–En el último mes del invierno —comenzó, casi como si hablara sólo a la gata echada a sus pies—, que es el primero de la primavera, el hielo del río, que había sido sólido y podía soportar pesos, se resquebrajó y los grandes trozos cristalinos se alejaron a la deriva, entrechocándose: un bonito espectáculo.
»El hielo preguntó: ¿Cómo pudo el río cumplir semejante tarea? Y el río hubiera podido responder: El hielo se impuso una tarea que no podía concluir, y todo lo que quedó sin hacer siguió siendo el río; y quien deshizo lo que tú hiciste, bueno, no fui yo sino el tiempo y los cambios, y YO sigo aquí.
»Digo que el río hubiera podido responder de este modo, pero no responde, pues no queda hielo a quien responder.
»Si fuéramos a contar una historia de los tiempos antiguos, diríamos que los hombres fueron ángeles que podían volar: eran la superficie quieta, frágil del hielo. El río, que fluía rápido e invisible bajo la superficie, podría llamarse las mujeres y la liga. Y en cuanto al tiempo y los cambios, buenos, siempre han sido los mismos, sin otro nombre.
»Ahora bien, los hombres de aquellos tiempos decían a las mujeres: “Mirad; nosotros hemos lanzado al cielo la Luna Pequeña, las plantadoras se han salvado del sol, y hemos de esforzarnos en desarrollar más y más estas obras. Los hombres están muy ocupados y tienen que aprovechar el tiempo; tras, las más capaces, podréis ayudar también en estas tareas. Pero mientras construimos una nueva luna y la ponemos junto a la vieja, estáis aún gobernadas por la luna vieja; no aprovecháis el tiempo; esa es vuestra mayor debilidad”.
»Y Madre Tom le dijo a la Liga: “Esa es vuestra única fuerza. La primavera llega, y el hielo se resquebrajará en todos los ríos. El tiempo necesita de vosotras, y os utilizará oscuras o claras”.
Extendió el brazo por detrás de la silla y alzó una caja alta que puso delante de ella. El frente de la caja imitaba una especie de arcada; y cuando Zhinsinura dio vuelta a algo en el contrafrente, con fuerza, la arcada se iluminó, y fue como si estuviéramos mirando dentro de un huerto donde un árbol frutal florecía, y donde una mujer enorme y gorda saludaba. Saludaba: quiero decir que no era un retrato de la mujer saludando; saludaba, alzaba la mano, hacía un saludo, la bajaba a un costado; luego la alzaba otra vez, saludaba, y la bajaba, luego la alzaba otra vez y saludaba. Mientras la mujer saludaba, Zhinsinura seguía hablando, con las manos apenas apoyadas en la caja.
—A Madre Tom le habían hecho una Operación. Había sido hombre, y luego transformada en mujer. Y muy bien, por lo demás, pues aquellos eran los tiempos de todas las posibilidades e invenciones. Las partes femeninas de Madre Tom eran reales, tan reales como lo fueran sus partes masculinas; a sus partes femeninas las llamaba Janice, en recuerdo de tina mujer asesinada en la Carretera, de quien ellos las habían sacado: Janice estaría contenta, si supiera. En aquel entonces los doctores podían reemplazar unas partes por otras, así, sencillamente, y con su criterio angélico suponían que todo terminaba ahí; pero de las partes femeninas de Madre Tom empezó a crecer una persona, una mujer, que de oscura a clara sobrepujó al hombre que antes había sido Madre Tom. Madre Tom decía: «Janice me está cambiando la mente». Madre Tom pesaba tanto como dos mujeres, y tenía una voz de tordo de agua, y quería ser toda una Mujer, hasta quería estar en la Liga de las mujeres.
»Los ángeles tenían un chiste en aquellos días, acerca de la Liga. Cuando la higa se reúne, decían, unas mujeres con pechos de paloma cruzan las manos delante de ellas y entre unos búcaros de flores cortadas arengan a las otras mujeres. Todas llevan sombreros floridos, y sólo dicen tonterías. —De un bolsillo hondo Zhinsinura sacó una nuez, y un cascanueces.
—Era un buen chiste —continuó—, pero los ángeles no sabían por qué era gracioso.
