16. Guerra y disgregación
ARGENTINA 90, FIN A OCHO AÑOS COMO PLAVI
El 20 de agosto de 1990 supuso para Drazen Petrovic el punto y final a más de ocho años defendiendo a la República de Yugoslavia en competiciones europeas y mundiales, ocho años, 155 entorchados internacionales, 3.258 puntos (21 de promedio), una medalla de oro y una de bronce en campeonatos de Europa, una medalla de oro y una de bronce en campeonatos del mundo y, por último, una medalla de plata y una de bronce en juegos olímpicos. Drazen no contaba más que con veinticinco años y diez meses. No es el palmares a nivel de selección de Dragan Kikanovic o Kresimir Cosic, pero quién sabe hasta dónde habría podido llegar si las circunstancias, en todos los sentidos, hubiesen sido más favorables. Sin embargo, a finales de agosto de ese año, ni Drazen ni el resto del plantel intuía la dimensión del conflicto que estaba en ciernes, como tampoco se imaginaban un futuro alejado de la situación en la que se encontraban, es decir, juntos defendiendo un mismo uniforme. Yugoslavia disputó su último torneo como país unificado, antes de la desmembración definitiva de sus repúblicas, en el Europeo de Italia de 1991, pero Petrovic ya no apareció entre los doce, contrariado ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos en su todavía nación.
Pero volviendo a lo puramente deportivo, el torneo mundial de Argentina 90 supuso una despedida a lo grande del ya cuasi eterno número 4, campeón del mundo por primera y única vez en su carrera, demostrando su selección una superioridad aplastante sobre el resto de competidores. El grupo que comandaba Dusan Ivkovic por tercer año consecutivo presentaba algunas novedades con respecto al equipo que se había paseado por Europa el año anterior en Zagreb. Continuaba el núcleo importante, los Petrovic, Kukoc, Divac, Cutura, Paspalj, Zdovc y Vrankovic no faltaron a la cita. El escolta de la Jugoplastika Split Velimir Perasovic asomaba por primera vez en una competición internacional importante así como su compañero de equipo Zoran Savic, el base del Partizan de Belgrado y futuro gran entrenador Zeljko Obradovic regresaba dos años después de su última participación, en los Juegos Olímpicos de Seúl, el prometedor alero de apenas veinte años Arijan Komazec intentaba demostrar por qué le habían bautizado en su país como el «nuevo Petrovic», y el inmenso y voluminoso pívot Radoslav Curcic completaba el plantel. Zdravko Radulovic, Zoran Radovic, Mario Primorac, Peja Danilovic y el lesionado Dino Radja causaban baja.
Yugoslavia compartía el favoritismo en las apuestas con un par de equipos más, los de siempre, es decir, Estados Unidos y la URSS. Los americanos (todavía inmersos en la época pre Dream Team) presentaban un bloque universitario fuerte guiado por la férrea mano del entrenador de los «Blue Devils» de Duke, el impronunciable «Coach K», Mike Krzyzewski. Formado mayoritariamente por jugadores menores de veintiún años, la escuadra contaba en sus filas con futuras estrellas NBA del calibre del base de Georgia Tech Kenny Anderson, el pupilo de Krzyzewski en Duke, Christian Laettner o el pívot, continuador de la gran fábrica de hombres altos que dirigía John Thompson en Georgetown (simbolizada en Patrick Ewing o Dikembe Mutombo), el longilíneo Alonzo Mourning.
Los terceros en discordia eran la última versión de la Unión Soviética, compuesta por todas las repúblicas exceptuando las bálticas, las cuales habían alcanzado una rápida independencia sólo unos meses antes. Desde un punto de vista meramente ligado al baloncesto, el no poder contar con jugadores estonios o letones no suponía una gran pérdida para los intereses soviéticos, pero en el caso lituano, las circunstancias eran diametralmente opuestas. Elementos decisivos para el oro olímpico de 1988, Sabonis, Marcioulonis o Kurtinaitis, ya no formarían parte de los doce elegidos. Sin embargo, la vieja guardia encarnada en Tiit Sokk, Alexander Belostenny, Alexander Volkov o Valery Tikhonenko más los recién llegados Sergei Bazarevich, Gundars Vetra o Víctor Bereznoi aún daban un empaque importante a un equipo con posibilidades reales de medalla.
