10. El futuro ya está aquí

EL CUARTETO DE BORMIO

En el verano de 1986, la selección yugoslava comandada por Kresimir Cosic en el banquillo y por Drazen Petrovic en la cancha marchaba imparable hacia la final del mundial de España, los Estados Unidos de América les esperaban, pero a falta de ocho segundos un imberbe juvenil de apenas dieciocho años, al que había tenido que recurrir Cosic por las faltas de sus compañeros Vrankovic y Radovanovic, cometía el error por el que sería recordado durante muchos años, su nombre era Vladimir Divac. Los dobles llegaron en el momento más inoportuno, la Unión Soviética aprovechó la coyuntura y se llevó un encuentro increíble, remontando 9 puntos en 52 segundos. Parecía como si la apuesta personal por la juventud del gran Kreso hubiese salido peor de lo esperado, pero nada más lejos de la realidad: en 1987 se produjo el debut en una competición de trascendencia de una serie de jóvenes elementos que harían grande en el futuro a la selección de Yugoslavia. Se intuía que la época de las vacas flacas, en las que sólo Drazen Petrovic era capaz de demostrar el liderazgo necesario, estaba tocando a su fin.

El ensayo general se llevó a cabo en la ciudad italiana de Bormio, donde en junio de ese mismo año tendría lugar el campeonato mundial júnior de baloncesto masculino. Los grandes favoritos y defensores del título, los Estados Unidos de América, tenían en sus filas a futuras estrellas NBA como el base de los Sonics, Lakers, Celtics y Hawks Gary Payton o el alero de los Hornets y Knicks Larry Johnson junto con algunos jugadores que si no destacaron al máximo nivel, sí tuvieron lo que se llama una carrera sólida en el baloncesto profesional, tanto en América (Stacey Augmon, Scott Williams, Brian Williams) como algunos en Europa (Kevin Pritchard). Pero lo que nadie podía prever es que su máximo rival para el título y a la postre vencedor (Yugoslavia) presentaba un quinteto titular con cuatro jugadores, sobre todo, que marcarían una auténtica época en el baloncesto europeo. El quinto «beatle» era el menos conocido Nebojsa Ilic, el escolta tirador por entonces en el Estrella Roja de Belgrado y que años más tarde incluso llegaría a la ACB de la mano del Cáceres. Los yugoslavos ganarían el torneo imbatidos, venciendo en la fase previa a los americanos 110-95, sin permitir la revancha en la final, 86-76.

Se produjo una circunstancia poco habitual, además, los cuatro jugadores más importantes de ese combinado júnior coincidirían unas semanas después en la selección sénior. Recordemos sus carreras:

Aleksandar «Sale» Djordjevic

Nacido el 26 de agosto de 1967 en la capital de Yugoslavia, Belgrado, surgió de las categorías inferiores del Partizan, debutando en la liga con diecinueve años en la temporada 86-87. Con sus escasos 1,88 y 89 kilos de peso se convirtió paulatinamente en el base titular de la escuadra y en uno de los mejores de Europa. Ya en la temporada de su bautismo de fuego entre los grandes consigue su primera liga con el Partizan junto con los Divac, Paspalj, Grbovic y Nakic, al derrotar a sus eternos rivales del Estrella Roja, los cuales previamente se habían desembarazado de los máximos favoritos, Cibona de Zagreb.

En el citado europeo de Atenas cumple con su guión de base suplente tras su tocayo Petrovic y realiza su mejor partido precisamente contra España en la lucha por el bronce. No volvería a la selección hasta 1991 a causa de un supuesto boicot por parte de Drazen Petrovic, con el que se sospecha que tenía cuentas pendientes de enfrentamientos en la liga.

Mientras, su equipo llega a la Final Four de 1988, donde es eliminado por el Maccabi de Tel-Aviv en semifinales y vence en la Copa Korac de 1989. En la liga, se continúa al máximo nivel, pero siempre bajo el dominio aplastante de la Jugoplastika de Split. En 1989 y posteriormente en 1991 el equipo es finalista del campeonato. Ya no están Divac, Grbovic ni Paspalj en sus filas, pero se forma una escuadra nueva, en la que destaca la nueva joya, el escolta Predrag Danilovic, un entrenador debutante (Zeljko Obradovic) e incluso hay una nueva sede para Europa, el pabellón Fernando Martín de Fuenlabrada. El cuento de hadas termina para el Partizan y para el propio Aleksandar el jueves santo de 1992 con la canasta más importante de su vida, el triple en el último segundo ante el Joventut de Badalona.

