7
Tiempo de trabajo fastidioso.
Pinker llevó los perros al laboratorio. Los chicos de huellas encontraron rastros, impresiones parciales. La multitud de mirones se redujo; los agentes de uniforme interrogaron a la gente del barrio. Junior recopiló los informes: nada de especial esa noche; una velada típica de los Kafesjian.
Es decir: épicas disputas familiares y ruido de saxo toda la noche. J.C. regó el césped luciendo un suspensorio. Tommy echó una meada por la ventana de su dormitorio. Madge y Lucille estuvieron enfrascadas en una áspera discusión a gritos. Cardenales, ojos a la funerala: lo de costumbre.
Horas de espera; dejé que transcurrieran lentamente.
Lucille y Madge se marcharon; adiós en un Ford Vicky rosa. Tommy practicó escalas: los hombres del laboratorio se pusieron tapones en los oídos. Latas de cerveza por las ventanas: Almuerzo de Campeones.
Junior fue a por el Herald. Un anuncio de Morton Diskant: conferencia de prensa a las seis de la tarde.
Mucho tiempo que matar: subí a la furgoneta del laboratorio y observé el trabajo de los técnicos.
Disección de tejidos, extracción: nuestro tipo había metido los ojos de los perros en sus respectivas gargantas.
Volví al coche dispuesto a echar una cabezada; dos noches seguidas sin apenas pegar ojo me habían dejado para el arrastre.
—Dave, despierta y despéjate —Ray Pinker; demasiado pronto, maldita sea. Yo, con un bostezo:
—¿Resultados?
—Sí, e interesantes. No soy médico y lo que he hecho no era una autopsia, pero creo que puedo sacar algunas cosas importantes en limpio.
—Adelante. Cuéntame ahora y luego envíame un informe resumido.
—Bien, los perros fueron envenenados con hamburguesa rociada de trictocina de sodio, conocida comúnmente como veneno de hormigas. He encontrado fragmentos de guante de piel en los dientes y las encías, lo cual me lleva a pensar que el ladrón les echó la comida pero no esperó a que murieran para mutilarlos. Me dijiste que habías olido a cloroformo, ¿recuerdas?
—Sí. Imaginé que eran los trapos que tenían metidos en la boca.
—Hasta ahí tienes razón. Pero no era cloroformo, sino clorestelfactiznida, un producto químico para la limpieza en seco. Pues bien, J.C. Kafesjian es dueño de una cadena de tiendas de lavado en seco. Interesante, ¿no?
El tipo había entrado, robado y destruido. Un psicópata, pero preciso: nada de desorden. Atrevido y parsimonioso. Un psicólogo, mierda; y limpio, preciso.
—¿Estás diciendo que quizá conoce a la familia, que quizá trabaja en una de las tiendas?
—Exacto.
—¿Habéis encontrado los pantalones de la chica?
—No. Había restos de tela quemada en el cubo de basura de los perros, así que no hay modo de descubrir el grupo sanguíneo por el semen.
—Mierda. Eso de los pantalones fritos parece cosa de J.C.
—Escucha, Dave. Esto no es más que una teoría, pero me gusta.
—Adelante.
—Bien: los perros tenían quemaduras químicas alrededor de los ojos, y los huesos del hocico fracturados. Creo que el ladrón los debilitó con el veneno, les aplastó el hocico y luego intentó dejarlos ciegos mientras aún estaban vivos. La clorestelfactiznida causa la ceguera si se aplica localmente, pero los animales se agitaban demasiado e incluso le mordieron. Murieron por el veneno y el tipo los destripó postmortem. Tenía alguna extraña fijación con los ojos, así que los arrancó con mucho cuidado, los introdujo en sus gargantas y luego metió los trapos empapados en esa sustancia. Los cuatro globos oculares estaban saturados de ese tóxico, de ahí mi conclusión.
Junior y un agente de uniforme se acercaban.
—Dave.
—Ray —le corté al instante—, ¿has oído alguna vez que se torturase a un perro guardián en un 459?
—Nunca. Y no se me ocurriría un motivo.
—¿Venganza?
—Venganza.
—¿Dave…? —Junior.
—¿Qué?