Y así, mientras países otrora importantes como España o Italia sacaban a pasear sus miserias y sus limitaciones más allá de los 8 primeros puestos en la remota Salta, el trío de favoritos se encaminaba al Luna Park de Buenos Aires para afrontar la fase decisiva, las semifinales. El cuarto en discordia resultó ser Puerto Rico, los boricuas comandados por José «Piculín» Ortiz, Ramón Rivas y Francisco León, con un juego dinámico de pura escuela estadounidense, se plantaron entre los elegidos, siendo los únicos que osaron derrotar en la fase anterior a los intocables yugoslavos (82-75). Sin embargo, resultaron presa fácil para los soviéticos en su semifinal, 98-82, en un gran partido de Tikhonenko, Volkov y Bazarevich.
En el otro cruce, Yugoslavia dio un auténtico repaso a los imberbes americanos, de los que sólo Alonzo Mourning aguantó el tipo, 99-91 al final, y porque los plavi se dejaron ir. El dominio sobre el tempo del encuentro por parte de Toni Kukoc y Drazen Petrovic fue absoluto, el primero controlando el juego y las asistencias, un total de 9, a las que añadió 6 rebotes y 19 puntos, el segundo como brazo aniquilador, 6 triples, 31 puntos en 31 minutos de juego. El jugador de la Jugoplastika ya había asumido su rol de capitán de la nave con galones equivalentes a los del más veterano Petrovic, y eso se hizo notar enseguida, su elección como jugador más valioso de la competición, por lo tanto, no sorprendió a nadie: la nueva sensación croata había hecho acto de aparición definitivamente, y con estruendo.
En la final no hubo color, paseo militar yugoslavo y baile final incluido. La revancha de Seúl se produjo en esta ocasión, el mejor equipo del mundo FIBA salió de Argentina reforzado de moral y con la autoafirmación necesaria para reinar durante muchos años más, pero la guerra lo impidió.
EL CONFLICTO DE LOS BALCANES
El conglomerado de razas, religiones, territorios e intereses unificados bajo el nombre de República Popular de Yugoslavia saltó definitivamente por los aires al comienzo de la década de los noventa. El sueño imposible de la unión de todos los pueblos eslavos meridionales que una vez fue Yugoslavia comenzó lentamente a desvanecerse tras la muerte del mariscal Tito en 1980. La situación se prolongó bajo una aparente estabilidad diez años más, pero en abril de 1990 el Partido Nacionalista Croata de Franjo Tudjman[22] consiguió derrotar en las urnas al hasta entonces dominante Partido Comunista. Croacia y Eslovenia de una manera paralela aprueban proyectos de constitución no aceptados por el poder serbio. Eslovenia es la primera república en anunciar unilateralmente su separación de Serbia, es el 2 de julio de 1990. La respuesta de los serbios no se hace esperar, los territorios croatas de mayoría serbia denominados Krajinas, situados en las fronteras bosnio-croatas y serbo-croatas, los cuales comprenden las regiones de Eslavonia Occidental, Eslavonia Oriental y Krajina Occidental, promulgan su secesión de Croacia el 28 de febrero de 1991. La bola de nieve continúa creciendo, y es que es ahora Croacia la que no acepta el movimiento en las Krajinas y se secesiona de Serbia (28 de junio). El ambiente es ya irrespirable, tras unos incidentes importantes en la frontera, la guerra da comienzo en agosto.
La lucha por el poder en Krajina es encarnizada, con Vukovar como centro de operaciones. Por fin las tensiones de raza y religión se desatan. Los serbios, ortodoxos, y los croatas, católicos, dan rienda suelta a sus diferencias ocultas bajo la superficie de una manera latente durante muchos años.
La situación parece calmarse tras la intervención de la ONU con el plan ideado por el diplomático americano Cyrus Vanee, puesto en práctica el último día del año 1991, pero es una calma ficticia, la muerte y la destrucción no descansan.