Los cuatro años posteriores los pasa en el Pallacanestro italiano, dos años en Milán (Phillips y Recoaro) y otros dos en el segundo equipo por tradición de Bolonia (Filodoro y Teamsystem), en todos con media de anotación superior a 20 puntos (27 en su segundo año en Milán). Gana su segunda Korac con la Phillips de Milán en 1993, le nombran mejor base de la liga italiana y extraoficialmente para muchos es el mejor del continente. La prueba palmaria e irrefutable de esta afirmación viene dada en el europeo de Atenas de 1995, tras serle restituidos a Yugoslavia sus derechos para competir en el ámbito internacional. En un partido final memorable, destroza la resistencia de una soberbia Lituania anotando la friolera de 41 puntos, en una serie de 9 de 12 triples unida a una gran dirección de juego. Una Yugoslavia a todo gas derrota a la Lituania de Marcioulonis y Sabonis, 96-90. La escuadra es de lujo: Divac, Savic, Danilovic, Bodiroga, Paspalj, Rebraca… y Dusan Ivkovic y Obradovic en el banquillo. La mejor final de un torneo de selecciones en mucho tiempo.

Yugoslavia, siempre de la mano maestra de Sale, repite éxito en el europeo de España 1997 y en el mundial de Grecia en 1998, cayendo en los JJ. OO. de Atlanta ante el Dream Team III. Tras los malos resultados de 1999 y 2000, Djordjevic no vuelve a la selección.

La NBA también llamó a las puertas de Sale, cómo no, de la mano de los Blazers de Portland, pero la aventura no resultó provechosa, solamente ocho partidos disputados en los que saltó a la cancha 61 minutos, registrando 25 puntos, cinco asistencias y cinco rebotes. Escaso bagaje para el por entonces mejor base de Europa. Ya se sabe, el orgullo de muchos jugadores hace que prefieran ser cabeza de ratón que cola de león, y Sale es uno de ellos. En medio de la temporada 96-97 se incorpora al FC Barcelona, donde sería pieza clave en la consecución de la liga ACB de ese mismo año (aunque pierde la Euroliga ante Olimpiakos) y del doblete de la temporada 98-99, Liga y Copa Korac.

Al término de la misma ficha por el eterno rival, y con Sergio Scariolo de entrenador consigue la liga y además en el quinto partido en Barcelona. El equipo en el que figuraban los Albertos, Herreros y Ángulo, Lucio Ángulo, Brent Scott, Struelens, Mikhailov, Betts y Galilea acaba con la escuadra de los súper juniors Gasol y Juan Carlos Navarro en unos últimos minutos memorables. Pero los dos siguientes años las cosas no van tan bien, el 2001 es el año indiscutiblemente de Pau Gasol y el 2002 se salda sin títulos ni finales.

Es el fin de la estancia del gran Sale en España: tras un año en blanco, marcha de nuevo a Italia a acabar su trayectoria profesional, en Pesaro y Milán, ya con más sombras que luces. Es el inevitable ocaso del genio, en todas las acepciones de la palabra.

Dino Radja

La historia de este ala-pívot de 2,10 y casi 110 kg va ligada en gran medida a la del más reconocido Toni Kukoc, sobre todo en la primera época, la de la Jugoplastika de Split, a finales de los ochenta y a principios de los noventa, en la que gracias a la sabia dirección de Bozidar Maljkovic, pasaron de ser el típico equipo simpático y vistoso a dominadores absolutos en el concierto europeo y local. Junto a este particular dúo dinámico, figuras como Perasovic, Ivanovic o Savic no eran ni mucho menos meros comparsas. Sin embargo, podemos catalogar sin temor a equivocarnos que Radja fue el hombre más regular, el termómetro, la vara de medir de la Jugo y de la selección yugoslava hasta los tiempos de la desmembración. Cuando él jugaba bien, su equipo casi siempre vencía, pero es que resultaba harto complicado que realizara un partido mediocre. La rapidez, versatilidad, potencia reboteadora, juego en el poste bajo y tiro de cuatro o cinco metros, y a veces hasta de tres puntos, le hacían el hombre interior más peligroso del continente, exceptuando a Sabonis, y para muchos superior al propio Vlade Divac. Tras las dos ligas y dos Copas de Europa con los amarillos de Split (la tercera, en 1991, no contó ni con Radja ni con Boza Maljkovic, fichado por el Barça), emigró fuera de Yugoslavia en 1990, concretamente al Messagero Roma, donde permaneció tres años (con un promedio total de 20 puntos por encuentro). Pero los Boston Celtics, que le habían seleccionado en el draft años antes, no esperaron más y le reincorporaron para cubrir la baja del retirado Kevin McHale. Palabras mayores, sí señor, sustituir a un auténtico mito en el mejor equipo del mundo y además en un período de reconstrucción, tras la era Bird, significaba una responsabilidad mayor de la que podía calibrar.

Sin embargo, Dino Radja no salió malparado, nada más lejos de la realidad. En cuatro años magníficos, sobre todo los tres primeros, firmó unos números de 16,7 puntos de promedio y 8,4 rebotes en temporada regular (sus promedios de rookie, 15,1 puntos y 7,2 rebotes, son los mejores de un europeo hasta la llegada de Gasol en 2001), saliéndose literalmente en la temporada 95-96,19,7 puntos y 9,8 rebotes y siendo el mejor del equipo con el bagaje de un auténtico all-star. Pero sus éxitos personales no se vieron reflejados en los de la franquicia, una sola presencia en play-offs en cuatro años y rápido para casa en primera ronda. Hasta la llegada del trío Nowitzki-Stojakovic-Gasol, Dino puede presumir de haber sido el europeo con mejor media de anotación en la NBA, incluso superior a Petrovic, Schrempf o Smits, lo cual nos clarifica suficientemente su verdadera dimensión.