—Dave, éste es el agente Bethel. Agente, cuéntele al teniente.
Nervioso; un novato:
—Esto…, señor, tengo dos confirmaciones de un merodeador en este bloque la noche del robo. El sargento Stemmons me ha hecho preguntar en las casas donde no había nadie antes. Una anciana me dijo que había llamado a la comisaría de Wilshire, y otro hombre ha declarado haberlo visto también.
—¿Descripción?
—Un tipo joven, caucasiano. Eso es todo. Ningún detalle más, pero he llamado a la comisaría de todos modos. Han confirmado que mandaron un coche, pero no hubo suerte y esa noche no se detuvo ni se comprobó la identidad de ningún merodeador blanco en toda la zona.
Una pista; se la pasé a Junior.
—Llama a Wilshire y consigue cuatro hombres más para visitar las casas que faltan; empezad, digamos, a partir de las seis. Que consigan descripciones de posibles merodeadores. Comprueba los archivos que te dije y pásate por las tres primeras tiendas de Kafesjian de tu lista. ¿Ray?
—¿Sí, Dave?
—Ray, cuéntale a Stemmons tu punto de vista químico. Junior, investiga ese aspecto con los empleados de las tiendas. Si das con algún sospechoso, no hagas ninguna estupidez como matarlo.
—¿Por qué no? Quien a hierro mata, a hierro muere.
—No seas idiota. Quiero saber qué tiene ese tipo contra los Kafesjian.
Tres tiendas E-2 Kleen; la más próxima, en South Tremaine, 1248. Me acerqué al lugar; el Ford rosa estaba aparcado ante el local.
Estacioné en doble fila; un tipo salió enseguida con aire nervioso. Le reconocí: Abe Voldrich, mano derecha de Kafesjian.
—Por favor, agente. Ellos no saben nada del maldito robo. Llame a Dan Wilhite, hable con él de… de…
—¿De las ramificaciones?
—Sí, es una buena palabra. Agente…
—Teniente.
—Teniente, déjelo estar. Sí, la familia tiene enemigos. No, no le van a decir quiénes son. Puede preguntárselo al capitán Dan, pero dudo que se lo diga.
Mariquita espabilado.
—Así pues, no hablaremos de enemigos.
—¡Eso está mucho mejor!
—¿Qué me dice de la clorestelfactiznida?
—¿Qué? Eso me suena a chino.
—Es un producto para la limpieza en seco.
—De ese aspecto del negocio conozco poco.
Entré en el local:
—Quiero una lista de empleados. De todas las tiendas.
—No. Sólo contratamos a gente de color para el trabajo de lavado y planchado, y la mayor parte están en libertad provisional. No les gustaría tenerle por ahí haciendo preguntas.
¿El crimen de un negro? No; no me sonaba.
—¿Tienen vendedores negros?
—No. J.C. no confía en ellos para el dinero.
—Déjeme inspeccionar el almacén.
—¿Qué busca, ese producto del que hablaba? ¿Por qué?
—Se lo echaron a los perros guardianes.
Voldrich, con un suspiro:
—Adelante, pues. Pero no alborote a los obreros.
Rodeé el mostrador. Detrás había una pequeña fábrica: cubas, planchadoras a vapor, negros doblando camisas. Estanterías en la pared: botellas, frascos.
Comprobé las etiquetas; dos hileras completas y allí estaba: clorestelfactiznida, una calavera y dos tibias cruzadas.
Olfateé un frasco. Repulsivo/familiar. Escozor en los ojos. Devolví el frasco al estante y me demoré en la trastienda: podían aparecer las mujeres. No tuve suerte; sólo unas furtivas miradas de esclavo. Regresé a la parte delantera de la tienda chorreando sudor.
Lucille en el mostrador, colgando camisas. Bum bum, meneo de caderas al ritmo de la radio. Bum bum, destello: sonrisa de vampiresa.
Le devolví la sonrisa. Lucille cerró los labios como si corriera una cremallera y arrojó lejos una llave ficticia. Fuera, Voldrich y Madge. Mamá K.: el maquillaje corrido, unas lágrimas.
Regresé al coche. Cuchicheos; no logré entender una mierda.
