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Reporteros ante mi puerta, engullendo comida preparada.

Aparqué lejos, me acerqué por la parte de atrás, forcé una ventana del dormitorio. Ruido. Periodistas charlando de mi historia. Luces apagadas, abro la ventana. Hablo para desactivar la bomba Meg.

Sincero: soy alemán, no judío; en Ellis Island se comieron letras del apellido del viejo. Departamento de Policía de Los Angeles en el 38; en el 42, los marines. Servicio en el Pacífico y vuelta al departamento en el 45. El jefe Horrall deja el cargo; le sustituye William Worton (un general de división del cuerpo de Marines de una integridad chirriante). Semper Fidelis: Worton forma una brigada de matones ex marines. Esprit de Corps: rompemos huelgas, apaleamos a los tipos que quebrantan la libertad provisional antes de encerrarlos otra vez.

Escuela de Leyes, trabajos eventuales: la paga de desmovilización no cubre la Universidad. Recuperador de coches, cobrador de Jack Woods: Mi apodo, «el Contundente». Trabajo para Mickey C. arreglando disputas sindicales por la fuerza.

Hollywood me llama: soy alto y guapo. No sale nada, pero eso proporciona trabajo de verdad. Soluciono una extorsión a Liberace: dos aficionados, chantaje con fotografías. Estoy en buenas relaciones con Hollywood y con Mickey C. Entro en la Brigada, llego a sargento. Cruzo la raya, llego a teniente.

Todo cierto.

Liquidé a mi número veinte el mes pasado: cierto. Con mis ganancias como «el Contundente» compré bloques de pisos en los barrios bajos: cierto. Conviví con Anita Ekberg y la pelirroja del programa de Spade Cooley: falso.

Después, empezaron las estupideces; la conversación derivó hacia el asunto de Chavez Ravine. Cerré la ventana y traté de dormir.

No hubo forma.

Abro la ventana: ningún reportero. Televisión: sólo cartas de ajuste. Apago, me largo: MEG.

Siempre resultaba incómodamente equívoco… y nos tocamos durante demasiado rato para decirlo. Yo impedía que los puños del viejo la tocasen; ella impedía que yo lo matara. Juntos en la universidad, la guerra, cartas. Otros hombres y otras mujeres llegaron y se fueron.

Turbulentos años de posguerra: «el Contundente». Meg: colega, la compinche del matón. Una aventura con Jack Woods; no intervine. Los estudios ocupaban todo mi tiempo y Meg se movía por su cuenta. Conoció a dos rufianes: Tony Trombino, Tony Brancato.

Junio del cincuenta y uno: nuestros padres mueren en un accidente de coche.

Los restos, el testamento…

Una habitación de motel, Franz y Hilda Klein recién enterrados. Nos desnudamos sólo por ver. Uno encima del otro: cada caricia, medio escalofrío de rechazo.

Meg se aparta de pronto, sin acabar. Revuelve la habitación: nuestras ropas, palabras, las luces apagadas.

Yo aún lo deseaba.

Ella, no.

Se echó en brazos de Trombino y Brancato.

Los jodidos se entrometieron en algún asunto de Jack Dragna, el número uno de la Organización en Los Angeles. Jack me enseñó una foto: Meg. Contusiones, marcas. Trombino/Brancato. Comprobado.

Comprobado: habían atracado una partida de dados de la banda.

Jack dijo: cinco de los grandes y los quitas de en medio. Asentí.

Preparé el cebo: un buen golpe, «Vamos a limpiar ese local de apuestas». El 6 de agosto, frente al 1648 de North Odgen: los dos Tonys en un Dodge del cuarenta y nueve. Me colé en el asiento de atrás y les volé los sesos.

Titulares: «Guerra de bandas.» El principal pistolero de Dragna reaccionó enseguida. Su coartada, el párroco de Jack D. El mundo del hampa, revuelto: que los jodidos italianos se mataran entre ellos.

Cobré lo convenido, más un plus sorpresa: un hombre descargando su rabia sobre la escoria que había hecho daño a su hermana. La voz de Dragna, desconcertada. La mía: «Los mataré, me cago en ellos. Los mataré gratis.»

