempo a una altitud de trescientos kilómetros, sin abandonar en ningún momento la reconfortante órbita baja de la Tierra.

—Quiero decir, no hace falta que estés siempre organizando grandes escapadas románticas —insistió Rylin.

El año anterior la había llevado de improviso a París, ¿y ahora esto?

—Quizá me gusten las grandes escapadas románticas —arguyó él.

—Lo sé. Pero, el próximo fin de semana, mejor preparemos unos tacos y veamos una holo. Algo más… cotidiano —concluyó ella con una sonrisa—. Supongo que me siento rara volando a ninguna parte.

Habían despegado de Nueva York hacía unos minutos, a última hora de la tarde, y aterrizarían en el mismo punto dos horas después, tras haber dado la vuelta a la Tierra. Técnicamente, ya habían entrado en la órbita del planeta, de manera que ahora la nave no consumía combustible. La Lanza del cielo funcionaba también como satélite de alta velocidad, impulsada por el efecto de honda ejercido por la gravedad terrestre.

La «suite panorámica», una de las varias decenas que se incluían en la primera clase, era en esencia un salón privado, equipado con un sofá de color piedra y un par de sillones. No se incluía ninguna cama, había observado Rylin nada más entrar, con una confusa mezcla de alivio y decepción.

La verdadera sensación la aportaba el flexiglás que cubría la mayor parte del suelo y una pared entera. Rylin no podía apartar la mirada. La vista que se desplegaba ante ella la mareaba y la maravillaba a partes iguales. El planeta en sí parecía un secreto, natural y preñado de promesas, que se revelara a sí mismo solo para ella.

Más allá del reluciente manto de retales, el resplandor áureo y arqueado del sol asomaba tras la curva que describía el planeta. Ese era uno de los principales atractivos del crucero nocturno: volar en dirección al amanecer y pasar al otro lado. Rylin deseó haber traído la videocámara.

—Lo importante no es el destino, sino el viaje. —Cord se situó tras ella, la rodeó con los brazos y apoyó la barbilla en su hombro.

Sin embargo, Rylin sentía que en su vida lo importante siempre había sido el viaje, y no tanto el destino. Ahora por fin tenía un propósito y no quería dar ningún paso a menos que estuviera segura de que avanzaría en la dirección correcta. No necesitaba relajarse y disfrutar del paseo. Quería llegar al lugar adonde se dirigía y disfrutar de la estancia.

—Además, esta noche quería hacer algo especial. ¿No es agradable, encontrarse tan lejos de Nueva York? —Cord señaló la ciudad, reducida ya a una mota titilante a punto de desaparecer en la distancia—. Te hace considerar las cosas en perspectiva.

—Sí, el planeta parece diminuto desde aquí arriba —convino ella.

—Es que es diminuto.

—¡Lo será para ti! —Rylin se giró hacia él, conteniendo la respiración al ver lo cerca que estaba Cord. Sintió que la sangre se le agolpaba en las yemas de los dedos, en los labios—. Para mí, es enorme.

—Por ahora. Me he propuesto cambiar eso.

Rylin titubeó. Sabía que tal vez tendría que haber protestado, hacerle ver que de nuevo pretendía alimentar su relación a base de dinero, como hizo la otra vez. Pero no quería estropear aquel momento. Le gustaba Cord tal y como era, no solo por las cosas caras que venían en el lote.

—Tienes la nariz arrugada, y ese gesto pensativo. —Cord sonrió—. Sea lo que sea, no te lo tomes tan en serio.

—O quizá tú no te tomes las cosas lo bastante en serio. —Rylin había hecho el comentario en broma, aunque no terminó de expresarlo del modo adecuado. Cord pareció ofenderse.

—A ti sí te tomo en serio —opuso.

—Lo siento. —Rylin volvió a girarse hacia el mirador, todavía meditabunda—. Ojalá mi madre estuviera aquí. Le encantarían estas vistas.

—¿Tú crees? —Cord parecía escéptico, como si no se imaginara a la madre de Rylin aquí arriba, aunque Rylin entendió que le resultara imposible. Para él, la madre de ella solo era el ama de llaves.

Prefirió no ponerse a la defensiva.

—Le encantaba vivir aventuras. Siempre soñó con llegar a ver París.

Cord no parecía saber qué contestar a eso. Siempre le costaba encontrar las palabras adecuadas, pensó Rylin con pesar, cuando la conversación se ponía seria como ahora. Para tratarse de alguien que también había sufrido la pérdida de muchos seres queridos, no se le daba muy bien hablar de ello.

Se puso cómodo en el sofá y la dejó contemplar el panorama en silencio. Al cabo, Rylin se sentó a su lado y apoyó la cabeza en su hombro.

