Se regala una idea
Señor director:
Estoy seguro de que usted, como todos los creadores de verdad, se habrá detenido más de una vez sobre las páginas de su semanario, disconforme, rumiando qué podría quitársele y qué agregársele. Cientos de veces habrá reformado lo que hasta el último viernes creyera perfecto y cientos de veces se habrá arrepentido de hacerlo. Repito que esta inquietud es inseparable de los verdaderos creadores: y no vale argumentar que hubo uno que miró su obra al día séptimo de iniciado el laburo y juzgó que era buena. Éste no era creador; nunca pasó el pobre de diletante y siempre le atribuí algo cómico y lastimoso de aprendiz de brujo. Si no lo cree, eche una miradita alrededor y opine sobre este pabellón de retardados donde transcurren nuestros días.
Me he propuesto terminar con sus cavilaciones regalándole una idea. Una idea, así, sin adjetivos, que ya es mucho decir y tener y dar en un país donde a la gente la mata una embolia cuando le nacen dos juntas. Y no sé qué se le podría quitar a Marcha; pero sé qué es necesario agregarle: una página de sucesos policiales. No, perdone; si empieza a hacer sonrisitas escépticas no nos vamos a entender y de eso saldría perdiendo Marcha. Concédame dos o tres centímetros de columna y de paciencia. ¡Después de todo, tantos metros de ambas cosas habrá malgastado en su vida!
Hacer periodismo es ofrecer al público informaciones sobre la vida y comentarla. Páseme la definición. Hay que escribir sobre política nacional, política internacional, problemitas femeninos, carreras, fútbol, literatura, arte… y creo que se acabó. Todo eso puede ser interesante en abstracto; pero en la práctica uno comprueba que a cada línea que se logra pergeñar sobre esos temas —no olvide que estamos en Montevideo— una célula de la sesera hace un guiño, nos dice buenas noches y queda seca de aburrimiento. Y ya nos van quedando pocas. La causa de esto me parece hoy muy sencilla: para ser político, mujer, burrero, hincha de fútbol, escritor y artista, para serlo con éxito, es necesario tener la imaginación difunta. Algunos, obligados por la lucha por la vida, han logrado enfermarla de encefalitis. Y así se defienden, medran, se casan y engordan. Buen provecho. ¿Cómo quiere usted hacer algo interesante en periodismo con semejante materia prima? No hay plan quinquenal ni importación de técnicos capaz de extraer ambrosía de los adoquines.
Pero quedan aquellos que no sirven para nada, que no pueden llegar a diputados, ni siquiera a presidentes, que no pueden ser mujeres, ni enronquecer aullando en el estadio, ni declarar guerras, ni escribir libros. Algunos aceptan meterse en un rincón y resolver problemas de palabras cruzadas hasta el día del juicio. Pero otros tienen una distinta actividad glandular y quieren, necesitan entreverarse en la vida. Unos y otros pertenecen a la raza maldita de los fantásticos, de los que suman dos más dos son cinco, y se pasan buscando, en otro plano, gatos negros en cuartos a oscuras donde no hay ningún gato.
Y estos anormales seres con imaginación darán cuantos tumbos se quiera; se prenderán con uñas y dientes a cuantos salvavidas encuentren. Pero es casi fatal que acaben haciendo un cuento del tío de estilo impecable, vendiendo el agua tibia del Gulf Stream o perfeccionando la riqueza periodística que resuman estos tipos. ¿Recuerda que más de la mitad de los personajes de Willy Shakespeare andaban a contramano en la vida?
Confío en que no hay necesidad de más argumentos para convencerlo. Introduzca en Marcha la paginita que le pido y consiga para redactarla a alguien que comprenda este fantástico bochinche que llaman vida. Alguien que no haga la página en serio, quiero decir: alguien incapaz de amargarle la vida al señor administrador con reivindicaciones absurdas y que no nos venga a intervenir el asado explicándonos, por ejemplo, que ese divino malandrín que acaba de vender en Buenos Aires ciento treinta solares del Paraíso, con afirmado e impuestos pagos, era una mezcla de Raskolnikoff y Teresa de Ávila, con un fuerte complejo de Edipo al calcañar izquierdo.
29 de noviembre de 1940