Una vez cumplidos los treinta (24 de abril de 1967 es su fecha de nacimiento), el natural de Split vuelve a Europa a disputar sus últimos años de carrera, sin duda anhelando una carga de estrés mucho menos intensa. Atenas (Panathinaikos y Olimpiakos), Zadar y Zagreb ven el lento declinar de las capacidades de este gran atleta, que tuvo la mala suerte, o buena, nunca se sabe, de coincidir con el fulgor del gran Toni Kukoc. De no haber sido así, seguramente se le reconocería como uno de los tres mejores jugadores de Europa de los noventa. De todas formas, a Dino le interrogaron en incontables ocasiones durante sus años de actividad profesional sobre quién había sido el mejor de los jugadores con quien había compartido un vestuario, y su respuesta no fue la que todos podíamos intuir, sino otra diferente: «Toni es una estrella, completísimo, pero el mejor sin duda es mi amigo Drazen».

Vlade Divac

Quién lo iba a decir, ¿no es cierto? Tres años después del error más famoso de su carrera, el chico estaba en la NBA, no precisamente en un equipo de los del montón y llamado a cubrir el enorme hueco dejado por el mejor pívot de la historia del baloncesto. Éstas son a veces las crónicas de las que se nutre el deporte de élite, estar en el momento adecuado en el lugar preciso, pero no nos engañemos, debe haber algo más, algo extra.

Precisamente no se podía intuir en el mundial de España de 1986 que ese larguirucho imberbe con pinta de tener chepa acabaría donde acabó y firmando una de las trayectorias más exitosas de la historia del baloncesto europeo. Dieciséis años en la NBA avalan a este pívot de 2,13 y más de 110 kg de peso, que nació en la localidad de Prijepolje el 3 de febrero de 1968.

Iniciado en las categorías inferiores del modesto Sloga, enseguida el Partizan se fijó en él: en 1986 ya se incorporaba al embrión del futuro campeón de liga junto con Aleksandar Djordjevic. Sus caminos corren paralelos hasta el verano de 1989, cuando Los Angeles Lakers le eligen en el draft de la NBA. Los por entonces finalistas acaban de perder a la leyenda Kareem y necesitan urgentemente un hombre alto de garantías, pero tienen el inconveniente de no poder elegir en una posición de privilegio debido a su clasificación, por lo que acaban incluyendo a Vlade en la posición 26 de la primera ronda. Tras una primera temporada como Laker en la que es suplente, con unos números sólo discretos, las siguientes cinco son de progresión continua, tanto en puntos como en rebotes y contribución general al juego. En 1996 es traspasado a los Charlotte Hornets, donde permanece dos años, para más tarde pasar a los Sacramento Kings, hasta el año 2004. El equipo más vistoso de la NBA, sin embargo, no consigue el anillo de campeón pese a contar con los carismáticos Chris Webber, Mike Bibby o Peja Stojakovic. En el verano de 2004, su retorno a Los Angeles Lakers suena más como un ejercicio de nostalgia.

En la selección su palmares es también destacable: dos veces subcampeón olímpico (1988 y 1996), tres veces campeón mundial y tres veces campeón de Europa con la selección de Yugoslavia, actual Serbia. Casi nada para este típico producto de la escuela balcánica, un jugador con un talento magnífico, tanto en lo deportivo como en lo escénico, verdadero actor de las canchas (en el juego y fuera de él), al que el comentarista Andrés Montes llama, no sin razón, el «Vittorio Gassman» de la liga. La anécdota acontecida en el mundial de 1990, tras la final ganada a la Unión Soviética, habla por sí sola. En la algarabía subsiguiente no se le ocurrió nada mejor que sacar a pasear una bandera serbia, lo que no fue demasiado bien recibido por sus compañeros croatas y eslovenos, dado el clima casi prebélico que recorría el país en aquellos días. Una perfecta y muy gráfica descripción de su carácter teatral.

«THE WAITER»

Un día de primavera de 1987, el laureado Larry Brown, pasados los años uno de los entrenadores más famosos y con más extensa trayectoria del universo NBA, no podía salir de su asombro ante lo que acababa de presenciar, su todopoderosa selección júnior americana acababa de sucumbir por 110-95 ante la de Yugoslavia en la primera fase del mundial de Bormio.

