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Otra de las mujeres a cuyo encumbramiento ante los públicos tuvo ocasión de asistir la Bella Otero en el curso de su dilatada vida fue la personalísima actriz alemana Marlene Dietrich, que todavía hoy, a su avanzada edad, mantiene el tipo y trabaja como artista.
La belleza de Marlene Dietrich tiene —lo mismo que la de Greta Garbo— muy poco que ver con la de la Bella Otero. Marlene es el acabado tipo de mujer que ha dado en llamarse fatal. A veces, la verdad, resultan más fatales las mujeres que no tienen ninguna de las características que tipifican a la mujer fatal. Pero el tópico es el tópico. No puede uno estar rompiéndose constantemente la mollera contra las escurridizas esquinas del tópico. A veces, por fuerza hay que respetarlo.
No obstante, la Bella Otero, que no tenía tipo de mujer fatal, les fue fatal a no pocos hombres. Dígalo si no el banquero Furtiá. Y no hablemos del pobre «Boniato». Porque, si finalmente la Bella Otero le dio el esquinazo, Francisco Coll subió a cuenta de la bailarina gallega...
La profesión del padre de Marlene Dietrich no compagina mucho ciertamente con la profesión que siguió la hija. Él progenitor de la famosa actriz era nada menos que militar alemán. Pero, si nos acordamos de que la madre de Marlene era de origen francés, las cosas quedan ya un poco más en su punto. Y, sin embargo, la gran actriz llegó a decir que:
—Debo mi amor a la vida y mi fibra espartana a la severa educación que me dio mi madre.
Eso de fibra espartana en boca de una actriz —por muy mujer fatal que sea— no parece, en principio, sonar demasiado bien. No obstante, parece ser que la madre de Marlene Dietrich la sometió a una severa disciplina. Una madre así le hubiese hecho falta a la Bella Otero.
Marlene Dietrich empezó a descollar muy pronto y, desde que interpretó el papel de protagonista en «El ángel azul», actuando al lado de Emil Jannings, su nombre fue casi el único, dentro de las estrellas cinematográficas, capaz de rivalizar con el de la divina Greta Garbo.
Poco a poco, Marlene se fue convirtiendo en un ídolo de los aficionados al cine. Su acusada personalidad se adensaba a medida que iba avanzando en su carrera. Fue el director Stern— berg quien realmente descubrió las características naturales de la Dietrich, que era necesario acusar con el maquillaje a fin de que la actriz encontrase su propia dimensión personal. «El ademán soñoliento y burlón —escribió Sternberg—. La cara angulosa y extrañamente angelical, las cejas convertidas en un trazo negro, todo ello visto a una luz técnicamente calculada para producir el máximo efecto.»
Hay evidentemente en Marlene Dietrich mucho de sofisticado y literario. Es decir, no en ella, que representa magistral— mente su papel de mujer fatal, sino en el tipo que encarna. Es un tipo de mujer entre desgarrada y sentimental. Mujer a la mitad del camino entre el lupanar y el estudio de arte. Marlene Dietrich es como una de las pobres y bellas mujeres caídas cantadas por Murger. Es una mujer del arroyo. Algo así como una mujer con un pasado tenebroso, pero que, al mismo tiempo, ha conservado algo milagrosamente puro en su alma de mujer.
Como se ve, nada tiene que ver este tipo llteraturizado al máximo con el tipo de mujer dionisíaca, elementalmente hermosa, que representa en cierto modo la Bella Otero.
En cierta ocasión, un periodista le preguntó muy agudamente a Marlene Dietrich:
—¿Se considera usted una mujer sencilla?
—No. En absoluto. Soy una profesional de la seducción y éste es un arte complicado.
La inteligente contestación dada por Marlene Dietrich al periodista refleja a las mil maravillas la actitud artística que tipifica la personalidad de la gran actriz alemana.
Por otra parte, como mujer, Marlene Dietrich resulta de una encantadora autenticidad. No repara en ningún momento en confesar su condición de abuela. Ella es sofisticada porque así lo requiere el tipo de mujer que representa profesionalmente. Pero no lo es nunca en su vida privada.
Es éste tal vez el único aspecto en que Marlene Dietrich y la Bella Otero coinciden. Tampoco ésta, ni aun en los años de su mayor esplendor, fue una mujer con pose artificial para ir por el mundo. A Carolina Otero le bastaba con su extraordinario atractivo físico para andar por los escenarios y por fuera de los escenarios.
Por otra parte, tampoco es ningún secreto el régimen de vida que lleva Marlene Dietrich para mantenerse en forma igual ahora, que es una anciana, que cuando era una jovencita. Come de todo, pero no hace más que una comida al día. Apenas bebe un vaso de vino a cada comida, es decir, un vaso diario. Duerme cuatro o cinco horas cada jornada y fuma unos treinta cigarrillos cada veinticuatro horas.
Un aspecto en el que, como en tantos otros, difiere notablemente la vida de Marlene Dietrich de la de la Bella Otero, radica en el hecho de que la primera vive todavía con el único marido que ha tenido en su vida.