Para Luis Batlle Berres

Muy pocas veces conversamos. Seguimos creyendo en él y nuestra amistad; suponemos que Luis Batlle Berres lo intuía. Personalmente, suprimidas las posibilidades de futuro, esta suposición nos basta.

Estuvimos siempre a cubierto de toda clase de conflicto. Luis Batlle Berres era un hombre político; nosotros escribimos novelas, cuentos, comentarios, decretamos expedientes.

Presentimos el torrente oratorio, las sentidas necrológicas. Escuchamos el susurro de los nobles compañeros de causa que buscan repartirse la herencia política de Luis Batlle Berres. Les deseamos un acuerdo armonioso y que les vaya bien.

Pero, paréntesis, les rogaríamos a los meritorios aspirantes que abrieran una mano al estilo del retrato del Greco exactamente encima del lugar donde se supone que hay un corazón. Y, hecho lo pedido, solicitaríamos unos minutos de meditación sobre el viejo that is the question: ¿Quién, qué sería yo si Luis Batlle Berres no hubiera nacido? Termina el paréntesis. No se aguardan respuestas.

Y, ahora, sólo sentimos tristeza y rabia. Que, bien visto, es el destino y la condena del hombre en la tierra. Pero se trata de un tema malgastado y malentendido.

Aceptamos como cosa inevitable que alguien, alguno, que no llegó a conocer de verdad a Luis Batlle Berres, vocalice largos discursos, haga traducir, de la nada al español, interminables despedidas. Seguimos aceptando, para tirar lastre, las renovadas calumnias de la chusma bien vestida y alimentada.

Para nosotros, la rabia y la tristeza tienen otros orígenes. No pretendemos, claro está, decir que cuatro breves conversaciones con Luis Batlle Berres nos hicieron saber más de él que lo que sabe y sufre gente que lo tuvo a su lado durante decenas de años.

Nos permitimos recordar una frase que alguien escribió al dedicarle un libro: acéptelo como un desinteresado homenaje a su calidad humana, materia en la que mi intuición jamás me permitió cometer errores.

Para nosotros, esa buena calidad humana, esa perpetua bondad que Luis Batlle Berres exhibía sin remedio, que rebasaba todo intento de hostilidad o indiferencia, significó para siempre la imagen verdadera del hombre que recordamos y seguiremos queriendo.

Julio de 1964