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Hace varios años, antes de la caída del muro de Berlín, el Real Madrid viajó a lo que hoy es Ucrania para jugar un partido de la Copa de la UEFA ante el Chernomores, el equipo de la ciudad de Odessa. Al llegar a la cabina de radio desde donde teníamos que contar el partido, nos encontramos con una persona muy amable, que pese a ser un ruso blanco hablaba con la cadencia caribeña del cubano más negro de la isla. Este hombre, que se identificó como responsable de la retransmisión, no se quitó los auriculares en ningún momento y, al final del trabajo, me sorprendió con un abrazo muy poco soviético.
Aún hoy no sé si aquel buen hombre era responsable de lo que yo decía o de que lo pudiera decir. Narro este viejo recuerdo porque me encuentro con un relato parecido en el libro La moral del Alcoyano, de Julián García Candan. Es curiosa coincidencia, pero rememora Candau que Enrique Mariñas se disponía a comenzar su trabajo en el estadio Olímpico de Berlín, antes de un partido Alemania-España, en 1942, cuando cuatro personas que hablaban perfectamente el castellano le advirtieron : "No diga usted nada sobre el número de militares que hay en el estadio, porque puede convertirlo en objetivo de la aviación enemiga. No diga que en torno a las pistas de atletismo hay cientos de voluntarios de la División Azul española, por las mismas razones. No hable del tiempo, puesto que puede servir de orientación a los aviones ingleses. Pero no se preocupe; si usted se pasa en algo, como le grabamos la transmisión, se lo cortamos y en paz. Marinas confesó que no se pasó en nada".
Afortunadamente Goebbels ya es pasado, pero algunas de sus ideas siguen vigentes ("cuando escucho la palabra prensa, saco mi pistola").