VIII. LA NUEVA REALIDAD
DEL MUNDO (1945...)
La paz de 1945 fue recibida con esperanza y alegría en casi todo el mundo, entre otros motivos porque casi todo el mundo figuraba entre los vencedores. Y en los países vencidos el fin de las hostilidades fue al menos un respiro, y también en muchos casos un motivo de esperanza, por cuanto significaba el fin de un régimen opresor, aunque el pago de las consecuencias de la guerra abocase a aquellos pueblos a tiempos muy duros.
No hubo, eso es cierto, un acto de contrición de toda la humanidad, y en muchos casos se celebró más la victoria que la paz. Sin embargo, a la guerra mundial seguiría una paz mundial, cuando menos durante el resto del siglo; que era, por cierto, mucho más de cuanto por entonces podía esperarse. Quiérese decir con el concepto de «paz mundial» que no ha vuelto a registrarse un conflicto generalizado entre potencias, cuando los dos anteriores habían estado separados por sólo veintiún años. Las causas de que esto haya sido así son muy diversas, y entre ellas cuentan tres muy importantes.
a) No hubo revanchismos. Los países vencidos, que habían mantenido su resistencia hasta más allá de lo razonable, se avinieron, sin embargo, muy pronto a las nuevas condiciones de la paz, aborrecieron los sistemas irracionales que les habían conducido al desastre, y se aliaron sorprendentemente pronto con los vencedores: se dio el caso peregrino de que éstos fueron durante muchos años a la vez ocupantes y aliados.
b) Aunque teóricamente, y de acuerdo sobre todo con las conclusiones de la conferencia de Potsdam, los aliados representaban la libertad, y ésta era la gran vencedora en la contienda, pronto se distanciaron las democracias occidentales y la autocracia soviética. Cinco años después de terminada la guerra, la tensión mundial era ya una tensión vencedores-vencedores, y no vencedores-vencidos. Los protagonistas de esta nueva tensión no tenían viejos resentimientos históricos, como los que habían suscitado las dos primeras guerras mundiales, y el hecho, aunque se presta a interpretaciones de todo tipo, puede tener una cierta relevancia. Por otra parte, esta nueva tensión permitió o en su caso obligó a los vencidos a aliarse o integrarse con los vencedores más próximos, y restañar sus daños más pronto de lo imaginable. Los resentimientos por lo ocurrido en la segunda guerra mundial desaparecieron, por tanto, con sorprendente facilidad.
c) Los ingenios nucleares que habían acabado con la guerra fueron paradójicamente una garantía de la paz. Durante tres años los soviéticos denunciaron con indignación la posesión de armas atómicas por parte de los Estados Unidos, y exigieron su inmediata destrucción. Luego, prefirieron construir ellos mismos estas terribles armas de guerra. Desde 1948 hasta 1984 se registró la carrera de armamentos más vertiginosa de toda la historia, y dio lugar a una situación también única en la historia. El Secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, dio a esta situación el curioso nombre de MAD, Mutual Assured Destruction, o Destrucción Mutua Garantizada. En caso de un nuevo conflicto mundial, ambos contendientes poseerían una capacidad potencial de destruirse unos a otros «varias veces», y de acabar, de paso, con todo vestigio de vida sobre el planeta. El mundo, y especialmente sus hombres más responsables, se vieron en la necesidad de escoger entre la paz y la aniquilación total. Y no hubo suficientes locos en el mundo que se decidieran por la segunda solución. Aunque la opinión más generalizada abogó siempre por la desaparición de las armas nucleares, no faltan indicios racionales que permitan suponer, como ha hecho Raymond Aron, que la MAD ha sido la más operativa garantía de la paz durante la segunda mitad del siglo XX. Cuando menos es un hecho que todos los motivos de tensión Este-Oeste fueron resueltos con realismo por ambas partes, o cuando menos por una de ellas.
—Es preciso contar también con la creciente oleada de pacifismo presente en las mentalidades del mundo occidental —y fomentada por razón de intereses, pero también con efectos prácticos, en el área comunista—; la mayor eficacia de la nueva organización mundial —la ONU— sobre la antigua Sociedad de Naciones, y la falta de filosofías irracionales o agresivas en aquellas partes del mundo que podían romper gravemente la estabilidad. También podría contarse una cierta tendencia a la sustitución de los grandes nacionalismos —tan sacralizados en otro tiempo— por los pequeños: un hecho que ha podido y puede generar multitud de conflictos ingratos e insolidarios, pero por razón de su propia naturaleza limitados, nunca generales.
En efecto, la «paz mundial» de 1945 en absoluto ha sido una garantía de buena convivencia entre los grupos humanos: tan solo de la falta de guerras planetarias. Han proliferado, por el contrario, conflictos muy numerosos —más de cien en medio siglo— en diversas, aunque siempre localizadas, zonas del mundo. En la segunda mitad del siglo XX han perdido la vida como consecuencia directa o indirecta de acciones bélicas unos veinticinco millones de seres humanos: cifra lamentable, y no tan ridículamente inferior a la de la primera mitad de la centuria como hubiera sido de esperar. Y como en el gran conflicto mundial de 1939-1945, la mayor parte de las víctimas de esos conflictos han sido miembros de la población civil, hombres, mujeres y niños. El ser humano, pese a los adelantos de la civilización y a los esfuerzos de las organizaciones internacionales para encauzar por vías pacíficas los contenciosos, sigue siendo el único animal capaz de exterminar a los de su propia especie. Habría que sumar a los conflictos abiertos las distintas formas de guerrilla —rural y urbana—, el terrorismo, los fundamentalismos, las reyertas étnicas y otros hechos que no contribuyen a una positiva valoración de la segunda mitad del siglo XX. Por los años sesenta, Alnold J. Toynbee consideraba que la tercera guerra mundial había comenzado, aunque de una manera muy distinta a la acostumbrada, en forma de guerrillas, actos de terrorismo y agresiones salvajes, nunca justificadas. Como tal, es una teoría más original que demostrable; pero lo cierto es que calamidades de esta naturaleza no faltaron por entonces, ni faltan ahora, como una especie de sustitutivo de la guerra generalizada.
Eso sí, nadie ha declarado la guerra a nadie. Teóricamente no hay guerras, sino acciones, operaciones, agresiones, liberaciones, violencias, represalias, etc. La declaración de guerra por parte de Alemania e Italia a los Estados Unidos el 9 de diciembre de 1941 ha sido el último acto jurídico de esta clase en la historia. La figura de la guerra como estado oficialmente proclamado ha desaparecido del mapa del mundo. Tampoco ha habido guerras con «frentes» bien definidos, o con partes oficiales facilitados diariamente por los servicios de los Estados Mayores de los bandos beligerantes. Si la desaparición de la «guerra de derecho» supone el preludio de la desaparición de la guerra de hecho, o simplemente que los hombres prefieren ahora como expediente de pretendida justificación, matarse de una manera informal, es un hecho que todavía resulta difícil de prever.