La Comunidad Europea reconoce al fin a Croacia como estado independiente, a instancias de Alemania, a comienzos de 1992, aunque, de hecho, el mandato de las Naciones Unidas en la zona (a través de la llamada Fuerza de Protección de la ONU, UNPROFOR) finalizaría tres años más tarde, en 1995. Llegados a este punto, únicamente las zonas de mayoría serbia (Krajinas), escapaban del control de Zagreb, pero en el verano de ese mismo año, mientras la mayoría de las tropas serbias se encontraban en la vecina Bosnia Herzegovina, el ejército croata lanza la ofensiva definitiva para recuperar todo su territorio en las Krajinas. La operación Tormenta es un éxito instantáneo, la República Serbia de Krajina deja de existir, aunque una zona, Eslavonia Oriental, permanece fuera del control de Zagreb. Afortunadamente, tras los acuerdos de Erdut (12 de noviembre de 1995), la zona se reintegra pacíficamente a Croacia, a cambio de la promesa por parte del gobierno de Tudjman de respetar la autonomía, identidad y los derechos de la minoría serbia. La guerra en Croacia había terminado de facto.
No así en otros territorios de la antigua Yugoslavia. El conflicto en Bosnia nos ha dejado para la posteridad el recuerdo de personajes siniestros como Radovan Karadzic[23] o Ratko Mladic[24], el de la limpieza étnica contra la mayoría musulmana y el de crímenes contra la humanidad. No se queda atrás la situación en la provincia autónoma de Kosovo, de mayoría albanesa, en donde el mundo volvió a encontrarse con el nombre del presidente serbio Slobodan Milosevic[25], ya bastante mentado tras las atrocidades en Croacia y Bosnia de 1991-92.
Este relato supone un recorrido bastante esquematizado por la última gran confrontación en la Europa del siglo XX. Esperemos haber aprendido la lección.
EL NUEVO MAPA POLÍTICO Y DEPORTIVO
La situación de Croacia dentro del marco europeo, conjuntamente con el resto de repúblicas de la antigua Yugoslavia, es la siguiente: tras el inicio del conflicto balcánico en el verano de 1991, Yugoslavia, compuesta por las comunidades Serbia y Montenegrina, perdió sus derechos a competir en eventos deportivos internacionales, que no fueron restablecidos hasta cuatro años más tarde. Las sanciones impuestas no nos permitieron disfrutar del gran nivel que tradicionalmente ha caracterizado a los cinco deportes de equipo más practicados en el área serbia, y por extensión en todas las repúblicas, es decir, fútbol, balonmano, waterpolo, voleibol y, sobre todo, baloncesto.
Sin embargo, a pesar de la expresa prohibición a las distintas selecciones yugoslavas para participar en juegos olímpicos, campeonatos de Europa o mundiales, ésta no era extensible a los equipos de clubes, y el mejor ejemplo de ello lo constituye el Partizan de Belgrado. En la edición de la Copa de Europa de Baloncesto 91-92, los capitalinos fijaron como sede de sus encuentros como locales la ciudad madrileña de Fuenlabrada, y a fe que la decisión fue acertada tras comprobar cómo en la fase inicial la afición fuenlabreña se volcaba con el equipo. Con unos jugadores jóvenes y un entrenador sin apenas experiencia, Zeljko Obradovic, su pase a la Final Four sorprendió a la comunidad baloncestística, y más aún cuando en las semifinales apearon a la todopoderosa Phillips Milán de Antonello Riva, Johnny Rogers y Darryl «Baby Gorila» Dawkins. Nombres como Aleksandar Djordjevic, Predrag Danilovic o Zeljko Rebraca comenzaron a sonar en los mentideros de media Europa y los jugadores a ser pretendidos por los equipos más poderosos, NBA incluidos. La final contra el Joventut de Badalona de Lolo Sainz es recordada por todos por su jugada final: si alrededor de Michael Jordan se acuñó el término «The Shot» debido a sus canastas al límite en el último segundo, y si existe una traslación equivalente en nuestro continente, ésta debe estar reflejada en el triple que Aleksandar Djordjevic anotó para certificar la victoria de su equipo. El «peludo» Sale recorrió toda la pista en tres segundos y se levantó desde más allá de 6,25 desequilibrado, cayéndose y con toda la afición verdinegra soplando el balón para desviarlo de su trayectoria, pero fue inútil.
