la naturaleza y la identidad de los Espíritus. Pruebas posibles de identidad
255. La cuestión de la identidad de los
Espíritus es una de las más controvertidas entre los mismos adeptos
del Espiritismo; en efecto, los Espíritus no nos traen una prueba
de notoriedad, y se sabe con cuánta facilidad algunos de ellos
toman nombres supuestos; después de la obsesión, es también una de
las más grandes dificultades del Espiritismo práctico; por lo
demás, en muchos casos, la identidad absoluta es una cuestión
secundaria y sin importancia real.
La identidad del Espíritu de los personajes antiguos es la más
difícil de comprobar y muchas veces imposible, concretándonos a la
apreciación puramente moral. Se juzga a los Espíritus como a los
hombres, por su lenguaje; si un Espíritu se presenta bajo el nombre
de Fenelón, por ejemplo, y dice trivialidades o puerilidades, es
muy cierto que no puede ser él; pero si dice cosas dignas del
carácter de Fenelón y que este mismo no desmintiera, hay en este
caso, sino una prueba material, al menos toda la probabilidad moral
que pueda ser él. Sobre todo en este caso la identidad real es una
cuestión accesoria; desde el momento que el Espíritu sólo dice
cosas buenas, poco importa el nombre del que las da. Se objetará,
sin duda, que el Espíritu que tomase un nombre supuesto, aún cuando
sólo fuese para decir cosas buenas, no por eso dejaría de cometer
un fraude y en tal caso no puede ser un Espíritu bueno. Aquí es en
donde hay matices delicados bastante difíciles de comprender, y que
trataremos de desenvolver.
256. A medida que los Espíritus se
purifican y se elevan en la jerarquía, los caracteres distintivos
de su personalidad se borran de cierto modo en la uniformidad de
perfección y, sin embargo, no dejan de conservar su individualidad;
esto tiene lugar en los Espíritus superiores y en los Espíritus
puros. En esta posición, el nombre que tenía en la tierra, en una
de las mil existencias corporales "efímeras" por las cuales
pasaron, es una cosa enteramente insignificante. Notemos también
que los Espíritus son atraídos los unos hacia los otros por la
semejanza de sus cualidades, y que de este modo forman grupos o
familias simpáticas. Por otra parte, si se considera el número
inmenso de Espíritus que desde el origen de los tiempos deben haber
llegado al primer puesto, y si se compara con el número tan corto
de hombres que dejaron un gran nombre sobre la tierra, se
comprenderá que entre los Espíritus superiores que pueden
comunicarse, la mayor parte no debe tener nombre para nosotros;
pero como necesitamos nombres para fijar nuestras ideas, pueden
tomar el de un personaje conocido, cuya naturaleza se identifica
del mejor modo con la suya; por esto nuestros ángeles guardianes se
dan a conocer muy a menudo con el nombre de uno de los santos que
nosotros veneramos y generalmente con el de aquel por quien tenemos
más simpatía. De esto se sigue que si el ángel de la guarda de una
persona toma el nombre de San Pedro, por ejemplo, no hay ninguna
prueba material que éste sea, precisamente, el apóstol de este
nombre; lo mismo puede ser el que un Espíritu enteramente
desconocido, perteneciendo a la familia de los Espíritus de los que
San Pedro forma parte; de aquí se sigue que cualquiera que sea el
nombre bajo el cual se evoca a su ángel de la guarda vendrá al
llamamiento que se le hace, porque se le atrae por el pensamiento,
siéndole indiferente el nombre. Lo mismo sucede siempre que un
Espíritu superior se comunica espontáneamente bajo el nombre de un
personaje conocido; nada prueba que este sea el Espíritu de aquel
personaje; pero si no dice nada que desmienta la elevación de
carácter de este último, hay "presunción" que sea él y en todo caso
puede decirse que sino lo es debe ser un Espíritu del mismo grado y
quizás enviado por él. En resumen, la cuestión del nombre es
secundaria, pudiendo ser el nombre considerado como un simple
indicio del lugar que ocupa el Espíritu en la escala
espiritista.
La posición es otra cuando un Espíritu de un orden inferior se
reviste de un nombre respetable para dar autoridad a sus palabras,
y esto sucede con tanta frecuencia que no podríamos prevenimos
bastante contra esta clase de substituciones; porque a favor de
estos nombres prestados y sobre todo con la ayuda de la
fascinación, ciertos Espíritus sistemáticos, más orgullosos que
sabios, procuran acreditar las ideas más ridículas.
La cuestión de identidad es, pues, como lo hemos dicho, poco menos
que indiferente cuando se trata de instrucciones generales, puesto
que los mejores Espíritus pueden substituirse los unos a los otros
sin que esto tenga consecuencias. Los Espíritus superiores forman,
por decirlo así, un todo colectivo, cuyas individualidades, con
pocas excepciones, nos son completamente desconocidas. Lo que nos
interesa no es su persona, sino su enseñanza; pues desde el momento
que esta enseñanza es buena, poco importa que el que la da se llame
Pedro o Pablo; se le juzga por su calidad y no por su título. Si un
vino es malo, el rótulo no lo hará mejor. En cuanto a las
comunicaciones íntimas, ya es otra cosa, porque es el individuo, su
misma persona, la que nos interesa, y con razón en este caso
procuramos asegurarnos si el Espíritu que viene a nuestro
llamamiento es realmente el que se desea.
257. La identidad se puede comprobar con mucha más facilidad, cuando se trata de Espíritus contemporáneos cuyo carácter y costumbres se conocen, porque no habiendo tenido aun tiempo de despojarse de sus costumbres, precisamente se dan a conocer por las mismas y decimos en seguida que son una de las señales más ciertas de identidad. El Espíritu puede, sin duda, dar las pruebas sobre la pregunta que se le ha hecho, pero no lo hace nunca sino cuando le conviene, y generalmente esto le hiere; por lo que debe evitarse. Dejando
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