30
Coches de bomberos, patrulleros de la policía. Mal afeitado; barba de un día, más o menos. Humo, fuego: Bido Lito's en llamas.
Una barrera policial. Giro brusco a la derecha, saltando el bordillo. Justo allí, hombres de traje gris con cámaras: monstruos. Crujido del parachoques, un rótulo: «La autodeterminación es tuya con el profeta Mahoma.»
Ahora, descansando: el tablero de instrumentos, blando y agradable. Mientras pierdo la conciencia:
—Es Klein. Cógelo.
—Creo que tiene una contusión.
—A mí me parece que está drogado.
—No creo que esto sea legal.
—Es irregular, pero legal. Le hemos encontrado sin sentido cerca de la escena de un incendio provocado con homicidio y es el principal sospechoso de nuestra investigación general. El señor Noonan tiene un informador en la oficina del forense y le ha dicho que el compañero de ese Klein murió de una sobredosis de heroína; ahora, fíjate en el estado de este hombre.
—Jim, para el registro escrito, por si esto llega a algún tribunal.
—Dispara.
—De acuerdo. Son las 3.40 de, la madrugada del diecinueve de noviembre de 1958 y soy el agente especial Willis Shipstad. Conmigo están los agentes especiales James Genstell y William Milner. Nos encontramos en el edificio de la Administración Federal en el centro de la ciudad, con el teniente David Klein del departamento de Policía de Los Angeles. El teniente Klein fue recogido hace una hora en un estado de acusada desorientación en la esquina de la calle Sesenta y siete y Central Avenue, en Los Angeles Sur. Se encontraba inconsciente y ofrecía un aspecto de gran desaliño. Le hemos traído aquí para asegurarnos de que recibe la atención médica adecuada.
—Eso es muy gracioso.
—Jim, elimina el comentario de Bill. En resumen, el teniente Klein, quien según nuestros informes tiene cuarenta y dos años, ha recibido posibles lesiones en la cabeza. Presenta quemaduras en manos y cuello, con características que concuerdan científicamente con las causadas por hielo seco. Tiene manchas de sangre en la camisa y restos de esparadrapo adheridos a la chaqueta. Está desarmado. Hemos dejado su coche, un vehículo policial Plymouth del 57, aparcado correctamente en la intersección donde le encontramos. Antes del interrogatorio, se proporcionará al teniente Klein atención médica.
Sentado en una silla de respaldo alto.
Federales.
—Jim, que pasen esto a máquina y ocúpate de que llegue una copia al señor Noonan.
Una sauna de interrogatorios. Will Shipstad, dos agentes federales. Una mesa, sillas, una máquina de taquigrafía. Shipstad:
—Ya está despertando. Jim, llama al señor Noonan.
Un federal salió. Me desperecé: dolores y agujetas de pies a cabeza. Shipstad:
—Ya nos conocemos, teniente. Nos vimos en el hotel Embassy.
—Lo recuerdo.
—Éste es mi compañero, el agente especial Milner. ¿Sabe usted dónde está?
Mi espada japonesa: pantalla grande/color.
—¿Quiere que le vea un médico?
—No.
Milner (gordo, colonia barata):
—¿Está seguro? Tiene un aspecto un poco descompuesto.
—No.
Shipstad:
—Bill, eres testigo de que el señor Klein ha rechazado los cuidados de un médico. ¿Qué me dice de un abogado? Usted mismo lo es, de modo que conoce el derecho que le asiste a que un abogado esté presente en el interrogatorio.
—Renuncio.
—¿Está seguro?
Dios Santo, Johnny…
—Sí, estoy seguro.
—Bill, eres testigo de que he advertido al señor Klein de su derecho a consejo legal, y que lo ha rechazado.
—¿Por qué estoy aquí?
—Mírese —Milner—. La pregunta debería ser dónde ha estado usted.
Shipstad:
—Le recogimos en la Sesenta y siete y Central. Un rato antes, alguien prendió fuego al club Bido Lito's. Teníamos algunos agentes cerca de la casa, en misión de vigilancia general, y uno de ellos oyó a un testigo que hablaba con los detectives del LAPD. Ese testigo declaró que pasaba junto al Bido Lito's poco después del cierre nocturno del local y vio una ventana rota en la parte delantera. Segundos después, el edificio se incendió. Desde luego, para mí tiene todo el aspecto de un suceso provocado.