Sin embargo no era el resultado final el motivo de su perplejidad: un adolescente de dieciocho años (Split, 18 sep. 1968) con granos en la cara y en los hombros, un auténtico fideo andante de 2,07 y que no llegaba ni a 90 kilos, les había endosado 37 puntos sin despeinarse en una serie increíble de once de doce triples. Cierto que muchos jugadores a lo largo de la historia despuntan siendo jóvenes para más tarde perderse en la mediocridad, pero el sabio Brown comprendió al instante que ese tipo zurdo, desgarbado y frágil llegaría a ser alguien en el baloncesto. Y no se equivocó: el impacto resultó casi inmediato y el verano de ese mismo año fue llamado a demostrar su capacidad a la selección sénior, en la que poco a poco fue cogiendo más y más protagonismo hasta hacerse amo absoluto de la situación a finales de la década, discutiendo el liderazgo al mismísimo Petrovic.

Y no era para menos: ¿dónde se había visto antes en Europa a un jugador de su altura tan completo? Se mostraba capaz de jugar hasta en cuatro posiciones diferentes en la cancha, podía anotar cuando era imprescindible, tirar de tres (el señor Brown puede dar fe de ello), rebotear, postear, dar asistencias con la visión de juego de un base, llevar el contraataque, e incluso defender fuerte y poner tapones. Cuando tenía el día era francamente imposible neutralizar a Toni Kukoc.

En Yugoslavia, a medida que declinaba la estrella de la Cibona, iba resurgiendo la de los eternos rivales de Split, comandados por Boza Maljkovic y Kukoc. Es más que conocida su historia, tres veces campeón de Europa en 1989, 90 y 91 (MVP en 1990), la rivalidad enconada con el Barcelona, las ligas y copas en su país, los éxitos con la selección de Yugoslavia, los enfrentamientos ante equipos de la NBA en el Open McDonald’s, los galardones de «mejor jugador de Europa»; la lista podría continuar eternamente. Estaba claro que su futuro pertenecía a otra dimensión, la dimensión de los mejores del mundo.

Pero realizó una escala técnica antes de volar a la NBA, fraguada en su paso por el Benetton de Treviso, un equipo tirando a mediocre de la Lega de Italia, al que Toni hizo campeón en 1992 (20,5 p.p.p.), y campeón de Copa y finalista de la Copa de Europa en 1993, cayendo únicamente ante el Limoges del viejo amigo «Boza».

En el verano de 1993, Kukoc llegaba a Chicago para enrolarse en los tricampeones Bulls, justo en el momento en que Michael Jordan abandonaba la nave para jugar las ligas menores de béisbol. En el primer año apareció en el segundo mejor equipo de novatos de la liga y disputó el partido de rookies del all-star junto a su compatriota Dino Radja. Pero la sombra de Jordan era demasiado alargada, su ausencia, unida a la más que enconada rivalidad del croata con Scottie Pippen tanto en la cancha como fuera de ella, hizo que el equipo de Phil Jackson no volviera a estar en condiciones de disputar el campeonato hasta la vuelta del más grande.

Ya en la temporada 95-96, con la escuadra a pleno rendimiento, se produjo el paseo militar de los Toros de Chicago. Primer anillo para Toni «The Waiter» Kukoc, cuarto para Jordan y Pippen, tercero para Dennis Rodman (los dos primeros con los Pistons de Detroit) y elección del primero como mejor sexto hombre de la liga. Todo quedó en casa.

Y en los dos años siguientes, otros dos anillos de campeón, condenando a los Utah Jazz y al dúo Stockton-Malone al vacío y a la impotencia más absoluta. El mejor equipo de la década, y por qué no decirlo, uno de los mejores de la historia, conseguía su segundo triplete y marcaba la frontera un tanto difusa entre la NBA del pasado (la de la época gloriosa de los ochenta y parte de los noventa) y la NBA del presente y del futuro (un tanto más discreta).

Se acababa la era Jordan y Pippen volaba hacia Texas, lo que lógicamente coincidió con la temporada individualmente más exitosa de Kukoc, la 98-99, donde consiguió máximos en puntos, rebotes y asistencias, ascendió a la titularidad indiscutible y se hizo con los mandos del equipo, metafóricamente hablando. Al año siguiente, sin embargo, comenzó su particular peregrinar por la liga, lo que le llevó a sitios tan dispares como Filadelfia, Atlanta y Milwaukee, donde aún sigue dejando muestras, cada vez más dispersas, de su inagotable clase.

Toni Kukoc participó en el mayor éxito del baloncesto croata, la medalla de plata de Barcelona 92, pero tras la muerte del carismático Drazen Petrovic no pudo o no supo continuar portando los galones requeridos, y la selección poco a poco fue descendiendo en picado hacia el descrédito. Y es que casi nadie puede discutir la calidad y la clase inherentes en el jugador del que hablamos, pero también casi nadie parece negar que siempre existieron aspectos que le separaron de haberse convertido en una leyenda: una cierta desidia y algo de falta de actitud. Éstas fueron las características que le impidieron llegar al estatus en el que Drazen Petrovic continúa y continuará instalado.

MY GENERATION

Corre el año 1965 cuando Peter Townsend y Roger Daltrey, enarbolando la bandera de la mítica banda The Who y de toda una manera de vivir concentrada en una palabra, «Modern» o «Mods», componen el himno por excelencia de los jóvenes de la época, la canción «My Generation». Alrededor de aquel año, pero muy lejos de allí, ven la luz por primera vez toda una generación de jugadores de baloncesto predestinados a marcar una época insuperable en el concierto europeo. El vaticinio se cumplió sólo a medias; la guerra que dividió todo un país lo impidió.

