2. Drazen «Chaplin» Petrovic

1964. EL ORIGEN DE UN MITO

Ese año en particular no fue ni más ni menos influyente para el futuro mundial que cualquier otro, no se produjeron ni más ni menos noticias de interés; fue, como todos, un año de sobresaltos, de inquietudes, grandes alegrías, grandes tristezas, grandes esperanzas. 366 días dieron para mucho que contar y sobre lo que escribir.

1964 fue el año en que el fenómeno Beatles está en su máximo apogeo tanto en Europa como en América. A Hard Days Night es su primer estreno en la gran pantalla. El Oscar a la mejor película va para My Fair Lady, de George Cukor, y la muerte alcanza a Harpo Marx, el mudo del famoso quinteto de hermanos teatrales y cinematográficos.

En el mundo de la música, los Rolling Stones lanzan al mercado su primer disco, The Supremes alcanzan la cima con Baby Love y nacen personajes tan influyentes en el rock de los noventa como Lenny Kravitz o Chris Cornell. Supone asimismo el adiós para Colé Porter.

En lo que a política se refiere, aún duran los ecos del asesinato en público del presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy, acaecido el año anterior en Dallas (Texas). La nación más poderosa del mundo se prepara para su intervención militar en el sudeste asiático en plena guerra fría y el Che Guevara parte desde Cuba para iniciar su guerra de guerrillas particular.

1964 es también el año de los JJ. OO. de Tokio. Estados Unidos consigue el mayor número de medallas de oro (36) y la URSS el de medallas en total (96). Abebe Bikila se convierte en el primer atleta en conquistar la medalla de oro en maratón en dos JJ. OO. consecutivos. Nos hace disfrutar y sufrir como hace cuatro años en Roma. Larissa Latynina disputa sus últimos juegos con un cómputo total de 18 medallas, 9 de ellas de oro. En baloncesto, el equipo estadounidense se hace con el oro al derrotar a la Unión Soviética 73-59, Hank Iba dirige a una escuadra en la que Bill Bradley, Walt Hazzard y Larry Brown son sus hombres más representativos.

Fuera del universo olímpico, en la NBA los Boston Celtics consiguen el campeonato al vencer 4-1 a San Francisco Warriors, con una nueva edición del duelo Russell-Chamberlain; en la NHL los Toronto Maple Leafs se hacen con la Stanley Cup al derrotar a Detroit Red Wings 4-3; Cassius Clay es campeón de los pesos pesados al tumbar a Sonny Listón en el octavo asalto; Anquetil logra el Tour de Francia y Manuel Santana el Roland Garros de tenis.

Pero el 22 de octubre de aquel año, en un pequeño pueblo costero del Adriático, ve la luz por primera vez el segundo hijo varón de Jole Petrovic y Biserka Petrovic (de soltera Biserka Mikulandra); él, oficial del Ministerio del Interior, de origen serbio; ella, ama de casa de origen croata[4]. Su nombre, Drazen (el dulce).

MAGIA EN LAS MANOS

¿Quién no ha sentido durante algún momento de su vida el deseo de destacar en algo, quién no ha querido ser incluso el mejor, aunque fuera unos instantes en que la propia inmadurez no dejara entrever la cruda realidad?

Desconozco la respuesta a esta pregunta, pero intuyo que será casi nadie. Lo cierto es que Drazen Petrovic es un claro ejemplo de la idea que planteamos, pero elevada a unos extremos diríamos casi obsesivos y enfermizos. Desde muy niño se negó a conjugar el verbo perder, esta palabra no la empleaba ni en el más nimio juego infantil, y mucho menos cuando, unos años más tarde, empezaba a despuntar en el mundo del baloncesto, allá en la desconocida Sibenik.