Encontré un teléfono público. A la mierda las tiendas E-Z Kleen.
Llamé a la oficina y dejé un mensaje para Junior: llama a Dan Wilhite, consigue una lista de soplones de Kafesjian. Probablemente era inútil: Dan se negaría, impaciente por aplacar a J.C. Un mensaje de Junior: había hecho averiguaciones y la cloresteleches era un producto estándar de amplio uso en el negocio del lavado en seco.
De vuelta a South Tremaine; un coche patrulla ante la casa. Bethel me hizo señales.
—Señor, hemos conseguido dos confirmaciones más del merodeador.
—¿Más detalles de la descripción?
—No, pero parece que también es un mirón. Sacamos la misma descripción de un «varón joven, blanco», y las dos personas han declarado que le vieron asomarse a las ventanas.
Pienso: el instrumental para el robo/mutilación.
—¿Han dicho si el hombre llevaba algo en las manos?
—No, señor, pero se me ocurre que podía ocultar las herramientas para el delito en su ropa.
—Pero no hubo ninguna denuncia.
—No, señor, pero tengo una pista que puede estar relacionada.
—Explíquese, agente —le pido con paciencia.
—Bien, la mujer de la casa de enfrente me ha dicho que, a veces, Lucille Kafesjian baila desnuda ante la ventana de su dormitorio. Ya sabe: con las luces detrás, de noche. La mujer dice que lo hace cuando sus padres y su hermano no están en casa.
Posibilidad:
Lucille, exhibicionista; mirón/merodeador/ladrón, enganchado a la familia.
—Bethel, usted llegará.
—¿Eh? Sí, señor. ¿Adónde?
—En general. Pero, de momento, se queda aquí. Siga insistiendo en las direcciones donde aún no ha encontrado a nadie. Intente conseguir una descripción del mirón, ¿entendido?
—¡Sí, señor!
Ronda de trabajo fastidioso:
Comisaría de Wilshire, repaso de papeles: listas de detenidos, fichas de modus operandi, informes de incidencias. Resultado: jóvenes blancos mirones, cero. Ladrones mataperros, cero.
Comisaría de University, listas, fichas: nada. Incidencias, tres recientes: un hombre blanco «de aspecto joven», «constitución normal», denunciado por mirón de moteles de alterne. ¿Mi hombre de los ojos? Tal vez, pero:
No consta dirección de moteles, sólo una anotación: «South Western Avenue». No consta nombre de denunciante ni número de identificación del agente.
De momento, no tenía adónde más ir.
Llamé a la comisaría de la calle Setenta y siete. El oficial de guardia, aburrido:
Nada sobre perros. Un joven blanco visto merodeando por los tejados: moteles de citas, clubes de jazz. Sin detenciones, ni sospechosos, ni informes; la comisaría estaba pendiente de un nuevo sistema de papeleo. Me enviaría las direcciones del club y del motel… cuando y si las encontraba.
Los discos rotos de Tommy K. ¿Los discos de jazz de Tommy K?
Más llamadas: calabozos de Central del LAPD/oficina de Investigación de la policía local. Resultados: ninguna detención por maltrato a perros este año; cero en jóvenes blancos mirones/merodeadores. Otros 459 postKafesjian: ningún sospechoso caucasiano.
Llamadas; un teléfono público acaparado durante tres horas. Repasadas todas las comisarías del LAPD y de la policía local. Mierda: ningún mirón joven blanco detenido; dos espaldas mojadas mataperros deportados a México.
Esperando: el archivo de pervertidos de la Central.
Bajé al centro. Una visita a la oficina: ningún mensaje; un informe sobre la mesa:
CONFIDENCIAL
30/10/58
A: TENIENTE DAVID D. KLEIN
DE: SARGENTO GEORGE STEMMONS, JR.
ASUNTO: KAFESJIAN/459 C.P.
