–¿Qué es eso?
—Un cristal. Un cristal de ocho caras, ¿ves? Lo he reemplazado por otro. Ahora podemos seguir.
—No entiendo. ¿Por qué nos detuvimos?
—Los cristales registran lo que dices. Todo cuanto has dicho quedó… quedó grabado, impreso en las facetas de este cristal; no puedo explicarte cómo. Luego se puede reproducir con otro aparato, y oír de nuevo exactamente lo que dijiste: palabra por palabra.
—Como los libros que Guiño tenía.
—Sí. En cierto modo…
—Pero ¿para qué quieres una cosa semejante? Yo mismo ahora soy algo así, lo sé, aunque tenga la impresión de que estoy aquí realmente. No soy más que una especie de cristal, o… o una mosca atrapada en un bloque de plástico…
—¿Qué?
—Una mosca. Atrapada en un bloque de plástico. Esa era una de las cosas que tenía Guiño… Dime.
—¿Quién soy?
—Junco que Habla.
—Eso no es una respuesta.
—Es la única cierta ahora.
—Es muy confusa. Yo me siento yo mismo, y sólo yo; pero no es posible.
—Sigue con tu historia; es menos confusa. Lo mejor es que te limites a contarla del principio al fin… eso es algo que sabemos de ti. ¿Quieres contarlo de Guiño?
—Guiño.
—Si Guiño era un santo, entonces yo no lo soy; si Guiño no era un santo, entonces acaso sea verdad que yo pueda llegar a serlo. Transparentes: Pintada de Rojo decía que así eran los santos, transparentes, o que trataban de serlo, y así soy yo ahora, ¿no es cierto?
Ella decía: «Los santos descubrieron que el habla con verdad era algo más que hacerse entender; lo importante era que cuanto mejor hablabas, más se veían las otras gentes en ti; como si te hubieses vuelto transparente».
Fue al final de mi segundo septenio, y yo había ido a verla para que me interpretase una vez más el Sistema de Archivo; y antes de que ella se pusiera a trabajar con los lentes de vidrio nos sentamos a charlar, comiendo manzanas, lo que me recordó el primer día que fui a aprender con ella.
—¿Por qué ahora no hay santos? —le pregunté.
—Bueno tal vez haya santos. Lo que pasa con los santos es que nadie sabe que son santos hasta mucho después que han muerto, cuando la gente ve que sus historias han sobrevivido. De modo que si ahora hay santos, nosotros no lo sabemos.
—Pero no ha habido santos. Desde hace muchas vidas.
—Eso es verdad —dijo ella—. El Pequeño San Roy y Santa Oliva fueron los últimos; y San Gene, si es un santo, como piensan los cuerda Hilo. Pero hay épocas de calma, sabes, y pueden durar cientos de años, y no hay más trabajo entonces que el de aprender lo que se descubrió en las épocas atareadas; y luego viene una época de nuevos descubrimientos. Gente en actividad.
—Siete Manos piensa que ahora está comenzando una de esas épocas.
—¿Piensa eso?
—Habla de marcharse de Belaire, «irle al encuentro sin esperar», dice.
—¿Sí?
Comprendí que ella dudaba que Siete Manos supiera realmente algo nuevo, o tuviese intenciones de salir a descubrirlo.
—Y Una Vez al Día se marchó —dije.
—¿Quién? —dijo Pintada de Rojo—. Ah, la chica de cuerda Susurro. —Me miró con interés—. ¿Supongo que se fue para aprender a ser santa?
—No lo sé.
—¿Irás tras ella?
—No sé —dije—. No.
Cuando se descubrió al fin la ausencia de Una Vez al Día, me hicieron preguntas. Dije que se había marchado con la Lista, y por su propia voluntad, pero no les dije por qué, ni si regresaría; y ellos comprendieron que era cierto. La noticia corrió rápidamente por toda Belaire, y hubo reproches, y poco faltó para que se celebrara una asamblea; los mensajes volaban por el Sendero, las comadres se reunían, pero nadie pudo saber con seguridad si los adultos de cuerda Susurro habían conocido de antemano el proyecto de Una Vez al Día, o si la Lista la había invitado, o cómo habían sucedido las cosas. Entre los del habla con verdad no tendría que haber tales misterios, pero los hay. El Pequeño San Roy decía: «El habla con verdad sería una simple forma de decir la verdad, si la verdad misma fuese simple, y si pudiera decirse».
