20. Hasta siempre

EL ULTIMO PARTIDO

El domingo 9 de mayo de 1993 en el Richfield Coliseum de Cleveland, el equipo local, los Cleveland Cavaliers, derrotaron a los Nets de Nueva Jersey por 99-89 y avanzaron a las semifinales de la conferencia Este de la NBA donde les esperarían los futuros campeones, Chicago Bulls. Drazen Petrovic, entonces aquejado de una lesión de rodilla que habría dejado a muchos otros en la grada, cerró de esta manera su andadura en la NBA. Anotó sólo n puntos (lejos de los 33 puntos y 16 rebotes de su compañero Derrick Coleman). Su próximo objetivo inmediato sería el campeonato de Europa de selecciones que se disputaría en Alemania ese mismo verano, el primero en que Croacia acudiría como país independiente. Pero para ello necesitaban conseguir una de las plazas que se ponían en juego en el preeuropeo de Polonia, que discurriría durante los últimos días del mes de mayo y los primeros de junio.

Sin embargo, durante los días posteriores a la eliminación de los Nets de los play-offs de la NBA, el tema a debate en torno a la figura de Petrovic era su futuro, su más que cuestionable continuidad en la NBA y su posible vuelta a Europa. El jugador y su entorno no se sentían demasiado contentos con la manera en que habían transcurrido las negociaciones para la firma de un nuevo contrato entre ellos y el equipo. Pese a que Drazen se convertiría en agente libre en verano, los Nets no habían realizado una oferta hasta marzo, demasiado tarde según el jugador (y además insuficiente, 3,3 millones de dólares en cuatro años), que comentaba a la prensa una y otra vez que volvería a Europa tras el final de la campaña, aunque más con la boca chica que otra cosa. Atractivas posibilidades y buenas perspectivas no le iban a faltar, tanto desde el punto de vista deportivo como económico: ahora que Drazen había conseguido un estatus importantísimo en América, el equipo que quisiera contratarlo debería rascarse el bolsillo. Pero la forma de pensar de Petrovic nos invita a creer que quizá su prioridad era continuar en la NBA, si no en los Nets en otro sitio (se hablaba de Lakers, Knicks y Rockets), hasta conseguir el campeonato o una nominación al All-Star Game, el asunto europeo sonaba más que nada a velada amenaza.

Sea como fuere, las propuestas europeas conocidas eran importantes. El Panathinaikos, los nuevos ricos del deporte griego, acababan de ser campeones de Copa y subcampeones de Liga en Grecia y habían renovado al técnico croata Zeljko Pavlicevic, antiguo amigo y entrenador de Drazen en los tiempos de la Cibona. Además «Stojko» Vrankovic era otra de sus pretensiones de futuro y Nikos Gallis permanecía en el equipo, todo unido a una buena cantidad de dólares. Demasiado atrayente como para ser rechazado.

La prensa en ese momento anunció también que el Barcelona de José Luis Núñez, Salvador Alemany y Aíto García Reneses quería hacer un equipo campeón con las contrataciones de Drazen Petrovic y del gigante rumano Muresan (éste para hacer sombra al lituano Sabonis, que prestaba sus servicios al eterno rival). También el propio Real Madrid sentía que debía recuperar al que había sido su estandarte unos años antes, al mismo Drazen Petrovic en alguna ocasión se le había escapado el comentario de que si volvía a Europa sería para jugar en el Madrid. Pero la aventura para los blancos resultaba demasiado cara (cercana a dos millones de dólares), enseguida se descartó esta posibilidad, a pesar de contar con una opción preferente consecuencia del acuerdo con Portland cuatro años atrás.

Desde Italia, el Benetton de Treviso, tras la marcha de Toni Kukoc, y el Virtus Roma, para cubrir el hueco dejado por otro croata, Dino Radja, se convirtieron en las opciones a considerar más serias.

