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Monstruos:

Charles Issler, confeso: sádico con ansias de publicidad. «¡Pegadme! ¡Pegadme!»: con fama de morder a los tipos de Homicidios que no querían hacerle el favor. Michael Joseph Krugman, confeso: el Jesucristo número 187. Motivo: venganza. Cristo se había follado a su mujer.

Torbellino:

Muchas confesiones; encontrar un primo en la lista de identificaciones del LAPD. Y mientras, abriéndose paso dentro de mí, un INSTINTO…

Donald Fitzhugh: confeso de la muerte de un marica; Thomas Mark Janeway: abusos deshonestos a niños exclusivamente. Aquella COSA INSTINTIVA cada vez más intensa, casi una provocación. El Diablo de la Botella: estrangulador/mutilador/asesino de boxeadores sonados. Ningún candidato firme.

Desperté. ESE INSTINTO, enorme:

Los Kafesjian sabían quién había revuelto su casa; si encerraba al primer desgraciado que tuviera a mano, la familia jodería el asunto.

Sábanas sudadas/expedientes sudados/esa ficha que había pasado por mis manos últimamente:

George Sidney Ainge, alias «Georgie». Varón blanco, F.N. 28/11/22. Condenas por proxeneta en el 48 y el 53: catorce meses cumplidos en la cárcel del condado. Denuncias por venta de armas en el 56, 57 y 58: sin condenas. Ultima dirección conocida: S. Dunsmuir, 1219, L.A. Vehículo: Eldorado Caddy del 51, QUR 288.

Touch a Glenda: «George Ainge os va a sacudir sólo un poquito más que una pizca.»

Me afeité, me duché, me vestí. Glenda sonrió, respondiendo que frenara las cosas de momento.

La oficina, una nota interna de Exley: «Kafesjian/459: informe en extenso.» Ocho de la mañana; aún por entrar de servicio el turno de día: ninguna información sobre Georgie Ainge.

Café, pasado. Llamó un tipo de la Fiscalía por el asunto de esa incursión chapucera en la casa de apuestas: me cagué en él de abogado a abogado. Llegó Junior; sus pasos en la escalera secundaria, furtivo. Lancé un silbido, largo y agudo. Entró en el despacho. Cerré la puerta y bajé la voz:

—No vuelvas a colgarme el teléfono ni cualquier bobada parecida. A la próxima, firmo una petición de traslado que te arruina la carrera en la brigada tan deprisa…

—Dave…

—Dave, mierda. Stemmons, estás pasándote de la jodida raya. Obedece mis órdenes y haz lo que te diga. Bien, ¿has comprobado si hay papeles sobre Lucille Kafesjian en el archivo de la comisaría?

—No… no hay nada. Lo… lo repasé todo a fondo.

Nervioso, suspicaz. Cambié de tema:

—¿Has estado acosando a los maricas de Fern Dell?

—¿Qué?

—Un chapero dijo que nuestra gente estaba actuando en el parque y los dos sabemos que es mentira. Te lo repito, ¿has estado…?

Junior, con las manos levantadas, conciliador:

—Está bien, está bien, culpable. Le debía un favor a un antiguo alumno mío de la Academia. Trabaja en Antivicio de Hollywood y está atascado: el jefe le ha destinado al caso de los mendigos rajados. Yo sólo hice unos cuantos arrestos y dejé que él se los apuntara. Escucha, siento mucho si me salté algunas normas.

—Apréndete esas malditas normas.

—Seguro, Dave. Lo siento.

Temblando, sudoroso. Le ofrecí un pañuelo.

—¿Has oído hablar de un chulo llamado Georgie Ainge? También se dedica a vender armas.

Movimientos de cabeza, ansioso por agradar.

—He oído que es un sádico. Un tipo de la comisaría me dijo que le gustan los trabajos en que tiene que hacer daño a alguna mujer.

—Sécate esa jodida cara; estás manchándome el suelo con el sudor.

Junior se apresuró a sacar: la pistola me apuntó. A mí. Rápido, le crucé la cara. Mi anillo de la escuela de Derecho le hizo sangre.

Nudillos blancos en torno al arma. Por fin, dejó de encañonarme. Buen tino.

—Conserva esa mala leche, tipo duro. Tenemos un trabajo en la calle y quiero que estés rabioso.

Coches separados. Que Junior se comiera el coco con la mitad de la película: buen chico/mal chico, ninguna detención. Que siguiera rabioso: yo tenía entre manos otro trabajillo privado y un falso secuestro podría echarlo a rodar. Junior: «Seguro, Dave, seguro», impaciente.

Llegué el primero. Un falso château: cuatro pisos, quizá diez apartamentos cada uno. Un Eldorado del cincuenta y uno junto al bordillo. Encajaba con la ficha de Ainge.

Repasé los buzones: G. Ainge, 104. El Ford de Junior frenó ante la casa: dos ruedas encima de la acera. Avancé por el pasillo en línea recta.

Junior me alcanzó a la carrera. Le hice un guiño; él me lanzó otro, medio crispado. Llamé al timbre.

La puerta se abrió unos centímetros. Tirón de orejas: señal al chico malo. Junior:

—¡Policía, abran!

Error. Le hice una seña: patada a la puerta.

La puerta se abrió de par en par. Allí estaba: un gordo hijo de puta con las manos en alto. Cicatrices viejas en los brazos. Ahora vendría la jaculatoria: «Estoy limpio.»

—¡Estoy limpio, agentes! Tengo un buen trabajo y tengo los resultados de un test de nalina que demuestran que ya no le doy a la aguja. Todavía estoy en libertad provisional y mi oficial de vigilancia sabe que he cambiado del caballo a la botella.

—Estamos seguros de que está usted limpio, señor Ainge. ¿Podemos pasar? —Una sonrisa.

