15. Oregon. Al otro lado del mundo
DECEPCIÓN EN MADRID
1989 no fue un año más en la historia de la sección de baloncesto del Real Madrid, fue cualquier cosa menos una época tranquila y sin sobresaltos. De la revolución Petrovic se pasó a los triunfos, de éstos a la marejada en el vestuario, y sucesivamente a la derrota final en la Liga, la marcha de Lolo Sainz y la llegada de un nuevo entrenador, la espantada del número 5 y finalmente a la trágica e inesperada muerte de Fernando Martín en diciembre. Toda una serie de acontecimientos que convirtieron al Real Madrid en fuente inagotable de noticias en un período en que el baloncesto aún acaparaba alguna que otra portada en los medios de comunicación escritos.
Lolo Sainz ya tenía previsto el cambio del banquillo a los despachos meses antes del final de la temporada, y como nuevo director deportivo o mánager general era su misión al encontrar a su sucesor. Tras arduas negociaciones, el ex entrenador de la NBA, dos años en Cleveland y otros dos en Golden State Warriors, George Karl, asumía la dirección en un momento decisivo para el futuro de la sección. Los nuevos bríos y las nuevas ideas que traía Karl eran una absoluta incógnita: no se sabía cómo iban a adaptarse a la estructura deportiva del club blanco.
Pero más allá de las ideas o las intenciones, la mala suerte, la improvisación y la desgracia con mayúsculas se cebaron con el club de la Castellana hasta completar los tres años más negros de la historia de la sección de baloncesto, en los que la marcha de Drazen Petrovic a la NBA fue el primer factor, pero que palidece en comparación con la muerte de Fernando Martín e Ignacio Pinedo, período de vacas flacas que terminaron con la llegada de Arvydas Sabonis en 1992.
Drazen, como vimos, había sido elegido en el draft tres años antes por los Portland Trail Blazers, pero nunca había existido la posibilidad real de su marcha a América, debido sobre todo a la prohibición a los profesionales NBA de disputar competiciones FIBA con sus respectivas selecciones nacionales. Pero en 1989, esta prohibición desapareció para siempre, al menos hasta ahora. En el campeonato de Europa de Zagreb, en el que fue elegido mejor jugador del torneo, los emisarios de Portland, con el ejecutivo Jack Schalow a la cabeza, trajeron las noticias al jugador, había llegado el momento de su marcha, y además un sustancioso contrato por tres años con opción a un cuarto. La respuesta del yugoslavo fue en ese momento nada más que quien quisiera su fichaje que se pusiera en contacto con el Madrid, aún le quedaban tres años en la capital de España. El nuevo propietario de los Blazers, el multimillonario del mundo de la informática Paul Allen, quería a toda costa al jugador para su nuevo proyecto deportivo y le ofrecía un contrato mucho más elevado que el típico contrato de un rookie (no más de 75.000 dólares al año), en números redondos, un millón de dólares por temporada.
Dio comienzo el culebrón veraniego, el tira y afloja, los ofrecimientos de los americanos, las negativas blancas. Pero Drazen lo tenía claro, la aventura americana era demasiado tentadora. Aunque llegó a presentarse con el resto de la plantilla para iniciar la pretemporada, su agente Warren Legarie negociaba las futuras cláusulas para su pupilo en Portland, y ellos y el Real Madrid llegaban a un acuerdo definitivo, la marcha del jugador a cambio de poco más de un millón de dólares. Ya se sabe, el precio era demasiado bajo para la importancia del genial jugador, pero cuando no se está a gusto en un sitio es mejor que el club dé la libertad deseada, es el mismo caso que se repite en otros deportes año tras año. La mente de Drazen Petrovic estaba en Oregon, no en Madrid, qué sentido tenía que se quedara. Traidor fue lo más suave que se escuchaba y se leía en los medios de comunicación en aquel fatídico mes de septiembre, pero el hecho estaba consumado, Petrovic no vestiría más la camiseta blanca.