De esta guisa, negociando y considerando su futuro, Petrovic es llamado a la selección croata para el torneo previo de Wroclaw (Polonia), junto al resto de figuras. Compañeros, amigos e incluso su propio padre le aconsejan que no acuda, que descanse de su temporada en la NBA y se reserve para el torneo importante, con la excusa de que Croacia se clasificará igualmente. Pero su carácter competitivo unido a la gran identificación con su país le obligan a ir. En principio el equipo croata no debería tener demasiados problemas para clasificarse, ya que el nivel del torneo a priori no es exigente. Los rivales serán Rumanía, Estonia y Macedonia y más tarde Letonia, Bielorrusia y Ucrania. Y efectivamente es así, Croacia gana sus partidos fácilmente y llega a la final del torneo, contra Eslovenia, con los dos equipos ya clasificados para el Europeo de Alemania.

El domingo 6 de junio de 1993, en el 49 aniversario del «día D», Drazen Petrovic anota los últimos puntos de su carrera como jugador profesional de baloncesto. Es otro macabro «día D», las últimas horas de la vida de Drazen. Un tiro libre a falta de pocos segundos pone el definitivo 94-90 a favor de Eslovenia y el punto número 30 de Petrovic en el partido. El objetivo está cumplido, Croacia estará en Alemania, y con bastantes posibilidades de vencer, ya que los rivales yugoslavos no pueden competir. Las sanciones no serían levantadas hasta dos años después.

El equipo, incluido Drazen, viaja de vuelta a Zagreb desde Wroclaw, vía Varsovia y Frankfurt. Pero en el aeropuerto de la ciudad alemana, aun teniendo sus maletas facturadas, decide a última hora que pasará un par de días libres en Múnich con su novia Gabriela (de nacionalidad alemana) y una amiga de esta última (de nacionalidad turca), que le estaban esperando. El avión permanece en tierra durante más de cuarenta minutos aguardando a Petrovic, pero no vuelve. Los tres salen del aeropuerto y se dirigen horas después en un Volkswagen Golf en dirección sur por la autopista A-9 (que enlaza Nuremberg con Múnich). Son las 5:20 de la tarde del día 7 cuando, a la altura de la localidad de Denkendorf y a pocos kilómetros de la más importante Ingolstadt, por causa de la lluvia y la casi nula visibilidad, un camión que viaja en dirección contraria derrapa, salta la mediana e invade el carril por el que viajan Drazen y sus dos acompañantes. Este ocupa el lugar del copiloto y va profundamente dormido. El impacto es súbito, fuerte y en el lado derecho del automóvil. Las dos mujeres resultan heridas, el conductor del camión ileso y Drazen Petrovic muere en el acto.

CONMOCIÓN MUNDIAL. «EL BALONCESTO HA RETROCEDIDO TRES PASOS»

Otra víctima de la carretera, otro ejemplo de una de las muertes más absurdas, otro nombre escrito en negro en la lista de las desgracias, otro eslabón más de la interminable cadena unido al de Fernando Martín, Juan Gómez «Juanito», Valery Goborov, Josep Pujolras (como ejemplos del mundo del deporte) y tantos y tantos otros apellidos anónimos. Drazen pasa de la calificación de estrella deportiva a la de mito o leyenda, un viaje sin retorno y con un precio a pagar demasiado alto. Las reacciones en el mundo del baloncesto no se hacen esperar, empezando por sus compañeros de selección, rivales, jugadores, entrenadores, dirigentes y aficionados de los equipos en los que militó en su vida profesional, a las que se une el llanto de todo un pueblo que le había escogido como su representante y embajador en el mundo. Aquí destacamos algunas de las declaraciones que siguieron a la tragedia, tanto inmediatamente como ya pasados unos meses e incluso años:

«Es una pérdida devastadora para la NBA, no sólo ya como persona sino como jugador. Después de dejar amigos, fama y popularidad fue a la NBA y triunfó plenamente» (Chuck Daly, entrenador de los Nets en su última temporada).

«Ya sabéis lo que se dice sobre J. F. Kennedy —Johnny, nunca llegamos a conocerte—. Pienso lo mismo sobre Drazen. Siento que el año que pasé junto a él transcurrió tan rápido que nunca llegué a conocerle de la manera que me habría gustado» (Chuck Daly).

