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Camino de la oficina. Un semáforo en rojo en Tercera y Normandie. Unos Plymouth me cortaron el paso y me encajonaron.
Cuatro coches. Agentes federales salieron en tropel apuntando sus armas. Por la radio, muy alto:
—Está usted detenido. Salga con las manos en alto.
Corté el motor, puse el freno, obedecí. Leeento: manos en el techo, brazos separados.
Inmovilizado/cacheado/esposado. Los gilipollas de corte de pelo militar, encantados. Milner me picó:
Reuben Ruiz ha dicho que te vio empujar a Johnson.
Tres hombres registraron mi coche. Un tipejo enjuto inspeccionó la guantera.
—Milner, mira. ¡Esto parece caballo blanco!
Jodido Ruiz, soplón mentiroso.
Heroína restregada en mis narices.
El edificio Federal, en el centro. Escaleras arriba, esposado. Empujado a un despacho…
Cuatro paredes empapeladas; líneas de gráficos visibles debajo.
Noonan y Shipstan, esperando.
Milner me sentó; Shipstad me quitó las esposas. Mi droga pasó de federal en federal; coro de silbidos. Noonan:
—Una lástima que Junior Stemmons haya muerto. Podría haber sido su coartada para lo de Johnson.
—¿Quiere decir que usted sabe que Ruiz miente? ¿Usted sabe que Ruiz dormía cuando Johnson saltó?
—Esa bolsa de polvos blancos no lleva ninguna etiqueta que la identifique como prueba policial, teniente —Shipstad.
—Me parece que el teniente está enganchado —Milner.
—Stemmons sí que lo estaba, desde luego —su compañero.
Noonan se aflojó el nudo de la corbata. Sus subordinados salieron.
—¿Quiere examinar la orden de detención, señor Klein? —Shipstan.
—Tendremos que corregirla para añadir violación de las leyes federales sobre narcóticos —Noonan.
Apunté una conjetura:
—Ha conseguido esa orden de un juez amistoso. Usted le ha dicho a Ruiz que mienta; cuando hayan terminado conmigo, podrá retractarse. Usted le ha contado al juez lo que se proponía. Lo que tiene es una orden federal en base a una inventada violación de derechos civiles, no un acta de Acusación por homicidio de California, porque ningún juez del Tribunal Superior la firmaría.
Noonan:
—Bueno, eso ha conseguido su atención, teniente. Y, por supuesto, tenemos pruebas concluyentes.
—Suélteme.
—He dicho «concluyentes».
Shipstad:
—Poco después de cuando le soltamos a usted, a primera hora de la mañana, dejamos salir a Abe Voldrich para ocuparse de unos asuntos personales. Esta tarde le han encontrado muerto. Ha dejado una nota de suicidio, que un grafólogo ha determinado que fue escrita bajo coacciones físicas. Voldrich había accedido a declarar como testigo federal en todos los temas relativos a la familia Kafesjian y a esta investigación por robo quizá marginal que llevaban a cabo usted y el difunto sargento Stemmons. Un agente pasó por casa de Voldrich para recogerle y continuar los interrogatorios y le encontró.
Noonan:
—El agente Milner recorrió el barrio buscando información. Un Pontiac coupé azul pólvora del 56 fue visto aparcado junto a la casa hacia la hora aproximada de su muerte.
—¿Le mató usted? —Shipstad.
—Usted tiene un coche verdeazulado, ¿verdad? —Noonan.
—Y usted sabe que yo no lo hice. Sabe que han sido Tommy y J.C. Sabe que tengo un Dodge azul marino del 55.
—Los Kafesjian tienen una coartada excelente para el momento de la muerte de Voldrich —Shipstad.
—Estaban en casa, bajo vigilancia federal permanente.
—Entonces, contrataron a un profesional.
—No, el teléfono estaba intervenido —Shipstad.
—Y lo estaba desde antes de que cogiéramos a Voldrich —Noonan.
—¿Qué más hablaron por teléfono?
Shipstad:
—Diversos asuntos. Nada relacionado con ese Richie en que parecía tan interesado anoche, Klein.