Pasado ya mucho tiempo desde entonces, se puede considerar, por un lado, el deseo, muy humano, de mejorar, de ser ambicioso, de competir con los mejores, y por otro lado el deseo, también muy humano, de los aficionados que quieren al club e idolatran a uno de sus puntales de que éste permanezca en el equipo. La cuerda se rompió por el lado más lógico, unos ganaron y otros perdieron, como siempre ocurre. Drazen se fue y nunca volvió, y el Real Madrid se convirtió en un Titanic a punto de chocar con el iceberg de la desgracia y la mala suerte.
LOS TRES MOSQUETEROS
Siempre ha habido jugadores en Europa, o si se quiere no estadounidenses, que han tenido la calidad suficiente para jugar en la «inalcanzable» NBA, quizá no al nivel de los grandes de todos los tiempos, pero sí para realizar un más que digno papel. Radivoj Korac, Kresimir Cosic, Dino Meneghin, Sergei Belov, Drazen Dalipagic, Nicos Gallis, Oscar, son ejemplos de jugadores que nunca disputaron un solo minuto en una cancha NBA, pero que quién sabe hasta dónde habrían llegado si hubieran tenido la fortuna de nacer unos cuantos años más tarde. Porque es un hecho contrastado el que, una vez que se cumplieron unas determinadas condiciones, América giró su mirada a Europa. La más importante de ellas es la caída del muro de Berlín y la apertura de fronteras para los trabajadores del este de Europa. Esto, unido a la explosión de una buena generación de jugadores, más los albores de una larga decadencia en el nivel de la mejor liga del mundo, hicieron posible que la habitual estrechez de miras norteamericana fuera cediendo poco a poco.
Georgi Glouchkov y Fernando Martín fueron los primeros en llegar, pero no triunfaron, no estuvieron más de un año y apenas contaron con la confianza de unos entrenadores más pendientes en conseguir resultados inmediatos que en experimentar con rookies.
Pero la segunda hornada fue más fructífera: tres integrantes de la generación del 64, Petrovic, Marcioulonis y Volkov se unieron al de la generación del 68, Divac, para quedarse unos cuantos años. Y el cuarteto no se convirtió en quinteto debido a los problemas físicos de Arvydas Sabonis, el cual había pasado un año y medio sin jugar, hasta su redebut en los JJ. OO. de Seúl, pero que una vez reestablecido de su grave lesión, no se veía capacitado para aguantar la presión y la exigencia de más de 80 partidos seguidos y prefirió aceptar la oferta del Forum de Valladolid en la ACB, donde sin duda las exigencias eran mucho menores.
Sea como fuere, Volkov viajó a Atlanta para jugar al lado de Dominique Wilkins, Divac a los Lakers de Magic Johnson para sustituir a la leyenda Abdul Jabbar, Marcioulonis a Golden State, donde de la mano de Don Nelson formaría una línea de atrás temible junto a los inefables T-M-C, Tim Hardaway, Mitch Richmond y Chris Mullin, por cierto, uno de los equipos más peculiares y más vistosos de la historia reciente de la Liga, y por último Drazen Petrovic viajaría hasta el extremo noroeste de Estados Unidos (a pocos kilómetros de distancia del epicentro del terremoto grunge, incipiente en ese momento) para jugar en un equipo ya hecho, y como se dice ahora de forma muy pedante en las tertulias balompédicas, muy trabajado. La base del equipo la componían Terry Porter y el all-star Clyde Drexler en las posiciones de base y escolta, Jerome Kersey como alero, Buck Williams como ala-pívot y el excesivo Kevin Duckworth como 5.
Curiosamente, el más joven de los cuatro mosqueteros, Vlade Divac, fue el primero en triunfar, y de una forma inmediata. Titular casi desde su llegada a los Lakers, ocupó de forma más que decorosa el lapso de tiempo entre la marcha del legendario Jabbar y la llegada del monstruoso Shaquille O’Neil, hasta completar siete temporadas con buenos números, más de 15 puntos, 10 rebotes y dos tapones de media en alguna de ellas. Más tarde jugó dos temporadas en Charlotte Hornets y seis en Sacramento Kings, para volver a acabar su vida deportiva en los Lakers.
