Asociación de Arte Constructivo
Ha llegado a nuestro poder un ejemplar del folleto editado por la Asociación de Arte Constructivo, donde se publica la conferencia número 500 de las dadas en el Uruguay por Torres García.
Esta conferencia, además del valor educativo de todas las que dijera Torres García en estos últimos seis años, tiene un interés particular. Se trata de la historia de una experiencia y, naturalmente, de un desencanto. Este folleto de apenas cuarenta páginas merece ser guardado cuidadosamente. Algún día constituirá un documento definitivo acerca de la seriedad de la cultura nacional en estos años. Desgraciadamente, para entonces, la Tierra se habrá quedado sin nosotros. Pero tenemos la ilusión de que habrá en el señalado futuro mucha gente que pueda divertirse un rato enterándose de la aventura de Torres García con la flor y nata de la intelectualidad y el arte uruguayos, en el período 1936-1940.
Porque para ese entonces no habrá motivo de indignación y la tristeza que pueda contagiar el honroso fracaso del pintor compatriota se habrá atenuado en mucho. Después de todo, pase lo que pase, Torres García tiene un destino para cumplir; y la tontería ambiente no es, si se piensa, más que un elemento que ayuda a la realización de aquel destino. Destacamos para el regocijo de las hipotéticas generaciones futuras:
«No sorprendió, por lo nuevo, lo que yo mostré a todos, no, no ocurrió nada de eso; se tomó, así, en general, como mamarrachito. Y no escaparon a este juicio ni los postimpresionistas, ni los cubistas, ni los postcubistas, ni las nuevas escuelas constructivas. Todo fue inútil; la gente, en general, o dudaba o reía».
Todos sabemos que no hay en estas palabras nada de exageración; al contrario. Al que dude le aconsejamos recorrer los salones de pintura. Argumento definitivo, estamos seguros. De modo que nadie privará a nuestros queridos nietecitos de sus horas alegres, cuando se enteren de que, por esta época, Fulano y Fulano se burlaban, en Montevideo de las nuevas corrientes de la pintura. Curiosa coincidencia, anotamos al pasar, entre la mentalidad de los pobladores de este país libérrimo, independentísimo, ultrademocrático, y la de Adolfo Hitler, resuelto a meter en un manicomio a todos los degenerados pintores judíos que se empeñan en ver cielos y árboles cuadrados.
Estamos pues, a la altura de aquella miss que tuvo un ataque de nervios frente al Caballo blanco de Gauguin y prorrumpió en chillidos: «¡Red dog! ¡Red dog!». Y muy por abajo, naturalmente, de las tribus del África, cuna de serios valores incorporados ya al arte de los países civilizados.
Pero nada se pierde en este terreno: la obra de Torres García y su personalidad actúan ya de manera invisible entre nosotros. Y más tarde o más temprano servirá de punto de arranque para una pintura sin sentimentalismo, sin literatura, sin ranchitos de paja y de terrón, sin querubines rubios, sin madres amorosas y de robustos pechos. Una pintura, simplemente.
Y ahora, ¿no podría el Ministerio de Instrucción Pública conseguirnos un Torres García para beneficio de nuestras letras?
31 de enero de 1941