6 centímetros

Mi reloj me indica que son las cinco y media. Tras una buena noche, los repartidores de leche se disponen a emprender su ronda, los pájaros a empezar su concierto matutino de gorjeos, los quiosqueros a colocar los periódicos de la mañana y... Lo siento, no se me ocurre ninguna otra cosa que ocurra a estas horas tan tempranas. Y eso se debe a que, normalmente, yo estoy dormida a esta hora y no tengo ni idea de quién más estará levantado a las cinco y media de la puta mañana.

Me han dado una nueva dosis de epidural y Louise —también conocida como la comadrona adolescente— ha estado pasando de cuando en cuando para ver cómo evolucionaba. De hecho acaba de salir, después de darme la gran noticia: he dilatado otro centímetro más. Siete horas de parto y sólo he dilatado seis patéticos centímetros.

Emily se despereza en la silla.

—Lo siento, Dayna. Debí de echarme una cabezadita. ¿Qué tal vas?

¿Una cabezadita? Ha dormido ocho horas de un tirón o casi.

—Fatal —respondo, malhumorada—. Estoy cansada e incómoda y sólo quiero que esto acabe de una puñetera vez.

—¿Quieres algo para leer? —hurga en uno de sus bolsos y saca un montón de revistas—. Toma, Hello! Puedes mirar las fotos y nada más.

Me la da y descubro sus rostros muy sonrientes en la portada. No es la foto más grande de la página, pero destaca como un faro.

Chris y Gwyneth en el estreno de su última película.

—¿Quién se lo habría imaginado? —comento—. ¿Sabes una cosa? Les presenté yo realmente. Te acuerdas de que fui yo quien quiso ir a ver Dos vidas en un instante -le digo, no por primera vez.

—Mmm, la verdadera celestina. Oye, sé que seguís siendo amigos, pero imagínate lo que te pagarían por contar vuestro lío —dice Emily, tampoco por primera vez.

—Jamás. Además sólo les interesa si tienes algo malvado que contar y él siempre se mostró muy bueno conmigo. Incluso cuando le dejé, pobrecito.

Me dirige una mirada de soslayo.

—¿Y no te arrepientes de eso ahora? Debes de sentirte como el tío ése de la compañía de discos que dijo que no a los Beatles.

—Por Dios, Emily, no era un asunto de negocios.

—No, por supuesto, cielo... Pero pudo haberlo sido.

—Eres una interesada. ¿Así ves tú a Max? ¿Como un contrato muy jugoso?

—Eso es muy diferente. Lo nuestro es amor verdadero. —Y me regala una de sus sonrisas de satisfacción—. Con una generosa asignación para ir de compras.

—Pues lo de Chris y yo nunca fue amor verdadero. Tal vez me precipitara cuando rompí con él... Pero, no, nunca habría funcionado.

Me moví, incómoda, en la cama. Quizá estaba dormida de cintura para abajo, pero todavía podía notar la pesadez de mi barriga.

—Así que no te arrepientes de nada, ¿no?

—Nada de nada —le digo con la mano en la barriga.

Y lo pienso de verdad.

Creo.

La vibración de su móvil me arranca de mi pensamiento. Emily lo saca de su bolso y comprueba la pantalla. Luego suelta un pequeño gañido y balbucea:

—¡Max! Saldré fuera. Vuelvo enseguida.

Y así desaparece sin más, dejándome sola con mis nuevos y agitados pensamientos.

¿Me arrepiento de algo? Quizá de algunas cositas. Pero son tan pocas que ni merece la pena contarlas.