XXV

A pesar de que sus piernas, en realidad, no eran tan bellas como legendariamente se pregonaba, llegó a decirse por los años veinte que la Mistinguette se las había asegurado en varios millones de francos. «Nadie ignora —escribió Cocteau— que la señora Mistinguette, además de una doble media de seda, sobre sus piernas tan perfectas, se ponía otras de lana. Y ella era la primera en reírse de esta delgadez que tan maravillosamente supo disimular en la escena.» Lo cierto es que las piernas de la Mistinguette fueron famosas en los llamados felices años veinte.

Mientras la Bella Otero hacía de gran duquesa en la Costa Azul, la Mistinguette seguía bailando y cantando por los escenarios sin que el favor del público llegase a faltarle nunca.

Cecile Sorel, al abandonar la Comedia Francesa, no se va a la Costa Azul a simular una vida de gran señora. Hace todo lo contrario que la Bella Otero. Ella, Cecile Sorel, a quien Eleanora Duse le escribe: «Venga. D'Annunzio me ha anunciado su llegada y la espero como el ciego espera la luz. Es la única que puede resucitarme.» Ella, Cecile Sorel, a quien Oscar Wilde, al salir de la cárcel de Reading —donde escribió la famosa balada que fue como el canto de cisne de su talento creacional—, le escribió estas líneas: «La recordaba en mis noches creadoras, la conozco más como la inspiradora de mi Salomé que como la heroína de la Comedia Francesa. Nunca sabrá usted lo que le debo. Es usted la única que hubiese podido salvarme, la que resume todos los ideales que pueden llenar los sueños de un hombre.» Ella, Cecile Sorel, a quien el rey Boris de Bulgaria acude a recibir a su llegada a Sofía, abandonando incluso el Consejo de Ministros que estaba presidiendo. Ella, Cecile Sorel, empujada por una vocación más fuerte que ella misma, cuando lo había sido todo como actriz de teatro, se lanza a debutar en el Casino de París como una vedette joven.

Mientras la Bella Otero vive apartada de los escenarios arruinándose en el Casino de Montecarlo, la Mistinguette, Cecile Sorel y Raquel Meller siguen cosechando triunfo tras triunfo.

Es entonces cuando surge la figura extraordinaria de la negra Josefina Baker. La gran bailarina conquista París mientras canta:

«J'ai deux amours

mon pays et Paris;

par eux toujours,

mon coeur est ravi.

Ma Sabanne est belle

mais a quoi bon le nier

ce qui m'ensourcéle

c'est Paris, Paris tout entier...

Le voir un jour

c'est mon reve joli.

J'ai deux amours

mon pays et Paris.»

El debut de la divina negra en el Casino de París fue algo sencillamente sensacional. No tarda en convertirse en la diosa de ébano del «Folies-Bergére». El público la aplaude a rabiar. Gana millones. Cuando hace una gira a los Estados Unidos lleva consigo nada menos que cuarenta y cinco baúles. Los trajes que contienen estos baúles están valorados en unos veinte millones de pesetas.

La Baker se ha casado y divorciado varias veces. Con uno de sus maridos, el director de orquesta Joe Bouillon, instala una granja modelo y a la inauguración asisten nada menos que Gastón Monnerville, a la sazón presidente del Consejo de la República francesa —actualmente es presidente del Senado y el más encarnizado enemigo político del general De Gaulle—, el ministro de Educación, Delbos, y el de Comercio, Lacoste.

Más tarde, Josefina Baker se dedicará a ta generosa tarea de cuidar niños y prohija siete de razas distintas.

Cuando se retira, en 1956, el público llora emocionado. Cuando Josefina sale, tras haber terminado la actuación, a recoger los aplausos del público que abarrota la sala del «Olympia», un joven de raza negra sube al escenario, le entrega a Josefina un ramo de flores y le dice en voz baja:

—Hace años que te amo en silencio. Perdóname.

Posteriormente, Josefina Baker sufrió varias vicisitudes económicas a causa de su filantrópica labor dedicada a cuidar niños de distintas razas. Arruinada, tuvo que reaparecer para ganar algún dinero.

La calidad humana de la Bella Otero dista mucho de la de Josefina Baker. La primera se retira a vivir como una gran señora en la Costa Azul. Su gesto está teñido de evidente egoísmo. Es un acto más de frivolidad. No así el de Josefina Baker, cuyo acto de solidaridad humana es de lo más bello que pueda hacer una mujer.

También Josefina Baker escribió sus «Memorias». Pero el carácter de ésta dista mucho del eminentemente frivolo y galante que la Bella Otero imprimió a las suyas. «He conocido —escribe la bailarina negra— a muchos personajes, pero a muy pocos rostros impresionantes. Cada cual hace lo que puede. Admiro más a los que trabajan más. Todo el mundo tiene dos brazos, dos piernas, una cabeza y un vientre. Basta pensar esto.»

«Yo, eso sí, no juzgo ni quiero juzgar. La verdad es que todos hemos hecho mucho trabajo. Mis compañeros del teatro todos son como es debido. Pero a mí me tiene completamente sin cuidado.»

«Los más fuertes son los que consiguen mantenerse jóvenes durante mucho tiempo. Mantenerse joven, vivo, entusiasta y libre. Esto es lo que se aprende en América.»

«Quisiera no envejecer jamás. Vivir a golpe de tambor. Bailar más cada día, hasta la muerte acaso. No importa que alguna vez se rompan los pulmones.»

«Se me ha hecho el honor de creerme tonta. Han contado cosas decepcionantes de mí. No he tenido necesidad de hacerlas. Ni tampoco puedo dar explicaciones. Dedico todo mi tiempo a vivir.»

Como se ve, el tono de las «Memorias» de Josefina Baker difiere notablemente del empleado en las suyas por la Bella Otero. Esta sólo piensa en sus aventuras galantes, que decora con su fantasía de mujer frivola.

«Vivir a golpe de tambor. Bailar más cada día, hasta la muerte acaso. No importa que alguna vez se rompan los pulmones.» El tono de Josefina Baker es el de una mujer que ama su profesión, que siente la vida como entrega y lucha con valentía. Es una mujer que vive intensamente, que no utiliza jamás la red... En cambio, la Bella Otero se limita a tomar aquello que la vida le ofrece sin demasiado esfuerzo. No se entrega a su vocación ni lucha demasiado contra la corriente. En cuanto la cintura pierde esbeltez y ella barrunta que su atractivo físico está en decadencia, la Bella Otero abandona las tablas. Echa la esponja como un boxeador sin espíritu de lucha, que no sabe encajar los golpes que recibe y renuncia a seguir combatiendo.