Si hubiéramos ido
Repentinas e invencibles razones de mala salud nos impidieron concurrir a la mesa redonda que organizó Acción sobre el tema: «¿Existe una cultura uruguaya?».
Toda persona que nos conozca sabe también de nuestra alergia por las mesas redondas y otras formas de perder el tiempo. También se sabe que no consideramos pérdida de tiempo la dicha maravillosa de no hacer absolutamente nada. Se nos ocurre posible que alguien haya pensado ya que el que acepte perderse se salvará.
Dijimos que sí con alegre resignación a esta ruptura de las sabias costumbres porque Acción significa para nosotros muchas cosas de orden afectivo que no vienen al caso.
No fuimos, pues, pero tal vez sea lo mismo. Con estas líneas tratamos de remendar nuestra sentida ausencia. Ignoramos qué se dijo; no sabemos si la existencia de una cultura uruguaya fue resuelta por aclamación, por mayoría de votos o si, simplemente, el parto de la misma quedó diferido para mejor oportunidad. Pero nuestra buena fe nos obliga a declarar que algún chisme logró filtrarse y anda por aquí, dificultando el trabajo.
Si hubiéramos ido es seguro que habríamos incurrido en la tentación de preguntar qué debíamos entender por cultura. Pero, evidentemente, la lista de habladores bastaba para dejar claro que se trataba solamente del aspecto artístico de la cultura. Y hubiéramos caído de inmediato en la aparente broma de afirmar que, puesto que en el Uruguay se hacen obras que es necesario encasillar en alguna de las disciplinas de la creación artística, existe una cultura uruguaya.
No obstante hubiera sido inevitable que el baqueano de la conversación —sí lo hubo— nos llamara al orden:
PREGUNTA. A su juicio ¿existe o no una cultura uruguaya, una cultura diferenciada de las otras por características o matices propios?
RESPUESTA. Si existe, no la conocemos. Si los charrúas hubieran escrito, es posible que de esa raíz derivaran expresiones literarias uruguayas. Lo mismo decimos para el caso de que alguien nos convenciera que los escombritos de cacharros legados por nuestros indios tienen alguna relación con lo que entendemos como artes plásticas. Pero trataremos de no invadir en demasía territorios ajenos. Afirmamos que toda la literatura nacional, buena o mala, está inmersa en la literatura de Occidente. Son innumerables las obras que tratan temas uruguayos; pero en ninguna de ellas reconocemos caracteres de creación que las distingan fundamentalmente de novelas o cuentos escritos en otros países. No basta emplear con exactitud taquigráfica o de grabador (ahora que nos están grabando) el lenguaje de los hombres de campo o el desteñido lunfardo del montevideano para lograr una obra que apuntale o demuestre la vigencia de una cultura artística inconfundiblemente uruguaya.
PREGUNTA. Del baqueano perdido en el correcto ardor de la disputa.
RESPUESTA. Considero que se trata, bien mirado, de un problema sin razón de ser. En literatura, ficción, crítica, sociología, ensayo, etcétera por las dudas, lo único que cuenta es el hombre que escribe. Y a éste, ¿qué puede importarle que exista o no una cultura nacional químicamente pura o con ingredientes ajenos? Ese hombre sólo trata de darse en plenitud y sinceridad, el goce caprichoso y libre que sólo se reitera en el amor.
PREGUNTA. ¿Qué posibilidad hay de definir culturalmente al hombre uruguayo?
RESPUESTA. Personalmente, usaremos una frase que acabamos de robar pasado mañana: padece de misticismo libertario. Y ojalá le dure. Pero esto se acerca más a la psicología que a la cultura. Aunque, sin dudas, debe influir. Y creemos que hoy lo está haciendo en forma acelerada; esta influencia puede encontrarse en los mejores libros de ficción publicados últimamente en el país o por lo menos en muchos de sus fragmentos. Y va creciendo en obras aún inéditas que hemos podido leer.
PREGUNTA. ¿Cuál ha sido el aporte uruguayo a la cultura en general durante 1965?
RESPUESTA. Nos resulta imposible contestar. ¿Qué significa «cuál»? ¿Una enumeración de obras, exposiciones, concursos, la Feria del Libro? Pero como usted se niega a concretar la pregunta, diremos que el aporte más importante lo hicieron los editores al permitir el conocimiento y la divulgación de nuevos escritores. Es cierto que aquéllos no causan asombro por el pago regular de los derechos de autor. Pero nos consta que varios de ellos han perdido dinero editando libros nacionales y otros, calculamos, se han endeudado hasta el año 2000.
PREGUNTA. El año 1965, ¿ha marcado un retroceso o un avance del Uruguay en el plano general de la cultura? ¿Y con qué perspectivas podemos encarar la apertura del año 1966?
RESPUESTA. Cuando hablamos de cultura nos referimos, por lo menos en esta mesa, a las artes y a las letras. No olvidemos las actividades científicas, mucho menos estruendosas; ignoramos qué ocurrió en ese terreno. En cuanto a la literatura, me parecen indudables un mayor interés por ella, un aumento de jóvenes escritores y de lectores. Claro está que cuando el precio de los libros salta de diez pesos a cincuenta y esos cincuenta se necesitan para comer, el interés literario de los compradores tiene que amansarse. Y las perspectivas para el 66 se presentan, como en todos los órdenes, aterradoras. Los precios de edición continuarán creciendo. Y el impuesto que acaba de aprobarse para la introducción de libros en el país indica, acertados chistes aparte, la clara intención de confirmar lo que hemos dicho sobre la existencia de una cultura uruguaya. Muerto el perro se acabó la rabia. Habrá libros exclusivamente para aquellos que tuvieron la habilidad de ganar millones. Los idiotas que vivimos de un sueldo tendremos que limitarnos a escribirlos y a rogar que Dios nos conserve con vida hasta 1967.
El baqueano enmudeció y cesaron las preguntas. De modo que esto va por nuestra cuenta exclusiva.
Creemos —los chismes siguen rondando— que la única misión del escritor, como tal, es aislarse de todo ajetreo y barullo literatoso para realizar su obra, pobre o rica, comprendida o no; pero suya.
Como hombre, que haga lo que quiera y pueda; sin propósito, sin posibilidad de disimulo, todo esto se mostrará en lo que escriba.
Aquí volvemos a la palabra amor porque es imprescindible y agregamos la palabra humildad. No escondemos que esta última pueda ser la máscara de una soberbia satánica. Ya se ha dicho.
Y para concluir copiamos a un escritor que no integró la cultura uruguaya. Cuando James Joyce despide al artista adolescente, le hace decir: «Y trataré de expresarme de algún modo en vida y arte, tan libremente como me sea posible, tan plenamente como me sea posible, usando para mi defensa las solas armas que me permito usar: silencio, destierro y astucia».
Frase que, aunque no parezca, tiene directa relación con las de menor calidad que acabamos de escribir.
Diciembre de 1965