Reflexioné: Sin novedades de Herrick, sin pistas sobre la matanza de South Arden.
—Al grano, Noonan. ¿Dónde está la «prueba concluyente»?
—Antes, su valoración de la situación, señor Klein.
—Usted se propone llevar tres testigos ante el gran jurado. Yo soy uno, otro acaba de morir y el tercero es ese presunto testigo sorpresa, clave para la acusación. Ahora le falta un hombre, de modo que apostará el doble a mi número. Ésta es mi opinión, y ahora oigamos su oferta.
—Inmunidad en la muerte de Johnson —respondió Noonan—. Inmunidad en todos los posibles cargos criminales que se le puedan hacer. Garantía escrita de que no se iniciará ningún embargo contra usted si se revelara que ha tenido ingresos no declarados como resultado directo de conspiraciones criminales en las que usted haya tomado parte. A cambio de esto, usted accede a someterse a custodia federal y a testificar ante un tribunal público sobre lo que conozca de la familia Kafesjian, su historia con el LAPD y, lo más importante de todo, su propia declaración de tratos con el crimen organizado, excluido Mickey Cohen.
Una luz encendida: Mickey, testigo principal.
Reflejo instantáneo; Mickey, nunca.
—Es un farol, supongo.
Shipstad desgarró el papel que cubría las paredes. Pilas de papel rasgado; debajo, columnas y gráficos.
Me puse en pie. Cifras y letras en negrita, fáciles de leer.
Columna uno: nombres y fechas, los tipos eliminados.
Columna dos: mis transacciones de propiedades, detalladas. Fechas correctas. Sobornos a la Oficina de Bienes Inmuebles, cinco mil dólares cada uno: mi tarifa por contrato, invertida.
Columna tres: lista de receptores de sobornos. Detalle de los edificios de barrios bajos que me habían ofrecido tirados de precio. Fechas correspondientes: depósitos y liquidaciones.
Columna cuatro: declaraciones de impuestos de Meg 51-57. El dinero negro de mi hermana, anotado y documentado, para los sobornos a tasadores y firmantes de permisos.
Columna cinco: nombres de testigos. Sesenta y pico receptores de sobornos.
Nombres y números, latiendo. Noonan:
Muchos de los datos relativos a usted son circunstanciales y sujetos a interpretación. Los muertos de nuestra lista sólo son los que le adjudican los rumores de los bajos fondos, y esos cinco mil dólares que le llueven del cielo después de cada muerte son poco más que detalles circunstancialmente seductores. Lo importante es que usted y su hermana son procesables por siete delitos de fraude a la Hacienda Federal.
Shipstad:
—He convencido al señor Noonan de que amplíe el acuerdo de inmunidad a su hermana. Si accede, Margaret Klein Agee quedará exenta de cualquier cargo federal.
—¿Qué responde? —Noonan.
—¿Klein? —Shipstad.
Tictac de reloj, latidos del corazón. Se me había pasado algo por alto.
—Quiero cuatro días de plazo antes de someterme a la custodia. Y quiero un mandamiento federal para acceder a las cajas de seguridad de Junior Stemmons en el banco.
Shipstad, picando el anzuelo:
—¿Le debía dinero?
—Exacto.
Noonan:
—De acuerdo, siempre que le acompañe al banco un agente federal.
Un contrato ante las narices. Letra pequeña, latiendo. Firmé.
¡Suenas resignado.
—Todo ha adquirido vida propia.
—¿Qué significa eso?
—Significa que deberías contarme cosas.
—Tú tampoco comentas ciertas cosas. Me llamas desde cabinas de teléfono para no tener que hacerlo.
—Quiero solucionarlo todo, primero.
—Dijiste que se estaba resolviendo solo.
—Sí, pero se me está acabando el tiempo.
—¿Se te está, o se nos está?
—Sólo a mí.
—No empieces con mentiras. Por favor.
—Sólo trato de dejar las cosas claras.
—Pero sigues sin querer contarme qué estás haciendo.