«Debí haber dejado el cargo hace un año, en el momento en que nuestro capitán abandonó el barco» (Chuck Daly, en 1994, tras comunicar que dejaba el banquillo de los Nets).

«No puedo comparar su tesón y ansia de superación con nadie en la NBA, excepto quizás Dennis Rodman» (Chuck Daly).

«Cuando me dijeron que había una mala noticia en torno a Drazen pensé que se trataba de que había llegado a un acuerdo con algún equipo europeo, jamás me podía imaginar algo así» (Paul Silas, asistente de Chuck Daly).

«Recibí una llamada de Tate George en mi casa de Kentucky, me dijo que me sentara. Todavía no puedo comprenderlo. Creo que yo era su mejor amigo en el equipo, hablábamos a menudo sobre su vida, baloncesto, política… Fue quien me ayudó a comprender la situación de la antigua Yugoslavia. La gente acostumbra a tener una errónea percepción sobre los deportistas de élite. Los considera semidioses intocables. Golpes de este calibre te hacen reflexionar a fondo sobre tu escala de valores» (Sam Bowie, compañero en los Nets, 1991-1993).

«Me sentí enfermo cuando me lo dijeron. Era un buen amigo. Durante meses mantuvimos una fiera competición para disponer de más minutos de juego y nunca he conocido a nadie con mayor deseo de ganarse el respeto en la NBA. Es una tragedia, siento enormemente que no consiguiera un puesto en el último All-Star Game porque todos los profesionales deseábamos que se reconociera así su esfuerzo y mejora» (Danny Ainge, compañero en Portland Trail Blazers, 1990-1991).

«Es muy duro que te comuniquen a primera hora de la mañana que Petrovic ha fallecido. Deportivamente sólo puedo pensar que fue el mejor jugador que ha dado Europa en toda su historia. Lo ha demostrado incluso en la NBA, en la que estuvo a punto de ser all-star. Es una pérdida irreparable para el baloncesto» (Juan Antonio San Epifanio, «Epi», jugador del FC Barcelona y de la selección española).

«Drazen era el jugador con más talento que he conocido; jugar con él era un auténtico placer. Estoy estupefacto. Drazen era muy tranquilo, ordenado y metódico fuera de la pista, y muy prudente a la hora de conducir. No me cuadra que haya muerto de esta manera. Cuando salíamos había que decirle que corriera un poco porque se quedaba el último» (José Luis Llorente, jugador del Real Madrid en la temporada 1988-89).

«Es una pérdida irreparable para la liga profesional norteamericana, su explosividad y su agresividad marcaron el carácter y la línea de actuación en la competición y dejaron un recuerdo difícil de olvidar. Deportivamente hablando, Drazen era la pieza clave que nos faltaba en los Knicks para el asalto al título» (Pat Riley, entrenador de Los Angeles Lakers, New York Knicks y Miami Heat).

«No hay palabras para describir el dolor que toda la familia de la NBA siente en estos momentos. Fue extraordinario como jugador y como persona, y un auténtico pionero en la globalización del baloncesto y la unión entre Europa y América. Afortunadamente su legado animó a otros como él a participar con éxito en nuestra competición. Todos le vamos a recordar. Ahora nuestros corazones están con su familia» (David Stern, comisionado de la NBA).

«Drazen respetaba a otros jugadores. Trabajó muy duro para mejorar su defensa. Para todos los jugadores europeos la defensa es el principal obstáculo, pero Drazen lo resolvió a base de duro trabajo. Amaba el baloncesto y tenía un gran deseo por ganar. Su combinación de defensa y fenomenal ataque llegó a ser un gran problema para sus rivales. Pudo haber sido uno de los más grandes» (Phil Jackson, entrenador de los Bulls de Chicago 1990-1998 y LA Lakers 1999-2004).

«Tengo un hijo y una hija. La muerte de Drazen Petrovic resultó para mí como la muerte de un hijo. No creo que nunca nada me haya afectado tanto como su muerte. Todavía me emociono cuando lo revivo» (Willis Reed, vicepresidente de Operaciones Deportivas, New Jersey Nets 1993).

