19. Michael Jordan

AIR

Michael Jordan. Sólo oír este nombre hace que los buenos aficionados al baloncesto nos veamos sacudidos por un escalofrío que recorre nuestro cuerpo de arriba hacia abajo. Si existe un icono que pueda simbolizar más de cien años de historia, éste es sin duda Jordan, don Michael Jeffrey Jordan.

Probablemente nadie ha dominado un deporte del casi dictatorial modo que este atleta lo hizo durante sus primeros doce años de carrera desde su atalaya situada a 1,98 m del suelo y sostenida por sus 93 kg de pura fibra y músculo. Su brillantez en la concepción del juego mismo no tiene parangón: era un jugador completo, anotador compulsivo, reboteador, asistente, gran defensor, muy hábil en el robo de balón, espectacular al máximo y lo que los americanos llaman un clutch player, el que decide los partidos en la última posesión.

Quizá se haya erigido o entre todos le hayamos erigido en el líder de ese selecto grupo que componen las máximas estrellas que cada deporte ha producido a lo largo de los años. Figuras como Diego Armando Maradona, Cassius Clay, Eddie Merckx, Michael Schumacher, Wayne Gretzky[28], Carl Lewis y un largo etcétera indudablemente merecen estar en este olimpo de los elegidos, aunque siempre con la figura estilizada del gran MJ sobrevolando sobre todos ellos.

Como a cualquier jugador, se le pueden buscar defectos, pero es una difícil tarea en este caso concreto, a pesar de todo intentaremos enumerar los tres tópicos más nombrados que se le aplicaron en tono negativo desde sus comienzos, pero nos daremos cuenta de que, al fin y al cabo, el tiempo quitó la razón a sus detractores: «Solamente es un anotador, muy espectacular, pero sólo es efectivo de media cancha hacia delante». Falso a todas luces. Su título de mejor defensor de la NBA en el año 1988 y su nominación para el mejor equipo defensivo en nueve ocasiones avalan exactamente todo lo contrario.

«Es un mal tirador de larga distancia». Ésta es una verdad sólo a medias. Si bien es cierto que al comienzo de su carrera sus porcentajes de tiros de tres puntos eran más bien flojos, éstos mejoraron drásticamente hasta unos promedios en toda su carrera del 32,7%. Este dato puede que no signifique nada en sí mismo, pero podemos compararlo con el del considerado mejor tirador de larga distancia de los años ochenta, Larry Bird (37,6%), para concluir que Jordan no sale tan mal parado. Además, en este aspecto era un jugador de rachas, ¿quién no recuerda sus seis triples en el primer período del partido inicial de la final de 1992 frente a los Blazers? Por cierto, récord de la NBA.

«Jordan no va a conducir a los Bulls al título de la NBA». Bueno, esa afirmación con el tiempo quedó ridiculizada. Jordan necesita las dos manos para albergar todos los anillos que ganó en su carrera en la NBA, circunstancia de la que no demasiados pueden presumir. De hecho, si no has sido jugador de los Celtics y no te apellidas Jabbar o Pippen, no lo pienses y deja de mirarte los dedos.

Michael Jordan nació el 17 de febrero de 1963 en Brooklyn, Nueva York, hijo de James y Dolores, pero creció en Carolina del Norte junto a su hermano Larry, al que al principio trató de imitar cuando se introdujo en el mundo del baloncesto y al que pronto eclipsó por sus espectaculares condiciones. En la Universidad de Carolina del Norte permaneció durante tres años a las órdenes del prestigioso Dean Smith y consiguió un campeonato de la NCAA, el de 1982, al lado de las superestrellas James Worthy y Sam Perkins. Jordan mostró sus primeros síntomas de grandeza al anotar 16 puntos, atrapar nueve rebotes y transformar a falta de dieciocho segundos la canasta de la victoria, todo ello como freshman[29]. La Universidad de Georgetown, con Pat Ewing, fue el rival.

Finiquitado su periplo universitario en 1984, un año antes de lo habitual, se declaró elegible para el draft de la NBA. Sin embargo, antes de su ingreso, condujo a su selección al oro en los Juegos Olímpicos de Los Angeles.