Milner:
—En el incendio han muerto tres personas. De momento, suponemos que se trata de los dos propietarios del club y del encargado de la limpieza. Teniente, ¿usted sabe fabricar un cóctel Molotov?
Shipstad de nuevo:
—No estamos insinuando que fuera usted quien prendió fuego al Bido Lito's. Con franqueza, en el estado en que le recogimos creo que no habría sido capaz de encender ni un cigarrillo. Teniente, fíjese qué panorama: Hace dos noches, cinco personas murieron en un club de madrugada en Watts y una fuente bastante fiable nos ha dicho que Ed Exley y Bob Gallaudet ejercieron grandes presiones para mantener silenciados los detalles. Luego, a la mañana siguiente, su colega, el sargento George Stemmons, Jr., aparece muerto en el Bido Lito's. El jefe Exley ofrece a la prensa una comedia musical sobre ataques cardíacos, cuando nos hemos enterado de que la muerte fue, muy probablemente, por una sobredosis de heroína que él mismo se administró. Y ahora, cuarenta y tantas horas después, Bido Lito's se quema y usted aparece casi en el mismo momento, conduciendo en un estado que indica intoxicación por consumo de narcóticos. Teniente, ¿se da cuenta de la impresión que produce todo esto?
La mano de Kafesjian. Johnny D. chorreando sangre…
Milner:
—¿Klein, está usted despierto?
—Sí.
—¿Utiliza narcóticos habitualmente?
—No.
—¿Ah, sólo esporádicamente?
—Nunca.
—¿Qué le parecería someterse a un análisis de sangre?
—¿Qué le parecería tener que soltarme por una orden judicial de prueba suficiente a primera vista?
—¡Vaya, el tipo fue a la escuela de Derecho! —Milner.
—¿De dónde venía cuando le recogimos? —Shipstad.
—Me niego a contestar.
—¡Claro! Apelando al derecho a no autoincriminarse —Milner.
—No. Apelando al derecho de silenciar información no incriminadora, según detalla la sentencia del caso Indiana contra Harkness, Bodine y otros, 1943.
—¡Sí, señor, el tipo se sabe las leyes! ¿Tienes algo más que añadir, listillo?
—Sí. Que tú eres un gordo pedazo de mierda y que a tu esposa se la folla Rin-Tin-Tin.
Milner, rojo cardíaco, gordo de mierda.
Shipstad:
—¡Ya basta! ¿Dónde estaba usted, teniente?
—Me niego a responder.
—¿Qué ha sucedido con su arma de servicio?
—Me niego a responder.
—¿Tiene explicación para el estado lamentable en que le hemos encontrado?
—Me niego a responder.
—¿Puede explicarnos qué es esa sangre de su camisa?
Johnny, suplicando…
—Me niego a responder.
—¿Qué, no se te ocurre nada, listillo? —Milner.
—¿Dónde ha estado, teniente? —Shipstad.
—Me niego a responder.
—¿Ha sido usted quien ha incendiado el Bido Lito's?
—No.
—¿Sabe quién ha sido?
—No.
—¿Ha sido cosa del LAPD, en venganza por la muerte de Stemmons?
—¿Está loco? ¡No!
—¿Fue el inspector George Stemmons, Senior, quien ordenó prender fuego al local?
—Yo no… ¡No! ¡Qué locura!
—¿Lo ha incendiado usted, para vengar la muerte de su compañero?
—No. —Con un ligero mareo.
Shipstad:
—¿Estaba bajo el efecto de algún narcótico cuando fue encontrado?
—No.
—¿Utiliza usted narcóticos?
El aparato de escucha de la pared, en funcionamiento. Alguien pendiente de la conversación en alguna parte.
—No.
—¿Le han sido administrados narcóticos por la fuerza?
—No. —Una buena conjetura: EL COPROTAGONISTA DE JOHNNY. Se abrió la puerta y entró Welles Noonan.
Milner salió de la sala. Noonan:
—Buenos días, señor Klein.
Cabello a lo Jack Kennedy, apestando a laca.
