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Ojeada a la fiesta:

El Coconut Grove, un grupo de conocidos. El jefe Parker, Exley; sonrisas para nuestro muchacho: Bob «Cámara de Gas» Gallaudet. Camareros, bebidas, baile; Meg llevó a Jack Woods para poder darle al mambo. Dudley Smith, el alcalde Poulson, Tom Bethune: ni un «gracias por el trabajo con el rojillo».

Periodistas, ejecutivos de los Dodgers. Gallaudet sonriente, bombardeado por los flashes.

Alterno, observo:

George Stemmons, Senior; los dos matones de Smith: Mike Breuning, Dick Carlisle. Leo en sus labios: INVESTIGACIÓN FEDERAL, INVESTIGACIÓN FEDERAL. Parker y Exley con unos cócteles en la mano (y hablando de la INVESTIGACIÓN FEDERAL, me jugaría algo). Meg, bailando con Jack; los rufianes seguían poniéndola a cien. Culpa mía.

Hora de dejarme ver: le debía mis felicitaciones a Bob. Mejor esperar, hablarle a solas: mi mal expediente personal pesaba. Observé a los reunidos y adjudiqué pensamientos a los rostros.

Exley: alto, fácil de distinguir. Había leído mi informe sobre el 459: las pistas Lucille/mirón, un añadido espúreo: olvide el asunto, es un callejón sin salida. Él dijo que continuara y una parte de mí se alegró: tenía ganas de arrastrar al arroyo a aquella familia. Los dos extremos contra el centro: le había dicho a Dan Wilhite que me despreocuparía del asunto.

El inspector George Stemmons, Senior, junto a la ponchera: Junior con veintitantos años más. Junior, desaparecido desde el encuentro con Georgie Ainge; tablas: él también sabía que Glenda Bledsoe había matado a Dwight Gilette. Su informe del caso Kafesjian, una chapuza. Los archivos de putas/clientes, sin comprobar; mi batida del barrio negro le mostraba demasiado ocupado: la paliza al negro en el aparcamiento del Bido Lito's, la confabulación con un «policía rubio». El «angelito», identificado: Johnny Duhamel, el nuevo muchacho de Dud Smith en la brigada anticacos.

Junior. No se podía confiar en él, ni había modo de apartarle del caso, de momento.

Ahora, un solo:

Repasé las listas de las comisarías; suerte en University: nombres de clientes, sin nombres de chicas asociados. Pedí comprobaciones a Identificación; todos falsos. La mayoría de policías de Antivicio no se esforzaban en conseguir la identidad real, no ponían empeño en exprimir a los rondadores de chicas. La suerte, al carajo. Guardé los nombres para nuevas comprobaciones: la mayoría de clientes usaba siempre el mismo alias.

Ronda por el barrio negro:

Durante tres noches, interrogué a las putas de Western Avenue: ninguna identificación de la foto de Lucille. Llamé a la brigada 77: todavía sin localizar el mirón denunciado. Hice de mirón yo mismo: la casa de los Kafesjian, jazz en la radio del coche para matar el aburrimiento. Dos noches, broncas familiares; una noche, Lucille sola, desnudándose ante la ventana: la radio se acompasaba a sus movimientos. Tres noches en total, sin ningún observador más; yo era el único voyeur. Y aquella Gran Intuición, confirmada: merodeador/mirón/ladrón, todos la misma persona.

Trabajo en casa, dos noches: Art Pepper, Champ Dineen… Escuchando lo que rompió el intruso. Mi fonógrafo, el volumen alto: la Intuición, firme. Una sesión me empujó de nuevo al local; de allí, seguí a Tommy K. hasta el Bido Lito's. Tommy: entrando con su propia llave, bolsas de hierba escondidas junto a máquinas tragaperras. Visité a Lester Lake: ponme al día sobre los socios conocidos de Tommy.

Charla feliz: los asistentes a la fiesta, pavoneándose. Meg y Jack Woods hablando: probablemente, se liarían otra vez. Jack cobraba por la fuerza nuestros alquileres; él se llevaba un porcentaje. Su territorio, nuestro edificio del Westside. Mi hermana y mi amigo rufián, cogidos de la mano. Agotado, me dejé llevar por el Impulso Glenda.

Colgado; no pude subcontratar el encargo de Hughes. Pluriempleo: seguí a la chica, atento a si me seguían a mí: conseguí algunos «tal vez». Vigilancia en el plato, seguimientos en coche:

Glenda entra en los picaderos de Hughes; Glenda regala la comida robada al asilo del «Drácula». Frecuentes visitantes de Glenda: Touch V. y Rock Rockwell. Georgie Ainge no aparece por ninguna parte. La última noche, Glenda «Buena Obra»: foie-gras para los viejos de la residencia del Jardín Soñoliento.

Identificaciones. Bledsoe, Glenda Louise:

Ninguna requisitoria, ninguna condena, ninguna detención por prostitución. 12/46: diez días por hurto en tienda, juvenil. Una nota en el expediente del Tribunal de Menores: Glenda le atizó a una marimacho amorosa.

Homicidios, LAPD. Dwight William Filette, DOD 19/4/55 (sin resolver): CONCENTRARSE EN GLENDA LOUISE BLEDSOE.

Falsos informes a Bradley Milteer: los robos de Glenda, borrados; la cita publicitaria, enmascarada de «salida amistosa». El Impulso Glenda adueñándose de mí, alarmante/alarmantemente agradable.