Me llamó Mickey Cohen. Jack decía que ahora, yo estaba en deuda con la Organización: saldaría la deuda con unos cuantos favores. Jack me llamaría, me pagaría los trabajos; simples negocios.

Colgué.

Llamó:

2 de junio del cincuenta y tres: me cargué a un químico que preparaba droga en Las Vegas.

26 de marzo del cincuenta y cinco: maté a dos tipos que habían violado a la mujer de un tipo de la Organización.

Septiembre del cincuenta y siete, un rumor: Jack D., enfermo del corazón. Grave.

Le llamé.

—Ven a verme —dijo Jack.

Nos encontramos en un motel de playa, su picadero privado. Paraíso para ítalos: bebida, revistas obscenas, putas en la sala contigua.

Le supliqué: cancela mi deuda.

—Las putas trabajan menos —respondió Jack.

Le asfixié con una de las almohadas.

Veredicto del forense/consenso entre los hampones: ataque cardíaco.

Sam Giancana, mi nuevo patrón. El intermediario no cambió: Mickey C; favores policiales, trabajos sucios.

Meg notó algo. Me callé lo que tenía relación con ella, asumí toda la responsabilidad. Dormí inquieto, bañado en sudor.

El teléfono. Descuelgo:

—¿Sí?

—¿Dave? Dan Wilhite.

Narcóticos: el jefe.

—¿Qué sucede, capitán?

—Sucede… Mierda, ¿conoces a J.C. Kafesjian?

—Sé quién es. Sé qué representa para el departamento.

Wilhite, en voz baja:

—Estoy en la escena del crimen. No puedo hablar con libertad y no tengo a nadie a quien enviar, de modo que te he llamado.

Encendí las luces.

—Dame detalles. Iré enseguida.

—Es… Mierda, es un robo en casa de Kafesjian.

—¿La dirección?

—South Tremaine, 1684. Está pasado el…

—Sé dónde está. Alguien llamó a los sabuesos de Wilshire antes de que te llegara la noticia, ¿no es eso?

—Exacto. La mujer de J.C. Toda la familia había salido a una fiesta, pero Madge, la mujer de Kafesjian, volvió a casa antes que los demás. Encontró la casa revuelta y llamó a la comisaría de Wilshire. J.C. y los chicos, Tommy y Lucille, llegaron más tarde y encontraron la casa llena de detectives que no sabían nada de nuestro… hum… de nuestro acuerdo con la familia. Al parecer, se trata de un simple y estúpido robo con escalo y los tipos de Wilshire se están poniendo muy pelmazos. J.C. ha llamado a mi esposa y ella se ha encargado de localizarme. Dave…

—Voy para allá.

—Bien. Trae a alguien contigo y apúntate una en la cuenta.

Colgué e hice unas llamadas para encontrar quien me acompañara. Riegle, Jensen: no respondían. Mierda de suerte. Junior Stemmons:

—¿Hola?

—Soy yo. Te necesito para un recado.

—¿Asunto particular?

—No, es un trabajo para Dan Wilhite. Se trata de tranquilizar a J.C. Kafesjian.

Junior soltó un silbido.

—He oído que su chico es un auténtico psicópata.

—South Tremaine, 1684. Espérame fuera y te pondré al corriente.

—Allí estaré. Oye, ¿has visto las últimas noticias? Bob Gallaudet nos ha llamado «policías ejemplares», pero Welles Noonan ha dicho que éramos «parásitos incompetentes». Ha dicho que pedir licores para nuestros testigos al servicio de habitaciones contribuyó al suicidio de Johnson y que…

—Ponte en marcha.

Código 3, respaldar a Wilhite: ayudar al traficante protegido por el LAPD. Narcóticos/J.C. Kafesjian: veinte años de relaciones. Lo introdujo el viejo jefe Davis. Hierba, píldoras, H.: la escoria de Darktown por clientela. A cambio de soplos, J.C. consiguió la franquicia de la droga. Wilhite actuó de perro guardián; J.C. Kafesjian delataba a los traficantes rivales, siguiendo nuestra política: mantener los estupefacientes aislados al sur de Slauson. Su trabajo legal: una cadena de lavado en seco. El de su hijo: rey de los matones.