Cuando en la primavera siguiente los mercaderes de la Lista volvieron a Belaire, ella no estaba con ellos. Mientras esperaba a que llegaran, yo había imaginado muchas cosas, que ella volvía, pero cambiada, tanto que era irreconocible, que ya no era del habla con verdad; que no había cambiado para nada, y me saludaba como siempre, y compartía conmigo todas las maravillas que ella había visto; que estaba arrepentida de haberse fugado, y nos suplicaba con humildad que volviésemos a admitirla; que había enfermado y muerto en tierra extraña, entre los de la Lista, y que ellos nos traían su cadáver pálido y triste. Mas no regresó; y todo cuanto nos dijeron fue que estaba bien, relativamente contenta, y no recordaban qué más, nada importante, y ¿podía comenzar el trueque?
Esa primavera, antes de que se marcharan, contamos a nuestros niños.
Yo la esperaba cada primavera, pero no volvió. Cada año, esperar la llegada de la Lista, esperarla a ella fue en cierto modo esperar la primavera. La necesidad de que llegara la primavera, era entonces más urgente; el tedio del final del invierno y los primeros indicios —los aludes de nieve, el retorno de Pos pájaros— me espoleaban más que nunca. Ella, que era tan otoñal, tan de puertas dentro, llegó a significar para mí la primavera.
—No piensas seguirla —dijo Pintada de Rojo—. ¿Adónde irás, entonces?
—Bueno, no sé —respondí—. No exactamente.
—Para alguien que quiere ser santo —dijo ella—, ignoras muchas cosas. —Me sonrió—. Es una buena señal.
No me sorprendió que Pintada de Rojo conociera (aunque yo no se lo había dicho, ni a ella ni a nadie) mi propósito de marcharme de Belaire Pequeña para aprender a vivir una vida que pudiera contarse en historias, mi propósito de llegar a santo. Pero yo se lo había dicho. Ya no podía ocultarle lo que yo sabía, pensaba o quería, pues yo ahora hablaba con verdad y era ella quien me había enseñado.
—Una vida —dijo, cruzando las manos y observando la primera placa del Sistema que brillaba en la pared— es circunstancias. Las circunstancias nos envuelven, son círculos. La historia de la vida del santo, tal como él la cuenta, contiene el círculo de esa misma vida, todas sus circunstancias, y lo que recordamos de lo que él cuenta contiene la historia de la vida del santo. Esa historia es una circunstancia en nuestra propia vida. Por lo tanto el círculo de nuestras vidas contiene el círculo de la vida del santo, como los círculos concéntricos que se mueven en el agua.
Se levantó, dejando huellas de la falda sobre el duro suelo de tierra. De la caja larga que era cuerda Palma sacó una segunda lámina de vidrio y la puso junto a la otra. La imagen cambió; los colores se mezclaron y alternaron; las relaciones entre las masas cambiaron junto con las formas.
—¿Ves? —dijo—. Los santos son como las placas de cristal del Sistema. La conjunción de los cristales es lo que revela cosas, no los cristales mismos.
—Como los santos —dije yo—, pues conseguían que sus vidas fuesen transparentes, como los cristales; y cuando ponemos las vidas de ellos delante de las nuestras, cuando recordamos las historias, pueden revelarnos muchas cosas de nosotros mismos. No las historias o la vida sino…
—La conjunción —dijo Pintada de Rojo—. Ellos eran santos no tanto por lo que hicieron sino porque al contarlo lo que hicieron se vuelve transparente, y a través de esa historia puedes ver tu propia vida, iluminada.