A partir del resultado croata en los JJ. OO. de Barcelona y de la vuelta de Yugoslavia a las competiciones de selección, los caminos en el baloncesto de unos y otros no han corrido paralelos, ni mucho menos. Los primeros, azotados por la muerte de su líder «espiritual» y por la desidia de sus sucesores Kukoc y Radja, más involucrados en la NBA que en su selección, iniciaron un lento declive, del que ahora parece que quieren salir. Los segundos fueron capaces de juntar una escuadra competitiva, con la base de la pareja del Partizan, más el NBA Divac, Zoran Savic, Zarko Paspalj y la nueva sensación, Dejan Bodiroga. Juntos reinaron en Europa durante cuatro años, y sólo cayeron ante el Dream Team III en Atlanta 96. Estos dos grandes rivales sólo se han enfrentado en dos ocasiones en fases finales de competiciones importantes, ambas con victoria yugoslava, la primera en el europeo de España 1997, 64-62, con canasta en el último segundo, cómo no, de Aleksandar Djordjevic, en un torneo en el que Yugoslavia acabaría como campeón y Croacia en un poco edificante undécimo puesto. La segunda llegó en el año 2001, en la fase preliminar del europeo de Turquía. 80-66 fue el resultado; Croacia acabó séptimo y Yugoslavia reconquistó el título perdido en 1999.
DE COMPAÑEROS A RIVALES
«No competiré nunca más por un país que se dedica a bombardear nuestros hogares y matar a nuestros amigos y compatriotas» (Drazen anuncia su negativa a participar con Yugoslavia en torneos oficiales).
«Yo no soy yugoslavo, soy croata» (Drazen corrige a un speaker de una cancha NBA para que anuncie su verdadera nacionalidad).
«¿Situación difícil? Yo describiría como tal la escena en que llamas a casa y tu madre te comunica que un amigo de la infancia ha muerto en la guerra» (Contestación de Drazen a su compañero entonces en los Nets, Sam Bowie, cuando éste le interroga sobre su desenvoltura en los momentos calientes de un partido).
De esta guisa de mostraba Drazen Petrovic tras el inicio del conflicto serbo-croata en el verano de 1991. Sus declaraciones, éstas y otras muchas, describen perfectamente el estado de ánimo de una persona que desde el comienzo se decantó abiertamente y se significó en favor de la independencia del estado croata y su «liberación» de Serbia, lo que le convirtió en un héroe en su país. Drazen aceptó su papel como perfecto embajador del pequeño estado eslavo en los Estados Unidos y en el mundo entero, y representó su rol como líder carismático de la amplia colonia croata del área de Nueva York.
Pero tanto en Europa como en América la situación y la relación entre algunos internacionales de la ex Yugoslavia no era fácil, el esloveno Jure Zdovc llegó a recibir amenazas de muerte para él y su familia si aceptaba representar a Yugoslavia en la final del europeo de Roma en 1991 y tuvo que desligarse de los que habían sido sus amigos y compañeros durante más de tres años, una vez que Eslovenia había ratificado su declaración de independencia. En Estados Unidos, miles de kilómetros de distancia física separaban a los dos representantes NBA, uno en la costa Oeste, Vlade Divac, jugador de los Lakers, y el otro en la costa Este, el Net Drazen Petrovic, pero la guerra hizo que su distanciamiento fuera definitivo en el aspecto personal, hasta el punto de no volver a hablarse más durante el resto de sus vidas.
En el ámbito estrictamente deportivo, la desmembración de Yugoslavia y, por qué no decirlo, también de la Unión Soviética, propició que el nivel del baloncesto en Europa subiera como la espuma, y que el resto de selecciones tradicionalmente destacadas en el continente ya no tuvieran únicamente dos rivales, sino siete u ocho. Croacia, Serbia, Eslovenia, Rusia, Lituania, Letonia, Bosnia o Ucrania son actualmente frecuentes candidatos a hacer un buen papel en los campeonatos de Europa, y jugadores que antes habrían estado tapados y no habrían tenido la posibilidad de asomarse en competiciones importantes, ahora ya la tienen. Saltan a la vista casos como los de Román Horvat, Marko Milic, Radoslav Nesterovic o Sani Becirovic en Eslovenia, Samir Avdic o Nenad Markovic en Bosnia, Josip Sessar o Veljko Mrsic en Croacia o Vlado Ilievski en Macedonia. Casi seguro que no habrían sido internacionales si Yugoslavia permaneciese unificada.