—Es este lío en el que te he metido. Dejemos el tema.
—El lío me lo he buscado yo misma. Tú lo dijiste.
—Ahora eres tú la que suena resignada.
—Esos hombres del sheriff han vuelto.
—Y un cámara les dijo que me acostaba contigo en mi remolque.
—¿Saben que me contrataron para seguirte?
—Sí.
—¿Qué les dijiste?
—Que soy blanca, soltera y tengo veintinueve años, y que me acuesto con quien me da la gana.
—¿Y?
—Y Bradley Milteen les dijo que tú y Miciak tuvisteis unas
palabras. Yo dije que conocí a Miciak a través de Howard, y que era fácil que cayese mal a cualquiera.
—Bien. Ahí has estado muy lista.
—¿Significa eso que somos sospechosos?
—Significa que conocen mi reputación.
—¿Qué reputación?
—Ya sabes a qué me refiero.
—¿A eso?
—A eso.
—…¡Oh, mierda, David!
—Sí, «¡Oh, mierda!»
—Ahora suenas cansado.
—Lo estoy. Dime…
—Yo sabía que responderías así.
—Y yo sigo colgada de este alemán, y Mickey me ha pedido que me case con él. Me ha dicho que me «dejaría libre» en cinco años y que me convertiría en una estrella, y últimamente está más evasivo que David Douglas Klein en sus mejores momentos. Está metido en no sé qué extraña actuación y no deja de hablar de su «interpretación» y de su «llamada a escena».
—¿Y?
—¿Cómo sabes que hay más?
—Lo intuyo.
—Chico listo.
—Y Chick Vecchio me ha estado lanzando indirectas. Es casi como…
—…como si su actitud hubiera cambiado de la noche a la mañana.
—Chico listo.
—No te preocupes, me encargaré de ello.
—Pero no me vas a decir de qué se trata, ¿verdad? No me lo vas a decir.
—Espera unos días más, solamente.
—¿Porque todo va a resolverse?
—Porque todavía queda una oportunidad para que pueda forzar las cosas a nuestro favor.
—¿Supón que no puedes?
—Entonces, al menos lo sabré.
—Vuelvo a notar un tono de resignación.
—Es hora de saldar deudas. Lo presiento.
L.A. Herald-Express, 21/11/58:
LA MATANZA DE HANCOCK PARK SACUDE A LA
CIUDAD
El asesinato del acaudalado ingeniero químico Phillip Herrick, de 52 años, y de sus hijas Laura, de 24, y Christine, de 21, sigue estremeciendo el Southland y tiene confundido al departamento de Policía de Los Angeles por su tremenda brutalidad.
La policía supone que, hacia media tarde del 19 de noviembre, un hombre irrumpió en la acogedora mansión de estilo Tudor donde vivía el viudo Phillip Herrick con sus dos hijas. Según la reconstrucción de los hechos realizada por expertos forenses, el hombre accedió al interior por una puerta trasera poco protegida y envenenó a los dos perros de la familia; luego, disparó contra Phillip Herrick y empleó unas herramientas de jardinería encontradas en la propiedad para causar terribles mutilaciones tanto al cuerpo del señor Herrick como a los animales. Según todos los indicios, Laura y Christine llegaron en aquel momento y sorprendieron al asesino, que les dio muerte de manera parecida. Después, el hombre se duchó para limpiarse de sangre y cogió ropas limpias pertenecientes al señor Herrick. Por último, dejó la casa, no se sabe si a pie o en coche, tras haber llevado a cabo estos brutales asesinatos en un silencio casi completo. El empleado de Correos, Roger Denton, que acudió a la casa para entregar un paquete de entrega especial, vio sangre en la ventana del cuarto de trabajo y llamó de inmediato a la policía desde una casa vecina.
«Me quedé de piedra —relató Denton a los reporteros del Herald-. Porque los Herrick eran buena gente que ya habían tenido suficientes desgracias.»