947.1 (CÓDIGO DE SEGURIDAD E HIGIENE: MUTILACIÓN
CRIMINAL DE ANIMALES)
SEÑOR:
Según lo ordenado, he revisado los archivos de la Central del LAPD y de la Policía Local en busca de otros 459 parecidos al nuestro. No he encontrado ninguno. También he cruzado los datos sobre los detenidos por 947.1 (había muy pocos) con los archivos de 459, pero no he encontrado ningún nombre repetido. (El acusado de 947.1 más joven tiene ya 39 años, lo cual contradice la descripción del merodeador que nos proporcionó el agente Bethel.) También he revisado los expedientes locales y estatales sobre homicidios hasta 1950. No he encontrado ningún 187 o 187 anexo a robo con escalo que recuerde el modus operandi de nuestro hombre.
Ref.: Capitán Wilhite. Le he pedido «diplomáticamente» que nos proporcionara una lista de camellos/adictos delatados por los Kafesjian y me ha dicho que nunca se ha llevado un registro de sus soplos, que no ha quedado constancia por escrito, para proteger a la familia. El capitán Wilhite me ha proporcionado un nombre, el de un tipo delatado recientemente por Tommy Kafesjian: un vendedor de marihuana llamado Wardell Henry Knox, un negro que trabajaba de barman en diversos clubes de jazz. Los agentes del capitán Wilhite no daban con Knox, pero he sabido que éste fue asesinado hace poco (caso por resolver). Se trata de un homicidio entre negros que, probablemente, fue objeto de una investigación superficial.
Ref.: tiendas E-Z Kleen. En los tres locales que he visitado, el personal se ha negado de plano a hablar conmigo.
Volviendo al capitán Wilhite: Francamente, creo que miente respecto a que no hay constancia de los soplos de Kafesjian. Me ha expresado su disgusto por la discusión que tuviste con J.C. y me ha dicho que le habían llegado rumores de que la investigación federal sobre la delincuencia organizada se llevará a cabo finalmente y de que se centrará en el tráfico de narcóticos en las zonas centro y sur de Los Angeles. También le preocupa que se haga público el cohecho del LAPD a la familia Kafesjian, con el consiguiente descrédito para el departamento en general y para los agentes de Narcóticos que han llevado personalmente la relación con la familia.
Aguardo nuevas órdenes.
Respetuosamente,
Sgto. George Stemmons Jr.
Placa 2104
Sec. Subdirección Admva.
Junior: un novato competente, cuando se ponía a ello. Le dejé una nota: el mirón, más datos de la exhibicionista Lucille. Ordenes: volver a la casa, hablar con los agentes que interrogaban al vecindario, evitar a la familia.
Excitación: una ojeada al archivo de pervertidos. Perros/robos con escalo/mirones. A ver qué salía:
Un marine sorprendido tirándose a un pastor alemán. Un «Doctor Can», detenido por rociar a su hija con pus de perro pachón. Mataperros (ninguno que se ajustara a la descripción de nuestro hombre), folladores de perros, mamones de perros, apaleadores de perros, adoradores de perros, un chiflado que acuchilló a su mujer cuando llevaba puesto un disfraz de Pluto. Olfateadores de bragas, defecadores en lavabos y pilas, masturbadores (sólo fetichistas). Asaltantes de maricas, ladrones de travestidos, «Rita Hayworth» (vestido de Gilda, melena teñida, sorprendido abusando de un chiquillo dormido con cloroformo). La edad concordaba, pero un chulo lo había capado y el tipo se había suicidado: enterrado en San Quintín con su ropa de mujer. Mirones: ventanas, tragaluces, tejados; los payasos de los tejados, todo un número de circo. Ningún carnicero de perros guardianes; todos los degenerados, catalogados de pasivos: sorprendidos gimiendo, con la mano en la entrepierna. Darryl Wishnick, un modus operandi atractivo: espiar, forzar la entrada, violar perros guardianes sedados con carne rociada de narcótico… Una lástima que hubiera muerto de sífilis en el 56. Un pensamiento repentino: todos los mirones eran pasivos, nuestro hombre mataba perros de mala manera. Nada útil.
5.45: inquieto, hambriento. Una visita a Rick's Reef; tal vez Diskant en la tele.
Tomé el coche hasta el bar y engullí unos bocados. Noticias en televisión: Chavez Ravine, muertos en accidente de tráfico, el rojo.