—He dicho «buenos días».
JOHNNY, SUPLICANDO…
—¿Klein? ¿Me oye usted?
—Le oigo.
—Bien. Tengo unas cuantas preguntas que hacerle antes de que le soltemos.
—Pregunte.
—Eso haré. Y tengo ganas de verme cara a cara con usted. Recuerdo ese precedente que le echó en cara al agente especial Milner, de modo que con esto espero que quedaremos a la par.
—¿Cómo consigue que el cabello le quede así?
—No estoy aquí para compartir con usted mis secretos de peluquería. Y ahora voy a…
—¡Cabrón! ¡No he olvidado que me escupió a la cara!
—Sí. Y yo no he olvidado que usted cometió, como mínimo, una negligencia criminal en el asunto de la muerte de Sanderline Johnson. Hasta aquí, estos son…
—Diez minutos, o llamo a Jerry Geisler para que presente un babeas corpas.
—No encontrará a ningún juez que…
—Diez minutos o contrato a Kanarek, Brown y Mattingly para que presenten querella por acoso policial, que conlleva la presentación inmediata ante el tribunal.
—Señor Klein, ¿usted ha…?
—Llámeme «teniente».
—Teniente, ¿hasta dónde conoce usted la historia del departamento de Policía de Los Angeles?
—Al grano, Noonan. No se vaya por las ramas.
—Está bien. ¿Quién empezó lo que, eufemísticamente, llamaré «acuerdo» entre el LAPD y el señor J.C. Kafesjian?
—¿Qué «acuerdo»?
—¡Vamos, teniente! ¡Pero si usted les desprecia tanto como yo, estoy seguro!
Despistarle, echarle un cebo.
—Creo que fue el jefe Davis, el anterior a Horrall. ¿Por qué?
—¿Y eso fue alrededor del treinta y seis o treinta y siete?
—Sí, más o menos por esa época, creo. Yo me incorporé al departamento en el treinta y ocho.
—En efecto, y espero que el hecho de tener asegurada la pensión no le haya causado una falsa sensación de invulnerabilidad. Teniente, el capitán Dan Wilhite es el enlace entre la familia Kafesjian y la sección de Narcóticos, ¿verdad?
—Me niego a responder.
—Comprendo. Lealtad corporativa. ¿Ha sido Wilhite quien ha tratado con los Kafesjian desde el principio del «acuerdo»?
—A mi modo de ver, el jefe Davis hizo tratos con los Kafesjian y fue su contacto hasta que Horrall tomó posesión del cargo, a finales del treinta y nueve. Dan Wilhite no se incorporó al departamento hasta mediados del treinta y nueve, de modo que no pudo ser el primer contacto con la familia, si es que lo ha sido alguna vez…
Noonan, con un tonto aire aristocrático:
—¡Oh, vamos, teniente! Usted sabe que Wilhite y los Kafesjian son aliados casi ancestrales.
—Me niego a comentar eso. Pero siga preguntando por los Kafesjian.
—Sí, he oído que han despertado su interés.
JOHNNY SUPLICANDO…
Shipstad:
—Tiene usted muy mala cara, Klein. ¿Quiere tomar algo?
Noonan:
—¿Le dijo usted a Mickey Cohen que retirara sus máquinas expendedoras y tragaperras? Pues no le ha hecho mucho caso. Tenemos fotos de sus hombres encargados del mantenimiento y de la recaudación.
—Me niego a contestar.
—Hace poco hemos encontrado un testigo importante, ¿sabe?
No piqué.
—Un testigo importante —insistió.
—El reloj sigue corriendo.
—Es verdad. Will, ¿crees tú que el señor Klein prendió fuego al Bido Lito's?
—No, señor, no lo creo.
—Klein no puede o no quiere dar cuenta de sus movimientos.
—Señor, no estoy seguro de que él mismo lo sepa.
Me puse en pie. Casi me fallaron las piernas.
—Tomaré un taxi para volver al coche.
—Tonterías. El agente especial Shipstad le llevará. Will, tengo curiosidad por saber dónde ha pasado las últimas veinticuatro horas el teniente.
—Señor, yo diría que ha estado con una mujer de mil demonios o luchando contra un oso.
