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—…de modo que el señor Hughes está furioso. Un psicópata hizo pedazos a Harold Miciak y Hughes pensaba que la cosa estaba clara, pero ahora la policía de Malibú cree que no ha sido el Diablo de la Botella. Ahora dicen que alguien despedazó a Miciak y le estranguló para simular que era cosa del psicópata, y la ex esposa de Miciak no deja de incordiar al señor Hughes para que ponga algún sabueso a investigar, ¡como si él tuviera que gastarse dinero en el asunto! Luego, además de todo eso, Bradley Milteer descubre que estás liado con Glenda Bledsoe y que ella ha estado robando en las casas de citas de Hughes sin que tú le hayas pasado el informe correspondiente.
Hacia el Southside, en el coche de Pete. Bien provisto de herramientas: cachiporra, puños americanos para los nudillos.
—Yo te conseguí el trabajo de Glenda. El señor Hughes no me lo confió a mí porque sabe que estoy expuesto a que me detengan. Yo le dije, dele el trabajo al viejo Contundente, porque es un tipo bastante estoico en lo que se refiere a las mujeres.
Me estiré. Tortícolis, nervios crispados.
—Te pago siete de los grandes para esto.
—Sí, y me has invitado a un asado a la barbacoa y una cerveza, algo que, con franqueza, el señor Hughes no ha hecho nunca. Lo que digo es que el señor Hughes está furioso contigo, y que podrías ahorrarte ese dolor de cabeza.
Normandie hacia el sur. Pete, fumando; entreabrí la ventanilla. Un recuerdo: mi llamada a Noonan, un rato antes.
—Usted ha quemado una posible prueba federal. Tiene suerte de que no haya revocado su inmunidad inmediatamente, y ahora me pide ese favor tan extraordinario.
—POR FAVOR.
—Ese temblor en la voz me gusta.
—POR FAVOR. Mañana, levante la vigilancia sobre los Kafesjian. Es mi último día completo antes de entrar en custodia y quiero ver si descubro unas cuantas cosas antes de entregarme.
—Supongo que esto tiene que ver con el tal Richie al que buscan los Kafesjian, y que podría ser Richard Herrick, el de ese caso de triple homicidio chapucero en el que usted trabaja.
—Tiene razón.
—Bien. Me gusta la sinceridad y haré lo que me pide si usted declara toda la información que posee de Richie durante las entrevistas previas a la presentación al gran jurado.
—De acuerdo. —Quedamos en eso, entonces. Vaya con Dios, hermano Klein. «Hermano» Klein. Chico del coro luterano; puños/porras/puños americanos…
Pete me dio un codazo suave.
—Chick se ha citado con Joan Crawford en el Lucky Nugget. Ella irá camuflada. Irán a jugar unas manos de póquer o algo así, sin grandes apuestas, y luego al picadero. Tengo que sacar unas fotos del encuentro; luego, Chick me hará la seña convenida. Les seguimos hasta el lugar, dejamos que se pongan a tono y terminamos el trabajo.
Aire frío, faros cabeceando. Un cartel: «El Dodger Stadium es tu sueño! ¡Apoya el proyecto Chavez Ravine!» Pete:
—Siete de los grandes por tus pensamientos.
—Estoy pensando que Chick debe de tener un montón de dinero en alguna parte.
—Si piensas quedártelo, significa que tendremos que cargárnoslo.
—Sólo era una idea.
—Y nada mala. ¡Dios!, tú y una actriz ex camarera… ¿De veras…?
—Sí, merece la pena.
—No era eso lo que iba a preguntarte.
—Ya lo sé.
—¿Así están las cosas?
—Así están.
Directos al sur. Gardena. Pete, comentando rumores:
Fred Turentine, escuchas clandestinas para Hush-Hush: material escandaloso a cambio de dinero negro. Freddy, bebedor, desaparecido: de sus bares favoritos y de su trabajo de enseñanza en la cárcel. Presión federal, negros inquietos: no se podía distinguir a las buenas esposas de las chicas de la calle.
Gardena: latidos de neón en el barrio de los palacios del póquer. El Lucky Nugget: el Cadillac de Chick en el aparcamiento, con la capota puesta.
Nos detuvimos detrás, dispuestos para el seguimiento. Actividad en el asiento delantero: Joan Crawford y Chick besuqueándose con ardor.
—¡Agáchate! ¡Van a verte!
Me agaché y escuché. Chasquido de las portezuelas del coche. Me incorporé de nuevo. Los tortolitos, camino del local.
Pete se apeó.
—Echa una cabezada, si quieres. No pongas la radio o me dejarás sin batería.