Ainge se hizo a un lado; Junior cerró la puerta. El agujero: una cama empotrada, botellas de vino arrojadas a troche y moche, un televisor, revistas: Hush-Hush, varias de chicas. Junior:

—Besa la pared, pichón de mierda.

Ainge se abrió de brazos y piernas. Eché un vistazo a la portada de Hush-Hush: Marie McDonald, «el Cuerpo», reina del falso secuestro.

Georgie comió papel pintado; Junior le cacheó detenidamente. Página dos: algún amiguito de Marie se la había llevado a Palm Springs y la había apuñalado en una vieja cabaña minera. Una petición de rescate; su agente había llamado al FBI. Sátira: organice su propio secuestro por publicidad, cinco pasos fáciles.

Junior hizo agacharse a Ainge: golpe en los riñones, aceptable.

Georgie soltó un jadeo. Hojeé las otras revistas: sado-maso, mujeres amordazadas y atadas.

Junior tumbó boca abajo a Ainge de una patada. Una rubia tenía cierto parecido con Glenda. Abrí la boca:

—Lección número uno: llama a Hedda Hopper por anticipado. Lección número dos: no contrates secuestradores de la lista de Central. Lección número tres: no pagues a tu publicista con dinero marcado del rescate. ¿De quién fue la idea, Georgie? ¿Tuya, o de Touch Vecchio?

Ninguna respuesta.

Levanté dos dedos: EMPLÉATE A FONDO. Junior soltó un par de golpes a los riñones; Georgie Ainge vomitó bilis. Hinqué la rodilla cerca de él.

—Háblanos de eso. Ya no sucederá, pero cuéntanos de todos modos. Habla y no le decimos nada a tu oficial de vigilancia. Haznos enfadar y te encerramos por posesión de heroína. Gorgoteos:

—¡Que os jodan!

Dos dedos/A FONDO.

Golpes a la nuca. Fuertes. Ainge se enroscó en posición fetal. Un golpe dio contra el suelo. Junior soltó un alarido y echó mano a la pistola.

Se la arrebaté, vacié la recámara, saqué el cargador.

Junior: «¡Dave, caray!» Adiós, tipo duro.

Ainge soltó un gemido. Junior lo pateó. Crujido de costillas.

—¡VALE! ¡VALE!

Le senté en una silla; Junior recuperó el arma. Una botella sobre la cama; se la arrojé a Georgie.

Echó un trago, tosió, eructó sangre. Junior buscó el cargador. A gatas.

—¿De quién fue la idea?

—¿Cómo lo han sabido? —Ainge, con una mueca de dolor.

—No importa. He preguntado de quién fue la idea.

—De Touch. Touch V. El trato era arruinar la carrera de ese guapito y llevarnos a la rubia para poner un poco de picante. Touch dijo trescientos y nada de pasarse. Mire, yo acepté el trabajo por catarlo un poco.

Junior:

—¿Catarlo? ¿Caballo? Pensaba que estabas limpio, escoria.

—«Escoria» pasó de moda con el vodevil. ¿De dónde ha sacado la placa, de una caja de cereales?

Contuve a Jr.

—¿Catar qué, entonces?

—Ya no vendo armas, ni busco mujeres con intención de prostituirlas. He cambiado los polvos por el agua de fuego —una risita—, así que mis gustos no le importan a…

—¿Catar qué?

—¡Mierda, sólo quería tirarme a esa Glenda!

Me quedé quieto. Ainge continuó hablando: aliento pestilente a vino.

—…sólo quería darle un tiento a algo que Howard Hughes ha estado utilizando. Durante la guerra me despidieron de Hughes Aviación, así que podría decirse que esa golfa, Glenda, es una especie de indemnización. Sí, señor, ésa sí que es una buena…

Derribé su silla y le arrojé el televisor a la cabeza. Lo esquivó: las válvulas reventaron, estallaron. Cogí la pistola de Junior, apunté, disparé. Chasquidos. Ni una maldita bala, maldita sea.

Ainge se arrastró bajo la cama. En tono suave, medido:

—¿Oiga, acaso cree que esa Glenda es My Fair Lady? Mire, yo la conozco, era la puta de Dwight Gilette, ese chulo. Puedo entregársela por un polvo con cámara de gas garantizada.

—Gilette…

Un recuerdo vago: un 187 sin resolver. Vacié de munición mi pistola: válvula de seguridad. Ainge, suave:

—Verá, yo entonces vendía armas. Glenda lo sabía. Gilette la estaba zurrando, así que compró una 32 para protegerse. No sé, sucedió algo y Glenda le pegó un tiro a Gilette. Le disparó y terminó usando la navaja del propio tipo. Sí, lo rajó también, y luego me vendió otra vez la pistola. La tengo guardada, ¿sabe? Pensé que algún día, por alguna razón… Quizá tiene huellas suyas. Me proponía amenazarla con eso en este asunto del secuestro. Touch no sabe nada del tema, pero usted podría hacer de esto un jodido caso para la cámara de gas.

Años 55 y 56: Dwight Gilette, proxeneta mulato, muerto en su casa. Llevaron el caso los sabuesos de Highland Park: disparos mortales, arma no encontrada, el fiambre apuñalado postmortem. Gilette, tipo de navaja: apodo, «Hoja Azul». Informe forense: descubiertos dos tipos sanguíneos, cabellos de mujer y esquirlas de hueso. Hipótesis: pelea a cuchilladas con una puta, la tía fríe/raja a un experto navajero.

Un hormigueo en el espinazo.

Ainge continuó hablando. Un galimatías. No le presté atención. Junior tomó notas en la libreta a toda prisa.

Rápido, encontrar el arma. Sin reflexionar por qué.

