«Poemas de la oficina», de Mario Benedetti

Antes de ensayar la glosa, hay que decir que Benedetti ha logrado un milagro poético: no sabemos si por primera pero sí por rara vez un libro de poemas «se vende». Desde las muestras publicadas en Marcha, el público ampliamente aludido por los temas del libro ha exhibido su interés en diversas formas. Ahora lo demuestra de la manera más normal y deseable, comprando el libro. El indomable ejército de poetas uruguayos de ambos sexos está contemplando con asombro e impersonal envidia el espectáculo increíble de un libro de poemas que no exige para su difusión el envío personal con las clásicas seguridades autografiadas de «aprecio intelectual».

Gente desconocida, vestida normalmente y que habla como todo el mundo, entra en las librerías, pide Poemas de la oficina y paga su precio con tanta naturalidad como si estuviera comprando cigarrillos o el pan nuestro.

Benedetti recoge una temática que tuvo su moda entre nosotros allá por el año treinta. En la Argentina, recordamos, González Tuñón, Olivari, Pinetta, hicieron una poesía inspirada en el sufrimiento sin melodrama de los pobres hombres, inmensa mayoría, que tienen que soportar un patrón, supervivir con un sueldo miserable y renunciar diariamente al futuro. Pero la calidad de estos poemas es muy superior a la de los recordados, afectados de «populismo», como correspondía a la época.

Los pequeños desencantos de cada día y la desesperanza de fondo proporcionan con facilidad el hueco donde se vierten la amargura, la añoranza, la protesta sin salida del poeta. El estilo, tan engañosamente simple, fluctúa entre la nostalgia y la imprecación.

Reproducimos el poema que abre el libro y se llama «Sueldo»:

SUELDO

Aquella esperanza que cabía en un dedal,

aquella alta vereda junto al barro,

aquel ir y venir del sueño,

aquel horóscopo de un larguísimo viaje

y el larguísimo viaje con adioses y gente

y países de nieve y corazones

donde cada kilómetro es un cielo distinto,

aquella confianza desde no sé cuándo,

aquel juramento hasta no sé dónde,

aquella cruzada hacia no sé qué,

ese aquel que uno hubiera podido ser

con otro ritmo y alguna lotería,

en fin, para decirlo de una vez por todas,

aquella esperanza que cabía en un dedal

evidentemente no cabe en este sobre

con sucios papeles de tantas manos sucias

que me pagan, es lógico, en cada veintinueve

por tener los libros rubricados al día

y dejar que la vida transcurra,

gotee simplemente

como un aceite rancio.

Julio de 1956