Los Bulls de Chicago, tras su elección en el número tres, eran el siguiente destino del mega crack. En el primer año, bingo, tercer mejor anotador de la liga tras Bernard King y Larry Bird, rookie del año, en el segundo mejor quinteto de la liga y seleccionado para el All-Star Game no se puede pedir más. Éste era sólo el comienzo de una carrera difícil de igualar: diez veces máximo anotador de la liga, diez veces en el mejor quinteto, cinco veces MVP de la NBA, seis anillos de campeón en las seis finales que disputó, seis veces jugador más valioso de las finales, una vez mejor jugador defensivo, nueve ocasiones en el mejor quinteto defensivo, catorce veces all-star, tres veces jugador más valioso del all-star, en dos ocasiones campeón del concurso de mates del fin de semana de las estrellas y poseedor de varios récords de la NBA, de los que destacamos:

  • Mejor anotador de un encuentro de play-offs. 63 puntos ante los Celtics en 1986.
  • Mayor número de puntos en una mitad de un partido de play-offs y 35 ante los Blazers en 1992. Y la mayor cantidad de canastas de tres puntos en la misma mitad, seis.
  • Mayor promedio anotador en una serie final, 41 puntos por partido en 1993, ante los Phoenix Suns.
  • Mayor número de puntos consecutivos en un encuentro, 23.
  • El promedio anotador más alto en toda una carrera en la NBA, 30,1 ppp, superando incluso a Wilt Chamberlain.

Y así podríamos seguir un rato más con todos los récords en los Bulls de Chicago, o del All-Star Game. En suma, una carrera brillantísima aprovechada por las casas comerciales de todo el mundo que le encumbraron como el símbolo deportivo mediático por excelencia de nuestra sociedad. Es casi, sin lugar a dudas, el deportista más conocido de todos los tiempos.

Al margen de sus seis títulos a las órdenes de Phil «Mr Zen» Jackson contra las potencias del Oeste, de sus galardones individuales, de sus inolvidables actuaciones en encuentros que han pasado a la antología de este deporte, de sus retiradas y vueltas a la competición, de sus coqueteos con el béisbol y de sus problemas personales (que también los hubo), dos imágenes perduran en la memoria de los aficionados, dos imágenes que marcan y resumen perfectamente la andadura de este genio del balón, nueve años las separan:

1. Mayo de 1989. La consolidación de un prodigio del basket, «The Shot», capítulo 1. Quinto partido de la primera ronda de play-offs ante los Cavaliers de Cleveland. En el último segundo, y en una posición acrobática, Jordan anota desde seis metros en una inacabable suspensión el 101-100 final. Craig Elho se arrodilla sin creerse lo que acaba de suceder. Es la constancia de que su progresión hacia el anillo único es imparable, que tarde o temprano va a llegar.

2. Junio de 1998. El final de una era. «The Shot», capítulo 2. Sexto encuentro de las finales de 1998; rival, Utah Jazz. John Stockton anota un triple que pone tres puntos arriba a los Jazz y apenas restan cincuenta segundos. El balón es para Michael, cómo no, que en una penetración suicida contra prácticamente todo el equipo rival, pone a tiro a los suyos. El siguiente ataque local es para «El cartero» Karl Malone: ha sido el hombre del partido y debe jugarse el último balón, pero Jordan lo roba, lo bota, lo sube y su equipo le hace un aclarado total, uno contra uno ante Bryon Russell. Aguanta hasta que quedan pocos segundos de posesión, quiebra al defensor y anota desde seis metros su última canasta con el uniforme de los Bulls, su sexto título, el éxtasis total.

Su paso por los Washington Wizards durante dos años, hasta su tercera retirada en 2003, destila un efluvio de nostalgia más que otra cosa, acaso fuera una maniobra comercial de los Wizards, del que Jordan es máximo accionista, para concentrar la atención de los medios y de los aficionados hacia esa franquicia, otrora algo destartalada y fuera de onda. Supone una despedida algo descafeinada para el más grande. Siempre le recordaremos con la lengua fuera, por sus vuelos hacia el aro y su desafío constante a las leyes de la física.

MÁXIMA RIVALIDAD

Michael Jordan tuvo en contra a los mejores defensores de la NBA en las décadas de los ochenta y de los noventa: Dennis Johnson, Joe Dumars, Fat Lever, Clyde Drexler, Sydney Moncrief y un largo etcétera contrarrestaron todas las tácticas habidas y por haber para intentar frenarlo, legales y no tanto, pero nadie osó arrebatarle su trono de mejor jugador del planeta. También se convirtió, a la vez que icono mundial del baloncesto, en el objetivo para muchos jugadores, en su espejo, en un referente a quien intentar imitar y a quien desafiar.

Desafío fue la palabra clave que sirvió de nexo de unión entre el juego de Jordan y el de un recién llegado a América que trataba de sentirse importante en una escuadra de la NBA, Drazen Petrovic. A pesar de los hándicaps importantes en éste último a la hora de compararlo con Jordan, en todos los aspectos el 23 de los Bulls pasó a ser la referencia perfecta del 3 de los Nets. Petrovic no se conformaba con ser un buen jugador, su ego, su ambición ilimitada quería más, y en su horizonte se encontraba el más grande. Drazen, como veremos más adelante, preso de una motivación extra evidente, se estrelló una y otra vez ante la cruda realidad. Pero Michael, poco propenso a hacer declaraciones sobre otros jugadores, señaló tras la muerte del croata:

«It was a thrill to play against Drazen. Every time we competed, he competed with an aggressive attitude. He came at me as hard as I came at him. So, we’ve had some great battles in the past but, unfortunately, they were short».