Podemos señalar el inicio de esta pléyade de jugadores en 1964 con el nacimiento de su estandarte, máxima estrella y guía espiritual (Drazen Petrovic) y el final en 1970, fecha de la venida al mundo de los más jóvenes integrantes de las escuadras de finales los ochenta y principios de los noventa, justo antes de la guerra y la desmembración de Yugoslavia. A cuatro de ellos ya los conocemos, resaltemos ahora brevemente las trayectorias del resto:

Stojan Vrankovic

Nacido el 22 de enero de 1964 en Drnis, Croacia, antigua Yugoslavia. Con sus 2,17 metros, más de 120 kilos de peso, una más que aceptable coordinación y un juego defensivo insuperable, sus logros en el baloncesto profesional no llegaron a lo que cabía esperar debido en parte a un carácter algo especial y una escasa producción atacante. Pese a ello, llegó a ser campeón de liga con el Zadar en 1986, campeón de Europa con el Panathinaikos en 1996, junto a Dominique Wilkins y Pannagiotis Yannakis (en una final más que polémica), y disputó cincuenta partidos en los Celtics, en las dos última temporadas de Larry Bird, para más tarde volver a la NBA de la mano de los Timberwolves de Minnesota y los Clippers de Los Angeles. Stojko, con más de cien entorchados internacionales a sus espaldas con Yugoslavia y Croacia, también fue uno de los doce magníficos de Barcelona 92. Se retiró en Italia, en el Paf Bolonia, consiguiendo la primera liga para esta franquicia. Llegó a ser el amigo más íntimo de Drazen Petrovic entre los compañeros de profesión y estuvo a punto de recalar en el Real Madrid en 1989, pero la operación se frustró en el último momento.

Velimir Perasovic

El primero en llegar a la Jugoplastika de los tricampeones de Europa de finales de los ochenta y el primero en despuntar. Nacido el 9 de febrero de 1965 en Split, Croacia, antigua Yugoslavia, con su aspecto frágil y su 1,95 de altura destacó desde el principio por su saber estar, su depurada técnica y a lo largo de su carrera por una profesionalidad digna de elogio. En la Jugo pronto se vio superado en fama por sus compañeros más jóvenes, pero no disminuyó un ápice su contribución al club. Tras disputar la primera liga croata de la historia en el Slobodna Dalmacia (1991-1992) vuela a España (cuatro títulos de máximo anotador de la ACB) donde jugará una temporada en el Breogán de Lugo, cuatro en el Taugrés de Vitoria, con una Copa del Rey y una Recopa conquistadas, y siete en Fuenlabrada. Otro de los doce de Barcelona, como suplente de Drazen Petrovic en el puesto de escolta, que consiguieron la plata olímpica. Esperemos que saque a relucir como entrenador la sabiduría que ha poseído como jugador; sus discípulos seguro que lo agradecerán.

Zarko Paspalj

Nacido el 27 de marzo de 1966 en Pljevlja, Montenegro, antigua Yugoslavia. Surgido de las categorías inferiores del modesto Buducnost de Titogrado, rápidamente fue fichado por el Partizan de Belgrado (donde fue máximo anotador del 86 al 89) para junto con los Djordjevic o Divac formar parte de la escuadra campeona del 87. Este jugador de 2,08 m, zurdo, rápido, con buen tiro, aunque a rachas, pendenciero, luchador y no mal reboteador osó arrebatar el puesto de tres titular en Yugoslavia al mismísimo Kukoc hasta 1990. No tuvo suerte en la NBA, en San Antonio sólo llegó a disputar 181 minutos en la temporada 1989-90. Pero una vez que volvió a Europa, concretamente a Grecia (tras acabar la temporada en el Partizan), se convirtió en uno de los jugadores más decisivos del continente, sino el más. Para muestra, un botón, en la temporada 91-92 se descuelga con 33,7 puntos de media en el Olimpiakos, cuando la tendencia no era precisamente el juego vistoso y los grandes dispendios anotadores.

Su periplo en los dos rivales de la capital, Olimpiakos y Panathinaikos (famoso resultó su intercambio desde El Pireo a Atenas a cambio de Alexander Volkov) fue sobresaliente, aunque le faltó la guinda, la Copa de Europa. También jugó en Aris Salónica y Panionios, y fuera de Grecia en el Racing de París y Virtus Bolonia, donde se retira en 1999. En la selección ha sido tres veces campeón de Europa, una del mundo (1990), y subcampeón olímpico en dos ocasiones, 1988 y 1996. Fumador empedernido durante su época de jugador, su corazón ya le ha avisado en más de una ocasión. Es miembro de la directiva del equipo de su vida, los partisanos de Belgrado, junto con otras viejas glorias. Siendo realistas, será difícil que lleguen de nuevo a las cotas del pasado, pero teniendo en cuenta la tradición de la escuela serbia, nunca se puede descartar.