Una familia nada ajena a la tragedia
Mientras la policía empezaba una encuesta casa por casa en busca de posibles testigos y los técnicos de Criminología cerraban la casa para buscar indicios, los vecinos congregados ante la propiedad en un estado de horrorizada perplejidad relataron al reportero Todd Walbrect los trágicos sucesos padecidos por la familia en los últimos tiempos.
Durante muchos años, los Herrick parecieron disfrutar de una vida feliz en el barrio acomodado de Hancock Park. Phillip Herrick, químico de profesión y propietario de una industria de productos químicos que abastecía de disolventes industriales a lavanderías y establecimientos de limpieza en seco del Southside, era miembro activo del Lions Club y del Rotary Club; Joan (Renfrew) Herrick se dedicaba a las obras de caridad y encabezaba las campañas para proporcionar cenas especiales a los indigentes habituales de los barrios bajos el día de Acción de Gracias. Laura y Christine se matricularon en la cercana Escuela Femenina Marlborough y, después, en UCLA, mientras que el hijo mayor, Richard, ahora de 26 años, estudió en escuelas públicas y tocó en sus bandas musicales. Sin embargo, negros nubarrones se cernían sobre la familia: en agosto de 1955, «Richie» Herrick, entonces de 23, fue detenido en Bakersfield: le vendió marihuana y «speedballs» de heroína-cocaína a un agente de policía encubierto. En el juicio, fue condenado a cuatro años en la prisión de Chino, una sentencia muy dura para ser el primer delito, impuesta por un juez deseoso de labrarse una fama de severidad.
Los vecinos afirman que el encarcelamiento de Richie le rompió el corazón a su madre. Joan Herrick empezó a beber y a descuidar sus labores caritativas y pasaba muchas horas sola, escuchando discos de jazz que Richie le recomendaba en sus extensas cartas desde la cárcel. En 1956, intentó suicidarse; en septiembre de 1957, Richie Herrick escapó de la sección de mínima seguridad de Chino y permanece huido, según la policía, sin que desde entonces volviera a ponerse en contacto con su madre. Joan Herrick se sumió en lo que varios conocidos han denominado «estado de amnesia» y, el 14 de febrero de este año, se suicidó con una sobredosis de somníferos. Según el cartero, Roger Denton, «es una desgracia terrible que hayan caído tantas calamidades sobre una buena familia como ésa. Recuerdo cuando el señor Herrick instaló esas gruesas ventanas emplomadas. No soportaba el ruido y, ahora, la policía dice que esas ventanas contribuyeron a amortiguar el ruido del asesino mientras hacía su trabajo. Echaré de menos a los Herrick y rezaré por ellos».
Expresiones de estupor mientras se amplía la
investigación de la policía
Una oleada de conmoción se ha extendido hoy por Hancock Park y, de hecho, por todo el Southland, y un funeral por Christine y Laura Herrick atrajo a cientos de personas al Occidental College, donde ambas cursaban estudios de graduación. Por toda la ciudad, los cerrajeros han informado de un tremendo aumento de trabajo y las ventas de perros guardianes se ha doblado. Se está considerando la posibilidad de contratar patrullas de seguridad privadas para Hancock Park.
Mientras tanto, la policía se reserva celosamente cualquier información sobre el curso de las investigaciones. A cargo de las pesquisas se encuentra el teniente David D. Klein, comandante de la Subdirección Administrativa del departamento de Policía de Los Angeles, quien apareció recientemente en los medios de comunicación a raíz de que un testigo federal bajo su custodia se suicidara en su presencia. El teniente Klein ha escogido como ayudantes a seis agentes de la oficina de Asuntos Internos del LAPD, junto a su colaborador, el agente Sidney Riegle.
El jefe de Detectives, Edmund Exley, ha argumentado su decisión de escoger al teniente Klein, de 42 años y con veinte en el Cuerpo, quien carece de experiencia en la sección de Homicidios. Según él, «Dave Klein es abogado y es un detective muy sagaz. Ha trabajado en un caso de robo que podría tener alguna relación marginal con este caso y es muy experto en guardar discreción sobre cualquier posible pista. Quiero resolver este caso y, por tanto, he seleccionado a los mejores hombres posibles para conseguirlo».