Subí el volumen:
«…y anuncio mi retirada por motivos personales. Thomas Bethune será reelegido por falta de contrincante, pero tengo la ferviente esperanza de que esto no signifique que se apruebe el proyecto de usurpación de tierras de Chavez Ravine. Yo continuaré protestando de esta burda maniobra como ciudadano privado y…»
Ya sin apetito, me largué.
Una simple ronda, a ningún lugar en concreto. Hacia el distrito Sur: como atraído por un imán.
Figueroa, Slauson, Central. Un Plymouth gris de la policía detrás de mí; Asuntos Internos, seguramente, por orden de Exley. Aceleré: adiós, posible perseguidor.
Terreno de mirones: clubes nocturnos, burdeles. Bido Lito's, Klub Zamboanga, Club Zombie: techos bajos, fáciles de escalar. Motel Lucky Time, motel Tick Tock. Buenos observatorios: acceso al tejado, hierbas altas hasta el hombro. Una idea, clic: coger a Lester Lake en el Tiger Room.
Cambio de sentido, mirada por el retrovisor, mierda: un Plymouth gris aparcado.
¿Asuntos Internos o Narcóticos? ¿Matones al acecho?
Callejuelas, sin tiempo para maniobras evasivas: el garito de Lester cerraba a las ocho en punto. Lester Lake: inquilino, informador. Soplos baratos: Lester estaba en deuda conmigo.
Otoño del cincuenta y dos:
Una llamada de Harry Cohn, magnate del cine. Mi apodo de «el Contundente» le había intrigado. Me había creído judío, por el «Klein». Un cantante negro estaba tirándose a su chica: diez de los grandes por liquidarlos.
Dije que no.
Mickey Cohen dijo que no.
Cohn llamó a Jack Dragna.
Supe que me tocaría el trabajo: no podía rechazar la orden. Mickey: un capricho por una fulana no merece la muerte. Pero Jack insiste. Llamé a Jack: el asunto es una memez, no merece la pena. Dale una buena lección a ese Lester Lake, no lo mates.
Jack dijo: dásela tú.
Jack dijo: lleva a los hermanos Vecchio.
Jack dijo: lleva al negro a alguna parte y córtale las cuerdas vocales.
Tragó saliva. Una fracción de segundo…
—O cuento lo de Trombino y Brancato. Y arrastro por el fango el nombre de tu golfa hermanita.
Sorprendí a Lester Lake en la cama; o te corto, o te mato: tú eliges. Lester dijo, corta, rápido, por favor. Entraron los Vecchio; Touch traía un escalpelo. Unos tragos para relajar las cosas; unas gotas para dejar K.O. a Lester.
Anestesia: Lester llamando a mamá. Convencí a un médico expulsado del colegio: cirugía a cambio de no denunciarle por practicar abortos. Lester se curó. Harry Cohn encontró otra amiguita: Kim Novak.
A Lester le cambió la voz de barítono a tenor; desde entonces sólo se enrollaba con negras. Touch Vecchio acudía con sus novios a escucharle.
Lester dijo que estaba en deuda conmigo. Nuestro trato: un piso en mi bloque sólo para negros, alquiler reducido a cambio de buena información. Éxito: intimidaba a los morosos y daba soplos de apostadores.
El club: una fachada atigrada, un portero de esmoquin atigrado. Dentro: paredes de piel de tigre, camareras con ropa atigrada. Lester Lake en el escenario, cantando «Blue Moon» con voz chillona.
Ocupé un reservado y llamé a una tigresa: «Dave Klein quiere ver a Lester.» La chica desapareció detrás del escenario; estrépito de las máquinas tragaperras tras la puerta. Lester: reverencias de fingida humildad, falsos aplausos.
Las luces del local se encienden. Panorámica: conejitas de la jungla despatarradas en reservados de piel de tigre. Lester delante de mí, con un plato en la mano.
Pollo y wafles, todo grasiento.
—Hola, señor Klein. Iba a llamarle.
—Te has retrasado en el alquiler.
Lester tomó asiento.
—Sí, y ustedes los caseros no le dejan respirar a uno. Aunque podría ser peor. Podría tener un casero judío.
Miradas en nuestra dirección.
—Siempre me veo contigo en público. ¿Qué se imagina la gente que estamos haciendo?
