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Si hay un equipo que sabe aprender de sus errores, ese es el Atlético de Madrid, también conocido como "el Pupas". Este es un Club que se caracteriza por su inquebrantable voluntad para remontar las más insospechadas caídas, incluyendo este virus enorme que se llama Jesús. Cuando Gil llegó al Atlético de Madrid grandes augurios había: una deuda enorme, una total falta de mando y una afición en franca retirada. De su mano llegó Pablito, hoy convertido en Señor Futre, quien ha mantenido con "El Presidente" una relación de amor muy parecida a la de Elizabeth Taylor y Richard Burton (incluso el portugués tiene un color de ojos que me recuerda al azul turquesa de la actriz).
Durante estos años de convalecencia el Atlético de Madrid ha conseguido ganar la Liga y la Copa del Rey, un doblete que le sirvió a Gil para sacar a su caballo por el Paseo del Prado, bajar a segunda división para volver a llenar el Estadio y, la mayor paradoja, lanzar la carrera política de un señor de Soria que vive en Madrid y gobierna en Marbella.
Este libro no pretende ser un referente de consulta sobre la trastienda del deporte, pero cuando se escribe sobre el Atlético de Madrid es muy difícil no entrar en el terreno de la polémica. Han sido unos años en los que Gil ha capitalizado el Club, ha reformado el Vicente Calderón (y, además, ha respetado el nombre del estadio) y ha conseguido contratar jugadores que han mejorado la calidad de la Liga española, pero a costa de un personalismo que recuerda regímenes pasados, algo rancios y olvidados.
El "síndrome Gil" hipnotizó a una pléyade de periodistas que le han sido fieles hasta la esquizofrenia, quizá por esta razón son ellos, precisamente, quienes más han reclamado el invento de la vacuna. Porque hay que reconocerle a Gil y Gil que cuando llegó al Atlético consiguió el apoyo unánime de los medios. Hablaba a todas horas en todas las emisoras, en los diarios y telediarios, en las revistas del corazón y en los suplementos dominicales de las parroquias. Era divertido, inofensivo, refrescante y, lo que para un periodista es lo más importante, era fácil de conseguir. Una llamada y Gil al teléfono, con sus gracias y sus dichos, sus comentarios jocosos o hirientes, sus denuncias, sus ataques, sus cambios de humor. Y ahí estaban los periodistas dándole aire al globo. Así hasta hoy, siglo 21 cambalache, problemático y febril. Ya lo escribió Enrique Santos Discépolo en su tango: el que no llora, no mama y el que no afana, es un gil.