Pero la historia oculta de Drazen, la historia de su niñez, como la de cualquier otro personaje destacado, está sembrada de hechos insólitos y diríamos casuales, que en el futuro forjarían la personalidad del hombre. Es poco sabido que antes de cumplir los doce años un especialista de columna le diagnosticó un problema irresoluble a menos que no desarrollara ninguna actividad física de alto nivel, incluso le prohibieron expresamente jugar al baloncesto, si no quería pasar el resto de su vida en una silla de ruedas. Tampoco es demasiado conocido el hecho de que los Petrovic, Jole y Biserka, deseaban fervientemente el progreso de sus hijos, pero no precisamente pasando las horas muertas en las canchas de la escuela, sino practicando con un clarinete y una guitarra española, hasta convertirse en buenos músicos y quizás en profesionales del noble arte de las siete notas. Drazen repitió hasta la saciedad que el hecho de que su hermano Aleksandar cambiara el clarinete por el balón de cuero influyó y mucho en su afición posterior; de hecho si el hermano mayor se hubiera dedicado al fútbol, el pequeño le habría seguido, o al waterpolo o al hockey. Nunca sabremos el éxito que habrían alcanzado en otros deportes, lo que sí sabemos es que, como casi siempre, un hecho casual marca el camino de un amplio futuro.

Casualidades, hechos aislados, destino, trabajo, dedicación… magia, muchos términos, muchos factores, una sola verdad. Dicen que Charles Chaplin un día estaba sentado en una sala donde se guardaban todas las prendas de los actores que iban a protagonizar su próximo cortometraje cuando tuvo una visión, un sueño, o quizá fuese realidad: un bastón de caña, un bombín viejo, unos zapatones sucios, unos pantalones grandes y un ridículo bigote falso cobraron vida propia y le mostraron el camino a seguir al sorprendido observador. «Yo no conozco la escena en que Drazen Petrovic vio por primera vez un balón de baloncesto, pero sí me puedo imaginar algo parecido, con el balón tomando vida y volando hacia las pequeñas manos del incrédulo Drazen. Es gratis soñar; además, como se cita en el cine, la vida real es a veces aburrida[5]».

ALEKSANDAR

Una de las grandezas y miserias del mundo del deporte, y en general de cualquier otro ámbito, es que una trayectoria se vea ensombrecida y en muchos casos hasta olvidada a causa de la brillantez de un miembro de la propia familia. ¿Alguien se acuerda que Diego Maradona tenía dos hermanos que se dedicaron profesionalmente al fútbol? ¿Alguien reconocería al hijo de Pelé como portero de un modesto equipo brasileño? Son cuestiones con una clara respuesta negativa, pero sin embargo es la triste realidad, si se quiere; un genio suele ocultar a los que le rodean, aunque no sea de manera deliberada. Pero el caso de Aleksandar es distinto a los citados, porque él, sin la presencia de su hermano, ya se había ganado un nombre entre los grandes del baloncesto yugoslavo, había adquirido una fama en su época en el equipo de Sibenik que le hizo recorrer el camino que años más tarde recorrería su hermano menor, rumbo a Zagreb.

Aleksandar Petrovic nació el 19 de febrero de 1959, y debe su nombre al gran conquistador macedonio[6]. Siempre se le ha considerado el principal culpable de la afición de Drazen por el baloncesto, allá desde los comienzos en la canasta de la calle Predarovic, enfrente de la casa de los Petrovic, a modo de improvisado playground.

Jugó en el por entonces Partizan, después Sibenka, desde 1972 hasta 1976, cuando el equipo vagaba por las categorías amateurs, tercera y segunda división del baloncesto yugoslavo. También se le puede catalogar como un fanático de este juego, aunque en menor medida que su famoso hermano. Como ejemplo, en 1976 disputó el encuentro decisivo para el ascenso a segunda contra el Kvarner de Rijeka con casi 40 de fiebre; anotó 40 puntos y llevó a su equipo a la modesta gloria deportiva de un pequeño pueblo perdido en la costa del Adriático.

Ya fichado por el Lokomotiv Zagreb, que en ese año cambiaría de nombre a Cibona, debido al nuevo patrocinador, superó unas graves fiebres reumáticas antes de incorporarse a la disciplina del equipo para la liga 76-77, ya con Mirko Novosel de entrenador. Como se ve, otra coincidencia más con Drazen, la superación de un grave problema físico, que seguramente su amor por el baloncesto y su carácter tan especial ayudarían a vencer.