—Nadie lo pregunta nunca, pero imagino que suponen que todavía recoge usted apuestas para Jack Woods. Yo soy hombre de apuestas, así que parece lo más lógico. Hablando de Jack, esta tarde le he visto cobrando los alquileres pendientes; por eso iba a llamarle a usted antes de que su hombre me sacuda como a ese pobre desgraciado del fondo del pasillo.
—Ayúdame y te lo sacaré de encima.
—De acuerdo. Pregunte lo que sea.
—No. Primero acaba esa bazofia. Luego, yo pregunto y tú contestas.
Pasó una tigresa; Lester se deshizo del plato y cogió un whisky. Un trago, un eructo:
—Pregunte, pues.
—Empecemos por nombres de ladrones de casas.
—Bien. Leroy Coates, en libertad provisional y gastando dinero. Wayne Layne, maestro del escalo, chuleando a su mujer para pagarse el hábito. Alfonzo Tyrell…
—Mi hombre es blanco.
—Sí, pero yo no salgo de la parte oscura de la ciudad. La última vez que supe de un ladrón blanco fue nunca.
—No está mal, pero yo le llamaría psicópata. El tipo rajó a dos doberman, sólo robó una vajilla de plata y luego revolvió algunas cosas de tipo familiar. Continúa.
—Continúo para ir a ninguna parte. No sé nada de un chiflado parecido, pero no hay que ser un Einstein para imaginar que tiene algo contra esa familia. Wayne Layne se caga en las lavadoras y es el ladrón de pisos más desquiciado que conozco.
—Está bien. Voyeurs, entonces.
—Mirones. Tipos que se excitan espiando por las ventanas. Tengo informes sobre mirones merodeando cerca de la casa del robo y por todo el Southside: moteles de sábanas calientes y clubes de jazz.
—Preguntaré por ahí, pero no va usted a sacar gran cosa a cambio del alquiler, estoy seguro.
—Probemos con Wardell Henry Knox. Vendía hierba y trabajaba de barman en tugurios de jazz, al parecer por esta zona.
—Al parecer porque los clubes de blancos no le contrataban. Y hacían bien, porque al tipo lo liquidaron hace unos meses. Persona o personas desconocidas, por si le interesa saber quién lo hizo.
La máquina de discos a todo volumen cerca de nosotros. Tirón del cable. Silencio inmediato.
—Ya sé que le mataron.
Murmullos de negros indignados. Que se jodan. Lester:
—Señor Klein, sus preguntas van muy lejos. De todas maneras, sospecho un motivo para lo de Wardell.
—Te escucho.
—Chicas. Wardell tenía sangre de chulo. Era el rey de los folladores. Se tiraba todo lo que se movía. Debía de tener un millón de enemigos.
—¡Ya basta, joder!
Lester hizo un guiño.
—Pregúnteme algo de lo que pueda decirle alguna cosa.
—La familia Kafesjian. Tú tienes que saber más que yo.
Lester habló en voz baja.
—Sé que están en contacto con ustedes. Sé que sólo venden a negros y a lo que podría llamarse cualquiera, menos a blancos, porque así es como quiere las cosas el jefe Parker. Píldoras, hierba, caballo, esa gente son los proveedores número uno del Southside. Sé que prestan dinero y que tienen las manos libres a cambio de soplos; es decir, que delatan a los vendedores independientes al LAPD porque es parte del trato que tienen con ustedes. En fin, sé que J.C. y Tommy usan a esos negros en los que nadie se fija para mover el material, mientras Tommy controla al grupo. ¿Y busca un tipo loco?: pruebe con Tommy K. Suele rondar por el Bido Lito's con sus amigos y se levanta y se pone a tocar ese maldito saxo cada vez que le dejan, que es a menudo porque, ¿quién se atreve a decir que no a un tío loco, aunque sea un tipo canijo como Tommy? Tommy está chiflaaado. Está como una cabra. Él es el matón de los Kafesjian y he oído que es condenadamente bueno con la navaja. También he oído que hará cualquier cosa por estar a bien con los de Narcóticos. Dicen que se cargó al conductor borracho que atropelló a la hija de ese tipo de Narcóticos y se largó.
Chiflaaado.
—¿Eso es todo?
