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Estábamos en la Sala de columnas del Círculo de Bellas Artes, en Madrid, cuando el director de orquesta Daniel Barenboim me tomó por el brazo con fuerza para acercar mi micrófono a sus labios. Casi susurrando me informó de las razones que le habían empujado a grabar un disco de tangos junto a Héctor Consolé y Rodolfo IMederos. La primera: le gustaban los tangos desde su infancia porteña y la segunda: porque estaba seguro de vender más discos que con sus insuperables versiones de Beethoven. Esta confesión de uno de los mejores músicos de este siglo me sirve ahora para valorar en su justa medida la producción discográfica que ha tomado el fútbol como fuente de inspiración. Aunque Nietzsche escribió a finales del Siglo XIX que "la locura se da raramente en los individuos, pero es normal en grupos, naciones y épocas", no podemos encontrar ejemplos de esta producción musical hasta principios del siglo XX (lo de "cantar el alirón" viene de un cuplé que triunfó en Bilbao). No obstante, el auge de esta nueva moda (ya que Nietzsche no sigue escribiendo) se está dando en nuestros días, en los que el negocio en torno a la pelota redonda es colosal.

Tenemos tantos ejemplos que citarlos en este volumen sería imposible, aunque algunos se pueden rescatar por su especial calidad: la canción "Head over heels", que Kevin Keegan llevó al Top Ten en 1978, los discos de rap del pívot de los Lakers, Saq O'Neal y, enmarcados en oro, los que aparecieron antes del Mundial de 1982, cuando las gasolineras españolas se poblaron de inmejorables versiones musicales del espanto. También me entusiasman los ejemplos de Maradona, que grabó con el dúo Pimpinela una especie de frenazo de motocicleta sin aceite en los frenos para agasajar a su madre y Pelé, que debe ser el único ciudadano de la República Federativa del Brasil que desafinando de tal manera es capaz de asegurar que con el balón en los píes él es el Rey. Pero, en fin, podemos saciar nuestro apetito musical-futbolístico con la letra del famoso tema "Vamos todos para Francia", que con motivo del Campeonato del Mundo de 1998 compuso M. Diego y que fue grabado por el grupo Arlequín y las Chocolates:

"Oiga, por favor, camarero, camarero, cóbrese, cóbrese el café. Oiga rápido que me voy que sale el autobús.

¿Que dónde voy? Que me voy a Francia, a los Mundiales, a ver nuestra selección, que va ganar, que va ganar, ¡España!

Vamos todos para Francia, aplaudir a nuestra España con coraje y corazón juega nuestra selección. Vamos todos para Francia aplaudir a nuestra España con coraje y corazón juega nuestra selección.

Se dice se comenta que en el mundo del deporte lo importante no es ganar lo importante es participar. Que bueno que sería ganarle a la mayoría poderse clasificar y llegar a la final. Vamos todos para Francia aplaudir a nuestra España con coraje y corazón juega nuestra selección".

Esta letra plena de poesía continúa, pero creo que es suficiente para esta demostración científica. Si obviáramos la distancia entre los cánticos que describen la importancia del balón y los himnos animosos de equipos que nunca caminarán solos o que tienen la delicadeza de dar la mano cuando pierden, podríamos acertar en el diagnóstico de que la música que nace del fútbol tiene un entronque directo con la ópera. El propio Barenboim desarrolla un teoría sobre Tristán e Isolda, de Wagner, de la que asegura lo siguiente: "Toda la música tonal está basada sobre la armonía. En la armonía hay disonancias, en Mozart, Bach... Y el elemento de tensión se crea porque hay una fluctuación permanente entre lo tenso y lo calmo... Todos los medios expresivos de la música, el volumen, la velocidad y las armonías, se mantienen en esa tensión elástica y ceden sólo un poco". Tomemos, pues, estos cimientos para celebrar que nuestro deporte ha sabido edificar extraordinarias composiciones musicales. Quizá con el elemento de tensión excesivamente fluctuante y la velocidad cambiada, no como los tangos que nos ha regalado Baremboin.