»He llorado —dijo— pensando en los esfuerzos de los hombres que querían aprovechar el tiempo; y los he imaginado llorando. Madre Tom lloraba con frecuencia después de esas reuniones, en que las mujeres habían vuelto a luchar entre ellas más que con los ángeles; lloraba cuando las oía en sueños, ultrajadas y temerosas y airadas y tontas, y por sobre todas las cosas Femeninas. “¡Femeninas!”, lloraba Madre Tom. “¡Femeninas!”. Estaba empezando a saber, supongo, para qué había venido y eso la alegraba. Nunca más volvería a ser hombre, decía, ni por todas las plantadoras del universo, ni por todo el Dinero del banco, o por todas las ciudades del cielo.
»Madre Tom desconcertaba a la Liga, y durante mucho tiempo no la aceptaron, pero ella no dejaba de hablar, cada vez que se lo permitían, y a medida que pasaban los años la historia que ella contaba era más larga y hablaba del porvenir, lo que ella alcanzaba a ver; y de los hombres, puesto que ella había sido hombre; y de lo oscuro y lo claro, aunque ¿qué decir de esto último? Las mujeres empezaron a escuchar, algunas; y a comprender; pero a veces miraban para otro lado, y sonreían, y no escuchaban, y esperaban a estar bien otra vez.
»“¡Estar bien!”, chillaba Madre Tom. “¡Estar bien!”. Porque a medida que envejecía, y más mujeres de la Liga la escuchaban, menos lloraba y más gritaba Madre Tom.
»Los ángeles, entonces, cometieron un error. Ellos siempre habían pensado que la Liga era divertida, y que Madre Tom era aún más divertida. Pero Madre Tom conocía a los hombres, y seguía hablando, y envejecía y gritaba, y cuanto más la escuchaban más envejecía y más gritaba; hasta que los hombres fueron como alguien que tiene en la mano un pájaro que trata de escapar: lo aprieta con fuerza, y el pájaro muere; no lo aprieta y el pájaro escapa. Los ángeles apretaron con fuerza, y el pájaro escapó. Siempre hacían lo mismo.
Zhinsinura rompió y comió la nuez con calma abstraída.
—Y va veis —dijo—, los ángeles entendieron el chiste al fin: mientras las mujeres trataran de aprovechar el tiempo y colaboraran en las fabulosas empresas de los ángeles, no habría nada que temer, pero tan pronto como las mujeres callaran, que era lo que Madre Tom les aconsejaba, entonces las empresas de los ángeles correrían peligro. Y lo que hicieron entonces fue enviar a dos o tres al huerto de Madre Tom, este huerto, a que la mataran. Madre Tom se acercaba entonces a los ochenta. Y la mataron.
»Si fuerais a contar una historia de los tiempos antiguos —prosiguió Zhinsinura—, recordaríais que cuando los ángeles mataron en el huerto a Madre Tom era el día más corto del invierno, el primero del verdadero invierno, pero en el que los días, aunque lentamente, empiezan a alargarse hacia la primavera. Como luego de una larga vida Madre Tom había logrado al fin hacerse entender por las mujeres que amaba, los ángeles creyeron durante mucho tiempo que el pájaro estaba muerto. El hielo aumentó, pero el río era más hondo; el hielo callaba, el río hablaba consigo mismo, sin que nadie escuchase.
»El río hablaba de Madre Tom. Fue en aquellos días cuando hicieron este cuadro, para recordarla, y mil cuadros parecidos que las mujeres conservaron. Ellas decían de Madre Tom: cuando estaba oscura era muy, muy oscura, y cuando estaba clara era más clara que el aire.
»De las cosas que Madre Tom había dicho. Del porvenir: de cómo los hombres que durante el día planificaban el porvenir, y luchaban con él, y fracasaban contra él, y aprovechaban bien el tiempo, volvían a casa cada noche: y cuando los hombres hablaban, ellas recordaban el consejo de Madre Tom: callad.
»De los huertos y las ropas y la escasez de alimentos y de cómo las luces continuaban apagándose. De los hijos de ellos y de lo que era más hermoso, e historias de Dinero, y de qué pasaría cuando las luces se apagaran para siempre. De los últimos prodigios e los ángeles y de cómo pronto no habría nada imposible y los hombres les darían todo lo que ellas quisieran.