—¿No tiene suficiente?
—¿Qué hay de Lucille, la hermana de Tommy? Es una tía rara: se exhibe desnuda en su casa.
—¡Vaya! Bueno, ¿y qué? Lástima que Wardell esté muerto; seguro que querría tirársela. A lo mejor a ella le gustan los negros, como a su hermano. Me la tiraría yo mismo si no fuera porque la última vez que probé carne blanca me rebanaron el cuello. Usted debería saberlo: estaba allí.
Trinos en la máquina de discos. El propio Lester. Alguien había enchufado otra vez.
—¿Te dejan poner tus propias canciones?
—Es cosa de Chick y Touch Vecchio. Son más sentimentales sobre el viejo incidente del cuello rajado que Dave Klein, el casero de barrio pobre. Mientras ellos se encarguen de las máquinas expendedoras y tragaperras del Southside para el señor Cohen, la versión de Harbor Lights de Lester Lake seguirá en esa máquina tocadiscos. Lo cual no me da mucha tranquilidad, porque el último par de semanas o así esos tipos nuevos con aspecto de recién llegados a la ciudad han estado trabajando la maquinaria, y eso puede pintar mal para el viejo Lester.
«Those haaarbor lights…»: pura sensiblería.
—Mickey debería andarse con cuidado, los federales podrían venir a investigar las máquinas de la zona. ¿Y no te han dicho nunca que cantas como un marica? ¿Como un Johnnie Ray sin trabajo?
Lester, con un aullido:
—Sí. Mis amigas. Hago que piensen que tengo tendencias afeminadas y así se esfuerzan mucho más para enderezarme. Touch V. suele venir con sus amigos mariquitas y yo estudio sus poses. Cuando me presentó a ese figurín rubio, fue como hacer toda una carrera universitaria en mariconería.
Bostecé. Las franjas atigradas empezaron a girar vertiginosamente.
—Duerma un poco, señor Klein. Parece agotado.
A la mierda el sueño: aquel imán seguía atrayéndome.
Recorrí en zigzag el este y el sur. Ningún Plymouth gris pegado al culo. Western Avenue: terreno de mirones, moteles de putas, ninguna dirección con la que empezar a trabajar. Western y Adams, paraíso de las putas: chicas esperando junto a Cooper's Donuts. Negras, mexicanas, unas cuantas blancas: vestidos con aberturas laterales hasta los muslos, pantalones ajustados.
Vuelco del corazón: la ropa de Lucille, rasgada y salpicada.
Vuelco del cerebro: Western y Adams, zona de University. Antivicio de University, allí estaba el archivo de prostitución: archivos de alias, listas de clientes, informes de arrestos. La sonrisa de buscona de Lucille, la sangre de papá en las zarpas: ¿Y si la chica hacía la calle por gusto?
Mucho imaginar. Las posibilidades eran muy remotas.
Decidí probar de todos modos.
Comisaría de Uny, convencer al responsable; el material sobre las putas, un revoltijo.
Fotos de fichas despegadas, copias de informes. Nombres: putas, apodos de las putas, hombres detenidos/fichados con las putas. Tres armarios de papeles sin ningún orden reconocible.
Hojeo entre ellos:
Ningún «Kafesjian», ningún nombre armenio. Una hora perdida; no era de extrañar: la mayoría de chicas utilizaba un apodo para salir bajo fianza. Una reflexión: si Lucille hacía la calle, y si la habían encerrado, probablemente habría llamado a Dan Wilhite para enfriar el asunto. 114 informes de detenciones, 18 chicas blancas: ninguna de las descripciones se ajustaba a Lucille. Una tarea inútil: la mayoría de los policías descuidaba los informes sobre prostitutas; las chicas se repetían siempre. Listas de apodos. Ninguna chica blanca que se hiciera llamar Luce, Lucille o Lucy; ningún apellido armenio.
Más fotos: algunas con cartel de datos colgado al cuello y anotaciones: nombres reales, alias, fechas. Chicas negras, mexicanas, blancas: 99,9 por ciento inútil. Piel de gallina: Lucille —de frente, de perfil—, sin cartel, sin anotaciones.
