Raúl Artagaveytia

Así que pasen noventa años y algunas cosas queridas se hagan inalcanzables, comprenderemos mejor a Raúl Artagaveytia. Muerto hace una semana en la paz del Señor.

Tal vez no tuviera excesiva necesidad de la muerte; pero sí de la paz. En cuanto al Señor, nada sabemos.

Somos sus amigos, y en consecuencia, no podemos mentir ni mentirle.

Hemos conocido muy escasas personas tan originales, tan extrañas, como este Artagaveytia, cuyo rostro continuamos viendo, por primera vez plácido, beato, en la blancura de la muerte.

Ni su talento indiscutible ni su ambición lograron concretar nunca lo que, profunda y misteriosamente, buscaban.

Las siempre repugnantes ineficaces necrológicas, imponen barajar lugares comunes. Pero esta vez no lo haremos.

Raúl Artagaveytia era contradictorio, y con frecuencia, incomprensible.

Tal vez sea frustración el adjetivo que mejor le venga. Y no busquemos las causas. Por lo menos obtuvo algo que muchas veces pidió: pasar del sueño a la muerte sin un parpadeo, sin enterarse.

Terminemos como lo merece la gente. Había dedicado la zona más importante de su inteligencia, su trabajo y su sensibilidad a la música.

Es indudable, pues, que al llegar los aludidos noventa años, tengamos la suerte de leer en algún diccionario godo: «Artagaveytia, R. Crítico musical paraguayo».

Y la definición inapelable le hará tanta gracia a él como a mí. Con amore: Juan Carlos Onetti.

Julio de 1962.