»Sin la Comuna de Belaire Grande no habría habla con verdad, y sin habla con verdad no habría vidas transparentes. Y los santos esperaban que una vida así nos ayudaría a librarnos de la muerte: no ser inmortales, como pretendieron los ángeles, sino libres de la muerte, con vidas transparentes aun mientras las vivimos: no por medio de instrumentos como el Sistema de Archivo o aun el habla con verdad sino transparente por las circunstancias; y así en vez de contar una historia que haga transparente una vida, nosotros mismos seremos transparentes, y en vez de recordar o escuchar la vida de un santo, la viviremos, en el momento que separa la vida de la muerte, viviremos numerosas vidas.
—¿Y cómo se podría llegar a eso? —pregunté, incapaz de entenderlo, y ni siquiera de imaginarlo.
—Bueno —respondió—, si yo lo supiera, sería quizás una gran santa. Si tú lo descubrieras, tal vez… Pero dime una cosa, junco que Habla: ¿cómo se habla con verdad?
Yo tenía que saberlo; era del habla con verdad y nunca dejaría de serlo; y, sin embargo,… ¿Cómo? La pregunta de Pintada de Rojo reverberó dentro de mí, como una cosa puesta entre dos espejos que se multiplica hasta el infinito; la mente me bizqueaba como pueden bizquearme los ojos. Reí, desanimado.
—No sé —dije—. No sé cómo.
Ella también se rio. Se inclinó hacia delante, como si fuese a confiarme un secreto, y me dijo casi en un susurro:
—Bueno, bueno, junco, ¿quieres que te diga una cosa? ¡Yo tampoco lo sé!
Todavía riendo levantó la caja larga que contenía las placas de cristal de la cuerda Palma. De pronto, mientras movía los dedos sobre los indicadores, tuvo una idea.
—Una vez me preguntaste, junco —dijo—, qué nombres tenían estas placas, y cómo se ordenaban. —Sí.
—¿Todavía quieres saberlo?
—Quiero.
—Es el día apropiado —dijo ella observándome largamente con una ternura que era como un adiós—. Esta que ves aquí —dijo—, la primera, es el índice Cuarto, la placa de la cuerda Palma: ¿ves en el centro, donde las líneas confluyen, una figura que parece la palma de una mano? Y la otra, la que está encima de ella, se llama Primera Ranura Pequeña. Juntas son el Nudo Pequeño.
Sacó de la caja una tercera placa y la colocó detrás de las otras.
—Nudo Pequeño y Manos son el Nudo Pequeño Desatado. Puso otras dos. —El Nudo Pequeño Desatado y las dos placas Escalera son el Nudo Grande. Sacaba e insertaba las delgadas láminas de vidrio con extremo cuidado. El Nudo Grande y la Primera Trampa son la Trampa Pequeña. La Trampa Pequeña y la Expedición son la Segunda Puerta Pequeña o la Gran Trampa Abierta en cuerda Hoja. La Segunda Puerta Pequeña y el Patio de Baile son la Puerta.
Las figuras de la pared, cada vez más intrincadas y oscuras, se entrelazaban infinitamente. Cuando la placa parecía formar una imagen con las anteriores, la siguiente distorsionaba esa imagen. Y de pronto no vi nada más. Las manos de Pintada de Rojo se habían detenido en los vidrios que aún quedaban en la caja.
—Se piensa —dijo— que las placas Puerta y la Ranura Grande, junto con el Corazón Destrozado y los Fragmentos Sacudidos, forman el Nudo Grande Desatado. Pero nadie ha llegado a leerlo; nadie de quienes empezaron a entender la Puerta pudo leer mucho más. Tocó el tubo de la lente para aclarar la imagen; cada vez que movía el tubo las figuras yuxtapuestas se hacían más o menos nítidas.
Pintada de Rojo se acercó y se sentó otra vez a mi lado.
Las comadres saben bien, después de largos años de estudios afanosos, que más allá de la Puerta no hay lectura posible, no todo a la vez; y si el Nudo Grande Desatado es toda la serie, jamás será leído.
—¿Eso significa —le pregunté— que ya no tiene ninguna utilidad? Desde que lo supisteis. ¿No es así?
