XXI
Empieza ahora un nuevo período de la vida de la Bella Otero. Un período menos sensacionalista, menos rutilante, pero tai vez de mayor interés humano.
La Bella Otero ya no vive de cara al público y éste, poco a poco, la irá olvidando. De cuando en cuando surge alguna noticia que exhuma su recuerdo. Todo el mundo, en realidad, la cree muerta. En rigor, una artista muere un poco cuando se retira de las tablas.
En 1943 circuló la falsa noticia de que la Bella Otero había fallecido en un hospital de Casablanca. La gente se asombró. Nadie creía que viviese aún. Y, sin embargo, todavía vivió hasta 1965.
En 1918, la paz, una paz que se parece a la paz del sepulcro, viene poco a poco a restañar las heridas de la reciente conflagración. Europa ha quedado exhausta, tras cuatro años de desangrarse en los campos de batalla.
Las cruentas batallas del Somme, del Marne, de Verdún han constituido una insensata sangría. Franceses y alemanes murieron entonces a centenares de miles. Pero, por fin, la gran locura había acabado. Se había Instaurado la paz. Es precisamente en 1918 cuando la Bella Otero se retira. ¿También ella desea vivir en paz? No, lo que Carolina Otero desea es gozar de la fortuna que había ganado.
No fe había de durar mucho esta fortuna a la Bella Otero como tampoco le había de durar mucho a Europa la paz recién adquirida. Veinte años después de haberse firmado el tratado de paz en Versalles, estallaría de nuevo la guerra en Europa. Clausewitz tenía razón: la paz no es más que el espacio de tiempo que media entre dos guerras.
Comentando la retirada de la Bella Otero, el escritor galo Tristán Rémy escribió lo siguiente: «Carolina Otero no estaba lejos de la cuarentena y de la obesidad cuando aceptó el papel de una madre en «La nuit de Noel». Papel de una madre dolorida que contrastaba seriamente con la danzarina ágil que ella había sido hasta aquel entonces.»
Así, pues, como se ve, la Bella Otero, ya cincuentona, había engordado. Esto contribuiría a darle ese aire de gran señora, ese imponente aspecto de las grandes señoras que a sus ojos era, ya en la linde de la vejez, un atributo codiciado.
Muchas otras artistas se habían retirado de las tablas, pero no habían podido soportar la separación de los públicos y el ostracismo de los aplausos que embriagan el ánimo y habían vuelto a actuar. Pero la Bella Otero se mantuvo en sus trece. Ella misma lo escribe al final de sus «Memorias»; «Todos los días recibo proposiciones para volver al teatro, y confieso que con frecuencia he estado tentada de aceptarlas. Pero yo no soy de esas personas que tienen una confianza ciega e inquebrantable en ellas mismas. Temo a las comparaciones, a las críticas...» Esto lo escribía la Bella Otero hacia 1927 o algo antes, pues fue en 1927 cuando se publicaron las «Memorias» de la bailarina gallega. (Posteriormente, en 1939, dichas «Memorias» fueron recogidas por Claude Valmont en un libro titulado «Les souvenirs et la vie intime de la Bella Otero».)
«Yo no soy de esas personas que tienen una confianza ciega e inquebrantable en ellas mismas», escribió la Bella Otero. ¿No está implícita en estas palabras la confesión de que carecía de una fuerte vocación?
Mientras ella se consideró joven, y con atractivo físico suficiente para encandilar a los hombres, se mantuvo en los escenarios. Pero, cuando hubiese tenido que despertar el interés del público con algo más que su belleza, renunció a continuar trabajando en las tablas. Talento interpretativo no le faltaba, como ha quedado demostrado con sus actuaciones al lado de Georges Wague y Séverin. ¿Qué le faltaba, pues, para que no sintiese, como otras artistas, esa «confianza ciega e inquebrantable en ellas mismas»? No parece haber otra respuesta que ésta: le faltaba vocación.
Por eso, al no poder representar el papel de una Mesalina o de una Ninon de Lenclos, puesto que el físico ya no la ayudaba, ya no se imponía arrolladoramente en los escenarios, decidió retirarse. Esto parece demostrar claramente que de lo que realmente tenía vocación la Bella Otero era de don Juan femenino y no de artista.
También seguramente tenía vocación de duquesa. ¡Qué extraordinaria duquesa hubiese dado la Bella Otero!
En realidad, ¿cuál es su intención al retirarse? Cabalmente la de vivir como una duquesa. En la Costa Azul hay a la sazón muchos duques rusos, pero casi todos arrastran una vida llena de dificultades. El aluvión comunista ios ha aventado de Rusia y allí se les han quedado las tierras y las casas. También los rublos y las joyas en la mayoría de los casos. Los duque rusos tan sólo son ahora millonarios en nostalgias.
En cambio, la Bella Otero, en 1918, posee una fortuna y puede hacer el papel de duquesa a lo grande. No lo hará por mucho tiempo. Pero, al menos mientras su fortuna no acabe de tragársela Montecarlo, se dará el gustazo de vivir como una duquesa de verdad.