XXXVII
Niza volvió en seguida, después de acabada la guerra, a recobrar su aspecto de ciudad cosmopolita en donde el lujo y toda comodidad tenían su asiento.
Incluso llegó a hacerse más famosa en el mundo entero desde que Grace Kelly, la elegante y bella actriz norteamericana, se casó con Raniero de Monaco.
Un borbotón de recuerdos debió de suscitar en la Bella Otero la boda de Grace con el príncipe del vecino Monaco. También ella había sido amada por más de un príncipe. También ella hubiese podido protagonizar una historia real como la que protagonizó Grace Kelly.
Sin embargo, qué distintas eran la Bella Otero y Grace Kelly. Hay un sello de distinción en la segunda completamente inalcanzable para la primera. No es fácil imaginarse a la Bella Otero llevando otra corona que la de la belleza. En cambio, Grace Kelly parece haber nacido para ser reina. Su majestad natural no es menor que su belleza. Grace tiene todo el porte de una aristócrata. Carolina Otero es tan sólo una mujer extraordinariamente hermosa, que no es poco ciertamente. Resulta curioso que una, la de porte aristocrático, haya nacido en un país de historia plebeya y que la otra, la que tan sólo tiene la majestad de su incomparable belleza, proceda de una nación de ilustre historia.
Realmente no parece muy norteamericana Grace Kelly. Uno se imagina a las norteamericanas con otro talante. No es que uno no admire la belleza de la mujer sobre todas las cosas y que posponga ésta a su origen. Pero en la mujer norteamericana, aun en las más hermosas, hay siempre algo que parece hecho en serie. Grace Kelly, en cambio, resulta bastante más personal que la inmensa mayoría de las mujeres norteamericanas.
En cierta ocasión, Grace Kelly, siendo ya una actriz cinematográfica de fama, llega a Cannes con unos amigos. Grace expresa su deseo de conocer, nada más que por simple curiosidad, al príncipe Raniero. Uno de los amigos de Grace le propone que intenten concertar una entrevista con el príncipe. Grace accede y se ponen en contacto con el secretario particular de Raniero, a quien llaman por teléfono desde el Hotel Carlton.
Balerío, el secretario del príncipe, cree recordar el nombre de la actriz que desea visitar a Raniero.
—Se lo diré a Su Alteza —promete Balerío—. Dentro de una hora le comunicaré lo que él decida.
Efectivamente, una hora más tarde, el secretarlo particular de Raniero llama al Carlton y le dice a Grace Kelly que el príncipe la espera al día siguiente a las cuatro.
Hay un pequeño contratiempo: a las cinco el grupo de Grace Kelly ha de asistir en el casino a la recepción que ofrece la Legación norteamericana.
—¿No podríamos aplazar esa recepción?
—Imposible. Ha sido ya anunciada.
Deciden volver a llamar al secretario particular del príncipe. Le explican lo que ocurre y le ruegan que le pida al príncipe que anticipe la hora de recibirles. Raniero accede. Les recibirá a las tres.
A esa hora, el 6 de mayo de 1955, Grace Kelly y sus amigos se dirigen a Montee arlo. Cuando llegan son las tres menos cinco minutos. En aquel preciso momento Raniero acaba de llegar. a su palacio.
Grace, que no ha comido, se toma un bocadillo antes de dirigirse al palacio de los Grimaldi. La entrevista no se dilata mucho tiempo. Grace y sus acompañantes tienen que estar a las cinco en la Legación norteamericana.
Cuando salen del palacio del príncipe, Grace Kelly hace un sencillo comentarlo:
—Es un príncipe muy simpático.
Unos meses después, el príncipe Raniero fue a los Estados Unidos. El pretexto oficial del viaje es el de ir a consultarse con un médico famoso a causa de una sinusitis crónica que padecía.
El caso es que Raniero se desplaza a Filadelfia y visita a Grace Kelly. Poco después, por conducto del padre Tucker, capellán de Raniero, éste le comunica a Grace sus propósitos de pedirla en matrimonio.
A primeros de enero de 1956, Raniero se declara personalmente a Grace Kelly y ésta accede a ser su esposa. Poco después abandona el cine para siempre y se convierte en la princesa Grace de Mónaco.
La historia, cuyo remate de novela romántica ocurrió tan cerca de donde vivía la Bella Otero, por fuerza tuvo que conmover su corazón de mujer sentimental.
Un halo de melancolía exornaría su mirada hacia adentro, recordando los dorados años de su juventud en que también ella era cortejada por los románticos príncipes que se encontraba a su paso por las capitales de Europa.