Una habitación, cómoda: baño, armario, cajonera. Ainge parloteando sin cesar, Junior ordenándole salir de debajo de la cama. Rebusqué a fondo; resultado, cero: más revistas, impresos de libertad condicional, gomas. Señales de desorden: prueba de que el profesor Junior había revuelto los papeles.

Ningún arma.

—Dave.

Ainge asomó con aire amistoso; una nueva botella medio vacía. Junior:

—Dave, tenemos un homicidio.

—No. Es demasiado viejo y sólo está la palabra de este payaso.

—Dave, vamos…

—No. Ainge, ¿dónde está la pistola?

Ninguna respuesta.

—Dime dónde está la pistola, maldita sea.

Ninguna respuesta.

—Ainge, dame la jodida pistola.

Junior, un breve gesto con las manos: DÉJAMELO A MÍ.

Déjamelo, leches. Cogí su libreta de notas. La hojeé. La confesión de Georgie: detalles, fechas aproximadas. Ningún rastro del arma. No más de una entre treinta posibilidades de que quedara alguna huella latente en ella.

Junior, conteniendo la cólera:

—Dave, devuélveme esa libreta.

Lo hice.

—Espera fuera.

La mirada de rayos X; no estaba mal para un blandengue.

—Stemmons, espera fuera.

Junior salió por fin; un chico duro muuuy lento. Cerré la puerta y me concentré en Ainge.

—Entrégame el arma.

—Ni lo sueñe. Antes estaba asustado, pero ahora veo las cosas de otra manera. ¿Quiere mi interpretación?

Puño americano en los nudillos, el puño preparado.

—Mi interpretación es que el chico piensa que una denuncia por asesinato contra esa Glenda es una buena idea pero usted, por alguna razón, no lo ve igual. También sé que si entrego esa pistola, es una descarada violación de la libertad provisional por posesión ilegal de armas. ¿Usted sabe qué es un «as en la manga»? ¿Sabe…?

Lo descargué: golpes arriba y abajo; carne ensangrentada/huesos de la cara rotos/hora de temor de Dios:

—Nada de secuestros. Ni una palabra a Touch o a Rockwell. Ni un comentario más sobre Glenda Bledsoe. No te acerques a ella. Y no le soples el paradero de la pistola a mi compañero ni a nadie más.

Toses/gemidos/escupitajos, intentando asentir. Flemas sanguinolentas en mis manos; ondas de choque subiéndome por el brazo de atizar.

Al salir, me abrí paso a puntapiés entre los restos del televisor.

Junior en la acera, fumando. Sin preámbulos:

—Cojamos a la Bledsoe por lo de Gilette. Bob Gallaudet garantizará la inmunidad a Ainge por lo de la pistola. Dave, la chica es la ex novia de Howard Hughes. Éste es un caso de primera.

Punzadas de jaqueca.

—Es un caso de mierda. Ainge me ha dicho que la historia de la pistola era mentira. Lo que tenemos es un homicidio de hace tres años con un presunto testigo condenado por proxeneta. Es un caso de mierda.

—No. Ainge te ha engañado. Estoy seguro de que esa pistola existe.

—Gallaudet no tragaría, créeme. Soy abogado; tú, no.

—Escúchame un momento, Dave.

—No, olvídalo. Ahí dentro has estado muy bien, pero ya se ha acabado. Hemos venido para frustrar la preparación de un delito y…

—Y para proteger ese pluriempleo tuyo.

—Exacto. De lo que saque, te daré una comisión.

—Lo cual es un ingreso no declarado. Lo cual es violar el reglamento del departamento.

Echando chispas:

—¡No hay caso! Estamos en el asunto Kafesjian, que es un caso importante porque Exley anda salido por resolverlo. Si quieres ver pasta, apóyame en esto. Quizá le echemos tierra encima, quizá no. Tenemos que andarnos con ojo en este asunto para proteger al departamento, y no quiero que te vayas de la lengua prematuramente por un fiambre de chulo que ya es pan rancio.

—Un homicidio es un homicidio. ¿Y sabes qué pienso?

Presuntuoso hijo de puta.

—¿Qué?

—Que quieres proteger a esa Glenda.

Furioso, ciego de rabia:

—Y yo pienso que, para ser un policía que empieza, te conformas con muy poco. Si quieres robar, roba a lo grande. Si yo me saltara las reglas alguna vez, no empezaría por la última.

CIEGO DE RABIA. Puños americanos fuera.

Ciego de miedo: Junior se metió en su coche a toda prisa. Abrió la ventanilla, sacó la cabeza:

—¡Me las pagarás por tratarme como a un idiota! ¡Me las pagarás! ¡Y pienso cobrarme muy pronto, maldita sea! CIEGO FURIOSO RABIOSO. Junior se saltó un semáforo en rojo, con el coche coleando.

Me acerqué por el plato sólo para verla; imaginé que una mirada me diría sí o no.

Sus grandes ojos azules me miraron sin interés. No saqué ninguna conclusión. Ella actuó, se rió, habló: su voz no delató nada. Me quedé junto a los remolques y la encuadré en planos largos: la señorita vampira/posible acuchilladora de chulos. Un cambio de vestuario, de ropa recatada a vestido escotado…

Cicatrices en los omoplatos. Identificación: marcas de navajazos, una herida punzante/lesión ósea. Descripción a la Hush-Hush:

¡PROSTITUTA/ACTRIZ ASESINA A CHULO MESTIZO! ¡MAGNATE DE LOS AVIONES ENAMORADO! ¡POLICÍA CORRUPTO PASA DE LA OPULENCIA AL ARROYO!

La vi actuar, la vi realizar con ironía aquel estúpido trabajo. Se hizo de noche, seguí observando: nadie molestó al tipo emboscado junto a la entrada de artistas.