»Todo lo que ellas quisieran… —Zhinsinura se pasó la mano por los ojos y tocó la caja en la que la Madre Tom saludaba interminablemente—. Yo me hubiese puesto oscura, oscura, oscura, entonces; entonces me pongo oscura sólo de pensarlo. ¡Qué difícil, qué difícil! Ser instrumentos del tiempo cuando quienes se creen los amos del tiempo cuentan cuentos interminables e inútiles para esclavizarlo, cuentos que las mujeres, aun entendiéndolos, nunca podrían contradecir. Ves a tu propia especie como un gato enfermo que come y no se satisface, que engulle y vomita gusanos. Y, sin embargo, callas. Y no sabes nunca, como instrumento que eres, cuándo, en qué momento te necesitarán…, o si por ventura no te has equivocado, y tu verdadera tarea es la de satisfacer el hambre insaciable de los ángeles. “Todo lo que ellas quisieran”. No fue Madre Tom, no, y ella había sabido que no… fue aquel largo fuego lo que fraguó el instrumento del tiempo, torneándose sin cesar a la llama de lo oscuro y lo claro hasta que la tarea quedó concluida.
»Para los ángeles, la Tempestad fue la época más oscura desde el principio de la especie; porque ¿qué sabe el hielo de la primavera? Y aunque la Liga era ya adulta entonces, y conocía de memoria todas las historias cuando se reunieron aquí por primera vez, después de la caída de las Leyes y la Goma de Menta aquí en este suelo de Ciudad Servicio y en mil lugares parecidos; y aunque recordaban a Madre Tom, y ahora sabían lo que había querido decir, y algo sabían de cómo ponerse a ayudar, no estaban claras aún en ese entonces. Porque recordad, hijas, recordad: pese a todo cuanto las mujeres de la liga comprendían, pese a aquella oscuridad y aquella claridad, ellas también eran ángeles. Nunca lo olvidéis, porque no conocieron gloria mayor. Yo les he sentido aquí reunidas, entonces, en aquellos tiempos; y sé que por muchos conocimientos que tuvieran, era terror, oscuridad y pánico lo que sentían; y que aunque más tarde hicieran alguna otra cosa, la tarea de ellas en aquel momento consistía sobre todo en ver morir a los ángeles. Porque con un sonido que era como un llanto y tina carcajada, el hielo se había quebrado al sol.
Las mujeres que estaban frente a Zhinsinura, algunas de ellas, habían escuchado absortas, con el mentón entre las manos; otras habían estado ocupadas haciendo callar a los niños, o apartando a los gatos, o cambiando de lugar. Los niños jugaban para distraerse, como hacen los niños cuando se habla de cosas serias. Porque al fin y al cabo era una vieja, viejísima historia, escuchada cientos de veces; aquel era solo el día de abril que la Lista había señalado Fara que la contase toda entera. Y quizá era yo quien la había escuchado con más atención.
En el huerto, Madre Tom alzaba la mano, saludaba, bajaba la mano.
—Nosotras —dijo Zhinsinura—, somos las hijas de la liga, y recordamos a Madre Tom. Nosotras sentimos que esas mujeres de antaño están todavía aquí, donde guardaban y repartían los víveres que alguna vez atestaron las mil alacenas destruidas; aquí, donde ellas preparaban brebajes para salvar vidas olvidadas; a donde ellas volvían de largos viajes y traían historias y cosas angélicas que aún conservamos; donde ellas hacían planes, y se consiguieron los acuerdos que transformarían al mundo en lo que hoy es; y donde renunciaron al fin a aquella lucha: nosotras no olvidamos, aunque no lamentamos nada, así como nadie lamenta en la vejez la muerte va lejana de un padre o de una madre.
»Si fuerais a contar una historia de los días en que la Liga maduró y se convirtió en la muy famosa liga Larga, diríais que un gato siente curiosidad cuando no está cómodo. Que la curiosidad de ellas descubriera los secretos de las hijas de la medicina y de todas las medicinas de los ángeles lo agradecemos. Que revelaran a los cuatro hombres muertos, el más horrible entre todos los secretos de los ángeles, y lo, destruyeran, nos estremece de terror: y alabamos que se hayan atrevido. De que conocieran a la doctora Botas y llegaran así a entender lo oscuro y lo claro como hoy lo entendemos, ¿qué se puede decir? Mas la Liga que fue ha desaparecido; la curiosidad ha quedado satisfecha; la lucha ha terminado. Oscuro o claro, el mundo está más claro que antes.
