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La belleza del deporte radica en la esencia de cada juego, en el vértigo de participar con tu cuerpo y tu mente en un ejercicio inhabitual, en los movimientos exactos que son necesarios para conseguir un objetivo que no es un fin en sí mismo. Esto es, en el cambio radical que necesitamos ejercer sobre nuestros músculos y nuestro pensamiento para adaptarnos a unas reglas no naturales. Por que, de hecho, las normas de cada deporte son aleatorias e innecesarias, sería igual jugar al fútbol diez contra diez que doce contra doce. Y las medidas del campo, el diámetro de la pelota, la capacidad de los estadios, todo se somete al criterio pasajero de quienes juegan.
La belleza del deporte está en los equipos que se juntan al azar y juegan entre sí sin el objetivo de una copa, en ese abrazo final de dos deportistas cansados y felices, en la aceptación general de unas reglas de juego que son metáfora de la vida.