«Ahora mismo el baloncesto no tiene sentido para mí, sólo quiero estar solo y llorar» (Dino Radja, compañero en la selección croata).

«Drazen y yo fuimos muy buenos amigos. Fui uno de los que le dieron la bienvenida cuando llegó a Portland desde Europa. Hablamos mucho sobre su familia en su restaurante de Zagreb, disfrutaba de sus amigos y del deporte del baloncesto. Realmente siempre le respeté porque trabajó muy duro. Siempre era el primero en llegar y el último en irse del gimnasio. Con esa dedicación se ganó el respeto de todos» (Clyde Drexler, compañero en los Blazers, 1989-1991).

«Nunca he visto a ningún jugador profesional o amateur trabajar tan duro. Es el verdadero ejemplo de profesional en dedicación y compromiso» (Tom Newell, asistente de los Nets, 1993).

«Voy a pedir a todos los que amasteis a Drazen una única cosa. El deseo de que permanezca en vuestra memoria como un hombre que levantaba las manos hacia vosotros después de cada canasta… porque os buscaba, a sus fans. Quiero que le recordéis como el que os traía su alegría, su sonrisa. Guardad como un tesoro estos momentos para siempre. El destino nos lo quitó, posiblemente en la cima de su carrera, para convertirse en una leyenda, para mostrarnos el camino» (Aleksandar Petrovic).

«La pérdida golpeó sobre todo a los aficionados europeos. Es difícil de imaginar aquí en Estados Unidos ya que hay una gran cantidad de buenos jugadores. Pero Croacia es un país de poco más de cuatro millones de personas. Sin él, el baloncesto retrocede tres pasos» (Aleksandar Petrovic).

Pero quien mejor describió la irreparable pérdida fue un periodista croata, quien tituló en su crónica:

«Ahora que Drazen se ha ido, la población de Croacia ha descendido dramáticamente».

Es bien conocido que cuando una persona muere las percepciones sobre ella suelen experimentar un cambio radical. En otras palabras, la muerte convierte en bueno al que en vida no era considerado por todos como tal. No creo que sea éste el caso; además, la unanimidad es demasiado palpable como para pensar lo contrario. Drazen Petrovic cometió pecados, eso es innegable, pero lo hizo con la ambición de ser el número uno.

Evidentemente, aparte de las reacciones oficiales, quienes verdaderamente sufrieron las consecuencias fueron su familia y sus amigos más cercanos. Su madre, Biserka Petrovic, sufrió un colapso nervioso tras recibir la noticia y su íntimo amigo Stojan Vrankovic se hirió en una mano a consecuencia de los golpes a paredes y cristales con los que descargó su ira y su frustración en el hotel de la selección croata. Triste es perder a alguien querido, pero más aún cuando tiene mucha vida por delante para aportar lo máximo a su profesión y a su gente. El propio Vrankovic y el amigo de la infancia en Sibenik, Neven Spahija, fueron los encargados de viajar a Alemania a recoger el cuerpo de Drazen Petrovic y llevarlo a Zagreb, el cual fue expuesto en el pabellón de la Cibona (a partir de entonces «Pabellón de Deportes Drazen Petrovic») para que fuera visitado por todos los aficionados que quisieran darle un último adiós. El jueves 10 de junio, más de 6.000 personas acudieron al acto de despedida, en el cual tras las oportunas alocuciones de los representantes de la ciudad, del país y de los equipos en que militó Drazen, se produjo un emotivo colofón, una ovación de más de veintidós minutos.

Los telegramas recibidos fueron innumerables, entre ellos los del presidente de la República de Croacia Franjo Tudjman, que se encontraba de visita oficial en Pekín, el del Primer Ministro Valentic y el del Presidente del Parlamento Stipe Mesic. Incluso desde Yugoslavia también llegaron muestras de condolencia, los clubes OKK Belgrado y Estrella Roja, y el ex internacional y antiguo compañero de selección, Zoran Radovic, entre otros. Asimismo, desde Yugoslavia dos de los más destacados jugadores de todos los tiempos, Dragan Kikanovic y Drazen Dalipagic, coincidían en su juicio: «Petrovic fue el mejor».