Meneó la cabeza, sonriendo, y se sacudió de la falda los restos de cáscara de nuez.
—Pensad, sin embargo —dijo envolviendo a todos en una mirada y con una sonrisa más ancha—, pensadlo un tiempo y descubriréis qué extraño es, cría taras, qué extraño en verdad, muchísimo más extraño que feliz o triste. Mayo se acerca ahora, y esa comunión: lo más extraño de todo. No quiero el secreto de nadie: solo pensad por un momento que ahora estamos aquí, y que eso fue entonces, y que ha conducido a esto, ¡y qué extraño es!
En los rostros alrededor de mí, mientras Zhinsinura exhortaba, era como si empezara a hacerse la luz: la única cosa que yo había sabido y ellos no, al parecer. Hasta hubo un murmullo de risas que brotó aquí y prendió allí, y sonó más profundo entre los hombres y se extinguió como se extinguían nuestros cantos a la caída de la noche. Al oírlos así, de esa extrañeza, me pareció que por primera vez desde que estaba con ellos los veía como personas comunes, como los del habla con verdad, quiero decir.
Con esa risa de ellos fue como si el día concluyera. La lluvia continuaría hasta la noche, o toda la noche; en el centelleo plateado de las gotas, la tarde era ya oscura. Zhinsinura seguía sentada, con Madre Tom delante de ella, y cascaba nueces y las comía, mientras el resto de nosotros se estiraba y empezaba a moverse, caminando y hablando otra vez.
Yo me abrí paso hasta donde estaba Una Vez al Día sentada delante de la caja en la que la Madre Tom saludaba. Ahora en el huerto había sombras, y el eterno saludo de Madre Tom era más lento. Viendo que Una Vez al Día lo miraba, yo también lo miré.
—¿Qué quiso decir? —le pregunté— cuando dijo «mayo se acerca, y esa comunión».
—Se refería a nuestras cartas de la doctora Botas —dijo Una Vez al Día, sin apartar los ojos de la caja.
Había un árbol florecido en el huerto, y ahora, cerca de él, pude ver un gato diminuto acurrucado a los grandes pies de Madre Tom. La mano de Madre Tom se alzó, y un pétalo se desprendió del árbol. La mano se alzó todavía más y saludó, y el pétalo llegó al suelo. Madre Tom sonrió y el gato cerró los ojos apaciblemente. Madre Tom bajó la mano; la sonrisa se le apagó cuando la mano descansó contra el flanco. De pronto, un temblor instantáneo pareció estremecer todo el huerto. El rostro de Madre Tom se endureció, con tina expresión sombría y aprensiva; los ojos del gato se abrieron, súbitamente alertas. La mano de Madre Tom se alzó, como siempre el rostro se le aclaró en una sonrisa, los ojos del gato empezaron a cerrarse… y en ese mismo instante otro pétalo cayó del árbol.
Cuando estaba oscura, decían ellas, era muy, muy oscura, y cuando estaba clara era más clara que el aire.
Madre Tom saludaba y volvía a saludar. Cada vez el rostro se le ensombrecía, aprensivo, para luego aclararse en una sonrisa; cada vez, cuando ella sonreía, el gato cerraba los ojos. Y cada vez otro pétalo se desprendía del árbol y caía balanceándose al suelo.
—Si nos quedamos mirando un tiempo —dije no le quedará un solo pétalo. Y el árbol dará fruto.
—No —dijo Una Vez al Día—. No, no dará.
Había un rompecabezas que le gustaba mucho a San Gene: enroscar una tira de papel y cerrarla en un aro. Ahora, decía, sigue con la punta del dedo la cara de afuera. Pero sin tocar la de adentro. Pero la de adentro siempre comenzaba antes de que llegaras al final de la de afuera; antes de acabarse, el aro siempre volvía a empezar.
—Ese es un enigma —dije—. Me prometiste, el mes pasado, que nunca más me hablarías en enigmas.
—Enigmas… no recuerdo dijo ella.
Madre Tom saludó. El gato se durmió. El pétalo cayó. De pronto sentí que me sofocaba, que estaba encerrado para siempre en un cubículo pequeño y sin aire, y comprendí: todos los pétalos que caían eran un solo pétalo. Los saludos de Madre Tom eran un solo saludo. El invierno no llega nunca.