Les seguí con la vista: la actriz de cine, el bandido, el extorsionador. Moví el dial de la radio: noticias, basura religiosa, bop.
Un recuerdo: desplumando a los borrachos de Gardena, en tiempos del instituto. Del bop a las baladas, callejón de la memoria: ajustando la cremallera del vestido de promoción de Meg demasiado despacio…
A la mierda. Iba a gastar la batería: apagué la música y cerré los ojos.
Pete, abriendo su puerta:
—Despierta. Se marchan.
El Cadillac arrancó, al tiempo que subía la capota. Pete lo siguió, no demasiado cerca.
Este, norte: el aire fresco me despejó. Seguimiento fácil: ambos coches, confabulados. Pete conducía muy relajado. Con un codo fuera de su ventanilla, ignorante de todo, Joan jodida Crawford.
Rumbo norte: Compton, LYNWOOD: terreno peligroso.
Chick, delante de nosotros: giro a la izquierda, giro a la derecha: Spindrift Drive.
4800, 4900: placas en las aceras latiendo extrañas/chifladas/extravagantes. 4980: Johnny D. «¿Por qué encontrarnos ahí?»
Me costaba respirar. Bajé el cristal de la ventanilla.
Giro a la izquierda, giro a la derecha.
Patios vacíos.
Escalofríos de hielo seco: Calor y frío. Pete:
—¡Coño, nunca te hubiera creído tan maniático del aire fresco!
Chick se detuvo. Destellos de las luces de freno, como una señal.
Recuerdos:
El pinchazo de la aguja.
El efecto de la droga: el hormigueo, el calor por dentro.
Chick y Joanie, caminando envueltos en el amor:
Hacia un patio vacío, por el sendero de la DERECHA.
Entonces:
Flotando, como transportado por el aire.
Giro a la DERECHA. Una habitación cochambrosa. LA FILMACIÓN.
Ahora:
Tomando aire con dificultad. Atenazado por el recuerdo de lo de Johnny. Pete se detuvo junto al bordillo.
—Chick me pasó una nota. Sabe que unos tipos filman películas porno en este local y ha pensado que a Joanie le atraería conocerlo. Las estrellas de cine no dejan de asombrarme jamás.
Clic. Un recuerdo tardío, brutal: Glenda había dicho que Sid Frizell estaba filmando películas porno.
«En un local abandonado.»
«Por LYNWOOD.»
—¿Eh, Klein, te encuentras bien?
Repaso de las armas: el 45, la porra, los puños americanos.
—Adelante.
Pete cargó la cámara.
—Todo a punto. Entramos cuando oigamos «¡Oh, nena, qué bien!»
Preparado: el metal en los nudillos rascaba contra mi anillo de la escuela de Derecho.
—Vamos —Pete.
Dejamos el coche y avanzamos a toda prisa: cubos de estuco, senderos, hierba.
La escena, de nuevo: la filmación, Johnny suplicando, «POR FAVOR, NO ME MATES».
Gemidos sexuales: uno de los apartamentos de la derecha, a poca distancia. Nos acercamos de puntillas, escuchamos:
Jadeos obscenos. Chick:
—¡Oh, nena, qué bien!
Pete, cámara a punto.
Miradas, asentimientos, puntapiés; la puerta, abierta a la primera. Oscuridad completa durante medio segundo.
Destellos de flash: Joan Crawford chupándosela a Chick V. hasta las amígdalas.
Aceleradamente:
Parpadeo del flash. Joanie huyendo por la puerta, desnuda, chillando. Chick con la mano en un interruptor de la pared. Las luces, encendidas.
Un revólver magnum en la mesilla de noche. Lo cogí y eché un vistazo a la habitación:
Paredes con espejos.
Suelo de linóleo, puntos rojo oscuro. Sangre seca.
Chick en la cama, cerrándose la bragueta.
Golpes, la culata de la pistola, deprisa…
Le di en la cara, le arreé en la entrepierna, le retorcí los brazos. El hueso crujió bajo mis manos. Chick se encogió, hecho un ovillo.
Una sombra sobre la cama: Pete, conteniéndome:
—Tranquilo. Le he dado a la Crawford ropa y dinero. Tenemos tiempo para hacer esto como es debido.
Chick volvió a doblarse con un graznido, y por una buena razón: dos puños enormes cerniéndose directamente sobre él.
Una amenaza trillada. Pete, regocijado:
—El izquierdo significa el hospital; el derecho, la tumba. El derecho te quita la vida y el izquierdo te quita la respiración. Estas dos manos son la pesadilla y el mal de ojo, son los colmillos del diablo que se cuela por el humero de la chimenea.
