2
Puedo decirlo, tomé la firme decisión de hacerme periodista cuando el 31 de diciembre de 1978, siendo un adolescente, vi publicado un dibujo de Charlot que había enviado a El Periódico de Cataluña. Iba acompañado de un pequeño texto que recordaba el primer aniversario de la muerte de Charles Chaplin.
La vanidad. Seguramente fue la vanidad de ver mi nombre impreso lo que me impulsó hacia esta profesión. Unos meses después estaba en el locutorio central de Radio Intercontinental, de Madrid, hablando de los entrenamientos del Rayo Vallecano y de la final de la Copa del e y que ese año ganó el Real Madrid al Castilla por 6-1, compartiendo micrófono con Rafael Pascual, Héctor del Mar, Gaspar Rosety y otros muchos compañeros de los que aprendí a amar la radio. Durante estos años he compartido mi vida con periodistas a los que se puede prestar el corazón. En el camino hemos perdido amigos ciertos, de los que sólo mencionaré a Javier Valdivieso, Héctor Quiroga y Pedro González, para no hacer de este capítulo una necrológica de mis amigos muertos (de los deportistas cito a Fernando Martín, una de las mejores personas con las que me he encontrado).
Me quedan los momentos hermosos de la Universidad, ese edificio carcelario y gris, que tan bien ha reflejado en el cine Alejandro Amenábar. Sin embargo, los años que pasé por allí los recuerdo con cariño, mis compañeros, hoy colegas de profesión y casi todos jefes de algo, Rafael, Andrés, Francoise, Peti, Benito y tantos otros a lo que nunca voy a olvidar.
Y los profesores, sobre todo los del Departamento de Historia, Seco Serrano, Javier Maestro y María Dolores Sáiz, los de Redacción periodística y Alejandro Muñoz Alonso, un profesor con talento. No debimos ser malos alumnos, si tenemos en cuenta que aprendimos a maquetar un periódico con tipómetro y hoy trabajamos con ordenadores, líneas RDSI y otros avances tecnológicos que nos hacen viejos.
Ya son más de veinte años haciendo camino junto a los compañeros de Radio Nacional de España. A ellos los considero imprescindibles, son muchos y no quisiera dejar alguno sin nombrar, quizá por ello solamente citaré a Emilio Alonso y José María Vázquez, ya jubilados.
Pero mis amigos son muchos y, además de los españoles, me gustaría dejar impresa mi admiración por los siguientes colegas: de Argentina: Jorge Neder, Víctor Brizuela, Mario, Rony, Miguel Ciaría y toda mi gente de la Docta. De Chile: Roberto Vallejos, de México: Manuel Arreóla, de Brasil: Lasier Martins y de Australia: Eduardo González.
La nómina, aún incompleta, de los que aprendo a diario extensa: Xavi Andreu, Lorenzo Martínez, Iñaki Cano, Esteban Gómez, Luis Arnaiz (mi tío mayor en este oficio), Alfonso Azuara (él me sigue llamando panocha), Alberto Polo (qué bien escribes, Polito), Luis Gómez, Joseba Vásquez, Jorge Muñoa, Siró López, JJ. Santos, Brotons (aunque prefiero no montar en su coche), Fernando Laura, Manolo Lama, Andrés Montes, Julián Reyes, Sixto Miguel Serrano, Manolo Saucedo, Manolo Esteban, Robert Alvarez, Antonio Rigalt, Julio Cobos, Chema Del Olmo, Luis Jiménez y otros muchos a los que pido perdón por no incluirlos en esta relación tan breve. Repito, no figuran mis compañeros de Radio Nacional porque ellos forman parte de mi vida diaria, son mi segunda familia (por eso con ellos discuto y me enfado y les quiero y nos arreglamos...).
En este tiempo no he trabajado únicamente en deportes ne podido disfrutar de momentos maravillosos junto a periodistas que hoy están en primera línea de fuego. De mi primera experiencia en la radio recuerdo a Miguel Vila, Ana Rosa Quintana y Fernando Forner, a Dómper y otra gente que estaban pensando en la radio hasta cuando dormían. Aprendí de golpe en los estudios de Modesto Lafuente cuando me tocó informar del atentado al Papa Pablo II y no menos interesante fue la experiencia de otro golpe, el del 23 de Febrero de 1981, sobre todo si tenemos en cuenta el apellido del propietario de esa emisora.
En Mayo de aquel año, Rafael Pascual me sacó de allí y caí en La Voz de Madrid, donde nadie sabe por qué extraña razón empecé a relatar partidos. El hecho ocurrió poco después del Campeonato del Mundo de 1982. De esa época no puedo olvidar a Salvador Asensio y Manolo Fraile, las sopas compartidas del Pirulí, recién estrenado. En esa torre comprendí el vértigo de una profesión que es una enfermedad. No encontré remedio, bálsamo, solución. Soy periodista por puro contagio, infectado por el virus, inútil para vivir de otra manera.