También Sharunas Marcioulonis obtuvo una rápida respuesta a su trabajo. Según los expertos y ojeadores NBA, poseía un cuerpo adecuado para la competición, una rapidez endiablada y una buena mentalidad. En su papel de sexto hombre en la rotación de los Warriors, llegó a alcanzar los 18,9 puntos por partido en la temporada 91-92, y tras cuatro años en California, pasó por Seattle, Sacramento y Denver para retirarse a su Lituania natal en 1997 con casi 33 años.
Alexander Volkov disputó un par de temporadas en Atlanta Hawks como séptimo u octavo hombre, la 89-90 y la 91-92, para después volver con contratos más suculentos a Europa, a Grecia y a Italia.
El caso de D’Artagnan Petrovic es ligeramente diferente al resto: ríos de tinta se escribieron en aquel entonces sobre si el genio de Sibenik triunfaría en la NBA; el indiscutible número uno de Europa se veía por primera vez discutido, incluso Mirko Novosel se atrevió a vaticinar un relativo fracaso por parte de su antiguo pupilo. La defensa, o mejor dicho, su poca capacidad para ella, y su cambio de rol en el equipo, de sentirse estrella indiscutible a ser uno más, eran los argumentos que esgrimían los detractores para vaticinar su caída.
PORTLAND TRAIL BLAZERS
El 10 de febrero de 1970 comenzaba oficialmente la historia en la NBA de los Portland Trail Blazers con la concesión de uno de los derechos para convertirse en franquicia de expansión de la liga. Al igual que la mayoría de las nuevas franquicias, la progresión hacia el éxito no fue ni mucho menos fácil, los primeros años los resultados no destacaron demasiado a pesar de contar con un par de all-stars en las figuras de Geoff Petrie y Sydney Wicks.
El punto de inflexión del equipo de Oregon se produjo en el año 1974 con la llegada del gran Bill Walton, el pívot dominante que se necesitaba para construir una plantilla a su alrededor. El pelirrojo Bill se había formado en la universidad de UCLA siguiendo los pasos de Lew Alcindor y conquistando el título en tres ocasiones bajo la tutela de John Wooden. Su historia en la NBA estuvo plagada de altibajos debido a sus frecuentes lesiones, lo que se prometía y se vaticinaba como la carrera del jugador más dominante desde Bill Russell o Wilt Chamberlain en realidad sólo llegó a ser un amago de grandeza. A pesar de todo, en los momentos en que su salud se lo permitía, su influencia en el juego resultaba decisiva: era un feroz reboteador y taponador y un más que correcto anotador y repartidor de asistencias. Pero nada comparable a su intensidad.
En la temporada 76-77, y ya con Jack Ramsay como entrenador, por fin llegó el ansiado anillo de campeones, 4-2 en la final derrotando a los 76ers de Philadelphia de Julius Erving, tras haberse deshecho de los Lakers de Kareem Abdul Jabbar en las finales de la conferencia. Walton fue elegido mejor jugador de la final.
La mediocridad volvió a los Blazers a finales de los setenta hasta la llegada de la otra gran estrella de todos los tiempos en la franquicia norteña, Clyde Drexler, elegido el número 14 del draft de 1983. Sin duda una gran maniobra de los scouts de los Blazers, pero que quedó en nada comparado con la pifia más importante de la historia del draft de la NBA, sólo un año después.
En 1984 el nigeriano Akeem Olajuwon era la figura indiscutible en las Universidades americanas, pero había un chico que despuntaba y que se declaró elegible a pesar de no haber cumplido el ciclo normal de cuatro años como estudiante y jugador en North Carolina, su nombre era Michael Jordan. Houston Rockets elegiría primero en el draft de 1984, Portland sería segundo y los Bulls de Chicago en tercera posición. La primera elección fue para Olajuwon, pero los Blazers querían un pívot para complementar al escolta Drexler y eligieron a Sam Bowie, Chicago no tuvo más remedio que elegir a Jordan.
Lo que vino después ya es bien sabido, Bowie se convirtió en un caso aún peor que el de Walton, pasando más tiempo en la enfermería que en la cancha y Michael Jordan, pues, qué vamos a contar.
A pesar de todo, en la década de los ochenta Portland construiría una buena escuadra teniendo en Drexler a su máxima figura, con Kiki Vandenweghe y Terry Porter como importantes secundarios, aunque el precio que se pagó por el alero fue demasiado alto, entregando a Denver a tres de sus mejores hombres, Wayne Cooper, Clavin Natt y Lafayette Lever.