El viernes n de junio a las 17:00 horas se llevó a cabo su entierro en el cementerio de Mirogoj, a las afueras de Zagreb, una ceremonia con honores de jefe de estado, tan triste y emotiva como multitudinaria, que contó con más de 100.000 personas procedentes de todo el país, pero mayoritariamente de Zagreb y Sibenik. Representantes de todos los equipos en los que Drazen había militado se encontraban allí. Los discursos corrieron a cargo del jefe del gabinete presidencial de la República, Jure Radic, el presidente Tudjman y del entonces ministro de deportes de Croacia, y alma máter de la Cibona, Mirko Novosel. Todos alabaron su dedicación, su amor por su deporte y por ser el perfecto embajador del nuevo estado croata en el mundo.

Entre los más de 100.000 que acudieron aquel día a Mirogoj se encontraba el tenista Goran Ivanisevic, un tipo con un carácter dentro de la pista muy similar al de Petrovic, extrovertido, gesticulante, pasional, provocador. Prometió en aquella ocasión que algún día alcanzaría su sueño de ganar Wimbledon para dedicárselo a su amigo desaparecido. Ocho años después, en julio del 2001, la promesa se hizo realidad. En el viaje de vuelta, y durante las celebraciones en su Split natal, Ivanisevic lució el número 3 de los Nets, la camiseta que años atrás le había regalado su antiguo camarada. Cuando a la llegada al aeropuerto Biserka Petrovic abrazó al tenista declaró: «Siento que estaba abrazando el espíritu de mi hijo». El vencedor de Wimbledon replicó: «Mi amigo me regaló esta camiseta y hoy la he llevado para que todo el mundo lo viera. Pienso en él constantemente, todos los días, en todo lo que le rodea, en el equipo nacional ya sin él, en el hecho de que era el Michael Jordan europeo».

El Comité Olímpico Internacional también realizó su particular homenaje al desaparecido jugador, construyendo una estatua a la entrada de su sede principal en la ciudad de Lausana, en Suiza. Juan Antonio Samaranch le concedió el honorífico título póstumo de «mejor jugador europeo».

Drazen, aquel lejano 7 de junio, entró en la leyenda, en el selecto pero infortunado elenco de personalidades con las que disfrutamos intensamente en el desarrollo de su arte, pero que nos dejaron demasiado pronto, con un gran talento y carisma natural aunque con mucho que mostrar aún. James Dean, Jim Morrison, Jimi Hendrix, River Phoenix, Kurt Cobain… o más cercanamente Fernando Martín son sólo una pequeña representación de aquellos que se fueron mucho antes de lo debido, siguiendo los desdichados pasos del más grande genio precoz que el mundo conoció, Wolfgang Amadeus Mozart. Por multitud de razones Drazen será siempre el «Mozart del basket».

LA NBA RINDE HOMENAJE AL NUMERO 3

Sólo unos días después del trágico suceso, la NBA se preparaba para una nueva final, y además una de las más esperadas, la que enfrentaba a los Chicago Bulls de Michael Jordan y a los Phoenix Suns de Charles Barkley. El jugador más valioso y el mejor equipo del año contra los por entonces dos veces campeones, representados por uno de los mejores de la historia, si no el mejor. En el primer partido, disputado en la capital de Arizona, no faltó el recuerdo hacia el recientemente fallecido Drazen Petrovic. Antes de dar comienzo el encuentro se hizo el silencio, y en la gran pantalla apareció su rostro y un letrero que rezaba: «Memories on Petro». Mientras, sonaban las palabras del speaker:

«Estaba participando en un torneo con el equipo nacional de Croacia. Drazen fue un verdadero pionero en el baloncesto internacional. La NBA y sus jugadores presentan sus sentidas condolencias a sus familiares y amigos. Por favor, únanse a nosotros en guardar un momento de silencio por la memoria de Drazen Petrovic».