La lluvia puso fin a todo; de no ser por ella, me habría quedado toda la noche observando.

Una parada en un teléfono público, sin suerte: ni Exley en el despacho, ni Junior a quien persuadir o amenazar. Wilhite —todos mis tentáculos extendidos—: ni en Narcóticos, ni en casa. Bajé al Hody's de Vine Street: papeleo, cena.

Escribí dos informes para Exley: uno completo, otro omitiendo lo de Lucille, puta. Un seguro por si al final me decantaba por Wilhite. El proyecto del falso culpable, tachado: Exley no picaría y los Kafesjian eran un gran obstáculo. Me costó concentrarme; Junior rondaba todo el rato, provocándome con Glenda asesina.

Ex puta, Glenda; Lucille, puta.

La lluvia hacía borrosa la gente, fuera. Era difícil ver las caras, fácil imaginarlas. Fácil convertir a las mujeres en Glenda. Una morena se acercó al cristal: Lucille K., por una fracción de segundo. Me incorporé de un brinco y choqué contra la mesa; ella saludó a una camarera: una Jane cualquiera.

Barrio negro; ningún otro sitio donde ir.

Metódico:

Sin situaciones exactas de los mirones —dos brigadas habían rellenado los informes de cualquier manera—, sin direcciones precisas de moteles de putas/clubes de jazz donde empezar a buscar. Al sur por Western, conduciendo con una mano, la otra libre para puntear nombres de hoteles. Metódico: nadie pegado a mi cola. Cuarenta y un tugurios de sábanas calientes entre Adams y Florence.

Clubes de jazz, más confinados: Central Avenue, hacia el sur. Diecinueve clubs; contando bares, la cifra se elevaba a sesenta y pico. Pasaba poca gente a pie, por la lluvia; los rótulos de neón latían, hipnóticos. Destellos de medio segundo en el parabrisas.

Tamborileo de lluvia. Me decidí a una ronda de café y donuts.

Un puesto de Cooper's en Central, paraíso de putas. Invité a café a las chicas y enseñé la foto de Lucille. Grandes noes, un sí: una chica de Western y Adams con acento del este. Su historia: Lucille trabajaba de «eventual»; pantalones deportivos ajustados; ni nombre de batalla, ni trato con otras chicas.

Pantalones ajustados, rasgados/manchados de semen: mi ladrón.

Medianoche; la mitad de los clubes, cerrados. Los neones, apagados. Encontré a los jefes cerrando las puertas. Preguntas sobre mirones/merodeadores. Inmediatos «¿Cómo dice?». La foto de Lucille: caras inexpresivas.

La una de la madrugada, las dos: rutina policial. Chicas haciendo la calle en paradas de autobús y de taxi: hablé de Lucille con el pensamiento puesto en Glenda. Más noes, más lluvia; me refugié en un local de comidas.

Un mostrador, reservados. Lleno, todos habituales. Cuchicheos, codazos: negros olfateando a la Ley. Dos chicas con aspecto de busconas en un reservado; sus manos bajo la mesa, rápidas y furtivas.

Me senté con ellas. Una se levantó de un respingo; la retuve retorciéndole la muñeca. Sentada junto a mí, una negra de piel clara poco atractiva. Rezumaban nervios de adicto; los percibía.

—Vaciad el bolso sobre la mesa.

Lento y frío: dos bolsos de seudopiel de serpiente vueltos del revés. Indicio de delito: bencedrina envuelta en papel de aluminio. Cambio de tono:

—Muy bien, estáis limpias.

—¡Mieeerda! —la de piel más oscura.

—¿Oiga, qué…? —la Morena Clara.

Les mostré la foto de Lucille.

—¿La habéis visto?

La basura del bolso reapareció; Morena Clara acompañó el café con unas benzedrinas.

—He dicho si la habéis visto.

Morena Clara:

—No, pero ese otro policía ha…

Su compañera la hizo callar; vi el codazo.

—¿Qué «otro policía»? Y no me mientas.

—Otro agente ha estado preguntando por esa chica. Él no tenía fotos, pero traía un… un retrato robot, lo llamó. Era la misma chica; un dibujo muy bueno, se lo aseguro.

—¿Era un hombre joven? ¿Cabello rubio, veintitantos años?

—Exacto. Un tipo con un gran tupé que anda tocándose todo el rato.

Junior. Trabajando con un esbozo policial sacado de la brigada, quizás.

—¿Qué clase de preguntas te hizo?

—Quería saber si esa ratita blanca rondaba por aquí. Le he dicho que no lo sabía. Entonces me ha preguntado si trabajaba los bares de la zona y le he dicho que sí. Me ha preguntado por un mirón y le he dicho que no conocía de ningún mirón de jazz.

Probé con su compañera:

—¿A ti te preguntó lo mismo, verdad?

—Ajá. Y yo le contesté lo mismo, que es la pura verdad.

—Sí, pero le acabas de dar un codazo aquí, a tu amiga, lo cual significa que tú le has contado algo más sobre ese policía. Porque eres tú la que está resultando sospechosa. Vamos, habla antes de que encuentre algo más en ese bolso tuyo.

Murmullos de odio a la policía en todo el local.

—Habla, maldita sea.

Morena Clara:

—Lynette me ha dicho que vio a ese policía sacudiendo a un tipo en el aparcamiento del Bido Lito's. Un negro, y Lynette dice que vio al agente del tupé sacarle dinero. También dice que vio al policía en el Bido, hablando con ese policía rubio, el angelito que trabaja para el malvado señor Dudley Smith, al que le encanta mandar a sus matones a hacer redadas contra los morenos. ¿No es ésta la verdad y toooda la verdad, Lynette?

—Exacto, encanto. Toooda la verdad. ¡Y que me muera si miento!