Chick se incorporó, ensangrentado y tembloroso.
—Tengo amigos. Soy un hombre protegido. Daos los dos por muertos.
—Dave, hazle una pregunta al tipo.
Yo:
—Me vendiste, Chick. Te conté que iba a reunirme con un «policía rudo y buen mozo» en Lynwood. Ahora, para empezar, dime a quién se lo contaste y cómo se les ocurrió la idea de esa película casera.
—No voy a decirte nada.
Pete le agarró por el cuello. Un movimiento: noventa kilos aerotransportados. Chick se estrelló contra la pared del fondo; el espejo se hizo añicos.
Chick, un muñeco de trapo con una mueca de estupor: «¿uh?»
Pete, enseguida encima de él; crac, crac: crujidos de dedos entre sus manazas. Chick demostró agallas: ni un gemido audible.
Hinqué la rodilla a su lado.
—Me vendiste a los Kafesjian.
—Que te den por saco.
—Chick, hace tiempo que nos conocemos. No hagas esto más desagradable.
—Lo más desagradable aquí eres tú.
—Tú me entregaste a los armenios. Admítelo y sigue desde ahí.
—No le dije a nadie que ibas a reunirte con ese policía del que me hablaste. Si alguien te tendió una trampa, maldita sea, fueron otros. Quizá tuve noticia de que ellos te metían en una jodida encerrona, pero eso fue después de que sucediera, maldita sea.
—Has dicho «otros». ¿Te refieres a los Kafesjian?
—No, es sólo una manera de hablar. Te metieron en esa trampa porque naciste para ello, por toda la mierda que has hecho sin que te pasara nada. Te vendieron, pero te aseguro que no fui yo.
Pete:
—No sabía que conocieras a los Kafesjian. Pensaba que eras estrictamente un hombre de Mickey.
—Vete a la mierda. Tú eres un alcahuete estúpido para Howard Hughes. Me cago en tu madre. Mi perro se caga en tu madre.
Pete soltó una carcajada.
Chick, con los dedos rotos, blanco de dolor:
—Ya me han sacudido fuerte otras veces. Te acabo de dar unas respuestas gratis como introducción, pero en adelante no esperes más.
Manchas de sangre en el suelo. Johnny, sollozando.
—Has dicho «ellos». ¿Quiénes, los Kafesjian? Dame algún detalle que pueda utilizar.
—¿Quieres decir pasárselo a los federales? Sé que has hecho un trato con Welles Noonan.
Aquel matón grasiento, sudando perfume de Joan Crawford.
—Dame el nombre de esos cabrones. Quiero un gesto.
—¿Un gesto? ¿Qué te parece éste? —Me dedicó un corte de mangas con el machacado dedo corazón extendido—. Chúpamela, boche mamón…
Le agarré la mano. Un enchufe en la pared. Apliqué el dedo a la corriente.
Chispas/humo. Chick, entre convulsiones. Yo, estremeciéndome también con sus sacudidas.
Pete me zarandeó:
—¡BASTA, VAS A MATARLE!
Chick se desasió: un temblor incontrolado en las rodillas; la cara, poniéndose verde por momentos.
Rápido:
Pete le arrojó sobre la cama. Almohadas, sábanas, mantas: en segundos, un gilipollas momificado.
El temblor de rodillas, cediendo; el tono verdoso de la piel, difuminándose.
Johnny Duhamel, suplicando EN ESTA HABITACIÓN.
Cogí el magnum y abrí el tambor. Seis balas. Saqué cinco.
Peter asintió: «Me parece que está bien.»
Me vuelvo hacia Chick, le muestro el arma, le enseño el cilindro, lo hago girar, lo cierro.
Chick. En su mirada: «No lo harías…»
Apunté a quemarropa; el arma, la cabeza.
—Has dicho «ellos». ¿Te referías a la familia Kafesjian?
Sin respuesta.
Apreté el gatillo. Clic. Cámara vacía.
—¿Cómo entraste en contacto con los Kafesjian? No sabía que les conocías.
Sin respuesta.
Apreté el gatillo. Clic. Cámara vacía.
—Sé que le diste a Jack Woods el contrato de Abe Voldrich, y Jack dijo que la orden era de Mickey. No me lo creo, así que ya me estás diciendo quién fue de verdad.
Chick, chillón:
—¡Que te jodan!
Apreté el gatillo. Dos veces. Cámaras vacías.
Pete soltó una exclamación:
—¡Jodeeer!
Chick, un arcoiris: poniéndose gris/verde/azul.
Amartillo el arma, presiono el gatillo muuuy leeento…
—¡Está bien, está bien, POR FAVOR!