Zoran Savic

Nacido el 18 de noviembre de 1966 en Cenika, Bosnia, antigua Yugoslavia. Es uno de los jugadores con mejor trayectoria y palmares del concierto europeo. Borak Caplijna (1985-87) y Cenik Celika (1987-89) son sus primeros equipos. Campeón de la Copa de Europa con la Jugoplastika de Split y Pop 84 en dos ocasiones, 1990 y 1991, y otra vez más con la Kinder de Bolonia en 1998, además siendo MVP de la final en 1991 y 1998. En la selección de Yugoslavia tampoco se queda corto el muchacho: campeón de Europa en dos ocasiones, campeón del mundo y subcampeón olímpico. Ha jugado en los mejores equipos del viejo continente: Barcelona, Real Madrid, Efes Pilsen, Kinder Bolonia, Skipper Bolonia, logrando 19 títulos importantes en doce años. No está mal para este pívot de 2,05 m aparentemente tosco, pero hábil y listo en la cancha como pocos.

Jure Zdovc

Un claro ejemplo de jugador poco mediático, sin comparación con las grandes estrellas de su generación, pero decisivo debido a su personalidad, saber estar y esos imponderables que hacen que sus equipos sean mejores y más competitivos. Nacido en Ljubjana, Eslovenia, antigua Yugoslavia, el 13 de diciembre de 1966. Con su 1,97 de altura, fue el base titular de la selección los tres últimos años y, por ende, los más exitosos, antes de la ruptura de Yugoslavia y la formación de las repúblicas independientes en 1991. La defensa se constituyó en su aportación más importante, pero el tiro y la dirección eran asimismo sobresalientes. Auténtico estandarte del equipo de su ciudad, el Olimpia, también tuvo tiempo de ser campeón de Europa en 1993 con el Limoges de Maljkovic (ahogando las esperanzas del Real Madrid y la Benetton de Treviso) y de disputar la liga italiana en Bolonia, la griega en Iraklis Salónica y la turca en Tofas Bursa, antes de regresar a su querida Ljubjana. Menos mal que volar no le importaba demasiado.

Petar Naumoski

Nacido en Prileb, Macedonia, antigua Yugoslavia, el 27 de agosto de 1968. Aunque no se recuerda en exceso, también era uno de los amarillos de Split durante la época de los títulos europeos, sin embargo su aportación era meramente testimonial. Este base de 1,94 consiguió dar el salto a la primera fila del basket continental años más tarde. En Treviso, junto a Orlando Woolridge, le birló una Recopa al Taugrés de Vitoria, en el Efes Pilsen turco consiguió dos ligas, una Copa y dos Copas Korac, más tarde jugaría en Siena, donde levantaría la Copa Saporta, volvió a Treviso y después de nuevo a Turquía en el Ulker de Estambul. Un jugador eléctrico en la cancha, con gran tiro de larga distancia, buen penetrador y con un descaro y confianza en sí mismo digna de mención. No una superestrella, pero donde jugó dejó huella. Agota sus últimos días competitivos en Milán.

Arijan Komazec

El «nuevo Petrovic» nació en Zadar, Croacia, antigua Yugoslavia, el 23 de enero de 1970. Desde la época de juvenil se le tildó como el principal candidato a ocupar el trono que tarde o temprano abandonaría el gran capitán, pero jamás llegó a las alturas preconizadas. A pesar de ello, este escolta-alero de 2,01 de altura disponía de un innegable talento para jugar a este deporte. En el Zadar permaneció hasta 1992, para acto seguido comenzar un largo periplo por Europa, con parada y fonda en Atenas (Panathinaikos), Varese, Bolonia (Virtus), El Pireo (Olimpiakos), vuelta a la querida cuna de la civilización (AEK), y por último en el Air Scadone Avellino italiano. Nunca consiguió un título importante fuera de su país, una cierta fama de gafe le acompañaba. Sus equipos ganaban antes de su llegada o después de su partida, pero nunca con él en sus filas, un dato curioso. Su escarceo con la NBA no llegó a buen puerto tampoco, los Grizzlies de Vancouver no le hicieron debutar, a pesar de tener firmado un contrato.

