XIV
De Viena, la Bella Otero va a Berlín. La capital del imperio fundado por Bismarck al derrotar a los franceses en Sedán el año 1870, era ya el centro de la política centroeuropea. Antaño, hasta la batalla de Sedowa, Austria aún había podido engañarse a sí misma creyendo que todavía desempeñaba un papel primordial en el tablero político de Europa, pero, tras su expulsión de la Confederación Germánica, la cosa estaba clara a este respecto: Alemania era el poder político y militar imperante. Austria había pasado a ser la segunda de a bordo.
En Berlín, la Bella Otero fue recibida con igual o superior entusiasmo que en Viena. También aquí se encontró rodeada de adoradores de alcurnia. Tuvo, igualmente, un amor hoy y otro al día siguiente. Recibió regalos de mucho valor y reinó en Berlín como si se tratase de la belleza femenina reencarnada.
Pero, si hemos de hacer algún caso —y alguno habrá que hacerle, naturalmente— a lo que la Bella Otero dice en sus «Memorias», lo que más le enorgulleció a la bailarina gallega fue la abierta amistad con que la honró el propio Guillermo II. Aquel enfatuado personaje, de bigotes de largas guías, de andar fanfarrón y mirada olímpica —tras todo lo cual se escudaba un mediocre espíritu—, había de ser el mismo que, años más tarde, en 1914, llevado de su megalomanía, empujaría a Europa hacia el abismo de la Primera Guerra Mundial.
Guillermo II se mostró indudablemente interesado por la belleza de la Bella Otero. Ella dice en sus «Memorias» que la llamaba «la salvaje». ¿Por qué este calificativo? ¿Qué quiere insinuar la Bella Otero al decir que el Kaiser la había rebautizado de tal modo?
Podría dejarme llevar de la fantasía y urdir una novelesca relación entre Guillermo II, el último emperador de Alemania, y Carolina Otero, pero indudablemente todo lo que en este sentido escribiese sería gratuito. No hay el menor indicio en firme que permita sospechar que Guillermo II hubiese sido, siquiera ocasionalmente, amante de la Bella Otero.
Por lo que respecta al trato que con ella hubiese tenido, y sin meterme aquí en la índole de tal relación, es preciso basar toda suposición exclusivamente en lo que Carolina Otero dice sobre el particular cuando cuenta su vida en sus poco veraces «Memorias».
En cambio, de lo que cabe poca duda es de que en Berlín fueron numerosas las experiencias galantes que vivió la Bella Otero. La bailarina estaba en el momento culminante de su carrera como mujer de mundo. Parecía intuirlo, y se multiplicaba en las aventuras amorosas.
Más tarde, la Bella Otero habría de realizar más de una experiencia notable en el campo del arte interpretativo. Por ejemplo, trabajó con Georges Wague, un mimo de extraordinaria personalidad, verdadera primera figura en aquella época, interpretando pantomimas en los más renombrados teatros parisienses. La labor de la Bella Otero no desmereció en ningún momento al lado de la del famoso Wague. Fue primera figura en el mimodrama «La nuit de Noel», trabajando al lado de las primeras figuras del género y, no obstante, su trabajo fue comentado con elogio. «Posee —dice el crítico de "Les annales du theátre", comentando la labor de la Bella Otero— un talento real de actriz mímica. Otero traduce sin exageraciones patéticas, muy humanamente, la alegría desenvuelta, el pasmo, el horror, el desespero...»
«Fue —dice por su parte Sebastián Gasch— algo más que Liane de Pougy, Emilienne d'Alencon, Cleo de Merode y otras cortesanas, que sólo tenían belleza para repartirla y quedarse todavía con el premio gordo.»
No obstante, por la época en que hizo su primera gira por Europa, la Bella Otero tan sólo se dedicaba a bailar y a vivir en el arte de las rentas —cuantiosas rentas— que su espléndido cuerpo y su cara de extraordinaria belleza le proporcionaban.
De Berlín pasó a Varsovia y también en la capital polaca obtuvo un éxito resonante, tanto en las tablas como entre los varones pertenecientes a la mejor sociedad polaca.
Es una constante de la Bella Otero desde que rompe con el «Boniato» hasta que se inicia su ocaso: vivir siempre rodeada de hombres ricos y de rancia prosapia. Es explicable. Ocurre algo parecido siempre a las gentes que se cuelan en los ambientes a los cuales no pertenecen por origen. Los advenedizos son, como los neófitos, por ejemplo, en el orden de las ideas, más papistas que el papa en lo tocante a la alcurnia de las gentes de quienes gustan rodearse.