En Radio Cadena conocí a María Teresa Campos, recién llegada de Málaga, luchadora y cariñosa pese a su cargo de Jefa de Informativos. Pero los recuerdos de Radio Cadena son todos buenos, quizá porque todos éramos más jóvenes: Paco Pérez Brian y su buho, Luis del Olmo, Antonio San José, Clara Francia, Juan Ramón Lucas, Gabriel Campos, Quintín Rodríguez, Agustín Castellote, Juan Van Halen , Elvira Lindo embarazada de Manolito Gafotas... hemos dado tantas vueltas que ya nada me sorprende. Bueno, no es cierto. Ahora que lo pienso, aún me he sorprendido viendo a verdaderos "animales de la radio", como mi admirado Carlos Herrera, capaz de entrevistar a un ministro a las 7 de la mañana, fumando un puro, leyendo la prensa, escuchando por la línea de órdenes, oyendo en el otro oído una radio para saber el nivel de lo que sale en antena y preparando la entrada para la siguiente noticia. Y Andrés Aberasturi, este periodista que se deja querer, entrañable, como un hermano mayor que siempre está para ayudar. Y Luis de Benito, al que jamás he visto dudar delante de un micrófono. Y otros compañeros de los que me siento orgulloso aunque ya no estén en Radio Nacional: Pepe Hierro, Gastón Baquero y Jesús Quintero, poetas. Y otros poetas que siguen: Javier Lostalé, Ana Rosetti, Leopoldo Alas e Ignacio Helguero.
No me ha ido tan mal, ya que lo pienso. He compartido trabajo con más de la mitad de los presentadores de los telediarios: Ernesto Sáenz de Buruaga, Matías Prats, Juan Ramón Lucas, Alfredo Urdaci (una mañana me miró sorprendido porque he leído a José Antonio Marina) Pedro Piqueras. Con todos ellos he aprendido y he discutido en alguna oportunidad, lo que no deja de ser un privilegio.
Y aún me quedan Juan Roldan, Juan Antonio Tirado, Carmen Privado y Nieves Herrero, a la que, sencillamente, quiero.
En fin, si estuviera en mi mano, al nuevo periodista Deportivo le obligaría a escuchar radio todo el día y a leer las columnas de Julio César Iglesias, Santiago Seguróla, Patxo Unzueta, Carlos Toro, Ignacio Torrijos, Miguel Ors, Josep María Ducamp y otros a los que los futuros profesionales deberían buscar en la hemeroteca. Ellos serán su propia fuente.
Además de los periodistas, a lo largo de estos años de profesión he ido descubriendo personas a las que es muy fácil querer, técnicos de sonido, fotógrafos (a ellos los admiro por su capacidad para estar siempre en el lugar preciso, en el momento adecuado. Por su amistad, su paciencia, su forma de mirar el mundo. También por su generosidad. Algunos deportistas saben bien que un fotógrafo ayuda a mantener vivo su recuerdo. Y, como ejemplo, sirve Di Stéfano, que no estaría eternamente celebrando un gol en nuestra mente si no fuera por la fotografía de Agustín Vega), cámaras de televisión, realizadores, productores y otros profesionales a los que aprecio. En muchos momentos difíciles he encontrado una mano tendida y es, por tanto, necesario agradecerles su ayuda.
También quiero hacer una referencia especial a los deportistas que en estos años han entrado a formar parte de mi vida privada: Juan Orenga, Fernando Romay, Pep Cargol, Rafa Rullán, Eduardo Chozas, Anselmo Fuerte, Cecilio Alonso, Colomán Trabado, Chechu Biriukov, Jesús Landáburu, Alberto Herreros, Lolo Sainz.... y de Argentina: Diego Klimowicz, Martín Garrido, Claudio López, Albano Bizarri (me ha prestado el libro "Yo soy el Diego", en su casa de Valladolid, después de un partido en el que ambos hemos trabajado poco, él en la portería y yo en la cabina de la radio. Este libro nos entrega a Diego-persona, con todos sus defectos y con todas sus virtudes, que son más y le redimen), Darío Gigena, Marcelo Milanesio (nunca voy a olvidar su mirada triste en el hall del Hotel Chandris, de Atenas, después de su último partido con la selección en el Mundial de Grecia en 1998).
Esta profesión tiene momentos difíciles, pero nos van quedando en la alcancía aquellos que nos han hecho crecer. Más allá de los viajes y los paisajes, nos enriquecen aquellas personas que nos regalan un poco de su tiempo y su talento. En mi hucha atesoro, entre otras muchas pequeñas cosas, un consejo de Saramago, una sonrisa de Baremboin, un paseo londinense con Cabrera Infante, dos dibujos firmados, uno de Quino y otro de Aute, un libro dedicado de Benedetti, la camiseta de la selección de Romay, dos besos de Martirio...y ya está bien.
Pensé en escribir un libro sobre mis vivencias periodísticas, pero en ese caso estaría plagiando a José Ramón de la Morena, que ya tiene escrito y publicado "Aquí unos amigos", en donde intercala sus "crónicas de un pueblo" con su currículo profesional. Y lo hace tan acertadamente que sería propio de estúpido re-escribir una historia parecida. Además, De la Morena es una estrella de la radio, un comunicador que nació para triunfar en nuestro medio y que, afortunadamente, el destino ha querido que hable de deportes (aunque estoy seguro de que a él no es lo que más le gusta).