«Era emocionante jugar contra Drazen. Cada vez que nos enfrentábamos, competía con una actitud agresiva. Jugaba tan duro ante mí como yo lo hacía ante él. En consecuencia, libramos grandes batallas en el pasado, aunque, desgraciadamente, fueron breves».

Como miembro de la plantilla de los Portland Trail Blazers, Drazen Petrovic disputó cuatro encuentros ante los Bulls de Chicago en las temporadas 1989-90 y 1990-91, y al equipo no le fue mal, tres victorias contra una derrota. Sin embargo, Petrovic apenas disputó minutos en estos cuatro enfrentamientos, su rol en los Blazers era de un octavo o noveno hombre en la rotación y casi no coincidió en la pista con el número 23 de Chicago, y mucho menos siendo su defensor.

Pero, como sabemos, Petrovic fue traspasado a los Nets de Nueva Jersey en enero de 1991. Tres semanas después, visita el Chicago Stadium, donde comienza la historia negra de los Nets ante los Bulls, que se prolongará durante más de dos años, 99-87 es el resultado final. Drazen no es titular y no defiende personalmente a MJ, como tampoco lo hará en el siguiente enfrentamiento, 128-94, en East Rutherford.

A comienzos de la temporada 91-92, DP consolida su posición como escolta titular en los Nets y da comienzo su odisea particular ante Jordan y los Bulls:

Bulls Nets Fecha Petrovic Jordan
115 98 20-12-91 7-15/1-3/2-5 17 8-18/8-8/0-0 24
140 96 04-01-92 8-17/0-1/0-0 16 12-20/3-4/0-0 27
133 113 11-02-92 10-19/0-0/3-4 23 13-23/8-9/0-0 34
90 79 17-03-92 9-22/5-6/3-7 26 16-32/8-12/0-0 40
95 89 12-12-92 11-20/1-1/2-5 25 13-26/9-12/3-6 38
107 94 21-01-93 5-17/7-10/3-6 20 12-24/4-4/2-4 30
87 80 02-03-93 6-13/4-4/0-2 16 8-17/7-9/1-3 24

(En negrita el equipo local).

(Estadística: tiros totales de campo/tiros libres/tiros de 3/puntos totales).

En el último encuentro entre Bulls y Nets de la temporada 92-93, Drazen Petrovic no jugó por lesión, y por supuesto la tendencia se mantuvo, 118-105 para los de Chicago, con 40 puntos del intratable Jordan. En los siete enfrentamientos entre ambos en la NBA, en los que Petrovic fue titular en su equipo, salieron victoriosos los toros de Chicago. Jordan mostró unos números siempre mejores a los del croata en todos y cada uno de sus duelos personales, llegando a un promedio de 31 puntos por partido, mientras que Petrovic se quedó en 20,4, aunque hay que aclarar que estos números son bastante significativos ya que se aproximan casi con exactitud a los promedios de toda la fase regular en esos dos años. En dos temporadas y media en los que Drazen lució el número 3 de los New Jersey Nets se produjo una circunstancia desoladora, el único equipo de la liga a quien no pudieron derrotar en ninguna ocasión fueron los ubicuos Bulls, dirigidos en los despachos por los dos Jerry, Krause y Reinsdorf, en los banquillos por Phil Jackson y en la cancha por Don Quijote Jordan y su escudero Pippen.

Lo que sentían los Nets, sin embargo, era compartido por muchas de las franquicias NBA del momento, desde el 91 al 93 los Bulls consiguieron tres anillos consecutivos, siempre alcanzaron la primera posición en la conferencia Este y en toda la liga, si exceptuamos 1993, donde fueron superados por los Phoenix Suns de Charles Barkley. Era la época de B. J. Armstrong, John Paxson, Horace Grant, Bill Cartwright, Stacey King, Will Perdue, Craig Hodges, Cliff Levingston, Scott Williams, Mark Randall o Trent Tucker, entre otros, sin duda un gran equipo, aunque quizás algo inferior al de tres años después, el del segundo triunvirato, 1996-1998.

Existía un cierto sentimiento de impotencia instalado en cada jugador rival, en cada aficionado, y un sentimiento de pavor en cada entrenador. Tras la primera retirada del 23 todos respiraron tranquilos, y los Houston Rockets aún más: llegaba la hora de Akeem Olajuwon.

Haciendo un balance general de esta enconada pero desigual rivalidad, Drazen Petrovic y Michael Jordan coincidieron en quince ocasiones en una cancha de baloncesto en partido oficial defendiendo intereses enfrentados, cuatro duelos Bulls-Blazers, nueve Bulls-Nets y dos USA-Croacia, éstos en los Juegos Olímpicos de Barcelona. Mientras Drazen fue titular, 11-0 para Michael, la auténtica bestia negra.