Manos a la obra: repasar todo el papeleo. Tres veces: cero, nada, tampoco. Ninguna referencia más a Lucille.
Sólo unas fotos de identificación.
El resto del expediente, traspapelado. Quizás.
O quizá Dan Wilhite había sacado los papeles, y se había descuidado las fotos.
Teoría: ladrón = mirón = cliente de Lucille K. Escribí una nota a Junior:
«Repasa todas las listas de prostitutas y clientes de la comisaría; busca información sobre las costumbres de Lucille». Piel de gallina: aquella condenada familia.
Pasé por la oficina y dejé la nota en la mesa de Junior. Medianoche: Subdirección, vacía.
—¿Klein?
Dan Wilhite al otro extremo del pasillo. Le hice pasar. Estábamos en mi terreno.
—¿Y bien?
—Y bien, lamento mucho el lío con los Kafesjian.
—No me interesan las excusas. Volveré a preguntarlo: ¿Y bien?
—Y bien, la situación es apurada y estoy tratando de ser razonable. Yo no pedí este trabajo, ni lo hago con gusto.
—Ya lo sé, y tu sargento Stemmons ya se ha disculpado por tu conducta. También me ha pedido una lista de los camellos denunciados por J.C. y su gente. Por supuesto, no se la he dado. Y no volváis a pedirla, porque todas las anotaciones relativas a los Kafesjian han sido destruidas. ¿Y bien?
—En fin, así están las cosas. Y la pregunta debería ser, «¿Y bien, qué es lo que quiere Exley?».
Wilhite, brazos en jarras, a un palmo de mí.
—Dime qué piensas tú de ese 459. A mí me parece un aviso de una banda de traficantes. Creo que Narcóticos está más preparado para llevar el asunto y creo que deberías decírselo así al jefe Exley.
—Yo no opino igual. Para mí que el ladrón tiene una fijación por la familia; quizá por Lucille, concretamente. Podría ser un mirón que ha estado actuando por el barrio negro en los últimos tiempos.
—O tal vez sea cosa de un chiflado. Una banda rival que utiliza tácticas de terror.
—Tal vez, pero no lo creo. En realidad no soy un experto en investigaciones, pero…
—Desde luego. Lo que eres es un matón con un título de Derecho…
FRÍO/TRANQUILO/QUIETO.
—…y lamento haberte dado vela en este entierro. Bien, he oído que la investigación federal se llevará a cabo, finalmente. Me he enterado de que Welles Noonan tiene auditores comprobando las declaraciones de la renta: la mía y la de algunos de mis hombres. Probablemente, eso significa que conoce lo de Narcóticos y los Kafesjian. Todos hemos recibido dinero, todos hemos comprado cosas caras que no podemos justificar, así que…
Sudoroso, echándome encima el aliento pestilente a tabaco.
—…así que cumple tu deber para con el departamento; tienes una lista de veinte nombres; yo, no, y mis hombres, tampoco. Tú puedes hacer de abogado y chupar de Mickey Cohen, y nosotros no. Y estás en deuda con nosotros, porque tú dejaste que Sanderline Johnson saltara. Welles Noonan tiene esa fijación con el Southside porque tú has comprometido su campaña. La presión sobre mis hombres es culpa tuya, de modo que a ti te toca arreglar las cosas. Ahora bien, J.C. y Tommy están fuera de sí. Nunca han tratado con agencias policiales hostiles y, si los federales empiezan a presionarles, serán incapaces de dominarse. Quiero que se tranquilicen. Aparca esa mierda de investigación, Dave. Dale a Exley lo que sea necesario, pero quítate del camino de esa familia lo más deprisa que puedas.
A un palmo de su rostro, también con los brazos en jarras:
—Lo intentaré.
—Hazlo. Imagina que es uno de tus trabajos pagados. Supón que yo estoy convencido de que arrojaste a Johnson por esa ventana.
—¿De veras lo crees?
—Eres lo bastante codicioso, pero no tan estúpido.
Acompañé a Dan hasta la puerta; al andar, las piernas me temblaban. Sobre la mesa del despacho encontré una nota del escribiente: «Ha llamado P. Bondurant. Dice que llames a H. Hughes al hotel Bel-Air.»