—Muy agudo, Will. Y la sangre de la camisa apunta hacia lo segundo. ¿Sabes cómo podríamos averiguarlo?
—No, señor.
—Manteniéndonos a la escucha de las llamadas por homicidios en el Southside y observando cuáles de ellos intenta tapar Edmund Exley.
—Me gusta la idea, señor.
—Estaba seguro de que te gustaría. La experiencia nos dice que es un buen sistema, ya que los dos sabemos que aquí, Dave, se cargó a Sanderline Johnson. Me parece que estamos ante una empresa familiar. Dave hace el trabajo sucio y su hermana, Meg, invierte el dinero. ¿Cómo es ese dicho? «La familia que asesina unida, permanece…»
Me abalancé sobre él. Las piernas me fallaron. Shipstad me levantó en vilo por la espalda. Los pulgares en mi carótida, arrastrado por el pasillo mientras perdía el conocimiento…
Encerrado, recuperándome rápidamente. Enseguida, despierto del todo. Una sala de cuatro por seis, paredes acolchadas, sin sillas ni mesa. Un altavoz en la pared y una mirilla acristalada, con vista a la habitación contigua.
Una celda acolchada/puesto de observación. Aprovechar la ocasión:
Cristal agrietado, cierta distorsión. Chirrido del altavoz; le di un golpe. Mejor ahora. Pegué el ojo a la mirilla: al otro lado, Milner y Abe Voldrich. Milner:
—…lo que digo es que, o bien J.C. y Tommy son acusados, o bien les llevará a la ruina la publicidad que se crearán cuando facilitemos a la prensa las actas del gran jurado. Narcóticos va a ser amputada por las rodillas y creo que Ed Exley es consciente de ello, porque no ha tomado ninguna medida para protegerles o para ocultar pruebas. Escucha, Abe: sin Narcóticos, los Kafesjian no son más que un puñado de estúpidos que dirigen un negocio de lavado en seco que les produce un beneficio mínimo.
Voldrich:
—Yo… no… soy… ningún chivato.
—No, tú eres un refugiado lituano de cincuenta y un años con una carta verde que podemos cancelar en cualquier momento. Abe, ¿te gustaría vivir tras el telón de acero? ¿Sabes qué te harían los comunistas?
—No soy ningún soplón.
—No, pero te gustaría serlo. Vas dejando caer indicios. Tú mismo me has dicho que secabas marihuana en una de las máquinas de la tienda.
—Sí, y también dije que J.C., Tommy y Madge no sabían nada.
Humo de cigarrillos. Rostros borrosos. Milner:
—Sabes perfectamente que J.C. y Tommy son basura. Tú siempre te esfuerzas por diferenciar a Madge del resto de la familia. Es una buena mujer y tú eres un hombre básicamente decente que ha ido a parar entre mala gente.
Voldrich:
—Madge es una mujer extraordinaria que, por muchas razones…, en fin, que necesita a Tommy y a J.C, eso es todo.
—¿Es verdad que Tommy se cargó al conductor borracho que atropelló y mató a la hija de un policía de Narcóticos?
—Me acojo a eso de la Quinta Enmienda.
—Tú y todo el mundo, maldita sea. No deberían haber trasmitido las sesiones del jucio Kefauver. Abe…
—Agente Milner, por favor: acúseme de algo o suélteme.
—Te dejamos hacer tu llamada por teléfono y escogiste hablar con tu hermana. Si hubieras llamado a J.C, él te habría buscado un abogado listo que te sacara pronto con un mandamiento. Me parece que tienes ganas de hacer lo que debes. El señor Noonan te ha explicado el pacto de inmunidad y te ha prometido una recompensa federal por el servicio. Creo que lo deseas. El señor Noonan quiere llevar ante el gran jurado a tres testigos principales, y uno de ellos eres tú. Y lo mejor de todo es que, si los tres declaráis, todos los que podrían causarte algún daño quedarán acusados y condenados.
—No soy ningún soplón.
—Abe, ¿Tommy y J.C. han tenido que ver con la muerte del sargento George Stemmons, Jr.?
—No. —Ronco.
—El sargento murió de sobredosis de heroína. Tommy y J.C. podrían haber preparado algo así.