Me encaminé hacia los invitados. Gallaudet llevaba un corte de cabello nuevo, en el estilo Jack Kennedy/Welles Noonan. Me dirigió un gesto de cabeza, pero no hubo apretones de manos; los policías con mala prensa no se cotizaban bien. Walter O'Malley pasó cerca, furtivo; Bob casi hizo una genuflexión. ¡Chavez Ravine, el estadio, el estadio…!, estentóreo, feliz.

—Hola, muchacho.

Aquel palurdo, Dudley Smith.

—Hola, Dud.

—Bonita fiesta, ¿verdad? Recuerda mis palabras: estamos celebrando el inicio de una espléndida carrera política.

Un sobre cambiando de manos: del hombre de los Dodgers al hombre de la Fiscalía.

—Bob siempre fue ambicioso.

—Igual que tú, muchacho. ¿No te emociona la perspectiva de un estadio para el equipo de la ciudad?

—No especialmente.

Dud, con una carcajada:

—A mí, tampoco. Chavez Ravine era un lugar magnífico para tratar con los hispanos, pero ahora me temo que será reemplazado por atascos de tráfico y más contaminación. ¿No sigues el béisbol, muchacho?

—No.

—¿No te interesan los deportes? ¿Tu única pasión es el dinero extraoficial?

—Es este apellido judío que me ha tocado.

Aullidos de risa; se le entreabrió el gabán. Pasé revista a su armamento: magnum, porra, navaja automática.

—Muchacho, tienes el don de divertir a este viejo.

—Yo sólo soy divertido cuando me aburro, y el béisbol me aburre. Prefiero el boxeo.

—¡Ah!, debería haberlo sabido. Los hombres crueles siempre admiran las peleas. Y lo de «cruel» es un cumplido, muchacho.

—No me había ofendido. Y hablando de boxeo, Johnny Duhamel está trabajando para ti, ¿no?

—Correcto, y es un espléndido refuerzo en la brigada por el miedo que impone. También le he dado participación en el trabajo del robo de pieles y está demostrando ser un espléndido policía joven, versátil y completo. ¿Por qué lo preguntas?

—Salió su nombre en la conversación. Uno de mis hombres enseñaba en la Academia. Duhamel fue alumno suyo.

—¡Ah, sí! George Stemmons, Junior, ¿me equivoco? Este muchacho debe tener una memoria de elefante para los antiguos alumnos.

—Puedes estar seguro.

Exley me clavó la mirada con un seco gesto de cabeza. Dud lo captó:

—Ve, muchacho, el jefe Exley te llama desde el otro extremo de la sala. ¡Ah, vaya mirada de tiburón!

—Me alegro de verte, Dud.

—El placer es mío, muchacho.

Fui para allí. Exley, directo:

—Pasado mañana hay una reunión. Nueve en punto, todos los oficiales de la brigada. No falte; hablaremos de la investigación federal. Además, quiero que consiga las declaraciones de impuestos de la familia Kafesjian. Es usted abogado: encuentre un pretexto.

—Las declaraciones de impuestos precisan un mandamiento federal. ¿Por qué no lo pide a Welles Noonan? Es su distrito.

Nudillos blancos. El vaso le tembló en la mano.

—Leí el informe y me interesan los nombres de los clientes. Quiero una redada en Western y Adams mañana por la noche. Organícelo con Antivicio de University y lleve los hombres que necesite. Quiero información detallada sobre los clientes de Lucille Kafesjian.

—¿Está seguro de querer arriesgarse a enfurecer a la familia con los federales a la vuelta de la maldita esquina?

—Hágalo, teniente. No cuestione mis motivos ni pregunte por qué.

Frustrado, salí al vestíbulo soltando chispas. Un teléfono, una moneda: llamada a la oficina.

—Subdirección Administrativa, agente Riegle.

—Sid, soy yo.

—Hola, patrón. Esto debe de ser telepatía. Acaban de dejarle un mensaje de Hollenbeck.

—Aguarda. Primero, necesito que me organices una cosa.

—Todo oídos.

—Llama a University y prepara una redada. Pongamos ocho hombres y dos furgones para las chicas. Mañana por la noche, a las once, en Western y Adams. Autorización del jefe Exley.

Sid soltó un silbido.

—¿Le importaría explicarse?

INSPIRACIÓN SÚBITA:

—…Y dile al teniente de allí que necesito una serie de salas de interrogatorio, y dile a Junior Stemmons que se reúna conmigo en la comisaría. Quiero que se ocupe de esto.

Garrapateo de anotaciones.

—Ya he tomado nota. Y ahora, ¿quiere el mensaje?

—Dispara.

—Una casa de empeños ha entregado la vajilla de los Kafesjian. Un mexicano intentó colocarla en Boyle y el propietario de la tienda vio nuestro anuncio y le denunció. Lo tienen en la comisaría de Hollenbeck.

Solté una exclamación; varias cabezas se volvieron.

—Llama a Hollenbeck, Sid. Diles que metan al mexicano en la sauna. Estaré allí enseguida.

—Ya estoy en ello, patrón.

De vuelta a la fiesta; Bob «Cámara de Gas» se había esfumado. Imposible buscarle sin llamar la atención. Una rubia pasó como un torbellino: Glenda. Un parpadeo: sólo otra mujer.