La verdad:

Junior: ¿artista de la extorsión? («Si quieres robar, roba a lo grande.») El policía rubio, el «angelito»:??????

—¿Quién era el tipo de la paliza en el Bido Lito's?

—No lo sé; no lo había visto antes, ni he vuelto a verle después.

—¿Qué significa eso de «sacarle dinero»?

—Significa que apuntaba con el arma al pobre hombre reclamándole dinero y, mientras tanto, le insultaba.

—¿Sabes cómo se llama ese policía rubio?

—No le puedo dar ningún nombre, pero le he visto con el señor Smith, y está tan bueno que a él se lo hago gratis.

Lynette soltó una carcajada; Morena Clara, una risotada. Todo el local se rió. De mí.

Bido Lito's, 68 y Central: cerrado. Anotación: una pista sobre Junior, el chiflado.

Vigilé el aparcamiento: nada sospechoso; música saliendo de una puerta en la acera de enfrente. Forcé la vista y leí el nombre en la marquesina: «Club Alabam: Art Pepper Quartet, todas las noches.» Art Pepper, Vida convencional: uno de los discos rotos de Tommy K.

Música extraña, pulsante, discordante. La distancia distorsionaba el sonido; el ritmo se acompasó con las voces de la gente que charlaba en la acera. Difícil reconocer los rostros, fácil imaginarlos: todas las mujeres me parecieron Glenda. Un crescendo, aplausos; encendí los faros para ver mejor. Demasiada luz. Unos tipos pasándose un porro; desaparecieron sin darme tiempo a parpadear.

Bajé del coche y entré. Oscuro: ni portero ni taquilla a la entrada. En el escenario, cuatro tipos blancos, iluminación de Fondo. Saxo, bajo, piano, batería; cuatro compases: ni música, ni ruido. Tropecé con una mesa, tropecé con una jarra olvidada.

Mis ojos se acostumbraron: bourbon y un vaso justo delante. Cogí una silla, observé, escuché.

Solo de saxo: bocinazos/sobreagudos/quejidos. Me serví un trago. Lo tomé de un golpe.

Calor. Pensé en Meg: tener padres alcohólicos nos había vacunado contra el licor. La llama de una cerilla: Tommy Kafesjian en primera fila. Tres tragos seguidos, mi respiración se acompasó con la música. Crescendos; sin interrupción, una balada.

Pura belleza: saxo, piano, bajo. Cuchicheos: «Champ Dineen», «El Champ, eso es suyo». Un disco roto de Tommy: (Muuy calmoso).

Un trago más, notas de bajo, latidos irregulares. Glenda, Meg, Lucille: algún reflejo de la bebida iluminaba sus rostros.

La luz de la puerta: Tommy K, saliendo.

Resumen del paseíto por los tugurios, puro instinto de policía:

Mirón/merodeador/ladrón destripaperros: un mismo hombre. Loco del jazz/voyeur: el ruido alimentaba la vigilia.

Ruido/música: adelante, sigue por ahí…

Barrio de sábanas calientes, moteles apretados uno junto a otro a lo largo de un extenso bloque. Tugurios de estuco, colores brillantes, un callejón en la parte de atrás.

Escalera de acceso al tejado: aparqué, subí, miré.

Vértigo. Los efectos del ruido/música y del licor, todavía. Piso resbaladizo, cuidado; un puesto de observación. Por puros huevos escogí un rótulo junto a la fachada. Un golpe de brisa, una vista: ventanas.

Unas cuantas luces encendidas: habitaciones para citas —paredes desnudas—, nada más. El bourbon se evaporó en escalofríos. La música golpeó con más fuerza.

Luces que se encienden y se apagan. Paredes desnudas; imposible ver caras, fácil imaginarlas:

Glenda matando al macarra.

Glenda desnuda; el cuerpo de Meg.

Escalofríos. Volví al coche, conecté el aire caliente, di vueltas:

En casa de Meg; ninguna luz encendida. Amanecía. Hollywood: la casa de Glenda, a oscuras. De vuelta a mi piso: una carta de Sam G. en el buzón.

Entradas para la temporada universitaria. Una P.D.: «Gracias por demostrar que las ratas del arroyo pueden volar.»

Ruido/música: golpeé el buzón con ambos puños.

L.A. Times, 4/11/58:

DECEPCIÓN EN LA CARRERA POR LA CONCEJALÍA;

EL VOTO DECISORIO PARA EL ASUNTO CHAVEZ RAVINE,

CONSEGUIDO POR ABANDONO

Se esperaba una lucha hasta el último minuto en la carrera por la concejalía del Distrito Quinto; la votación de hoy tenía que haber sido muy reñida. Pero mientras los candidatos estatales, municipales y judiciales aguardan con nerviosismo noticias de las urnas, el inminente concejal, el republicano Thomas Bethune, descansa con su familia en su casa de Hancock Park.

Hasta la semana pasada, Bethune se veía gravemente amenazado por el liberal Morton Diskant, su oponente demócrata. Armado con sus credenciales de abogado de las libertades civiles, Diskant presentaba a Bethune como un peón de los capitostes políticos de Los Angeles, cuyo principal interés era el asunto de Chavez Ravine. La concejalía del Distrito Quinto, que tiene un 25% de población negra, se había convertido en una prueba del tornasol: ¿cómo responderían los votantes cuando toda la campaña giraba en torno a si reubicar o no a unos latinoamericanos empobrecidos con vistas a hacer sitio a un estadio de béisbol para los Dodgers de L.Á.?