Predrag Danilovic

Éste sí es el nombre de una verdadera súper estrella del baloncesto en Europa, al que sólo los problemas físicos pudieron frenar en su fulgurante carrera en la NBA. Nacido en Sarajevo, Bosnia, antigua Yugoslavia, el 26 de febrero de 1970. Con sus 2,00 de altura, es uno de los jugadores con más extenso y más valioso currículo de los que pulularon por las canchas en los noventa. Jugó en las categorías inferiores del Bosna Sarajevo, en el Partizan de Belgrado (1989-1992), en la Virtus Bolonia (1992-1995 y 1997-2000), en los Heat de Miami (1995-1997) y en los Dallas Mavericks (1996-1997, poco menos de media temporada). Los títulos abundan en las vitrinas de su casa: campeón de liga (1992), Copa (89 y 92), Copa Korac (89) y Copa de Europa (92) en el Partizan, cuatro veces campeón del Pallacanestro italiano (93, 94, 95 y 98) y una vez de la Euroliga (98) en Bolonia, cuatro veces campeón de Europa (89, 91, 95 y 97), y una vez subcampeón olímpico con la selección yugoslava y mejor jugador europeo en 1995 (29,9 puntos de promedio en la Lega). En la NBA no hay títulos, pero sí buenas medias de anotación, hasta de más de 16 puntos en Dallas. El 3 de diciembre de 1996 en el Madison Square Garden de Nueva York se descolgó con una serie de 7 de 7 en triples, entonces récord de precisión de la NBA. Dieciocho títulos en doce temporadas le avalan y, por si fuera poco, es el único jugador yugoslavo en poseer cuatro medallas de oro en campeonatos de Europa de selección. Una personalidad competitiva, la habitual chulería innata y unos fundamentos de tiro en suspensión espectaculares unidos a su poderío físico le convierten en uno de los jugadores de referencia de la escuela balcánica en los noventa.

Zan Tabak

Nacido el 15 de junio de 1970 en Split, Croacia, antigua Yugoslavia. Este pívot de 2,13 y casi 120 kg se convirtió en el primer jugador europeo en ganar la NBA, concretamente en 1995, a las órdenes de Rudy Tomjanovich en los Rockets de Houston. Tras salir de la Jugoplastika en 1992, disputar los JJ. OO. en Barcelona y pasar por Livorno y Milán (ciudad donde ganó la Copa Korac de 1993), pasó a la NBA como suplente de Akeem Olajuwon en la escuadra tejana. También pasó por los Raptors de Toronto, por los Celtics de Boston y por los Pacers de Indiana con resultados no del todo satisfactorios. Ha jugado en Turquía (Fenherbace), en el Real Madrid, en el Joventut de Badalona y en el Unicaja Málaga, con la Copa del Rey incluida en 2005. Es un jugador bastante completo en ataque y defensa, aunque se le ha achacado siempre ser algo blando.

Como siempre que se hace una lista o una clasificación, es inevitable cometer el pecado de la injusticia. Quisiéramos paliar esta situación nombrando a otros jugadores que también contribuyeron a los éxitos colectivos en la época dorada, Danko Cvjeticanin, Franjo Arapovic, Radoslav Curcic, Zdravko Radulovic, Mario Primorac, Miroslav Peckarski… sin olvidarnos de otros anteriores, pero igualmente valiosos, como Zoran Cutura o Dusko Ivanovic. Que la memoria me acompañe.

ATENAS 1987

La capital helena se convirtió en testigo de los primeros pasos como internacionales de los niños de oro del baloncesto yugoslavo, pero sobre todo plasmó, y de qué manera, cómo la comunión hinchada-jugadores puede llevar a un equipo limitado a lo más alto. El tópico del jugador número seis en baloncesto o el número doce en fútbol, siendo decisivo en las victorias ante rivales superiores, raras veces se cumple, pero en esta ocasión resultó cierto, los jugadores griegos se alzaron finalmente con los laureles del triunfo.

Y nada hacía presagiar este desenlace cuando la primera fase del campeonato llegó a su fin. Grecia estaba emparejada en un grupo fortísimo, lo que viene a llamarse de una manera un tanto ridícula «grupo de la muerte», junto con la Unión Soviética, Yugoslavia, España, Francia y Rumanía. El segundo grupo estaba integrado por Italia, Alemania, Polonia, Checoslovaquia, Holanda e Israel. La compensación entre los dos grupos brillaba por su ausencia; era evidente que el verdadero campeonato se jugaba en el primero.

Y resaltamos que nadie podía predecir el desenlace observando el discurrir de la fase previa porque los griegos perdieron hasta dos partidos, contra la Unión Soviética 69-66, con un intento de tres de Gallis en el último segundo que no quiso entrar, y frente a España, de forma más clara 106-89, en un gran partido por parte de los nuestros con José Montero frenando al omnipresente Nicos Gallis. Gracias al basket average, Yugoslavia fue segunda, España tercera y Grecia cuarta, con los soviéticos en un claro primer puesto.

La Unión Soviética no podía contar con Arvydas Sabonis, lesionado, pero incorporaron a ese prodigio de fuerza que era Sharunas Marcioulonis, que unido a los clásicos componían un puzzle homogéneo y de gran capacidad en todos los terrenos. España perdía también a Fernando Martín, incapacitado para volver a la selección por una absurda normativa, ya que poseía ficha de profesional (al haber jugado en la NBA), pero incorporaba a Ferrán Martínez y a José Antonio Montero, dos hombres jóvenes y con gran proyección. En Yugoslavia, aparte de los cuatro imberbes, integraban la escuadra los aleros del Partizan Zarko Paspalj y Goran Grbovic, el veterano Ratko Radovanovic (en la que sería su última contribución a la selección), el intimidador Stojan Vrankovic, el base Zoran Radovic, Danko Cvjeticanin y los mandamases del vestuario, los hermanos Petrovic.