—Cuéntame qué me he perdido durante este último año —le pidió.

—¿Por dónde quieres que empiece?

—Por el principio —se burló ella, provocando la sonrisa de Cord.

—Me parece bien. Supongo que la primera historia sería la de lo que le pasó a Brice de camino a Dubái.

Rylin echó la cabeza hacia atrás para escuchar las anécdotas que Cord había acumulado a lo largo de los últimos meses: el viaje que Brice y él habían hecho a Nueva Zelanda; cuando sus primos de Río vinieron a verlos y se quedaron en casa varios días de más; la broma que Cord le gastó a su amigo Joaquin. Rylin le prestó toda su atención, aunque en realidad no le importaba haberse perdido ninguna de esas cosas.

Cord acostumbraba a centrarse en los momentos más espectaculares, como este crucero en la Lanza del cielo. Pero una relación no se sustentaba ni se hundía a base de capítulos memorables. Se construía continuamente, durante las conversaciones pausadas que se prolongaban hasta altas horas de la noche, entre las risas que surgían al compartir una bolsa de pretzels, en medio de las silenciosas sesiones de estudio de después de clase. Eso era lo que fascinaba a Rylin.

Cayó en la cuenta de que Cord había concluido su relato y la miraba de un modo que le hizo sonrojarse.

—Te echaba de menos, Myers —dijo—. Te sonará raro, pero sobre todo echaba de menos nuestras conversaciones. Había un montón de cosas de las que solo hablaba contigo.

Rylin lo tomó de la mano. Sabía a qué se refería, porque, además de pareja, también habían sido amigos.

—Yo también echaba de menos hablar contigo. —Lo había extrañado de verdad, incluso cuando salía con Hiral.

Se preguntó cómo le estaría yendo a Hiral. Tal vez la ciudad flotante donde vivía ahora fuera lo bastante grande para poder verla desde aquí arriba.

—Mira. —Cord le señaló la ventana, donde unas llamas rutilantes se arremolinaban sobre el horizonte.

Rylin jadeó. Volaban derechos hacia el amanecer.

Las lenguas de fuego se alzaban hacia la negrura. Era un espectáculo deslumbrante, cegador; Rylin quería apartar la mirada, pero era incapaz, porque allí estaba el sol, la estrella más próxima, al alcance de la mano. Se sintió embargada de súbito por una liviandad gloriosa. Contemplar la cara del sol, entendió, era como enamorarse.

—¿Sabes? —dijo Cord con una sonrisa traviesa—, al llegar a la órbita baja, lo natural es quedar sometido a gravedad cero. En este trasto la gravedad es opcional.

—¿Sí? —Un escalofrío delicioso arañó la espalda de Rylin. Podía imaginarse adónde llevaba esto—. Nunca he besado a nadie en gravedad cero.

—Yo tampoco, pero para todo hay una primera vez. —Cord llevó la mano al panel táctil del mamparo y desconectó el generador de gravedad.

Rylin no fue consciente de la fuerza con la que estaba agarrándose al reposabrazos hasta que la gravedad no desapareció y no empezó a levitar. Enseguida se soltó. Era una tonta por estar tan nerviosa; esta no era precisamente la primera noche que pasaba con Cord. Sin embargo, no podía evitar sentirse así.

Flotó hacia arriba, y su cabello se extendió y ondeó alrededor de su cabeza como una nube oscura, como si fueran los latidos de su corazón los que lo empujaran. Cord se impulsó hasta colocarse a su lado; le tendió la mano, y cuando los dedos de ella se entrelazaron con los de él, Cord la apretó contra su pecho.

Al principio, se manejaron con torpeza, mientras se acostumbraban a la ausencia de gravedad. Cuando ella le sacó la camisa a Cord por la cabeza e intentó empujarla a un lado, la prenda no se quedó en su sitio, como habría ocurrido en condiciones normales, sino que siguió revoloteando en torno a ellos como un mosquito fastidioso. Rylin le dio un manotazo. De pronto, se echó a reír, y Cord se rio con ella, instante en el cual Rylin supo con absoluta certeza que todo iba bien.

Y al momento siguiente ya no se reían, porque sus bocas estaban apretadas la una contra la otra, extinguida por completo la incomodidad inicial. Rylin se preguntó por qué había dudado antes de su relación. ¿Cómo podía haber dudado, cuando su piel despedía fuego, cuando la piel de Cord era la de ella y estaban entrelazados de esta manera, ardientes, suspendidos y entregados, todo al mismo tiempo?

La nave siguió orbitando hacia el amanecer, mientras el crepúsculo bañaba sus cuerpos con un cálido resplandor dorado.