El teniente Klein remitió a los periodistas a la sección de Detectives del LAPD. «La investigación avanza con rapidez —declaró—. Se están haciendo progresos. Muchos conocidos de la familia Herrick han sido ya interrogados y eliminados como sospechosos y, tras una minuciosa encuesta de la zona circundante a la escena del crimen, no ha aparecido ningún testigo que viera al asesino entrar o salir de la casa. Hemos eliminado como motivo del crimen el robo y la venganza y, lo más importante, hemos eliminado como sospechoso a Richard, el hijo de Herrick fugado de Chino. En un primer momento fue nuestro principal sospechoso e incluso lanzamos una llamada a todas las unidades solicitando su captura, pero ahora hemos anulado la petición, aunque Richard Herrick sigue siendo un fugitivo y nos gustaría mucho hablar con él. En estos momentos, centramos nuestro interés en un psicópata sexual que, según se rumorea, fue visto cerca de Hancock Park poco antes de las muertes. Aunque las tres víctimas no sufrieron agresiones sexuales, el crimen tiene todos los visos de haber sido perpetrado por un desviado sexual. Personalmente, estoy convencido de que ese hombre, cuyo nombre no puedo revelar, es el asesino. Estamos poniendo todo nuestro empeño en capturarlo.»
Y, mientras tanto, el miedo atenaza Southland. En Hancock Park, los controles policiales se han doblado y el auge repentino en las medidas de seguridad de los hogares sigue creciendo.
Hoy se celebrará un funeral por Phillip, Laura y Christine Herrick en la iglesia episcopaliana de St. Basil, en Brentwood.
L.A. Times, 21/11/58:
LA OLA DE CRÍMENES EN EL SOUTHSIDE DESPIERTA
SUSPICACIAS
Citando estadísticas de delincuencia y rumores actuales, el titular de la Fiscalía federal del condado, Welles Noonan, ha declarado hoy que el Southside de Los Angeles «está rebosando de intrigas criminales» que podrían tener «conexiones en niveles todavía por determinar».
Noonan, que dirige una investigación federal sobre el crimen organizado centrada en las zonas de Los Angeles Sur y Central, y cuya investigación ha gozado de una gran publicidad, recibió a los periodistas en su despacho.
«Durante los últimos cuatro días se han producido ocho muertes violentas en un radio de cinco kilómetros en la zona sur de Los Ángeles —declaró—. Esta cifra dobla la de cualquier periodo de un mes de cualquier año desde 1920. Añadan a ello el curioso ataque cardíaco de un joven policía supuestamente saludable en un club nocturno, después incendiado, y sumen, como curiosidad tal vez, el cuerpo mutilado de un hombre sin identificar encontrado tres kilómetros más allá, en el límite de Compton y Lynwood. En conjunto, verán que tienen ustedes tema para muchas especulaciones interesantes.»
«Hace tres noches, se produjo un tiroteo en un club que funcionaba ilegalmente en Watts —prosiguió Noonan—. Se ignora lo sucedido, pero dos hombres negros y tres mujeres también negras murieron en el suceso, aunque corren insistentes rumores de que una de las víctimas era blanca.
A la mañana siguiente, un joven agente del LAPD llamado George Stemmons, Jr., fue hallado muerto, presumiblemente de un ataque cardíaco, en una dependencia del club de jazz Bido Lito's. Apenas un día y medio después, el Bido Lito's ardió hasta los cimientos. Agentes federales oyeron a un testigo presencial comentar a los detectives del LAPD que había oído una explosión como de un cóctel Molotov momentos antes de que las llamas prendieran en el local, pero la brigada de Incendios Provocados del LAPD atribuye ahora el fuego, que se cobró tres vidas, a un cigarrillo mal apagado.»
