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Reuben Ruiz, el boxeador:

—Esto es de puta madre. Podría acostumbrarme a esta vida.

El hotel Embassy: salita, dormitorios, televisión. Noveno piso, servicio completo en la suite: comida y bebida.

Ruiz, nervioso y medio trompa, se arrea tanganazos de whisky. Sanderline Johnson mira dibujos animados con la mandíbula colgando.

Junior, hace prácticas de desenfundar el arma con rapidez.

Tal vez un poco de conversación, me digo.

—¡Eh, Reuben!

—¡Eh, teniente! —responde, amagando unos directos.

—Oye, Reuben. ¿Mickey intentó violar tu contrato?

—Lo que hizo fue sugerirle a mi representante con… con mucha insistencia, ¿entiende a qué me refiero?, que le cediera el contrato. Envió a los hermanos Vecchio para que hablaran con él y luego se achantó cuando Luis les dijo, «Eh, largaos porque no voy a firmar ningún traspaso». ¿Quiere saber mi opinión? Creo que Mickey ya no tiene huevos para andar dando mamporros.

—Pero tú tienes cojones2 para andar de soplón.

Directos, ganchos.

—Tengo un hermano desertor del ejército, quizá perseguido ya por los federales. Dentro de poco tengo tres peleas en el Olympic y Welles Noonan me las puede joder a citaciones. Mi familia es lo que se dice una larga estirpe de ladrones, lo que se dice propensa a los problemas, de modo que me gusta hacer amigos entre lo que se podría llamar la comunidad de servidores de la ley.

—¿Te parece que Noonan tiene algo sólido contra Mickey?

—No, teniente, me parece que no.

—Llámame Dave.

—Le llamaré teniente. Ya tengo suficientes amigos entre la comunidad de servidores de la ley.

—¿Por ejemplo?

—Por ejemplo, Noonan y su colega del FBI, Shipstad. ¿Eh, conoce a Johnny Duhamel, «el Escolar»?

—Claro. Estuvo en los «Guantes de Oro», pasó a profesional y se retiró enseguida.

—Si pierdes el primer combate profesional, es mejor que te retires. Así se lo dije, porque Johnny y yo somos viejos amigos, y ahora Johnny es el «agente» Johnny Duhamel, «el Escolar», del jodido LAPD, en la intocable Brigada Antibandas, nada menos. Y es muy amigo del… ¿cómo le llamáis?, legendario capitán Dudley Smith. Así que basta ya de joder…

—Ruiz, cuida ese vocabulario.

Junior, enojado. Johnson, embobado ante el televisor: el ratón Mickey huyendo del pato Donald. Junior bajó el volumen.

—Conocí a Johnny Duhamel cuando estuve de instructor en la Academia. Le tenía en mi clase de recogida de pruebas y era un estudiante condenadamente bueno. No me gusta que los criminales confraternicen con los policías, ¿comprende, pendejo?

—Pendejo, ¿eh? Bien, yo seré el estúpido, pero tú eres un vaquero de pacotilla, jugando con la pistola como ese ratón marica de la jodida televisión.

Un tirón de la corbata, una seña a Junior: QUIETO AHÍ.

Junior se inmovilizó… jugueteando con la pistola. Ruiz:

—Siempre puedo utilizar a otro amigo, «Dave». ¿Hay algo que quiera saber?

Subí el volumen del televisor. Johnson miraba, extasiado: Daisy vampirizando al pato Donald. Ruiz:

—Eh, «Dave». ¿Se ha traído a este tipo para sonsacarme?

Me arrimé a él, para hablar casi en privado:

—Si quieres hacer otro amigo, suelta información. ¿Qué tiene Noonan?

—Tiene lo que uno llamaría aspiraciones.

—Eso ya lo sé. Más.

—Bien…, he oído hablar a Shipstad con ese otro tipo del FBI. Decían que Noonan quizá teme que la investigación sobre el boxeo sea demasiado limitada. En cualquier caso, ya está dándole vueltas en la cabeza a ese plan complementario.

—¿Y?

—Y se trata de una especie de redada general contra las bandas de Los Angeles, sobre todo en el Southside. Drogas, tragaperras… ya sabe, máquinas expendedoras ilegales y mierdas por el estilo. Oí a Shipstad decir algo de que el LAPD no investiga los homicidios de negros a manos de otros negros, y como todo esto se reduce a que Noonan consiga dejar en mal lugar al nuevo fiscal del Distrito…, ¿cómo se llama?

—Bob Gallaudet.

—Exacto, Bob Gallaudet. En fin, se trata de hacerle quedar mal para que Noonan pueda disputarle el cargo en las próximas elecciones.

El barrio negro, el negocio de las tragaperras: el último asunto que Mickey C. tenía entre manos.

—¿Qué hay de Johnson?

Risitas.

—Vaya con el mulato cabeza de serrín. Quién diría que tiene un historial de cuarenta y tres, cero y dos, ¿verdad?

—Vamos, Reuben, habla.

—Está bien, reconozco que no le falta mucho para ser un idiota profundo, pero tiene una memoria asombrosa. Es capaz de memorizar barajas enteras, de modo que unos tipos bien situados le dieron un empleo en el Lucky Nugget, en Gardena. También es capaz de memorizar conversaciones, y algunos clientes no eran lo que se dice muy discretos en su presencia. He oído que Noonan quiere hacerle exhibir esos trucos de memoria en el estrado y…

—Me hago una idea.

—Bien. Yo abandono mis actividades conflictivas, pero sigo teniendo una familia propensa a meterse en problemas. No debería haberle contado lo que he hecho pero, como es usted amigo mío, estoy seguro de que no va a llegar a oídos de los federales, ¿verdad, «Dave»?

—De acuerdo. Ahora, termina la cena y descansa un poco, ¿vale?

Medianoche. Luces apagadas. Yo me encargué de Johnson; Junior, de Ruiz. Lo propuse yo.

Johnson leía en la cama: El poder secreto de Dios puede ser tuyo. Acerqué una silla y observé sus labios: Sigue el camino interior hacia Cristo, combate la conspiración judeo-comunista que intenta desnaturalizar la América Cristiana. Envía tu contribución al apartado de Correos bla, bla, bla.

—Sanderline, permíteme una pregunta.

—¿Uh? Sí, señor.

—¿Tú crees lo que dice ese folleto?

—¿Uh? Sí, señor. Aquí pone que una mujer que resucitó dice que Jesucristo garantiza a todos los contribuyentes de la categoría de oro un coche nuevo cada año en el cielo.

HOSTIA SANTA.

—Sanderline, ¿verdad que te sacudieron un poco en tus dos últimas peleas?

—¿Uh? No. El árbitro detuvo el combate con Bobby Calderón por heridas y perdí en decisión dividida frente a Ramón Sánchez. Señor, ¿cree usted que el señor Noonan nos traerá un almuerzo caliente al gran jurado?

Saco las esposas.

—Póntelas mientras echo una meada.

Johnson, levantado de la cama; bosteza, se despereza. Compruebo el radiador: tubos gruesos, resistentes.

La ventana, abierta; nueve pisos de altura; el mestizo zumbado y su sonrisa grotesca.

—Señor, ¿qué coche cree usted que debe conducir Él, allá arriba?

Le estrellé la cabeza contra la pared y lo arrojé por la ventana, gritando.