Pronto llegaría la titularidad en el puesto de base para «Asa», o «Aco», como le llamaban en su país, de la mano del mago Novosel, y también la internacionalidad tras los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980. Alternó en el puesto de base con «Moka» Slavnic hasta la retirada de éste de la selección, lo que le catapultó al estrellato y la notoriedad internacional. 1982 fue un año importante para la carrera del mayor de los Petrovic, aparte de la medalla de bronce en el mundial de Cali (Colombia), conseguida ante España, el primer triunfo internacional de la Cibona con él en la escuadra abre el camino para futuros y casi inesperados éxitos.

En la Cibona de Zagreb, y a partir de 1984, la trayectoria de Aleksandar va unida inexorablemente a la de Drazen, dejando al margen la inactividad a causa del servicio militar obligatorio en la temporada 85-86 y un paso no demasiado exitoso en el Pallacanestro italiano en 1987 en las filas del Scavolini de Pesaro. Aleksandar volvió a Zagreb para su última temporada en activo en 1988. Pronto encauzó su vida como entrenador de la mano, una vez más, de Mirko Novosel, siendo ayudante y más tarde primer técnico de la Cibona en 1991. En 1992, como segundo del también ex jugador Petar Skansi, dirigió los destinos de la selección de Croacia hasta su máximo logro, la medalla de plata en Barcelona. Ha pasado por equipos españoles: Caja San Fernando ha sido su periplo más destacado, donde llegó a ser subcampeón de liga, cayendo únicamente ante el Barcelona de Aíto García Reneses. En el Plus Pujol Lleida las cosas no le fueron tan bien en la temporada 2004-2005.

TENACIDAD, SACRIFICIO, DISCIPLINA

En 1976, mientras Aleksandar hacía las maletas una vez concretado su fichaje por la Cibona de Zagreb, la vida de Drazen Petrovic pegaba un giro de 180 grados. Por un lado, el destino quiso que no se equivocara a la hora de hacer caso omiso de las recomendaciones del doctor especialista en ortopedia, el cual pronosticó la silla de ruedas antes de cumplir los quince si continuaba con su «adicción» al baloncesto; por otro lado, el Sibenik dispuso la creación de los equipos infantil, juvenil y júnior a modo de cantera, para surtir, al cabo de los años, de material al equipo profesional.

Nadie se imaginó en aquel momento la repercusión y las consecuencias que traerían estas dos decisiones. El entrenamiento duro y exigente se convertiría en rutina para Drazen y algunos de sus amigos, aunque sólo él perduró en su esfuerzo hasta el final. El grupo de cuatro pronto se convirtió en un grupo de un único elemento. Robert Jablan, Ivica Damjanic y su gran amigo de la infancia y hasta el fin de su vida, Neven Spahija, le tachaban de loco y obsesivo, mientras ejecutaba sus ejercicios físicos y de tiro dos horas antes de comenzar las clases, dos horas a mitad del día y otras dos por la tarde.

Enseguida consiguió un permiso especial del colegio y del ayuntamiento para usar la cancha local con una llave propia. Abdominales, estiramientos, carreras, tiros en suspensión, tiros libres, cuatrocientos, quinientos, seiscientos tiros, fintas, entradas a canasta, fueron la dieta, día sí y día también, que acompañaron a Drazen durante su época en Sibenik. Como años más tarde comentaría Aleksandar, lo especial no es que Drazen entrenara con esa intensidad, es que jamás se tomaba ni un solo día libre.

El progreso resultó inevitable, pronto empezó a subir como la espuma la fama en los ámbitos de categorías inferiores del pequeño de los Petrovic, algunos señalaban que llegaría algún día a primera división, otros que sería tan bueno como su hermano, ciertos osados advertían las posibilidades de que la internacionalidad no era algo descabellado, pero pocos, por no decir nadie, auguraban el futuro esplendoroso que se abría lentamente ante él. Entre éstos últimos, no podríamos pasar sin nombrar al gran Zoran «Moka» Slavnic, primer entrenador y jugador del Sibenka Sibenik desde el verano de 1979 y durante dos años. El genial Moka tomó decisiones discutibles y polémicas en su vida deportiva, pero en ésta no se equivocó.