Crucé la ciudad hasta la casa: un edificio moruno, todas las luces encendidas. Frente a ella, varios coches: el Ford de Junior, un coche patrulla.

Focos de linterna y voces en el camino particular. Junior Stemmons:

—¡Vaya mierda! ¡Vaya mierda!

Aparqué y me acerqué. La luz directa a los ojos. Junior: «Es el teniente.» Un olor desagradable: a sangre descompuesta, quizá.

Junior, dos agentes de paisano.

—Dave, el agente Nash y el sargento Miller.

—Señores, Narcóticos se encarga de esto. Vuelvan a la comisaría. El sargento Stemmons y yo haremos los informes, si llega el caso.

—¿Si llega el caso? ¿No huele eso, teniente?

—¿Un homicidio? —El tono grave, ácido.

—No exactamente, señor. —Nash—. Señor, no creería usted cómo nos ha tratado ese Tommy… como se llame. ¡Si llega el caso…!

—Vuelvan y díganle al jefe de turno que me ha enviado Dan Wilhite. Díganle que es la casa de J.C. Kafesjian, de modo que no es un 459 normal. Si eso no le convence, hagan despertar al jefe Exley.

—Teniente…

Agarro una linterna, sigo el rastro del olor hasta una verja con una cadena cortada. Mierda. Dos doberman: sin ojos, el cuello rebanado, los dientes aferrados a unos trapos empapados en alguna sustancia. Destripados: entrañas, sangre. Un rastro de sangre en dirección a una puerta trasera forzada.

Dentro, gritos: dos hombres, dos mujeres. Junior:

—Ya he echado a los tipos de la comisaría. De modo que un 459, ¿eh?

—Explícame el asunto. No quiero interrogar a la familia.

—Bueno, estaban todos en una fiesta. A la mujer le dolía la cabeza, de modo que volvió antes en un taxi. Salió a buscar a los perros para encerrarlos y los encontró así. Llamó a Wilshire y Nash y Miller recibieron la denuncia. J.C, Tommy y la hija (los dos chicos viven aquí, también) llegaron a casa y montaron un escándalo al encontrarse unos policías en la sala de estar.

—¿Has hablado con ellos?

—Madge, la mujer, me ha enseñado los daños ocasionados; después, J.C. la ha encerrado arriba. Han robado una vajilla de plata, la típica «herencia familiar de gran valor sentimental». Y los daños son una cosa muy rara. ¿Tú concibes algo así? En mi vida había visto un robo con escalo como éste.

Gritos, toques de claxon.

—No es ningún robo. ¿Y qué significa «una cosa muy rara»?

—Nash y Miller han dejado etiquetas de identificación. Ya las verás.

Barrí el patio con la linterna: pedazos de carne espumajosos. Veneno para los perros, sin duda. Junior:

—El tipo les dio esa carne, después los mutiló. Se manchó de sangre y luego entró con ella en la casa.

Sigo el rastro:

Marcas de palanca en la puerta trasera. En el porche, un lavadero; en el suelo, unas toallas ensangrentadas: el intruso se había limpiado con ellas.

La puerta de la cocina, intacta: el tipo había abierto el pestillo. No más sangre. Etiqueta en la prueba del fregadero: «Botellas de whisky rotas.» Etiqueta con anotación de lo robado de los cajones de la cómoda: «Vajilla de plata antigua.»

Ellos:

—¡Tú, puta, dejar entrar en nuestra casa a unos policías desconocidos!

—¡Papá, por favor, no!

—¡Cuando necesitamos algo, siempre llamamos a Dan!

Una mesa de comedor; sobre ella, un montón de fotografías hechas pedazos: «Fotos familiares.» Lamentos de saxo en el piso de arriba.

Recorrí la casa.

Alfombras demasiado gruesas, sofás de terciopelo, papel pintado velludo. Ventiladores en las ventanas; imágenes de Jesucristo colocadas junto a ellos. Una alfombra con otra nota: «Discos rotos/cubiertas de discos.» El legendario Champ Dineen: Muuy calmoso; Una vida convencional: The Art Pepper Quartet; El Champ interpreta al Duke.