—No. Quiero decir, no sé.
—¿Cuál de los dos?
—Quiero decir, no lo creo.
—Abe, no tienes precisamente cara de póquer. Bien, siguiendo con lo que hablábamos, sabemos que Tommy toca el saxo en el Bido Lito's. ¿Es un habitual del local?
—Quinta Enmienda.
—Eso déjalo para la televisión. Hasta los chicos que rompen una ventana se acogen a la Quinta Enmienda. Abe, ¿hasta qué punto los Kafesjian conocían a Junior Stemmons?
—Quinta Enmienda.
—Stemmons y un tal teniente David Klein les estaban incordiando acerca de un robo que se produjo en la casa hace un par de semanas. ¿Qué sabes de eso?
—Quinta Enmienda.
—¿Esos policías intentaron extorsionar a los Kafesjian?
—No…, quiero decir: Quinta Enmienda.
—Abe, eres un libro abierto. Vamos, Stemmons era un yonqui y Klein, el policía más sucio que puede existir.
Voldrich tosió; el altavoz cogió estática.
—No. Quinta Enmienda.
Milner:
—Cambiemos de tema.
—¿Hablamos de política?
—Hablemos de Mickey Cohen. ¿Lo conoces?
—Nunca me he encontrado con él.
—Tal vez, pero tú eres un veterano del Southside. ¿Qué sabes del negocio de Mickey con las tragaperras?
—No sé nada del negocio. Sé que las máquinas tragaperras son para gente con mentalidad de pordioseros, lo cual explica su atractivo para esos negros estúpidos.
—Hablemos de otra cosa —Milner.
—¿De los Dodgers, por ejemplo? Si yo fuera mexicano, me alegraría de abandonar Chavez Ravine.
—¿Qué me dices de Dan Wilhite?
—Quinta Enmienda.
—Hemos echado un vistazo a sus declaraciones de impuestos, Abe. J.C. le cedió el veinte por ciento de la tienda de la cadena en Alvarado.
—Quinta Enmienda.
—Abe, todos los hombres que trabajan en Narcóticos tienen propiedades que no pueden permitirse con su sueldo y pensamos que las han conseguido por medio de J.C. Hemos hecho una auditoría de las declaraciones de renta y, cuando llamemos a los agentes para que nos expliquen la procedencia de esos bienes y les digamos, «Cuéntanos cómo los conseguiste y te dejaremos en paz», J.C. se verá hasta el cuello con veinticuatro cargos por soborno y fraude fiscal federal.
—Quinta Enmienda.
—Abe, voy a darte un consejo: siempre que te acojas a la Quinta, hazlo desde el principio hasta el final. Eso de intercalar respuestas explícitas entre las apelaciones a la Quinta sólo sirven para subrayar las respuestas que indican un conocimiento culposo.
Silencio.
—Abe, te estás poniendo un poco verde.
Ninguna respuesta.
—Abe, hemos oído que Tommy andaba buscando a un tipo llamado Richie. No sabemos el apellido, pero hemos oído que Tommy y él solían tocar jazz y robar cosas juntos.
Seguí con el ojo aplicado a la mirilla. Humo, distorsión.
—Quinta Enmienda.
—Abe, tú nunca has ganado un centavo jugando al póquer.
Apretado contra la mirilla, forzando la vista, aguzando el oído.
—Estoy convencido de que quieres colaborar con nosotros, Abe. Cuando te decidas a admitirlo, te sentirás mucho mejor.
Ruidos en la puerta de la estancia. Me aparté de la pared. Dos federales flanqueando a Welles Noonan. Yo hablé primero:
—Noonan, usted quiere presentarme como testigo, ¿verdad?
Noonan se atusó el cabello.
—Sí, y mi mujer está a favor de usted. Vio su foto en los periódicos y está impresionada.
—¿Favor por favor?
—No está lo bastante desesperado, pero pruebe.
—Richie no sé qué. Dígame qué sabe de él.
—No. Y le voy a dar una buena bronca al agente Milner por dejar conectado ese altavoz.
—Noonan, podemos hacer un trato.
—No. Todavía no está maduro para ruegos. Caballeros, acompañen al señor Klein a un taxi.