Aparté el revólver. Chick tosió, escupió una flema y cantó:
—Me dieron la orden de buscar a alguien para el trabajo de Abe Voldrich. Supongo que pensaron que yo era demasiado conocido en el Southside como para encargarme personalmente, así que pensé: «Dave Klein podría quemarse con ese asunto de los federales», y, «Jack Woods hará el trabajo por dinero y, además, es amigo de Dave y querrá ahorrarle un problema», de modo que hablé con él y estuvo de acuerdo, aunque todavía me regateó la tarifa. —Su voz, más ronca ahora—: Así que, imagina: hablé con Voldrich. Los federales le soltaron durante un día, más o menos, para que pudiera ocuparse de algún asunto personal y quise averiguar qué sabía antes de hacer que Jack le matara. Y vaya, vaya lo que me dijo… —Chick, soplón febril—. Fíjate y escucha bien.
Pete hizo crujir los nudillos. Un ruido seco, como el chasquido del martillo del revólver. Chick, revolviendo las mantas:
—Voldrich dijo que los federales tenían muchas ganas de presentarte como testigo. Dijo que había oído a Welles Noonan y a ese tipo del FBI, Shipstad. Comentaban que habían puesto micrófonos en tu casa y que tenían una cinta en la que hablabas de forma vaga sobre tus trabajos de matón, y en la que también salía Glenda Bledsoe diciendo que se había cargado a un chulo negro llamado Dwight Gilette. Imagina, Dave: Noonan le dijo a Shipstad que iba a ofrecerte inmunidad, a sacarte un montón de información y, luego, a violar el acuerdo a menos que declares contra Glenda por el cargo de asesinato. Shipstad intentó convencer a Noonan de que no jugara sucio contigo, pero Noonan te odia tanto que no quiso saber nada.
La cama daba vueltas.
La habitación daba vueltas.
El revólver daba vueltas…
—¿Quiénes son ELLOS?
—Dave, por favor. Lo que acabo de contarte es la pura verdad.
—Hay algo que no encaja. Tú no eres el tipo que mandarían los Kafesjian para encargarse de Abe Voldrich. Vamos, Chick, ¿quién me tendió la trampa para que matara a Johnny Duhamel?
—¡Dave, por favor…!
Todo daba vueltas…
—¡Por favor, Dave…!
Le aticé. Golpes con la culata del arma. Las mantas amortiguaron el impacto. Tiré de ellas, le golpeé en las costillas. La cama dio vueltas.
—¿Quién me preparó la encerrona?
Sin respuesta.
—¿Estás de parte de los Kafesjian? ¿Eres íntimo de esos armenios? ¡Me vas a decir de una jodida vez lo que sepas de Tommy y ese tipo del que anda detrás, ese Richie Herrick!
Sin respuesta. Volví a trabajarle las costillas. Las cachas del revólver se resquebrajaron. Pete me hizo una señal: CALMA.
Hice girar el tambor otra vez.
—¿Sid Frizell está filmando películas porno aquí?
Sin respuesta.
Apreté el gatillo. Clic. Cámara vacía.
Chick se hizo un ovillo, temblando…
Apreté el gatillo. Clic. Cámara vacía.
Tembloroso, con ojos que suplicaban delatar:
—Ellos dijeron que necesitaban un lugar para trabajarse un poco a alguien, así que les hablé de este lugar. Sid y su gente estaban montando las secuencias porno, así que el sitio estaba vacío.
—¿Te dijeron que iban a filmar su propia película?
—¡No! ¡Dijeron «trabajarse a un tipo»! ¡Eso fue lo que dijeron!
—¿Quién reveló la película? ¿Colaboró alguien del equipo de filmación de Mickey?
—¡No! ¡Frizell y sus chicos son unos jodidos payasos! ¡No conocen a nadie, excepto a mí!
—¿Quién te da las órdenes?
—¡No, Dave, por favor!
Apoyé el revólver en el colchón, junto a su cabeza.
—¿Quiénes son?
—¡NO! ¡NO PUEDO! ¡NO QUIERO!
Apreté el gatillo. Clic/clic/rugido. El fogonazo del cañón le prendió el pelo.
El grito.
La mano enorme apagando las llamas. La mano, extendiéndose enorme para acallar el grito.
Un susurro:
—Lo esconderemos en uno de tus edificios. Haz lo que tengas que hacer y yo le vigilaré. Probaremos a sonsacarle algo sobre el dinero y tarde o temprano se irá de la lengua.
Humo. Lluvia de restos de colchón.
Chick, medio calvo, chamuscado.
TODO DABA VUELTAS.