Diskant insistía en este tema, junto a otras que llamó «cuestiones colaterales»: el uso de la fuerza por parte del departamento de Policía de Los Angeles, calificado de excesivo, y la «borrachera de peticiones de cámara de gas» de la Fiscalía de Distrito. Más que una prueba del tornasol, la disputa por el Distrito Quinto era fundamental para la aprobación de la propuesta sobre Chavez Ravine. Una encuesta extraoficial en el Consejo mostraba que los miembros actuales están a favor por 5 a 4, y todos los demás candidatos que optan a los escaños, tanto demócratas como republicanos, han hecho público su apoyo a la medida. Así pues, sólo la elección de Diskant podía forzar un empate en el Consejo municipal y retrasar legalmente durante un tiempo la boda entre Chavez Ravine y los Dodgers.

Pero las cosas no iban a suceder así. La semana pasada, Diskant se retiró de la carrera, en el preciso instante en que las encuestas empezaban a colocarle por delante de su oponente. El voto del Consejo sobre Chavez Ravine se mantendrá 5 a 4 a favor y se espera que la proposición se convierta en ley a mediados de noviembre. Como justificación de la retirada, Diskant alegó «motivos personales»; no se extendió en más detalles. En los círculos políticos han corrido las sospechas y el titular de la Fiscalía Federal para el distrito de Southern California, Welles Noonan, manifestó su opinión al reportero del Times, Jerry Abrams: «No citaré nombres; francamente, no puedo hacerlo. Pero la retirada de Diskant huele a coacciones de alguna clase. Y añadiré una cosa, como demócrata y como decidido luchador contra el crimen con credenciales, como mi trabajo para el Comité McClellan sobre el Crimen Organizado: Se puede ser a la vez liberal moderado y enemigo del crimen, como demostró mi buen amigo, el senador John Kennedy, con su trabajo para el Comité.» Noonan declinó responder a las preguntas sobre sus propias ambiciones personales y no hemos conseguido que Morton Diskant ampliara sus explicaciones. El concejal Bethune declaró al Times: «Me disgusta ganar de esta manera porque prefiero una lucha cerrada. Prepare esos perros calientes y esa manteca de cacahuete, Walter O'Malley (presidente de los Dodgers), porque voy a comprar las entradas para la temporada. ¡Viva el béisbol!»

L.A. Mirror, 5/11/58:

GALLAUDET, ELEGIDO FISCAL DEL DISTRITO; EL MÁS JOVEN EN LA HISTORIA DE LA CIUDAD

No hubo sorpresas: Robert «Llámeme Bob» Gallaudet, de 38 años, antiguo agente del departamento de Policía de Los Angeles y de la Fiscalía que se licenció en Derecho en la Universidad del Estado con cursos nocturnos, fue elegido ayer fiscal del Distrito de Los Angeles, superando a otros seis candidatos con un 59% de los votos emitidos.

Su elección marca un hito en una rápida carrera aliada con la fortuna, sobre todo debido a la dimisión del anterior fiscal del Distrito, Ellis Loew, en abril pasado. Gallaudet, entonces acusador favorito de Loew, fue nombrado interinamente para el cargo por el Consejo Municipal, en cuya decisión pesó sobre todo, se comenta, su amistad con Edmund Exley, jefe de Detectives del LAPD. Se espera que Gallaudet, republicano, sea candidato a Fiscal General del Estado en 1960. Es un firme defensor de la ley y el orden y frecuente objeto de ataques de los grupos que propugnan la derogación de la pena de muerte.

El nuevo fiscal del Distrito ha recibido recientes críticas desde otro frente. Welles Noonan, fiscal federal para el distrito de Southern California y citado a menudo como probable oponente de Gallaudet en la carrera por la Fiscalía General, ha declarado al Mirror: «El apoyo del fiscal Gallaudet a la ley de Juego en el Distrito, actualmente frenada en la Cámara del Legislativo del Estado de California, está en abierta contradicción con su pretendida filosofía de firmeza contra el crimen. Esta ley (es decir, la propuesta de legalizar establecimientos de juego, restringidos a determinadas zonas controladas por las fuerzas de la Policía Local, donde se permitirían las cartas, las máquinas tragaperras, las apuestas fuera de los hipódromos y otros juegos de azar, aunque sometidos a fuertes impuestos estatales) es una vergüenza moral que perdona el juego compulsivo bajo el disfraz del provecho político. Se convertirá en un imán para el crimen organizado y exhorto al fiscal Gallaudet a dar marcha atrás en su apoyo a la medida.»

En una conferencia de prensa para anunciar su próxima gala de celebración de la victoria, que tendrá lugar dentro de dos noches en el Coconut Grove del hotel Ambassador, Gallaudet desautorizó a sus críticos, en especial al fiscal federal, Noonan. «Miren, apenas acaban de elegirme para este cargo y ya está haciendo campaña contra mí para llegar a ser Fiscal General. Sobre mi futuro político, sin comentarios. Mi comentario sobre mi elección para la Fiscalía de Distrito de Los Angeles: mucho ojo, delincuentes. Y ánimo, angelinos: estoy aquí para hacer de esta ciudad un refugio pacífico y seguro para todos sus habitantes respetuosos de la ley.»

Revista Hush-Hush, 6/11/58:

¡HOLA, DODGERS!!! ¡ADIÓS, CHUSMA DESHARRAPADA!

Enteraos, gatitos y gatitas, chicos y chicas: a nosotros nos gusta el pasatiempo nacional tanto como a cualquiera, pero esto ya es pasarse. ¿Es que esa gran señora, la Estatua de la Libertad, no tiene una especie de lema inscrito a sus pies, algo así como: «Dadnos a vuestras masas pobres, hacinadas y desheredadas, que anhelan ser libres»? Veamos, la geografía de la Costa Este no es nuestro fuerte y es evidente que ya estáis hartos de esa palabrería patriótica. Mirad, aquí todo el mundo quiere una casa fija para los Dodgers, incluidos nosotros. Pero… nuestra iconoclasia nos dicta que tomemos otro enfoque distinto, aunque sólo sea para ver si con esto aumenta nuestra venerada «cuota de mercado». ¡Protesta social en las páginas de Hush-Hush! ¡Habían dicho que eso era imposible! Recordad, queridos lectores, que la primera noticia la habéis leído aquí.

