171. La facultad de ver a los Espíritus puede, sin duda, desenvolverse, pero es una de aquellas cuyo desarrollo
natural conviene esperar sin provocarlos, si no se quiere exponer a ser el juguete de su imaginación. Cuando el germen de una facultad existe, se manifiesta por si misma; en principio es necesario contentarse con las que Dios nos ha concedido, sin investigar lo imposible; porque entonces, queriendo tener demasiado, se arriesga el perder lo que se tiene.
Cuando hemos dicho que los hechos de apariciones son frecuentes y espontáneos (número 107) no hemos querido decir que sean muy comunes; en cuanto a los médiums videntes propiamente dichos, son todavía más raros y hay mucho que desconfiar de aquellos que pretenden gozar de esa facultad; es prudente el no dar fe sino sobre pruebas positivas. No hablemos de aquellos que se hacen la ridícula ilusión de los Espíritus glóbulos que hemos descrito (número 108), sino de los que pretenden ver a los Espíritus de manera racional. Ciertas personas pueden, sin duda, engañarse de buena fe, pero otras pueden también simular esta facultad por amor propio o por interés. Particularmente en este caso es preciso tener cuenta del carácter, de la moralidad y de la sinceridad habitual; pero sobre todo en las circunstancias de detalle es como se puede encontrar la comprobación más cierta, porque las hay que no pueden dejar duda, como por ejemplo, la exactitud del retrato de los Espíritus que el médium jamás ha conocido vivos. El hecho siguiente se halla en esta categoría. Una señora viuda, cuyo marido se comunicaba frecuentemente con ella, se encontraba un día con un médium vidente que no la conocía, como tampoco a su familia; el médium le dijo: - Veo un Espíritu cerca de usted, -Ah! dijo también la señora, es sin duda mi marido, que no me deja casi nunca. - No, respondió el médium; es una mujer de cierta edad; va peinada de una manera singular, tiene una venda blanca en la frente. Con esta particularidad y otros detalles descriptivos, la señora reconoció sin equivocarse a su abuela, de la que no se acordaba ni remotamente en aquel momento. Si el médium hubiera querido simular esta facultad, le era fácil seguir el pensamiento de la señora, mientras que en lugar del marido con quien estaba preocupada, veía una mujer con un peinado particular del que no podía tener ninguna idea. Este hecho prueba también que la vista, en el médium, no era el reflejo de ningún pensamiento extraño. (Véase número 102).

6. Médiums sonámbulos

172. El sonambulismo puede ser considerado como una variedad de la facultad medianímica, o por mejor decir son dos órdenes de fenómenos que se encuentran muy a menudo reunidos. El sonámbulo obra bajo la influencia de su propio Espíritu; es su alma que en los momentos de emancipación ve, oye y percibe fuera del límite de los sentidos; lo que expresa, lo toma de sí mismo; sus ideas son en general más ajustadas que en el estado normal; sus conocimientos más extensos, porque su alma es libre; en una palabra, vive por antícipación de la vida de los Espíritus. El médium, al contrario, es el instrumento de una inteligencia extraña; es pasivo y lo que dice no proviene de él. En resumen, el sonámbulo expresa su propio pensamiento, y el médium expresa el de otro.
Pero el Espíritu que se comunica a un médium ordinario puede igualmente hacerlo a un sonámbulo; a menudo también el estado de emancipación del alma, durante el sonambulismo, hace esta comunicación más fácil. Muchos sonámbulos ven perfectamente a los Espíritus y los describen con tanta precisión como los médiums videntes; pueden conversar con ellos y transmitirnos sus pensamientos; lo que dicen fuera del círculo de sus conocimientos personales, les es muchas veces sugerido por otros Espíritus. He aquí un ejemplo notable en que la doble acción del Espíritu del sonámbulo y del Espíritu extraño se revela de la manera menos equívoca.

173. Uno de nuestros amigos tenía por sonámbulo un joven de catorce a quince años, de una inteligencia muy vulgar y de una instrucción extremadamente limitada. Sin embargo, en estado sonambúlico, ha dado pruebas de una lucidez extraordinaria y de grande perspicacia. Sobresalía en particular en el tratamiento de las enfermedades y ha hecho un gran número de curas miradas como imposibles. Un día daba una consulta a un enfermo del cual describía el mal con una perfecta exactitud. - No basta esto, le dijo, se trata ahora de indicar el remedio. - Yo no puedo, "mi ángel doctor no está aquí". -¿Qué entendéis por vuestro ángel doctor? - El que me dicta los remedios. - ¿No sois vos quien veis los remedios? - ¡Oh! no, puesto que os digo que es mi ángel doctor quien me los dicta.
Así es que en este sonámbulo la acción de "ver" el mal era el hecho de su propio Espíritu, quien para esto no tenía necesidad de ninguna asistencia; pero la indicación de los remedios le era dada por otro; este otro no estando allí, él no podía decir nada. Solo, no era más que "sonámbulo"; asistido de lo que llamaba su ángel doctor, era "sonámbulo-médium".

174. La lucidez de los sonámbulos es una facultad que depende del organismo, y que es del todo independiente de la voluntad, del adelantamiento y aun del estado moral del sujeto. Un sonámbulo puede, pues, ser muy lúcido y ser incapaz de resolver ciertas cuestiones si su Espíritu es poco avanzado. Aquel que habla por si mismo puede, pues, decir cosas buenas o malas, justas o falsas, tener más o menos delicadeza y escrúpulos en sus procederes, según el grado de elevación o de inferioridad de su propio Espíritu; entonces es cuando la asistencia de un Espíritu extraño puede suplir su insuficiencia; pero un sonámbulo puede ser asistido por un Espíritu mentiroso, ligero o aun malo, del mismo modo que los médiums; aquí es sobre todo donde las

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El libro de los Mediums
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