—Oh, no —respondió—. No, no. Pasará mucho tiempo antes que hayamos aprendido todo lo queda que por aprender, aun de Nudo Pequeño. Pero… bueno, cuando el Sistema empezó a estudiarse real mente, en los tiempos de Santa Oliva, pareció… pareció que había allí una promesa, que algún día podrían verlo todo junto, y que entonces todas las preguntas serían contestadas. Ahora sabemos que nunca será así. Cuando esto se entendió por primera vez, hubo comadres que rompieron sus Sistemas, y algunas se marcharon de Belaire; fueron días tristes.
Volvió a montarse las gafas sobre la nariz.
—En lo que a mí me toca… bueno, yo sé que hay desvíos, y manos-de-serpiente, y cosas que pueden aprenderse del Sistema a lo largo de muchas vidas. Y bastante trabajo por hacer, con toda esa sabiduría entre las cuerdas, en los nudos y enredos.
Miró la Puerta, y las luces se le reflejaron en los cristales de las gafas.
—Y la respuesta está toda allí, sabes, junco, aunque yo no alcance a leerla; lo sabe todo, todo acerca de la gente, pero yo nunca lo sabré. Eso basta para que continúe aquí.
Calló un rato y me pareció que envejecía. Luego dijo:
—¿Cuándo piensas partir?
—En la primavera —respondí—. Espero estar preparado entonces.
—Un santo —dijo—. Sabes una cosa, junco, la primera vez que viniste a verme, hace siete años, tenías otra idea. Irías a buscar todas las cosas que habíamos perdido, para traerlas de vuelta.
—Sí.
—¿Y una de esas cosas perdidas es tu chica de cuerda Susurro?
No dije nada. Pintada de Rojo no me había mirado, seguía con los ojos fijos en la Puerta.
—Bueno, quizá al fin y al cabo no sea una idea distinta, no, de un golpe seco apoyó las palmas sobre las rodillas. —No, no leeré nada para ti este año. Si eso es lo que piensas hacer, tanto podría ser una ayuda como un perjuicio. ¿Te importa?
—Si a ti te parece bien…
—Me parece —dijo, y me indicó que la ayudara a levantarse—. Sí, me parece bien.
¿Sería posible que yo hubiese crecido casi instantáneamente, que fuese ahora más alto que ella, o era ella quien había empequeñecido también de pronto? Me tomó por los hombros con manos recias.
—Cuando te vayas —dijo— nunca te olvides de nosotros y nuestras necesidades. Cualquier cosa que encuentres, si es útil para nosotros, consérvala; guarda en una caja lo que aquí aprendiste y llévala contigo, se la puede usar para eso. Y por muy lejos que vayas, vuelve con lo que hayas encontrado.
Y entonces me besó, y yo la dejé, y eché a correr por el laberinto del Sendero que conocía de memoria, a través de cuartos y pasadizos que también parecían haber encogido repentinamente. Me preguntaba cómo se leería el Sistema, y qué cosas pudo haber mostrado que se refirieran a mí y a mi propósito, qué posibilidades, qué fracasos; sentía que una cuerda, la que atara mi infancia a Belaire Pequeña, se había cortado dejándome un poco perdido, y un poco libre. Sin embargo, nadie podía saber más que ella: aunque no supiera nada más (y sabía mucho, muchísimo más), sabía cuándo decir y cuándo no decir lo que el Sistema había revelado.
Pero, ¡olvidarme de Belaire Pequeña! Ella no pudo haber pensado que fuese a olvidarla. Cuanto más tiempo estoy lejos de allí, más crece ella en mi mente, el arroyo que la atraviesa cuchicheando, las bestezuelas, los pájaros y las zarzamoras, los misterios que quizá, ocultan en el Sistema de Archivo, o en las cosas guardadas en los arcones, y ahora, después de haber vivido en la copa de un árbol, después de recibir una carta de la doctora Botas y de haber sido oscuro y claro y de haber llevado la vida de un ave de rapiña, y de haber sido despedazado y reconstituido en una infinita cantidad de formas, aunque piense algunas veces que aquel paraje del bosque es imaginario y que no hablo con verdad, que no pienso ni siento lo que digo ni digo lo que realmente pienso y siento, que todo ha sido una invención, aun así, aunque sólo sea un sueño, es un sueño dictado por una voz que habla con verdad; una voz incapaz de mentir.