Allí estaban los que habían sido sus rivales, Jordan, Barkley, Pippen… el único que había sido su compañero en la NBA, Danny Ainge, y allí también se encontraban los aficionados de todo el mundo, si no personalmente, sí a través de la televisión, mostrando su respeto por posiblemente el jugador más importante del baloncesto en Europa de todos los tiempos.

En el mismo año, 1993, se produjo la ceremonia de retirada de la camiseta con el número 3 de los Nets. Se trata de actos bastante frecuentes en la sociedad norteamericana, tan propensa a elevar a los altares deportivos a sus héroes más reconocidos, a las personas que más han contribuido al desarrollo o al éxito de una determinada institución. Sin embargo, que se realice en honor de alguien ajeno al país es simplemente una excepción. Drazen Petrovic es, hasta ahora, el único jugador europeo cuya camiseta ha sido retirada por una franquicia NBA. En diciembre del 93 el 3 se unió a la reducida lista de miembros honoríficos de los New Jersey Nets, junto con el número 4 Wendell Ladner, el 23 John Williamson, el 25 Bill Melchioni, el mítico 32 «Dr J» (Julius Erving) y el 52 Buck Williams.

El acto comenzó con Chuck Daly y Derrick Coleman portando la camiseta número 3 hacia el centro de la cancha del Meadowsland Arena, donde le esperaban Jole y Biserka Petrovic, su hermano Aleksandar y sus compañeros e íntimos amigos Dino Radja y Stojan Vrankovic. Las palabras de su último entrenador resumieron perfectamente el sentir general:

«Muchas gracias por su asistencia esta noche. No sé si se puede expresar en palabras lo que Drazen significó para este club, tanto emocionalmente como en todos los aspectos. Supongo que todos nosotros siempre recordaremos lo que acabamos de presenciar en la pantalla. La sonrisa, la emoción, la competitividad y, sobre todo desde el punto de vista puramente baloncestístico, su lanzamiento. Nunca le olvidaremos».

En sólo dos años y medio de estancia en la franquicia atlántica, la huella dejada por este genial jugador fue imborrable en todos los sentidos: en lo deportivo, en lo humano, en lo social y en lo institucional. Para hacernos simplemente una pequeña idea, la camiseta del número 3 de los Nets aún hoy sigue siendo la más vendida en la zona de Nueva Jersey, únicamente por detrás de la 32 de Julius Erving. Además, se estableció poco tiempo después de su muerte el «Petrovic Scholarship Fund», organismo para becar a futuros estudiantes universitarios de origen croata en las áreas de Nueva Jersey, Nueva York y Connecticut.

Asimismo, a partir de ese momento, el trofeo que acreditaba al mejor jugador del Open McDonald’s (competición primero anual y después bianual que reunía a los teóricamente mejores equipos de Europa, América y un representante NBA, desde 1987 hasta el año 2000) llevaría el nombre de Drazen Petrovic. Jugadores nada desconocidos para él, como Charles Barkley (Phoenix Suns 1993), Clyde Drexler (Houston Rockets 1995) o Michael Jordan (Chicago Bulls 1998) lo lucen en sus vitrinas.

EN EL HALL OF FAME

El Naismith Memorial Basketball Hall of Fame de Springfield (Massachusetts) es la institución que dedica sus esfuerzos a preservar la memoria de todos aquellos que han contribuido al desarrollo y al conocimiento del deporte del baloncesto en todo el mundo, desde jugadores, entrenadores, equipos, pasando por árbitros, directivos e incluso periodistas y comentaristas. Hasta el año 2004, 258 personas y cinco equipos han sido nominados para el Hall of Fame. Cada año son presentadas diferentes candidaturas de posibles elegidos, y en una ceremonia pública son anunciados los ganadores. Desde el año 1959 en que fueron galardonados, entre otros, el inventor del baloncesto, el Dr James Naismith, y el primer equipo formado en su clase o el gran dominador de los primeros años de la NBA, George Mikan, la lista ha ido engordando de manera continuada, y uno de los elegidos no es otro que Drazen Petrovic. Drazen es uno de los pocos exponentes no americanos que han sido reconocidos en esta institución.