Elepés junto a un alta fidelidad; apilados en orden. Junior entró en la sala.

—Lo que te decía, ¿no? Algunos daños.

—¿Quién hace ese ruido?

—¿El saxo? Es Tommy Kafesjian.

—Ve arriba y sé agradable. Pide excusas por la intromisión y ofrécete a llamar al servicio de Control de Animales para que se encarguen de los perros. Pregunta a Kafesjian si quiere una investigación. Sé amable, ¿entiendes?

—Dave, ese tipo es un criminal.

—No te preocupes, yo estaré lamiéndole las suelas a su padre.

Del otro lado de las puertas cerradas, gritos:

—¡PAPÁ, NO!

—¡J.C., DEJA EN PAZ A LA CHICA!

Inquietantes. Junior fue arriba corriendo.

—¡ESO ES, VETE!

Un portazo. «Papá» ante mis narices.

Primer plano de J.C.: un gordo seboso que se hace viejo. Corpulento, marcado de viruelas, arañazos sangrantes en la cara.

—Soy Dave Klein. Dan Wilhite me ha enviado para arreglar las cosas.

J.C., ceñudo:

—¿Qué es tan importante como para impedirle venir en persona?

—Podemos hacer esto como usted quiera, señor Kafesjian. Si quiere una investigación, la haremos. Si quiere que busquemos huellas digitales, tal vez encontrar un nombre, lo haremos. Si quiere darle su merecido, Dan le apoyará hasta donde sea razonable, no sé si me entiende…

—Entiendo lo que me dice, y mi casa la limpio yo. Yo sólo trato con el capitán Dan; ni quiero desconocidos en mi salón.

Dos mujeres asomaron la cabeza. Morenas, delgadas de tipo. La hija saludó con la mano: uñas plateadas, gotas de sangre.

—Ya ha visto a mis chicas; ahora, olvídelas. No tiene por qué conocerlas.

—¿Tiene idea de quién lo ha hecho?

—No le diré nada que pueda comentar por ahí. Quítese de la cabeza que le dé nombres de rivales en los negocios que podrían querer perjudicarme a mí y a lo mío.

—¿Rivales en el negocio de la limpieza en seco?

—¡No me venga con chistes! ¡Mire, mire!

Una etiqueta en una puerta: «Ropa estropeada.»

—¡Mire, mire, mire! —J.C. tiró del pomo—. ¡Mire, mire, mire!

Miro: un pequeño vestidor. Clavadas con chinchetas a las paredes, pantalones de mujer con las perneras abiertas y la entrepierna desgarrada.

Manchas en la ropa; las huelo: semen.

—No tiene ninguna gracia. Les compro a Lucille y a Madge tanta ropa bonita que tienen que guardar una parte aquí abajo. Ese pervertido degenerado quería estropear las preciosidades de Lucille. ¡Mire!

Ropa de puta de Tijuana.

—Bonita.

—Ahora no se ríe, ¿verdad, chico de los recados de Wilhite? Esto ya no es tan divertido, ¿verdad?

—Llame a Dan. Dígale qué quiere que hagamos.

—¡Mi casa la limpio yo!

—Buenas telas. ¿Su hija se paga la universidad trabajando, Kafesjian?

Puños cerrados/venas hinchadas/facciones sudorosas: el gordo seboso casi encima de mí.

Unos gritos en el piso de arriba.

Subí a la carrera. Una habitación a un lado del pasillo. Evalúo los daños:

Tommy K., de pie contra la pared. Porros en el suelo; Junior zarandeando al tipo con rudeza. Carteles de jazz, banderas nazis, un saxo sobre la cama.

Me eché a reír.

Una sonrisa congraciadora de Tommy, un tipo flaco y magro. Junior:

—¡El jodido ha sacado la marihuana con todo el descaro! ¡Se está burlando del departamento!

—Sargento, pida disculpas al señor Kafesjian.

Junior, medio enfurruñado, medio chillando:

—¡Dave…! ¡Dios…! Lo siento.

Tommy encendió uno de los porros y echó el humo a la cara de Junior. Desde el piso de abajo, el padre:

—¡Ahora, largo! ¡Mi casa la limpio yo!