En 1986 se produjeron sus primeros coqueteos con el talento europeo, drafteando a las dos mayores figuras del momento, Drazen Petrovic y Arvydas Sabonis e incorporando a Fernando Martín. La transición hacia la temporada 89-90 produjo resultados decentes, además del cambio en el banco, de Ramsay a Mike Schuler y de éste a Rick Adelman y la llegada de Paul Allen al despacho presidencial. Por consiguiente, en la pretemporada de 1989 la escuadra se presentaba como una de las más potentes de la liga y como serio aspirante a desbancar a los Detroit Pistons del trono de «Campeones del Mundo».
THE GLIDE
Clyde Austin Drexler era la sólida base en la que se fundamentaban todas las esperanzas de los blazermaníacos de volver a saborear las mieles del triunfo. Drexler fue en toda su carrera un gran jugador, completo como pocos, rapidísimo en transición, con un gran salto, gran penetrador, buen defensor y decente tirador de larga distancia, pero tuvo un único impedimento para ser reconocido mundialmente como el mejor escolta de su época, por otra parte el mismo problema que el resto de escoltas del mundo: el nombre Michael, el apellido Jordan. A pesar de todo, la carrera de Clyde «The Glide» Drexler merece ser destacada, al fin y al cabo se trata de uno de los cincuenta mejores jugadores de todos los tiempos, según la elección de la NBA. Nacido el 22 de junio de 1962 en New Orleans, perteneció de 1980 a 1983 a la famosa generación «Phi Slamma Jamma» de la Universidad de Houston, al lado de Akeem Olajuwon y Larry Micheaux, donde consiguieron un par de presencias en la Final Four de la NCAA (la segunda ya sin Drexler en el equipo). North Carolina State y la Georgetown de Patrick Ewing apartaron a los tejanos del Santo Grial del deporte universitario. Drexler fue escogido por los Blazers el número 14 del draft de 1983, donde permaneció durante once temporadas y la mitad de la 94-95. En ellas fue la principal amenaza ofensiva del equipo promediando más de 20 puntos, 6 rebotes y 6 asistencias. El trienio desde 1989 a 1992 supuso la época dorada del equipo de Oregon en la liga, siendo dos veces finalista y una vez finalista de la conferencia Oeste, pero los Bad Boys de Detroit, los Bulls de Jordan y los Lakers de Magic Johnson se encargaron de colocarles la etiqueta de perdedores. Por fin Drexler fue capaz de arrancársela en 1995, al ser traspasado a Houston Rockets a cambio de Otis Thorpe. Su encuentro con su viejo compañero fructificó en el segundo título consecutivo para la franquicia tejana, tras unos play-offs durísimos en el Oeste y una plácida final, 4-0, ante los emergentes Orlando Magic del joven Shaquille O’Neil. Por fin Clyde consiguió la guinda a su pastel particular, un par de temporadas después se retiró con más de 22.000 puntos en su haber, más de 6.000 asistencias y más de 6.000 rebotes, diez participaciones en el All-Star, votado una vez, en 1992, para el primer quinteto de la NBA, dos veces para el segundo quinteto, 88 y 91, y otras dos veces para el tercer quinteto, en el 90 y el 95. Además formó parte del Dream Team USA en Barcelona 92. Drazen Petrovic llegó a los Blazers en el comienzo de la época dorada de este equipo, y el gran obstáculo para que triunfara en el mismo fue siempre su gran valedor y uno de sus pocos amigos en la plantilla, el propio Drexler.
EL PRIMER AÑO
Drazen Petrovic jugó sus primeros minutos oficialmente como jugador de la NBA en temporada regular el 3 de noviembre de 1989 durante el encuentro disputado en Portland contra los Sacramento Kings. El backcourt (jugadores exteriores) lo componían los bases Terry Porter y Danny Young y los escoltas Clyde Drexler, Drazen Petrovic, Byron Irvin y Robert Reid. El frontcourt (posiciones 3, 4 y 5) estaba formado por Jerome Kersey, Clifford Robinson, Mark Bryant, Wayne Cooper, Buck Williams y Kevin Duckworth. El quinteto base Porter-Drexler-Kersey-Williams-Duckworth fue el que más se repitió a lo largo de la temporada, exceptuando once partidos en que Clyde Drexler estuvo ausente por lesión y un par de partidos Porter.