Enteraos: El Consejo Municipal de L.Á. se dispone a desahuciar de sus chabolas de tablas y chapa ondulada el enclave, enraizado de antiguo, de aparceros mexicano-americanos improductivos, empobrecidos e impetuosamente machistas que ocupan Chavez Ravine, ese Shangri-La sombrío y envuelto en contaminación. Esos artistas del bate, nuestros ídolos, los Dodgers, se trasladarán allí tan pronto como se despeje la polvareda y se construya el estadio… ¡Y entonces tendrán un nuevo hogar desde el cual dominar el gallinero de la Liga Nacional! ¡Estupendo! ¡Vosotros contentos, nosotros felices! ¡Hala, Dodgers! Sí, pero ¿qué será de esos desposeídos, de esa gente arrojada a la delincuencia por los Dodgers, de esos mexicanos desprotegidos por la Administración?

Noticia: el servicio de Tierras y Caminos del Estado de California paga a los chabolistas 10.500$ por familia como gastos de realojamiento, apenas la mitad de lo que cuesta un cuchitril viejo en lugares tan pintorescos como Watts, Willowbrook y Boyle Heights. El servicio de Tierras y Caminos también está examinando con ánimo emprendedor diversas propuestas de instalación de tugurios presentadas por promotores inmobiliarios rápidos y rapaces: ¡posibles «Casas del Taco» y «Tascas de la Enchilada» donde los Atracadores del Burrito expulsados del penoso cobijo de Chavez Ravine podrían vivir en un esplendor barato de barrio bajo, cantando fandangos en sus ratoneras sin medidas contraincendios!

Hemos oído el rumor de que entre los emplazamientos que se barajan están esas caballerizas convertidas en celdas que se utilizaron para encerrar a los japoneses internados durante la Segunda Guerra Mundial, y en un motel de bungalows reconvertido de Lynwood, amueblado con camas en forma de corazón y esos espejos de marco dorado de pacotilla. ¡Oíd, esos lugares recuerdan esta redacción de Hush-Hush!

¡Eh! Aquí, en el centelleante y sensacional Sunset Strip, los alquileres se han puesto por las nubes y hemos oído que algunos desposeídos decepcionados y disgustados han cogido el dinero y se han vuelto a México adelantándose a la fecha definitiva de desahucio, ¡y han dejado abandonadas sus chabolas! ¡Bien, Hush-Hush podría trasladar a ellas su centro de operaciones! De esta manera podríamos incluso bajar el precio de nuestra revistucha. ¡Si os tragáis eso, terminaremos vendiéndoos un Pendejo Penthouse y un Chevrolet Chorizo a estrenar!

Pero bien, volviendo a los asuntos serios, parece que los poderes fácticos de Los Angeles han mandado a un personaje a conversar con los muchos residentes que aún siguen en Chavez Ravine, a repartirles chucherías y a intentar convencerles para que se trasladen antes de la fecha fijada para el desahucio y sin necesidad de requerimiento judicial. Ese personaje es Reuben Ruiz, un popular boxeador del peso gallo clasificado en el octavo lugar de la categoría, según la Ring Magazine. Un hombre cuyo probado pasado turbulento se apresura a descubrir Hush-Hush.

Ejemplo:

Reuben Ruiz cumplió condena en el reformatorio Preston por robo juvenil.

Ejemplo:

Reuben Ruiz tiene tres hermanos: Ramón, Reyes y Reynaldo (¡Dios, cómo les gusta ese sonido a los mexam!), y los tres tienen condenas por robo con allanamiento y/o tirones callejeros en sus historiales.

Ejemplo:

Reuben Ruiz fue un testigo protegido durante la investigación sobre el boxeo, de corta vida, que llevó a cabo recientemente el brillante fiscal federal, Welles Noonan. (Seguro que recordáis esa investigación, amigos jazzeros: otro testigo saltó por la ventana mientras el detective del LAPD encargado de su custodia echaba una cabezadita.)

Ejemplo:

Reuben Ruiz fue visto hace pocos días almorzando en el Pacific Dining Car con el fiscal del Distrito, Bob Gallaudet, y el concejal municipal, Thomas Bethune.

Una última hora, en secreto y muy Hush-Hush:

Un hermano de Reuben Ruiz, Ramón, fue detenido hace unos días por un robo, pero ahora los cargos han sido retirados misteriosamente…

Coacciones; he aquí una conclusión cautivadoramente corrosiva que considerar.

¿Es Reuben Ruiz un hombre de paja, un relaciones públicas de la Fiscalía de Distrito y del Consejo Municipal? ¿Ese travieso hermano suyo, el camorrista Ramón, le debe la libertad a los prudentes trapicheos políticos de Reuben? Todos estos esfuerzos ajenos al plan de entrenamientos, ¿afectarán al mortífero gancho de izquierda de Reuben cuando combata con el duro Stevie Moore en el Olympic, la semana que viene? Recuerda, querido lector, que ha sido aquí donde has tenido la primera noticia: en secreto, confidencial y muy Hush-Hush.

Columna «El mundo del crimen», revista Hush-Hush, 6/11/58:

VACIADOS LOS FRIGORÍFICOS DEL REY DE LAS PIELES ¿DÓNDE ESTÁN LOS VISONES?