Los periodistas interrumpieron la improvisada rueda de prensa con preguntas. Repetidamente, se le preguntó si la investigación federal sobre el crimen organizado iba dirigida específicamente a desacreditar las medidas del departamento de Policía de Los Angeles para mantener la ley y el orden en el Southside, o si la Fiscalía federal estaría adoptando una postura hostil basándose en informaciones incompletas, a lo que Noonan respondió: «Acepto que el cuerpo sin identificar encontrado en Compton quizá no tenga nada que ver, pero les ruego que tomen en cuenta lo siguiente:
»Uno, recuerden lo que les he dicho del testigo presencial del incendio del Bido Lito's. Dos, tengan en cuenta que el padre del joven policía fallecido de un presunto ataque de corazón en el Bido Lito's apenas unas horas antes, que también es oficial de alto rango de la Policía de Los Angeles, declaró que creía que su hijo había sido asesinado. Ese hombre ha sido suspendido de servicio por sus abiertas críticas al tratamiento que ha dado al caso el jefe Exley, y se rumorea que está en su casa, descansando bajo el efecto de los sedantes ordenados por el médico.»
Los periodistas insistieron en si aquella disputa entre los federales y el LAPD no se reduciría a una batalla personal entre dos luchadores contra el crimen que gozaban de un sólido prestigio y de fama nacional: el propio Noonan y el jefe de Detectives del LAPD, Edmund Exley.
Noonan insistió en que no permitiría que las personalidades o las ambiciones políticas pusieran trabas al alcance de la investigación. «Una cosa es segura —declaró—. En Watts se ha permitido que florezcan los clubes nocturnos ilegales con la aprobación no oficial del LAPD. Cinco ciudadanos negros han muerto como consecuencia de ello y, pese a haber asignado una docena de agentes al caso, Ed Exley no ha sido capaz de conseguir una sola detención. Ha escondido bajo la alfombra la sospechosa muerte de un policía de Los Angeles y ha tergiversado deliberadamente los hechos en un caso de incendio provocado con el resultado de tres muertos.»
Respecto a otros acontecimientos relacionados con lo anterior, Noonan se negó a comentar los rumores persistentes de que pronto serán llamados a declarar diversos agentes de la sección de Narcóticos, y guardó silencio sobre si Abraham Voldrich, un supuesto testigo federal muerto recientemente, se suicidó o fue asesinado.
«Sin comentarios sobre estas cuestiones —fue la posición de Noonan—. Pero, sobre el tema de los testigos, permítanme asegurar que, cuando llegue el momento de aportar pruebas ante el gran jurado federal, presentaré a un testigo sorpresa de extraordinaria importancia y a otro testigo dispuesto a ofrecer un testimonio que producirá asombro.»
Edmund Exley ha respondido a las acusaciones de la Fiscalía: «Welles Noonan es un politicastro poco escrupuloso, con falsos antecedentes liberales. No tiene el menor conocimiento de la situación en el Southside y su campaña de desprestigio contra el LAPD está basada en mentiras, rumores infundados e insinuaciones. La investigación federal sobre el crimen organizado es una maniobra con motivaciones políticas, dirigida a dar publicidad a Noonan como candidato a la Fiscalía del Estado. Pero la investigación no tendrá éxito porque Noonan ha subestimado lastimosamente la rectitud moral del departamento de Policía de Los Angeles.»
Hora de saldar cuentas/tiempo agotándose. DEPRISA. El 187 C.P. de los Herrick: seis hombres de Asuntos Internos y Sid Riegle como ayudantes. Cuarenta y ocho horas trabajando en el asunto:
Ningún testigo presencial, ningún vehículo identificado. Ninguna huella dactilar, ninguna carta de Richie a mamá encontrada. Confirmación: los perros respiraron clorestelfactiznida.
Repaso de la situación:
Laura y Christine Herrick, buenas chicas. Buenas estudiantes, novio formal: ya casi amas de casa de Hancock Park.
Joan Renfrew Herrick, bebedora en secreto. Intentos de suicidio, suicidio. Un médico vecino me contó:
Joan se autoinfligió quemaduras y suplicó morfina. Él le recetó Demerol. Las autolesiones continuaron. La matrona, zombi: escuchando jazz todo el día, flotando entre nubes.