Petrovic se quejaba amargamente de que sólo era utilizado por el coach Adelman en los llamados minutos de la basura, aquellos que juegan los suplentes cuando el resultado está más que decidido. Todo ello se tradujo en unas estadísticas finales de 7,6 puntos por partido en poco más de doce minutos de juego, con un 48,5 % en tiros de 2 puntos, un 45,9% en tiros de 3, un 84,4% en tiros libres (sólo superado en el equipo por Porter, con un 89%), completaban sus datos 1,4 rebotes de media, 1,5 asistencias, 23 robos, 96 pérdidas de balón y 2 tapones. En Europa siempre alternó en las posiciones de base y escolta en los equipos en que jugó, con parejas de baile como su hermano Aleksandar, Danko Cvjeticanin o Biriukov, pero en la NBA era utilizado como 2 puro, shooting-guard como dicen allí. Sin embargo, el cambio principal era otro, en los Blazers no se sentía importante, y Drazen Petrovic siempre fue el paradigma de jugador que si no se sentía importante y con confianza no desarrollaba su juego ni a un 50% de su capacidad. Adelman nunca le dio la responsabilidad que él solicitaba. Sus problemas en defensa eran la excusa perfecta, ciertamente en Europa nunca se le pidió que defendiera con fiereza, pero evidentemente era otro mundo.
La temporada 89-90 fue bastante positiva para la franquicia de Oregon, acabó la fase regular con una auténtica paliza a Los Angeles Lakers, 130-88, lo que suponía un registro global de 59 victorias y 23 derrotas, segundos en la división del Pacífico, en la conferencia Oeste y en toda la NBA, sólo detrás de los Lakers. En los play-offs, victoria fácil en primera ronda ante los Dallas Mavericks, 3-0, bastante más complicada ante los San Antonio Spurs del almirante Robinson, 4-3 en semifinales de conferencia, y por último 4-2 contra los Suns de Phoenix en la final de conferencia.
La lucha por el título de la NBA los enfrentaría a los vigentes campeones, los Pistons de Detroit, el equipo más duro del planeta y la mejor pareja base-escolta de la liga, Isiah Thomas y Joe Dumars. Petrovic no tuvo una actuación destacada en los cinco partidos en que los Pistons despacharon a Portland. Es difícil rendir a gusto cuando sabes positivamente que al menor fallo en defensa vas al banquillo de manera inmediata, que se te perdona menos que a los demás. Es el precio que hay que pagar por la novatada, y si vienes de Europa más. A pesar de todo, Drazen realizó unos magníficos minutos en el segundo partido, la única victoria de los Blazers, en la prórroga, con 8 puntos, 4 de 4 en el tiro, y dos balones recuperados. Los play-offs se cerraron para el todavía yugoslavo con doce minutos de media y 6 puntos por partido, aún por debajo que en temporada regular, y con peores porcentajes. El dato positivo, como el propio Petrovic comentaría meses más tarde, fue que 1990 trajo consigo las dos únicas finales que le faltaban por disputar en su palmares, la final de la NBA y la final de un campeonato del mundo, aunque con resultados dispares.
