11. Cibona Show Time. Tercera parte. Bye Zagreb
NOVI SAD 87 Y MADRID 88
La tradición marca que en un porcentaje muy alto de las ocasiones, el líder de la Liga regular de baloncesto de cualquier país acaba por levantar la copa de campeón al término de las eliminatorias por el título. Baste citar el caso de la liga ACB española, donde desde su inicio, en los primeros ochenta, hasta la temporada 96-97, el campeón fue siempre el que más victorias había acumulado previamente en lo que los americanos llaman regular season. La tendencia la rompió el Barcelona, que derrotó al Real Madrid en el quinto encuentro de la final en cancha contraria en mayo de 1997.
Pero este ejemplo no sirvió en el caso de la Cibona de Zagreb en el intervalo de tiempo en que Drazen Petrovic permaneció en el club. De los cuatro años a los que nos referimos, en tres la Cibona fue líder al terminar la temporada regular, pero sólo en una ocasión acabó como campeón, en la 84-85, la primera de la era Petrovic. El caso del tercer año es el más sangrante de todos: de los veintidós encuentros de liga, la Cibona ganó todos, una imbatibilidad que es prácticamente imposible de ver en cualquier competición de cierto prestigio en todo el mundo, no importa el deporte. El Estrella Roja de Belgrado se cruzó en el camino y apartó a los de Zagreb de la final, rompiendo el hechizo que los acompañó durante esos mágicos cuatro años.
Los fracasos en la liga doméstica impidieron que la Cibona pudiera disputar la máxima competición continental a nivel de clubes, por lo tanto tendría que conformarse con la Recopa en la temporada 86-87 y con la Copa Korac en la 87-88.
Las fases previas a la final de la Recopa de 1987 vieron un dominio absoluto de los «Lobos de Tuskanac» sobre todos sus rivales, incluido el Scavolini de Pesaro italiano, al que derrotaron por dos veces. Ocho victorias en otros tantos encuentros propiciaron que se colaran en la final por la vía rápida. El Scavolini se recompuso a pesar de sus dos tropiezos y consiguió su pase a la esperada final que se iba a disputar en la localidad yugoslava de Novi Sad, en la provincia de la Vojvodina, al noreste de Yugoslavia.
El equipo trasalpino, propiedad del comendattore Walter Scavolini, presentaba una escuadra fuerte, pero algo alejada del nivel del que podían presumir franquicias asentadas como Milán, Bolonia, Varese o Cantú. Pesaro, situado en las orillas del Adriático, cerca de Rimini, continuaba una curiosa tradición del Pallacanestro italiano, la de que ciudades pequeñas e incluso pueblos albergaran en su seno equipos potentísimos en la esfera nacional e incluso internacional, del estilo de Cantú o Varese.
Scavolini había perdido la Recopa del año anterior a manos del FC Barcelona, ya de Aíto García Reneses, y se presentaba en una nueva final con la esperanza de revancha. Pero los pronósticos estaban en su contra: plantilla inferior, escenario poco propicio y el factor Petrovic, deseoso de demostrar que a pesar de haber sido «desterrado» a un torneo menor, seguía siendo el mejor de Europa.
Los pronósticos, cómo no, se cumplieron. Mientras los italianos pudieron aguantar con el quinteto titular al completo, Andrea Gracis, Zambalist Frederick, Charles Davis, Walter Magnifico y Ario Costa, la situación se mantuvo a su favor, incluso por 13 puntos de ventaja, 7 al descanso, 43-36. Magnifico sometía a los pívots yugoslavos, mientras Drazen no tenía su día, 1 de 8 en triples. Pero la temprana cuarta falta de Magnifico en la segunda parte relanzó los hasta entonces tímidos intentos yugoslavos. El dúo Petrovic despertó de su letargo y con 31 puntos en la segunda parte entre ambos, cuatro triples para Asa, dio la victoria a los suyos, 89-74.
Consecuencias inmediatas: contrato para el mayor de los Petrovic con el Scavolini para la temporada siguiente, tercer título consecutivo para los azules de Zagreb en Europa y la posibilidad abierta de alcanzar una marca única en la historia de las competiciones continentales, cuatro de una tacada.
