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Jugamos como nunca y perdimos como siempre. Esta es una de las mejores frases que jamás haya escuchado en una conferencia de prensa después de un partido. Es de Di Stefano, este personaje fundamental en la historia de nuestro fútbol. Pero esta explicación de una derrota es singular, generalmente las preguntas y las respuestas son clónicas, reiteradas, mil veces escuchadas. Lamentos, justificaciones, lugares comunes que sirven para allanar el camino del deportista y del periodista.

Mi compañero de micrófono y, no obstante, amigo, Julio César Iglesias escribió una vez tras un fracaso de la selección española de fútbol que "...el esfuerzo inútil conduce a la melancolía y lleva al silencio; lo que le pasa al fútbol es que se ha llenado de palabras".

En efecto, cumpliendo una Ley no escrita, los periodistas deportivos inundan con titulares explosivos sus primeras páginas. Elogios oceánicos. El país crece junto a nuestros intérpretes balompédicos y nuestro Imperio abarca de nuevo los cuatro puntos cardinales de la pelota. Los periodistas deportivos entramos en un trance mediático que nos enloquece en la cuenta atrás. Faltan 45 días para el Mundial, faltan 30 días para la ilusión. Nos vamos al Campeonato, ya está aquí nuestra gran oportunidad. Ahora sí que tenemos un gran equipo. Somos los mejores. Ponte la camiseta. Bebe esta cola que tenemos los colores de la selección. Buitre Presidente. Raúl es el mejor. Los chicos 10. Nadie es más grande.

Pero basta acudir a la hemeroteca del Conde Duque para encontrar el mayor compendio de palabras gastadas, huecas, incoloras. O los insultos, como el titular del diario El Mundo tras la derrota de España ante Noruega en el primer partido de la Eurocopa 2000: Un portero de segunda, una España de segunda, en alusión a un fallo de Molina en el gol noruego. Este es un ejemplo, pero hay cientos de comentarios que merecen llevar la rúbrica del ladrón que, después de robar, firma en el libro de visitas.