SITUACIÓN INSOSTENIBLE
En el verano de 1990 se produjo un hecho que dio que pensar en el entorno personal del jugador yugoslavo, el fichaje por los Portland Trail Blazers de Danny Ainge para dar mayor capacidad y mejores rotaciones a los puestos de 1 y 2 en el equipo. El «Baby Face Killer» o «Cry Baby» Ainge era un veterano aunque todavía joven jugador proveniente de los Sacramento Kings, donde había permanecido un año tras salir por la puerta de atrás de los míticos Celtics de Boston. En la franquicia del Atlántico había permanecido seis temporadas formando parte de uno de los quintetos más recordados de todos los tiempos en la NBA junto a Dennis Johnson, Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish, dos veces campeones de la Liga y otras dos veces finalista, un quinteto que los niños de medio mundo eran capaces de recitar. Sea como fuere, la incorporación de Ainge supuso un mazazo en la moral de Petrovic, y mucho más cuando al comienzo de la temporada los números del yugoslavo empezaron a bajar sustancialmente tanto en puntos como, sobre todo, en minutos en la cancha. Las consecuencias no se hicieron esperar: ultimátum al canto a la entidad por parte del jugador, con letras mayúsculas, publicado por el diario «The Oregonian» a mediados de noviembre («COMO NO ME TRASPASEN ANTES DEL 30 DE NOVIEMBRE, VUELVO A MI PAÍS»), órdago a la grande con todas las de perder. La reacción de la plana mayor ejecutiva de los Blazers, multa a Petrovic de 500 dólares, perdonada días más tarde tras el arrepentimiento, sin duda aconsejado por las personas más cercanas al jugador. Pero el ambiente de trabajo no era el más positivo. Drazen declaraba una y otra vez que se encontraba en un gran momento de forma, mejor que nunca, que su trabajo en el verano le había fortalecido tanto física, muscular como mentalmente, pero la cruda y cruel realidad es que los minutos eran para Porter, Drexler y Ainge. Sin duda una situación insostenible que sólo podía tener una solución posible, el traspaso; las únicas cuestiones eran adónde y cuándo.
Las respuestas llegaron en forma de noticia el 26 de enero de 1990, tras una temporada entera y casi tres meses de la segunda, Drazen Petrovic era transferido a New Jersey Nets, a un equipo perdedor durante años, modesto y a la sombra de los poderosos knickerbockers de Nueva York. Su resumen final en su segunda mini-temporada: dieciocho encuentros, con 7,4 minutos de promedio, 4,4 puntos, un rebote y una asistencia y bastantes partidos sin saltar ni un minuto a la cancha.
DE COSTA A COSTA
De ser un líder indiscutible en Europa, donde raro era el día en que no disputaba los cuarenta minutos, Drazen Petrovic pasó a ser un auténtico don nadie en la NBA. Todo parecía acabado, incluso le llegaron ofertas de España e Italia por si se decidía a abandonar la liga profesional americana, incluido el Atlético de Madrid de Jesús Gil y Gil, el Forum de Valladolid, por entonces con Arvydas Sabonis en sus filas, y el Messagero de Roma. Pero su traspaso a los Nets supuso un punto de inflexión determinante en su carrera. Todo el mundo intuía que sería su última oportunidad de triunfar en la mejor liga del mundo, pero no todos confiaban.
Un complicado traspaso a tres bandas entre Portland Trail Blazers, Denver Nuggets y New Jersey Nets, por otra parte bastante habitual en la NBA, donde incluso se han llegado a realizar intercambios a cuatro y cinco bandas, trajo consigo la marcha de Drazen Petrovic a los New Jersey Nets a cambio de una primera ronda del draft a elegir entre 1992,1993 o 1994, que Portland inmediatamente trasladó a Denver a cambio del veterano y magnífico tirador Walter Davis. Greg «Cadillac» Anderson viajó a Denver desde Nueva Jersey (a donde había llegado sólo una semana antes y ni siquiera llegó a enfundarse la camiseta) y Terry Mills hizo el mismo viaje, pero en sentido contrario. Todo un intrincado laberinto administrativo y burocrático que en el caso del jugador de Sibenik igualó su valor al de un prospecto, al de un jugador virtual que no disputaría un solo minuto hasta dos, tres o cuatro años después. Además, y para más inri, los Nets sólo aceptaron a Petrovic si éste se avenía a recortar su salario en 200.000 dólares el primer año y 250.000 el segundo. Conclusión, el único que salía perdiendo era Drazen, pero sólo en lo económico, ya que rápidamente se demostró que su sitio sí era la NBA, únicamente había que darle la oportunidad, y los Nets se la otorgaron.
La historia está llena de fracasos, de éxitos, de errores y aciertos. Las pequeñas historias también tienen mucho de ello. Drazen Petrovic tuvo la suerte o la habilidad de superar su único fracaso y de elevar su límite hasta un nivel insospechado entonces. En los dos años posteriores nos dejó detalles para el recuerdo. No se lo pierdan.