En los cuartos de final, encuentros fáciles para los favoritos, URSS, Yugoslavia y España, aplastando sin misericordia a Checoslovaquia, Polonia y Alemania, respectivamente, y el comienzo de un camino más que tortuoso para Grecia si quería llegar a los puestos de honor. En un símil ciclista más propio del ex entrenador del Deportivo Javier Irureta, los puertos de montaña se le podían atragantar, primero los Alpes italianos, después los Balcanes y por último los Urales.

Sin embargo, los encorajinados griegos fueron eliminando uno tras otro todos los obstáculos a su paso, a los italianos de Antonello Riva por 90-78, a los yugoslavos en semifinales 81-77, en un partido extrañísimo donde los plavi llegaron a ir dominando por 15 puntos en la segunda parte e inexplicablemente se dejaron remontar, y por último a los soviéticos en la final, 45 minutos de juego que merecen pasar a la historia como uno de los ejemplos de entrega, desesperación y drama deportivo más significativos. Al dominio soviético durante casi todo el partido respondieron los helenos con grandes dosis de individualismo de Gallis, y cuando esto no funcionaba con sangre, sudor y lágrimas, utilizando las palabras de Winston Churchill. Con Pannagiotis Yannakis y Theofanis Christodoulou prácticamente arrastrándose por el campo, Gallis y compañía fueron capaces de sobreponerse en la prórroga a dos triples inmensos de Valdis Valters y acabar ganando 103-101. Dos tiros libres del jugador más limitado del quinteto, Kambouris, sellaron el triunfo y el éxtasis de los más de 15.000 fanáticos. El delirio.

Drazen Petrovic y Yugoslavia arrebataron a España el bronce, 98-87, también levantando una ventaja de 16 puntos, pero el balance resultó un tanto agridulce, las relaciones con el entrenador Cosic no eran muy fluidas desde el núcleo duro de los Petrovic y el menor de los hermanos no jugó al nivel acostumbrado, con menos responsabilidad que otras veces, lo que trajo como consecuencia su no inclusión en el mejor quinteto del campeonato. A pesar de todo, los números no fueron del todo negativos, 23 puntos de promedio, y porcentajes del 50% en tiros de dos, 41,6% en triples y el 86% en tiros libres.

Eso sí, el futuro se adivinaba más que alentador, los niños ya madurarían, y junto al «jefe» llevarían a su país a la cumbre más pronto que tarde.

NICOS GALLIS

Los doce hombres que vivieron su particular odisea homérica fueron:

  • Nikos Stavropoulos
  • Pannagiotis Yannakis
  • Argyris Kambouris
  • Nikos Linardos
  • Pannagiotis Karatzas
  • Michalis Romanidis
  • Nikos Filippou
  • Liveris Andritsos
  • Memos Iannou
  • Pannagiotis Fassoulas
  • Theofanis Christodoulou

Pero en la lista se echa de menos al verdadero baluarte de este sensacional éxito y el máximo exponente del baloncesto griego en toda sus historia, Nikos Gallis.

Mientras el corazón lo ponía «Fanis» Christodoulou y las agallas del equipo pertenecían a Yannakis, el brazo ejecutor era sin duda Gallis. El pequeño jugador nacido en Rodas el 23 de mayo de 1957 suponía un caso excepcional en la fisonomía de un escolta al uso; desde sus escasos 183 centímetros dominaba cualquier aspecto del juego en su vertiente ofensiva, con una potencia de salto descomunal y un tren inferior más propio de un boxeador, era capaz de burlar la defensa de jugadores mucho más altos. Su uno contra uno le posibilitó el título no oficial de máximo cañonero en Europa en los años ochenta.

Tras pasar por la universidad de Seton Hall y ser el tercer máximo anotador de la NCAA en 1979 (tras Larry Bird), los Celtics prefirieron a Gerald Henderson en su lugar. Gallis entonces cambió Estados Unidos por su Grecia natal aceptando la oferta del Aris de Salónica, donde junto a su compinche habitual Yannakis compusieron uno de los dúos más famosos del baloncesto europeo. A pesar de todo, jamás consiguieron un título europeo de clubes, mientras que en la selección fueron campeones y subcampeones de Europa en 1987 y 1989, respectivamente.

Sus defectos principales eran la defensa y su individualismo, ya que en un partido era capaz de lanzar cuarenta veces a canasta y sus compañeros no más de diez. El mismo estigma que debió sufrir Drazen Petrovic a lo largo de su carrera. Sin embargo, utilizando una comparación odiosa, como todas, ¿alguien se atrevió a despreciar a Michael Jordan por hacer exactamente lo mismo, pero extrapolándolo a la dimensión de la NBA?

La respuesta en no. Y es que, evidentemente, el baloncesto (aparte de unos pocos superdotados que pueden hacer de todo en una cancha de juego) es en esencia un juego de especialistas, unos defienden y taponan, otros rebotean y otros anotan. Gallis era un ejemplar único en su especie, la de los anotadores impenitentes.