Pero el sueño no se cumpliría. En 1988 se llegaría a la final esperada por todos, los viejos enemigos Real Madrid y Cibona se verían las caras por enésima vez en la década para dirimir el último duelo con Drazen Petrovic vistiendo la camiseta azul. El duelo tenía un morbo notable: ¿seguiría Petrovic jugando con el mismo estilo, la misma intensidad y la misma profesionalidad de que hizo gala hasta entonces, ahora que se enfrentaba a los que serían sus compañeros apenas unos meses más tarde?
Tras el primer encuentro hubo bastantes partidarios del no. Su actuación resultó ser la peor teniendo como rival al Real Madrid, sólo 21 puntos y poco más del 20% de acierto en el tiro. Los blancos, a pesar de las ausencias de los hermanos Martín, completaron un magnífico papel venciendo 102-89 y dando poco margen de maniobra a los yugoslavos para el partido de vuelta. Fernando Romay y Brad Branson otorgaron más razón si cabe a los que sostenían que el imperio Cibona se estaba desmoronando por culpa de sus hombres altos. Los incompetentes Franjo Arapovic y Branko Vukicevic no estaban al nivel del prestigio alcanzado en la década de los ochenta y constituían la parte más débil del equipo.
En la vuelta, la Cibona no pudo aguantar el ritmo de los primeros treinta minutos y se desplomó asfixiada cuando más a su alcance estaba el triunfo, 75-58. Unos instantes mágicos de Juan Corbalán, Iturriaga y Biriukov silenciaron a los ruidosos aficionados e infringieron a Drazen Petrovic otra de sus amargas derrotas. Aunque, para este obseso por el baloncesto y por la victoria, «derrota» y «amargura» son términos que solían ir de la mano.
CUATRO AÑOS DE ENSUEÑO Y ALGUNA QUE OTRA PESADILLA
La olimpiada[11] entre 1984 y 1988 fue la de la consagración a nivel mundial del fenómeno Petrovic. A los diecinueve años se nos presentó a escena como un muchacho insolente, arrogante, polémico y con una capacidad de sufrimiento y mejora dignas de ser destacadas. Cuatro años después la realidad nos devolvió a un joven que había madurado, con un comportamiento más calmado en la cancha, consecuencia probablemente de algunos reveses sufridos. Lo importante es que afrontaba entonces un nuevo reto tras confirmarse su marcha al Real Madrid, un punto y seguido de una apasionante andadura que aún conocería altos y bajos pronunciados. El paso de Drazen por la Cibona dejó una huella imborrable en todos los que tuvimos la suerte de vivir esa época, aunque fuera a miles de kilómetros.
Drazen Petrovic ganó, ganó muchos títulos individuales y en equipo, pero también sintió en sus carnes la derrota. Cuando su equipo perdía un partido, una eliminatoria, una final o un simple amistoso, no era la Cibona la que caía, era el individuo, era Drazen Petrovic el que era superado. Con su actitud ultra ganadora supo crearse unos enemigos por todo el continente que rendían al 110% en cada ocasión en que tenían la suerte o la desgracia de cruzarse. Todo esto no son más que pruebas evidentes de una grandeza que casi nadie ha podido igualar. Al fin y al cabo, existe o al menos debería existir un dicho que dejara traslucir la noción de que la medida de tu grandeza la da la grandeza de tus enemigos.
La Cibona de Zagreb fue una vez campeón de la Liga Yugoslava, tres veces campeón de la Copa, dos veces campeón de la Copa de Europa, una vez campeón de la Copa de Europa de campeones de Copa, una vez finalista de la Liga Yugoslava y dos veces más semifinalista, dos veces medalla de bronce en el mundial de clubes, también llamada Copa Intercontinental, y una vez finalista de la Copa Korac.
Drazen Petrovic se proclamó cuatro veces máximo anotador de la Liga yugoslava, tres veces jugador más valioso, dos veces máximo anotador de la Copa de Europa y dos veces jugador más valioso, una vez jugador más valioso de la Recopa y otra vez de la Korac. Además fue nombrado como mejor jugador de Europa por la revista italiana La gazzetta dello sport en una ocasión. En un total de 192 encuentros oficiales, entre liga, copa, copa intercontinental y competiciones europeas, Petrovic anotó 6.602 puntos, para un promedio de 34,38 p.p.p.