La lista la inicia el presidente de la FIBA Borislav Stankovic en la promoción de 1991, el jugador de la Unión Soviética de los setenta Sergei Belov aparece en 1992, en 1993 la jugadora más conocida e importante del baloncesto soviético, europeo y quizá mundial, la inalcanzable Uljana Semjonova, en 1994 el entrenador italiano Cesare Rubini, director técnico del histórico Olimpia Simmenthal Milán desde 1947 a 1978, el «zorro plateado» Alexander Gomelski es elegido en 1995, en 1996 otro mítico y primer yugoslavo de la lista, Kresimir Cosic, en 1997 le toca el turno al único español que ha sido incluido hasta ahora, el eterno seleccionador fallecido en el año 2000, Antonio Díaz Miguel, el segundo representante balcánico es el profesor Aleksandar Nikolic, el maestro de entrenadores y claro definidor de la escuela yugoslava, nominado en 1998; el siguiente, en 2000, es el italiano de nacimiento y estadounidense de adopción Daniel Biasone, unos de los «padres» de la NBA como propietario de los Syracuse Nationals. 2002 es el año de Drazen Petrovic. Completan la lista los históricos jugadores Dino Meneghin, el gran Dino, el eterno, el santo y seña de la azzurra italiana, y por último Drazen Dalipagic, otro de los triunfadores de la época gloriosa de los setenta y primeros ochenta, en 2003 y 2004 respectivamente.

Drazen Petrovic fue oficialmente un miembro del Hall of Fame, gracias a su trayectoria con las selecciones de Yugoslavia y Croacia, la Cibona, el Real Madrid y por ser el principal pionero del baloncesto europeo en la NBA, el viernes 27 de septiembre del 2002 en una ceremonia que tuvo lugar como siempre en Springfield, Massachusetts. Entre sus compañeros de promoción sólo había un jugador más, el gran ídolo de Drazen, Earvin «Magic» Johnson, el prestidigitador del basket, uno de los más grandes. Como entrenadores aparecían Larry Brown, técnico profesional durante más de veinte años, entre otros, de los campeones de 2004, Detroit Pistons, los Sixers de Filadelfia, San Antonio Spurs, Los Angeles Clippers, Denver Nuggets, New Jersey Nets, Indiana Pacers, también en la extinta ABA y en la NCAA (Universidad de Kansas, campeones de 1988) y Robert «Lute» Olson, responsable de los Arizona Wildcats de la NCAA, y previamente de la Universidad de Iowa. Completaba el trío Kay Yow, entrenadora de la Universidad de Carolina del Norte durante veinticinco años.

El último escogido para engrosar la lista no era una persona, sino un equipo, los Harlem Globe Trotters, los trotamundos del baloncesto, el equipo de exhibición por antonomasia desde su fundación en 1927. Más de 20.000 partidos en 117 países y más de 500 jugadores les contemplan.

Otros galardones complementarios fueron: el Premio Hall’s Curt Gowdy para miembros de la prensa escrita y de Internet, otorgado a Jim O’Connell, escritor de la Asociación de la Prensa, y a Jim Nantz, locutor de la CBS. El premio Bunn para personas que hubieran contribuido al desarrollo del juego fue a parar esa vez a Harvey Pollack, el primer hombre en tomar estadísticas de rebotes, tapones y robos de balón. En la ceremonia propiamente dicha, la tradición marca que cada premiado debe elegir a un miembro del Hall of Fame para que le presente. Magic, en un guiño a la histórica rivalidad, escogió a Larry Bird, seleccionado cuatro años antes. Éste, en un emotivo discurso, pronunció las siguientes palabras: «Vine para hablar desde el corazón, pero Magic me rompió el corazón tantas veces que me pregunto: ¿aún me queda algo?». Podríamos extrapolarlas perfectamente al caso de Drazen: rompió el corazón a algunos en infinidad de ocasiones cuando actuaba como rival, pero nos lo rompió a todos cuando se fue.