Mis fieles lectores, todos sabéis quién es Sol Hurwitz, «el rey de las pieles»: ¿Quién no ha visto sus anuncios en el programa de Spade Cooley de la tele? En el último se ve una copiosa nevada cayendo sobre el Teatro Chino de Grauman mientras los desprevenidos angelinos tiritan en bermudas. Hurwitz intercala en estos anuncios un decorado en forma de iglú donde su mascota, el muñeco Vinnie Visón, lanza su agresivo mensaje de coro griego: los científicos predicen una nueva era glacial a pocos siglos vista, compre ahora su abrigo de piel Hurwitz a precios de saldo, en cómodos plazos, y guarde sus pieles durante la «temporada baja» en nuestro almacén de San Fernando Valley sin cargo alguno. ¿Captáis la idea, gatitos y gatitas? Sol Hurwitz sabe que las pieles son un objeto inútil en Southern California, y se divierte como un cosaco al tiempo que olvida mencionar lo fundamental de su negocio: Que la gente compra pieles por dos razones: sentirse elegantes y hacer ostentación del dinero que tienen.

¿Captáis este modo de ser especial de L.Á.? Bien, entonces estáis en nuestra onda. Y también entenderéis que el almacén gratuito de Hurwitz es útil para un montón de negocios.

¡Brrr, qué escalofríos! Vuestros amados Charlie Chinchilla, Vicky Visón y Mario Mapache están a salvo con Sol, ¿verdad? Bien, hasta el 25 de octubre nadie habría pensado lo contrario…

Esa noche aciaga, tres o cuatro atrevidos malhechores a quienes se supone expertos en electrónica y manejo de herramientas marcaron un hito en sus carreras delictivas al reducir a un guarda de seguridad y desaparecer con pieles almacenadas en el guardarropía por valor de un millón de dólares. ¿Y habéis leído la letra pequeña de los contratos de almacenamiento «gratuito», mis queridos amantes del jazz? Si no, prestad atención: en caso de robo, la compañía de seguros de Hurwitz os reembolsa un 25 % del valor estimado de la estola o el abrigo perdidos.

Y, además, la policía sigue sin tener la menor pista de quiénes pueden ser los «cazadores furtivos». El capitán Dudley Smith, jefe de la sección de Robos del LAPD, contó a los periodistas en la comisaría de Van Nuys: «Sabemos que utilizaron un remolque grande para entrar y salir, y el guarda de seguridad que resultó brutalmente agredido ha declarado que tres o cuatro hombres enmascarados con medias le redujeron. Esta banda de ladrones ha demostrado unos considerables conocimientos técnicos y no descansaré hasta detenerlos.»

Colaboran con el capitán Smith los sargentos Michael Breuning y Richard Carlisle. Y un añadido sorpresa al famoso equipo de cazacriminales: el agente John Duhamel, conocido entre los aficionados al ring de esta parte de California como Johnny Duhamel, «el Escolar», ex campeón de los Guantes de Oro en los pesos medios. El capitán Smith y los sargentos Breuning y Carlisle se negaron a hablar con Hush-Hush, pero nuestro as de reporteros Duane Tucker abordó al agente Duhamel en la reunión pugilística de la semana pasada en el Hollywood Legion Stadium. En secreto, confidencialmente y muy Hush-Hush, «el Escolar» dio su opinión.

Calificó de «rompecabezas» el robo y descartó el fraude por el seguro, aunque corre la voz de que Sol Hurwitz es un vicioso de los dados. Tras esto, «el Escolar» se mordió la lengua y no añadió más comentarios.

En un nuevo capítulo de la historia, un puñado de furiosos propietarios de pieles montaron una manifestación ante la escena del crimen, el almacén de Sol Hurwitz en Pacoima. Con una magra indemnización del 25 % del valor tasado de sus piezas, los perplejos padres imprecaban impacientes a Vicky Visón, Mario Mapache y Charlie Chinchilla: ¡Volved a casa! ¡Estamos a veinticinco grados y nos helamos sin vosotros!

Estad atentos a nuevos acontecimientos en próximas entregas de «El mundo del crimen». ¡Y recordad que os enterasteis primero aquí, en secreto, confidencial y muy Hush-Hush!

L.A. Herald-Express, 7/11/58:

LA FISCALÍA FEDERAL ANUNCIA INVESTIGACIÓN DEL CRIMEN ORGANIZADO DEL SOUTHSIDE

Esta mañana, en una declaración preparada y en términos enérgicos y sucintos, el fiscal federal, Welles Noonan, ha anunciado que los investigadores del departamento de Justicia asignados a la oficina del Distrito de Southern California iniciarán próximamente una investigación «minuciosa, compleja y de gran alcance» del crimen organizado en Los Angeles Central—Sur. Denominó a la investigación «obtención de pruebas con el propósito de descubrir tramas delictivas» y dijo que su objetivo era presentar «evidencias convincentes» ante un Gran Jurado federal formado especialmente para el caso, con vistas a que éste emita actas de acusación formales.

Noonan, de 40 años, ex consejero del comité McClellan sobre el Crimen Organizado del Senado federal, dijo que la investigación abarcaría delitos relacionados con el tráfico de narcóticos y las máquinas de discos, expendedoras y tragaperras ilegales, y que «exploraría a fondo» los rumores de que el departamento de Policía de Los Angeles permite la extensión del vicio en el Southside y rara vez investiga los homicidios en los que tanto la víctima como los agresores son negros.

El fiscal Noonan declinó responder a las preguntas de los periodistas, pero afirmó que su fuerza de choque contaría con cuatro fiscales acusadores y al menos una docena de agentes del departamento de Justicia especialmente seleccionados. Cerró la conferencia de prensa con el comentario de que está convencido de que el departamento de Policía de Los Angeles se negará a colaborar en la investigación.

William H. Parker, jefe del LAPD, y Edmund Exley, jefe de Detectives, fueron informados del anuncio del fiscal federal. Los dos se abstuvieron de comentarlo.