El médico: «Esa mujer devoraba los Dranos, teniente. Su suicidio final era inevitable y fue un piadoso alivio para quienes se preocupaban por ella.»
Richie Herrick, chico tímido, músico del montón. Un amigo: «Ese matón, Tommy»; «él y Tommy, uña y carne; creo que Richie estaba colado por la hermana de Tommy». La conmoción del barrio expresada: el tímido Richie, traficante de drogas. Averiguaciones en la Policía de Bakersfield: Richie fue cazado in fraganti, sin atenuantes. Ningún procesado más (ningún Tommy involucrado): de tres a cuatro años en Chino.
Expediente carcelario de Richie: desaparecido. ¿Mal archivado? ¿Traspapelado? ¿Robado? Posible sospechoso: Dan Wilhite; sólo un presentimiento.
Funcionarios de la prisión buscando los papeles: insistí en ver las direcciones conocidas de Richie cuando estaba en Chino.
Informes de fuga, 9/57: adiós, Richie, sin detalles, sin pistas.
Mike Breuning. Todavía sin noticias de él; mi pista de los robos con escalo, arruinada.
Phillip Harrick:
Sin antecedentes, sin ficha en Antivicio del LAPD ni en la policía del condado.
Químico.
Fabricante de productos químicos.
P.H. Disolventes, S.A., suministro a cadenas de lavado en seco.
Clorestelfactiznida, producto de la casa.
Distribución por todo el estado a tiendas de lavado en seco e instalaciones industriales.
NO cliente: cadena E-Z Kleen/J.C. Kafesjian.
Comprobación de coartadas de los empleados de P.H.: todos limpios. Coincidencias en los datos de las dos familias:
Phillip Herrick: EN., 14/5/06, en Scranton, Pennsylvania.
John Charles Kafesjian: EN. 15/1/06, en Scranton, Pennsylvania.
Sin antecedentes penales en Pennsylvania. Ficha de empleos de la policía del Estado:
1930-32: Balustrol Químicas, Scranton. Phillip Herrick: analista de disolventes; J.C. Kafesjian: operario/mezclador.
Ficha de Tráfico de California:
6/32: los dos hombres obtienen el permiso de conducir.
Repaso de fechas de nacimiento:
1932-37: nacen Tommy/Lucille, Richie/Laura/Christine.
El tiempo aprieta. DEPRISA, la custodia se echa encima.
Exley y Noonan, cada cual por su lado, persiguiendo autorizaciones para abrir las cajas de seguridad del banco.
Noonan: un viaje al Este —furtivo— para solicitar consejo a juristas federales. Exley, clavado en el Oeste: más lento, sin relaciones.
Conclusión: EL CASO Kafesjian/Herrick.
Resolverlo ahora: LOOCA voluntad.
Disparatadas filtraciones falsas a la prensa (idea mía).
Anunciamos una falsa orden de búsqueda y captura, luego fingimos retirarla. Un falso sospechoso filtrado a la prensa: un psicópata sin nombre como cebo para tranquilizar a Richie y para tentar a Tommy a seguir buscándole.
Una ayuda: la foto policial de Richie en la primera página. Un vago parecido, un retrato robot imperfecto del mirón.
Un estorbo: federales acosando a LOS TIPOS.
Exley, en primera página, pinchando:
«Dave Klein es un detective muy sagaz.»
«Ha trabajado en un caso de robo que puede tener alguna relación marginal con el caso.»
Un cebo: empujar a LOS TIPOS hacia Richie/empujarLOS hacia mí.
Un obstáculo: estrecha vigilancia federal sobre los Kafesjian.
DEPRISA…
El funeral de Junior, asistencia obligada de los compañeros de
unidad. Exley, presente por cuestiones de relaciones públicas: Dudley Smith, sombrío. Stemmons, Senior, aún perturbado, bombardeado a sedantes.
Adiós padre-hijo: apenadas lecturas de la Biblia. Treinta años sin asistir a una ceremonia luterana holandesa. Capto la esencia del mensaje: piedad por los enfermos y por los locos.
