su cuerpo, el Espíritu no se ha despojado de su susceptibilidad, y se incomoda de toda pregunta que tiene por
objeto ponerle a prueba. Se hacen "tales preguntas que no se atreverían a hacérselas si se presentaba vivo" por temor de faltar a la educación; ¿por qué, pues, ha de tenérsele menos respeto después de la muerte? Si un hombre se presenta en un salón diciendo su nombre, ¿se le irá a decir a quemarropa que pruebe que es tal, exhibiendo sus títulos bajo el pretexto de que hay impostores? Este hombre tendría, seguramente, el derecho de recordar al preguntador las reglas de buena crianza. Esto es lo que hacen los Espíritus, no contestando o retirándose. Pongamos un ejemplo por comparación. Supongamos que el astrónomo Arago, cuando vivía, se hubiese presentado en una casa que no le conocieron y que se le apostrofase de este modo: Decís que sois Arago, pero como no os conocemos, hacednos el favor de probárnoslo contestando a nuestras preguntas; resolved tal problema de astronomía; decidnos vuestros nombres, apellidos, los de vuestros hijos, lo que hicisteis tal día, a tal hora, etc. ¿Qué hubiera contestado? Pues bien! como Espíritu hará lo que hubiera hecho viviendo, y los otros Espíritus hacen lo mismo.

258. Mientras que los Espíritus se niegan a contestar a preguntas pueriles y descabelladas, que se hubiera tenido reparo en hacérselas cuando vivían, ellos mismos dan a menudo, y espontáneamente, pruebas irrecusables de su identidad, por su carácter, que se revela en su lenguaje, por el empleo de las palabras que le eran familiares, por la cita de diferentes hechos, particularidades de su vida, algunas veces desconocidas de los asistentes, y cuya exactitud ha podido probarse. Además las pruebas de identidad resaltan de una multitud de circunstancias imprevistas, que no siempre se presentan al primer golpe de vista, sino continuando la conversación.
Conviene, pues, esperarlas sin provocarías, observando con cuidado todas aquellas que pueden desprenderse de la naturaleza de las comunicaciones. (Véase el hecho referido número 70).

259. El medio que se emplea algunas veces con buen resultado para asegurar la identidad, cuando el Espíritu que se comunica es sospechoso, consiste en hacerle afirmar, "en nombre de Dios Todopoderoso", que es el mismo que se nombra. Sucede a menudo que el que toma un nombre supuesto retrocede ante un sacrilegio, y después de haber empezado a escribir: "Yo afirmo, en nombre de...", se para y traza con cólera líneas insignificantes, o rompe el lápiz; si es más hipócrita, evade la cuestión por una restricción mental, escribiendo por ejemplo: "Os certifico que digo la verdad"; o bien: "Atestiguo en nombre de Dios, que soy yo el que os hablo", etc. Pero los hay que no son tan escrupulosos y juran todo lo que se quiere. Uno de ellos se comunicó a un médium diciendo que era "Dios" y el médium, muy honrado por tan alto favor, no vaciló en creerle. Evocado por nosotros no se atrevió a sostener tal impostura, y dijo: Yo no soy Dios, pero soy, su hijo. - Entonces, ¿sois Jesús? Esto no es probable porque Jesús está colocado muy alto para emplear un subterfugio. ¿Os atrevéis, pues, a afirmar, en nombre de Dios que sois Cristo? - Yo no digo que sea Jesús; yo digo que soy el hijo de Dios, porque soy una de sus criaturas.
Debe deducirse de esto que si rehúsa un Espíritu el afirmar su identidad en nombre de Dios, es siempre una prueba manifiesta de que el nombre que ha tomado es una impostura, pero que la afirmación sólo es una presunción y no una prueba cierta.

260. Puede también colocarse entre las pruebas de identidad la semejanza de escritura y de la firma, pero como por otra parte no es dado a todos los médiums el obtener este resultado, esto no es siempre una garantía suficiente; en el mundo de los Espíritus hay tantas falsedades como en éste; no es, pues, sino una presunción de identidad, que no adquiere valor sino por las circunstancias que la acompañan. Lo mismo sucede con todas las señales materiales que algunos dan como talismanes inimitables por los Espíritus mentirosos. Para los que se atreven a jurar a Dios en falso o falsificar una firma, un signo material cualquiera que sea, no puede ofrecerles mayor obstáculo. La mejor de todas las pruebas de identidad está en el lenguaje y en las circunstancias casuales.

261. Sin duda se dirá que si un Espíritu puede imitar una firma, del mismo modo puede imitar el lenguaje. Esto es verdad; nosotros hemos visto que tomando descaradamente el nombre de Cristo, y para engañar, simulaban el estilo evangélico y prodigaban a diestro y a siniestro estas palabras bien conocidas: "En verdad, en verdad yo os lo digo"; pero cuando se estudiaba el conjunto "sin prevenciones", cuando se escudriñaba el fondo de los pensamientos, la importancia de las expresiones; cuando al lado de las bellas máximas de caridad se veían recomendaciones pueriles y ridículas, hubiera sido preciso estar "fascinado" para engañar-se. Sí; ciertas partes de la forma material del lenguaje pueden ser imitadas pero no el pensamiento; jamás la ignorancia imitará el verdadero saber, y jamás el vicio imitará la verdadera virtud; siempre habrá algo que hiera el oído; entonces es cuando el médium, así como el que evoca, tienen necesidad de toda la perspicacia y de todo su criterio para distinguir la verdad de la mentira. Deben persuadirse que los Espíritus perversos son capaces de todas las estratagemas, y cuando más elevado es el nombre bajo el cual se manifiestan, más debe inspirar desconfianza. ¡Cuántos médiums ha habido que han tenido comunicaciones apócrifas firmadas por Jesús, María o de un santo venerado!

Distinción de los buenos y de los malos Espíritus

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El libro de los Mediums
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