DEPRISA… Perseguidores de Homicidios de la policía del Condado. Preguntas «de rutina», dos sesiones:
¿Le contrataron para que siguiera a Glenda Bledsoe?
¿Ha intimado con ella?
¿Es ella quien ha robado en las casas de invitados de Hughes?
Sí, sí, no. Sonrisa presuntuosa de uno de los policías.
¿Discutió alguna vez con Harold John Miciak?
Sí. Mierda de tipo, odiaba a la policía.
Complicidad instantánea, un comentario irónico: ¿No le parece que el señor Hughes podría querer joderle por haberse quedado con su dinero y, además, con su chica?
Dándose prisa conmigo, Sid Riegle y los seis hombres de A.L: comprobaciones de antecedentes/entrevistas/papeleo. Meg, ocupada en la búsqueda de un título de propiedad: Spindrift, 4980. «¿Por qué encontrarnos allí?» Mi propia hermana hurgando en registros, siguiendo la pista del dinero: la fortuna de Phillip Herrick, muy turbia…
Kafesjian/Herrick. Mamá a Richie: «Larga historia de locura en nuestras dos familias.»
¿Richie, asesino? No.
¿Tommy, asesino? Dudoso.
Lo cual llevaba a: don Tercer Individuo, loco.
Insistentes rumores en la brigada: los hombres de Narcóticos, al borde del pánico. Apartamentos del servicio en masa, revelación de las gratificaciones de Kafesjian. Los rumores ponían a Dan Wilhite suplicándole a Exley: «Di algo, haz algo.»
Exley, sin comprometerse; rumores federales: diecinueve citaciones a otros tantos miembros de Narcóticos.
Mis citaciones, retenidas (vía extorsión de la custodia federal). El testigo clave, Dave Klein, abierto a compromisos si la filmación llegaba al escritorio de Noonan. Digamos que el «si» era un pensamiento ilusorio; seguía convencido de que la película aparecería allí. El tiempo se agotaba.
Corriendo, pensando:
ELLOS tomaron la película; el hombre clave del asunto, Chick Vecchio. Hacerle cantar: ELLOS me forzaron a hacer de protagonista.
Acusaciones por conspiración, posiblemente pendientes; «tal vez» un testigo corrupto no ofrece garantías.
Tal vez puras fantasías.
Corriendo, observando:
La casa de LOS TIPOS. Vigilancia nocturna; agentes aparcados tres puertas más abajo. Lleno absoluto: federales delante de la casa, federales detrás. Dentro, bronca familiar: la banda sonora de mi nostalgia. Los Dos Tonys: salpicaduras de gomina con los disparos a quemarropa a la cabeza. «¡No, mis hijos!», el sollozo de una de mis víctimas. Un violador de doble vida: la perdigonada le arrancó la cara a ese negro.
Vestidos de seda para Meg, regalos de penitencia. Ahora, Meg con Jack Woods (su matón particular). Meg, con diez grandes en el bolsillo: Jack, pendiente de cobro; Junior, por otra parte, muerto. Un pensamiento perdido: Abe Voldrich, eliminado; se observó un coche. El coche de Jack: misma marca, mismo modelo.
Música para acompañar la vigilancia: la primera noche, por la radio del coche, un poco de bop; la segunda, Champ Dineen puro.
Suave: Richie y Lucille, tal vez amantes. Suave: Glenda, volviéndose hacia mí tras un resbalón, tanto valor…
Champ Dineen: la radio del coche, con el volumen muy bajo. El eco de la música en la ventana de Lucille: la misma emisora.
Lucille en la ventana, sin maquillaje, nuevo peinado. Las fotos del dormitorio de Richie, a tamaño natural.
Un camisón puesto, casi recatado.
Federales en la calle; la familia, cerca.
Un estribillo constante, imposible de acallar: Johnny suplicando…
Dos días consumidos, dos más por delante antes de la custodia. Dos últimas noches con Glenda.
—Quizá no salgamos de ésta —dijo ella.
—Tú, sí —respondí.
—Estás cansado —insistió ella—. Tú quieres confesar.